La pieza del mes de agosto de 2019
EL DESAPARECIDO RETABLO DE SAN ESTEBAN DE LA IGLESIA DE LA ASUNCIÓN DE CASCANTE
María Josefa Tarifa Castilla
Universidad de Zaragoza
La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Cascante fue uno de los grandes templos pétreos erigidos en Navarra a lo largo del siglo XVI, iniciado por Juan López de Goroa (1527-1532) y proseguido por los canteros guipuzcoanos Luis de Garmendia y Antón de Beñarán (1534-1549), Juan de San Juan (1550-1558), el cascantino Martín de Arriba (1583-1585) y Miguel de Múxica, entre otros, quedando todavía pendientes algunas intervenciones arquitectónicas que se irían completando con el paso del tiempo. El edificio fue engalanado con un importante exorno artístico, acorde a las modas y gustos de cada momento, entre el que sobresalió el retablo mayor (1592-1601), fruto de la colaboración entre Pedro González de San Pedro y Ambrosio de Bengoechea, discípulos del sobresaliente escultor romanista Juan de Anchieta, correspondiendo el ensamblaje a Domingo de Bidarte.
Desafortunadamente, la iglesia desapareció en su mayor parte como consecuencia del pavoroso incendio que sufrió en la noche del 14 al 15 de mayo de 1940, quedando únicamente en pie parte de los muros perimetrales, la portada lateral meridional, la capilla del Santo Cristo, la sacristía y campanario barroco. Unos años después el edificio fue reconstruido, manteniendo la tipología originaria de planta de salón de tres naves, mayor la central que las laterales, articuladas en cinco tramos (Fig. 1). En este incidente también se destruyeron la casi totalidad de las obras de arte localizadas en su interior, como retablos, pinturas, esculturas, etc., lo que supuso una grave pérdida para el patrimonio artístico, no solo cascantino, sino también navarro.
Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Cascante.
Foto: Mª Josefa Tarifa.
De uno de los retablos existentes en la iglesia se salvaron los fragmentos de dos tablas con escenas en relieve de la vida de un santo, que en la actualidad cuelgan de uno de los muros de la sacristía barroca. Estos relieves en blanco, sin policromar, fueron recogidos en el Catálogo Monumental de Navarra en el tomo dedicado a la merindad de Tudela (1980), localizados en aquel momento en la entrada a la capilla barroca del Santo Cristo de la parroquial cascantina, con la temática de La lapidación de san Esteban (107 x 54 cms), en un caso, y del Cuerpo de san Esteban llevado por los diáconos (107 x 44), por otro. Los autores del Catálogo identificaron estos relieves como partes del desaparecido retablo romanista colateral que en 1593 habían contratado Pedro González de San Pedro y Ambrosio de Bengoechea.
La labor de investigación que hemos realizado acerca de estos dos relieves ha posibilitado arrojar nuevos datos relativos a su cronología y procedencia. En primer lugar, la consulta de fotografías del templo, sacadas inmediatamente después del incendio de 1940, ha permitido determinar el lugar que dichos relieves ocupaban como parte de las historias que componían el retablo de san Esteban, adosado a uno de los laterales de la iglesia, probablemente de la nave derecha. En segundo lugar, la localización en el Archivo de Protocolos de Tudela del hasta ahora inédito contrato de arquitectura de dicho retablo ha desvelado la autoría del maestro que la acometió, así como las condiciones bajo las que fue ejecutada la mazonería, que fue llevada a cabo al pie de la letra, como permite comprobar la lectura de las cláusulas del referido protocolo notarial.
El 7 de abril de 1624, Juan de Vea, racionero, Jerónimo López de Ribaforada, Pedro Martín de Nicasio y Sebastián de Falces, jurados de la villa de Cascante y primicieros de la iglesia parroquial, se concertaron en dicha localidad con Juan de Gurrea († 1644), avecindado en Tudela, quien se comprometió a realizar la arquitectura y ensamblaje del retablo colateral de san Esteban. Este maestro, natural de la localidad de Ejea (Zaragoza), fue uno de los artífices más sobresalientes que trabajó en la Ribera de Navarra en las primeras décadas del siglo XVII, siendo iniciador de una dinastía de retablistas que destacó a lo largo del Seiscientos, como ha estudiado Fernández Gracia, entre cuya producción se encuentra la ejecución del desaparecido retablo de la Virgen del Romero de Cascante, contratado en 1626. A Gurrea también lo documentamos hace unos años trabajando en esta misma localidad, concretamente colaborando en la ejecución de la mazonería del retablo mayor de la iglesia del convento de mínimos de Nuestra Señora de la Victoria, al menos desde abril de 1623.
Por lo que respecta al retablo de san Esteban de la parroquial cascantina, Gurrea se comprometió a acometerlo en el plazo de año y medio a partir de la firma de la presente escritura, es decir, para octubre de 1625, y por valor de 300 de ducados, obra que realizaría de acuerdo a las capítulas proporcionadas por los promotores. En primer lugar, el retablo se ejecutaría tomando como “traça y modelo” el retablo colateral de santa Ana existente en el mismo templo, tanto en lo referente al diseño de su mazonería como a las partes trabajadas con pino o nogal, según se especificaba en cada una de las cláusulas.
Así, el retablo de san Esteban contaría con un pedestal de nogal, formado por basa y sotabasa, sobre el que se dispondría el titular san Esteban en “su caja redonda”, es decir, en el interior de una hornacina curva formada por un arco de medio punto sobre pilastras, además de “dos historias de medio reliebe con sus quadros de molduras para adorno”, por tanto, con escenas de medio relieve encuadradas por un marco moldurado. Sobre dicho pedestal también se instalarían cuatro columnas jónicas rematadas con arquitrabe, friso y cornisa, realizando el friso de pino y las otras dos partes de nogal.
A esta estructura sucedería el segundo cuerpo, compuesto igualmente por un pedestalillo llano, en el que apoyarían cuatro columnas corintias con sus “traspilares y un San Lorenço en una caja redonda y las historias con sus plintos de molduras para adorno”, sobre los que correría un entablamento con el arquitrabe y la cornisa de nogal, y el friso de pino, por tanto, manteniendo el esquema arquitectónico del cuerpo inferior. Finalmente, el ático estaría formado por una sola caja central, flanqueada por dos estípites, que acogería un Calvario compuesto por las figuras de Cristo, la Virgen María y san Juan, quedando todo ello rematado por un entablamento, frontón triangular y pirámides.
En definitiva, Gurrea tan solo se haría cargo de acometer la estructura arquitectónica de la pieza y su ensamblaje, ya que como especificaba el contrato “para el dicho retablo le daran las figuras y historias que estaban dichas y lo demas asta dejallos asentados aya de hacer a su costa”.
El retablo fue ejecutado fidedignamente de acuerdo a este condicionado, tal y como podemos comprobar gracias a la única fotografía que por ahora hemos localizado de esta obra, sacada inmediatamente después del terrible incendio que asoló la iglesia de Cascante en 1940, lo que ocasionó serios desperfectos en la pieza (Fig. 2). El retablo estaba compuesto por dos cuerpos que asentaban sobre pedestal liso, subdivididos en tres calles articuladas por columnas –jónicas en el primer cuerpo y corintias en el segundo–, al que sucedería el ático, cuya estructura no se aprecia en la foto, advirtiéndose la presencia de dos esculturas de bulto –probablemente las tallas de la Virgen María y san Juan que compondrían el calvario descrito en el condicionado de la obra–, que habría quedado rematado por frontón triangular y pirámides. Las calles laterales estaban formadas por cajas rectangulares con el marco decorado con molduras lisas, que acogían escenas en relieve, mientras que la calle central describía hornacinas de medio punto en cuyo interior se disponían esculturas de bulto redondo.
Vista de la iglesia de Cascante y el retablo de san Esteban tras el incendio de 1940.
Foto publicada en J. M. Ruiz, Cascante, historia y recuerdos en imágenes,
Cascante, 2005.
Por tanto, se trataba de un retablo clasicista, imperante en la primera mitad del siglo XVII, con traza de planta recta, en el que se buscaba un equilibrio entre horizontales y verticales y en el que todavía se percibía en su programa figurativo el influjo de la pujante escuela romanista que perduró a lo largo de las primeras décadas del siglo XVII en suelo navarro. De los cuatro relieves que originariamente componían el retablo, tan solo nos han llegado los fragmentos de dos de ellos, a los que hemos aludido anteriormente, dispuestos en las calles laterales del primer cuerpo, con escenas de la vida del titular san Esteban, que fue condenado a la lapidación tras enfurecer a los sacerdotes judíos del sanedrín. El lateral izquierdo acogía la escena del martirio de san Esteban, dispuesto de rodillas, con las manos unidas en oración y la mirada dirigida hacia el cielo, a cuyas espaldas se encontraban en pie y con variadas posturas personajes masculinos que representan la multitud que estaba a punto de apedrearlo a las afueras de la ciudad de Jerusalén. La parte del relieve conservado muestra únicamente la parte superior del torso de san Esteban, con una elaborada cabellera rizada, y tras él dos verdugos, de anatomías potentes y marcadas, que sujetan entre sus manos las piedras con las que van a matar al santo (Figs. 3 y 4).
Relieve de la lapidación de san Esteban.
Foto: Mª Josefa Tarifa.
Detalle del relieve de la lapidación de san Esteban.
Foto: Mª Josefa Tarifa.
Por su parte, el lateral derecho del primer cuerpo del retablo mostraba el relieve con el traslado del cuerpo de san Esteban llevado por los diáconos, del que se ha conservado el fragmento correspondiente a la zona central de la tabla, ocupado en su mayor parte por la diagonal que describe el cadáver del mártir tumbado, oculto bajo la vestimenta, que es sujetado por otros diáconos, como revela la tonsura de su cabellera rizada (Figs. 5 y 6).
Relieve del traslado del cuerpo de san Esteban por los diáconos.
Foto: Mª Josefa Tarifa.
Detalle del relieve del traslado del cuerpo de san Esteban por los diáconos.
Foto: Mª Josefa Tarifa.
En cambio, no ha llegado ningún resto de los otros dos relieves situados en las calles laterales del segundo cuerpo del retablo, dedicados a la vida de san Lorenzo, como la escena del martirio en la que el diácono es asado desnudo en una parrilla dispuesta sobre un manto de brasas, dispuesta en la caja derecha.
Los autores del Catálogo Monumental de Navarra también localizaron en las dependencias parroquiales las dos tallas romanistas de madera pertenecientes al retablo objeto de estudio, que como se observa en la fotografía de 1940 ocupaban la calle central, la de san Esteban en el primer cuerpo, y la de san Lorenzo en el segundo, esculturas que habían sufrido serios deterioros en el incendio. En la actualidad se desconoce el paradero de estas dos esculturas, por lo que su estudio únicamente lo hemos podido realizar a partir de las fotografías recogidas por los miembros del Catálogo Monumental en Navarra durante la realización del mismo a finales de la década de 1970.
La figura de san Esteban (Fig. 7), titular del retablo, representa al que es considerado el primer mártir cristiano según el pasaje del Nuevo Testamento (Hechos de los Apóstoles, 6-7), y el primero de los siete diáconos elegidos por los apóstoles para ayudar en la propagación de la nueva fe cristiana. Se trata de una escultura de bulto redondo de cuerpo completo, de formas volumétricas, dispuesto en pie, en la que el santo aparece revestido con la dalmática de diácono y con el manípulo sujeto a la muñeca izquierda sobre la manga del alba. La cabeza muestra el rostro de un hombre joven e imberbe, con la mirada frontal dirigida al infinito, cuya cabellera tallada en mechones exhibe la tonsura propia de su grado clerical. Entre sus manos porta los atributos que lo identifican, sujetando con la mano izquierda un libro cerrado –quizás en alusión al libro de los Evangelios, cuya guarda correspondía a los diáconos–, sobre el que se han esculpido las piedras con las que sufrió el tormento de la lapidación, mientras que en la mano derecha, que apoya sobre el pecho, llevaba la palma del martirio, como se aprecia en la fotografía de 1940.
Escultura de san Esteban.
Foto: Catálogo Monumental de Navarra (1980).
En el caso de la escultura de san Lorenzo (Fig. 8), muestra al santo aragonés efigiado con un rostro imberbe y rizada caballera, de cuerpo entero, en pie, ataviado con la dalmática de diácono y sujetando entre sus manos el mango de la parrilla en la que fue torturado por orden del emperador Decio. La pérdida del antebrazo derecho no posibilita identificar el objeto que portaba con el mismo, tal y como se intuye en la fotografía de 1940.
Escultura de san Lorenzo.
Foto: Catálogo Monumental de Navarra (1980).
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
FERNÁNDEZ GRACIA, R., El retablo barroco en Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2003, pp. 179-187.
FERNÁNDEZ GRACIA, R., “Los géneros escultóricos”, en Fernández Gracia, R., Andueza Unanua, P., Azanza López, J. J. y García Gainza, M.ª C., El arte del Barroco en Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2014, p. 179.
GARCÍA GAINZA, M.ª C., HEREDIA MORENO, C., RIVAS CARMONA, J. y ORBE SIVATTE, M., Catálogo Monumental de Navarra, I. Merindad de Tudela, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1980, p. 54.
TARIFA CASTILLA, M.ª J., La arquitectura religiosa del siglo XVI en la merindad de Tudela, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2005, pp. 367-383.
TARIFA CASTILLA, M.ª J., El Convento de Nuestra Señora de la Victoria de Cascante, Cascante, Asociación Cultural Amigos de Cascante “VICUS” y Gobierno de Navarra, 2014, pp. 115-117.
RÉAU, L., Iconografía del arte cristiano. Iconografía de los santos A-F, tomo 2, vol. 3, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1997, pp. 459-472.
RÉAU, L., Iconografía del arte cristiano. Iconografía de los santos G-O, tomo 2, vol. 4, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1997, pp. 255-261.
RUIZ, J. M., Cascante, historia y recuerdos en imágenes, Cascante, 2005, p. 137.