La pieza del mes de marzo de 2019
DOS PIEZAS MONUMENTALES DE ARQUITECTURA
Juan Carlos Valerio Martínez de Muniáin
Doctor Arquitecto
Quisiera comparar, en esta Pieza del mes, dos edificios que me parecen monumentos magistrales de la arquitectura moderna pamplonesa y que expresan conceptos muy parecidos: uno es la antigua Caja de Ahorros Municipal de Pamplona de Xavier Sánchez de Muniáin, Fernando San Martín y Roberto Urtasun, de 1975, y el otro la Biblioteca de la Universidad de Navarra de Javier Carvajal, de 1998.
Ambos son piezas “renacentistas” de arquitectura. Ambas evocan un ideal de clasicismo, ambas otean desafiantes el paisaje exterior, ambas son esencialmente cúbicas o expresan el ideal del cubo renacentista. Ambas poseen un elemento de transición con el plano tierra, una con concavidad, la otra creando un edificio más bajo de recepción; ambas, para no parecer excesivamente inhumanas o abstractas, poseen un elemento de anclaje a la tierra, un elemento vertical que contiene las escaleras y ascensores. En definitiva, ambas evocan un ideal de torre-cubo, de añoranza renaciente que contempla el paisaje, y tienen pretensión de eternidad en su material, hormigón visto, en su pretensión de un único material, y ambas pretenden ser hitos monumentales de su ciudad pero evocando una ciudad distinta, soñada.
Empecemos por el primero. Siempre me pareció el edificio más magistral que el siglo XX ha dejado en Navarra y no solo en Navarra. En España, a pesar de su extraordinaria arquitectura durante este siglo, no existe un edificio de tal categoría, y tampoco he visto nada parecido ni en Italia, ni en Francia, ni en Inglaterra, ni en Alemania. Probablemente en América, tanto en la hispana como en la norteamericana, existan edificios que se acerquen a esa perfección. Lo considero, por tanto, y sin ningún tipo de exageración, una de las joyas de la arquitectura europea.
El edificio se sitúa sobre la línea de la muralla renacentista de Pamplona y toma esa actitud de torreón de límite y defensa de la vieja ciudad. Se convierte a su vez en torre de la Ciudadela, ciudad ideal renacentista, con la que dialoga muy bien al ser ambas de un único material pero de tonos diferentes; al ser una horizontal y la otra una sucesión de poderosos planos horizontales; y por la actitud austera, violenta y militar de ambas. Las dos, en sus tonos, parecen buscar un camuflaje antiguo y moderno.
A la vez, nuestro edificio buscó en sus proporciones y silueta lograr una sensación de gran escala, que reflejase el poder de la institución que la promovía, y con una arquitectura moderna y desafiante que triplicaba la escala y la altura del Ensanche.
Desde el primer momento toma la actitud de no ceñirse a las alineaciones marcadas, sino la de plantear un cubo perfecto donde solo el elemento vertical de accesos insinúa una adaptación a los límites del solar.
El edificio crea, en su encuentro con la tierra y mirando al exterior de la ciudad, un porche monumental y una pieza de vidrio de tres alturas como transición entre el cubo superior, el verdadero edificio, y la ciudad. Esta pieza de vidrio dialoga con la escala menor del Ensanche y deja que el cubo superior ascienda libre hacia lo alto.
Este edificio de transición expresa muchas ideas en relación con el edificio alto, es de muro cortina insinuando transparencia y a la vez una cierta debilidad, está protegido por el cubo superior, y su misión es recibir a la ciudad. Por ello, en su interior posee esa maravilla de los medios niveles que ascienden en espiral, logrando una continuidad y sensación de unidad extraordinaria. Pasa a ser todo él como un vestíbulo de la ciudad, una gran recepción. Es también significativo que el edificio superior esté plagado de claroscuros y sombras, y sea de un duro y violento hormigón visto, mientras este es de vidrio especular como una joya. Creo que está insinuando que el muro cortina es débil para enfrentarse al paisaje exterior y que dará paso a una nueva arquitectura más fuerte y más estructural. Es una insinuación de que la época del muro cortina había pasado y daba paso a una época más firme.
El edificio superior asombra por ser un cubo definido por planos horizontales donde la estructura, pilares, forjados, y los elementos de fachada, antepechos, muros, celosías, son todos de un mismo y único material, un maravilloso hormigón perfectamente ejecutado. En ese sentido vuelve a la arquitectura antigua, superando el siglo XIX y XX, que tanto jugaron con distintos materiales. Recuerda sin duda a la catedral, realizada también con un único material, pero sustituyendo sus elementos estructurales verticales por elementos horizontales.
La sucesión de planos horizontales con profundas sombras, dejando el vidrio retrasado, produce esa sensación de otear el paisaje con una fuerza y violencia extraordinarias, y a la vez logra una mirada soñadora, no tanto esperanzada sino anclada en la realidad pero evocando una ciudad distinta, quizá más mediterránea, más americana, de un paisaje luminoso, abierto y lejano.
En el interior, la mirada abierta se dirige en todas las direcciones y la sensación del espacio atrapado por los planos horizontales que flotan y que miran al paisaje es, sin duda, la sensación del espacio renacentista que el Renacimiento tuvo que compaginar con la presencia de los muros, pero que ahora en el siglo XX la estructura liberada del muro ha permitido lograr en su plenitud.
Ese impresionante volumen posee el detalle “manierista” de las celosías de hormigón que actúan de antepecho, ellas gradúan la mirada y nos alejan de un racionalismo calvinista, ellas le dan la calidez, el sueño, la escala humana. Ellas, en ese barroquismo de sombras que producen, equivalen a nuestros barrotes barrocos de los balcones, a nuestras celosías árabes, a las flores de nuestros balcones que tratan de crear un filtro para proteger nuestra intimidad.
La visión de ese gran cubo en sucesión de niveles con las celosías nos habla de una pieza única, y no sé por qué no me habla de un edificio europeo, sino de un edificio de un país árabe o de la América hispana, quizá porque en esos países se dieron esos modelos de arquitectura. Es claro que podría ser un edificio de Irak, Arabia, Egipto, o de México, Colombia, Brasil, o también del sur de Estados Unidos, pues parece necesitar de sol y luz para desvelarse en toda su intensidad; parece un edificio de países cálidos más que de nieblas y lluvias.
Pero el edificio, este cubo mágico, posee un tercer elemento que sorprende. Se trata de un volumen adosado de carácter eminentemente vertical que cobija las comunicaciones. Siempre me pareció un elemento extranjero al otro, pero a la vez se entiende; sin ese elemento el cubo habría parecido demasiado orgulloso, aislado, prepotente, que vivía al margen de la ciudad.
Este elemento vertical lo ancla la ciudad, le da el contraste vertical preciso a tan violenta horizontalidad, en cierta forma lo hace humilde y le da a su vez una complejidad y riqueza extraordinarias. Y todo ello a pesar de que siempre da la impresión de que pesa demasiado al gran cubo, de que se va a romper, de que el cubo desearía estar libre.
Está claro que el gran cubo podría haber tenido en su interior las comunicaciones, pero al sacarlas fuera puede quedar libre con una planta diáfana magnífica. Sin embargo, creo que el verdadero motivo fue la expresividad, el crear el contraste vertical-horizontal, y lo acentuaron, pues si el cubo es perfecto en sus límites, el elemento vertical en cambio es quebrado, en cierta forma es el que se adapta a la ciudad.
Hemos visto en muchos edificios románicos y góticos esa necesidad; cuando habían logrado volar en sus torres o cimborrios, se contrapesan con un volumen macizo para evitar soñar excesivamente, como mostrando que sabían donde estaban, que necesitaban ese peso, ese lastre para no ser excesivamente idealistas. Es como un barco, que sin el ancla giraría continuamente. Nuestro edificio, sin ese elemento, habría empezado a girar, para sentirse al final en manos del paisaje, indefenso. Necesitaba esa contradicción para evitar girar, sin duda.
En definitiva, se trata de una obra maestra de la arquitectura. Para mí es comparable a la Catedral, a la Ciudadela, es decir, a las grandes piezas magistrales de arquitectura española y europea que Pamplona aporta. Contemplarlo es un goce para el espíritu; habla de una ciudad poderosa, cosmopolita, de gran escala, fuerte y delicada, violenta y soñadora.
El segundo edificio, que creo que tiene mucho que ver con este en su planteamiento, pero realizado años después, cuando ese optimismo fuerte y soñador ya había quedado atrás en nuestra patria, es la Biblioteca de Javier Carvajal. Si el primero era una torre de una ciudad renacentista, casi una torre de su Ciudadela, este en cambio es una torre en una urbanización exterior a la ciudad y formada por edificios aislados donde el parque, la naturaleza, les da la unidad.
La Universidad de Navarra nace como una villa romana a las afueras de la ciudad. Así su primer edificio, el Edificio Central, es eso, es una villa romana, un palacio, con su patio, con sus torres, y con su plaza que recibe abierta al sur. Toda la Universidad ha crecido siguiendo ese modelo; edificios horizontales contemplando el parque, sin pretensiones de destacar, dejando a las torres del Central la labor de defensa y de silueta.
Se formó así una ciudad universitaria magnífica, mostrando una ciudad ideal moderna donde todo lo domina la naturaleza y los edificios siguen unas reglas secretas, intuitivas, dialogando entre sí. Todos son paralelos, horizontales, se miran a través del verde, solo las torres residenciales romperán esa dinámica pero por ello, por ser residenciales, mostrando de nuevo el ideal de esa ciudad del Movimiento Moderno. El criterio se había mantenido hasta la construcción de la Biblioteca.
Carvajal plantea desde el principio un edificio de espíritu cúbico, una torre-cubo que domine, que destaque de todos los edificios del Campus. Realmente es un prisma rectangular, pero la sensación es sin duda de un volumen cúbico. Al igual que el primer edificio, todo él es de un único material, hormigón visto, con el vidrio tan retrasado que apenas influye; y al igual que él otea el paisaje, al igual que él es fuerte, violento en su presencia y expresión, ¡pero cuán distinto en su mirada! Si el primero oteaba el paisaje como dominando el mundo, en este su mirada es contenida y de una infinita tristeza.
Ya no se señalan las horizontales de los forjados, ni se matiza su mirada con las celosías que marcan la escala cálida y humana. Aquí el cubo perfecto, la fachada, que realmente es una máscara pues el edificio está tras ella, separado de ella, ha dominado toda horizontalidad, toda expresividad soñadora.
Yo había conocido la evolución de la arquitectura de este arquitecto y al ver sus pórticos de juventud en la Universidad de Barcelona (ligeros, mediterráneos, luminosos, optimistas), y ver este último pórtico, tan denso que realmente es un muro perforado, me recuerdan exactamente la evolución de la columna ingenua y delicada de Brunelleschi a la pilastra trágica y gigante de Miguel Ángel. Es exactamente la misma evolución, pero si en el Renacimiento necesitaron cien años, en el siglo XX han bastado cincuenta años.
Desde el interior la persona no domina el paisaje en todas direcciones como en el primer edificio, aquí los muros enmarcan el paisaje, que aparece como un cuadro, lejano. El paisaje, la naturaleza, se contempla así desde la oscuridad del interior protegido por los muros, y así aparece lejano, hostil. Frente al dominio del paisaje del primer edificio, aquí el paisaje es otro mundo, su visión desde el profundo hueco induce a la meditación, a la oración, a la contemplación del paisaje como misterio. Es por ello por lo que el espíritu interior de este edificio es sin duda medieval.
Lo que expresa este edificio es una infinita tristeza y desolación. Es una fortaleza, sin duda se eleva, domina el Campus; es una de las torres del Central pero ampliada en su escala, recrecida. Sin duda pretende erigirse como torre de defensa de los edificios humildes y horizontales del Campus. Ella defiende esta ciudad, cobijará el saber, es como las torres que surgían en las villas romanas al final del imperio ante las oleadas bárbaras.
Creo que el edificio es realmente eso, es una torre del final del imperio. Si el primer edificio era una torre, un cubo de Trajano, esta es una torre de Marco Aurelio.
La profundidad del vidrio en la oscuridad de los huecos les da esa honda mirada de tristeza. El enorme grosor de sus muros nos habla de una época de peligro, de dureza, donde habrá que resistir tiempos muy difíciles. El cuadrado de sus huecos hace referencia a todo el edificio, un edificio que no es sino un único hueco cuadrado, muy español, pero repetido como en el Escorial en una trama disciplinada ordenada, infinita.
Frente al Renacimiento, que buscaba el hueco de esquina, aquí las esquinas se refuerzan, algo que insinuaba ya el primer edificio cuando la celosía moría antes de llegar a la esquina que mostraba el hormigón en todo su silencio.
Al igual que el primer edificio, este culmina su fachada con un gran tramo liso y sólido. Eso le da un frente fuerte que pesa sobre los pisos, que muestra que está presto a la defensa; es un frente, si se me permite decirlo, “varonil“, como en el otro edificio.
Si el otro edificio flotaba en el espacio y oteaba el paisaje, este parece pesar, pero también flota de una manera más sutil al confundirse sus huecos con el suelo sin un basamento, como realmente, aun en vidrio, tenía el primer edificio. La no preparación en su planta baja, vista en su lado norte, expresa ese desprecio por la realidad. El edificio no necesita defenderse, todo él es ya una defensa, este es un paso de una violencia extrema, el edificio no dialoga con el plano tierra, emerge de él sin transición, es típico del dórico, del neoclasicismo revolucionario, cuando las columnas eliminan la basa y emergen con violencia del suelo.
Si el primer edificio creaba un porche de entrada y un cubo de cristal en niveles intermedios que subían en espiral, este tan solo avanza un volumen bajo, sin tensión. Nosotros que hemos conocido cómo este gran arquitecto jugaba con la luz, con los patios, no vemos aquí sino un manifiesto desprecio por la función. El edificio avanza ese cuerpo bajo para recibir, pero no le interesa en absoluto, solo le sirve para permitir que el gran cubo escape del eje de la antigua biblioteca y asome hacia el Campus, mirando hacia la torre del Central, con la que establece una mirada secreta en diagonal.
¡Qué diferentes actitudes, cómo ha cambiado el mundo en esos años! Al diálogo con el paseante, con el ciudadano al que se le recogía y asombraba, y emocionaba, en el primer edificio, a esta dureza. Porque quiere reafirmar que el interés está dentro, que la arquitectura ya no debe recoger, ni guiar, ni acompañar, está para el que sea capaz de descubrirla. Está ausente, permanente, eterna.
Si de algo habla este edificio es de eternidad. Es un edificio atemporal, parece no querer seguir ya ninguna moda, no pretende impresionar como el primero, ni marcar un hito espectacular, expresionista. Es todo silencio, soledad, pero presencia, ¡y qué intensidad en su presencia!
Al igual que en el primer edificio, toda esta pureza clásica quiso tener un elemento de contradicción y es, como en aquel, el elemento vertical de comunicación. Este realizaba en el primer edificio el anclaje con la ciudad, con la realidad. Aquí ese elemento vertical está formado por dos altos cilindros y por una crujía que se ha adosado al cubo y que rompe el ritmo de sus huecos.
En efecto, lo que en el primer edificio era un elemento vertical y quebrado bastante poderoso, aquí ha sido adosado al cubo, absorbido por él imperceptiblemente, y se nota en el hueco aislado que rompe el orden del cubo en la fachada norte. Es decir, el cubo está a punto de fundir en él todas las comunicaciones, pero ha dejado escapar un gran cilindro que contiene la escalera de caracol que comunica todo el edificio.
En este cilindro está toda la dulzura de este gran arquitecto que fue mi maestro. Toda la tristeza, la desesperanza del gran cubo, de sus infinitos huecos de añoranza, es aquí rota. Del cubo de aristas duras escapó un cilindro suave, curvo, maravilloso. Contrasta con el gran cubo, le da su sombra, pienso a veces si se está refiriendo a la mujer. Si el cubo es el hombre, rebelado contra su tiempo, contra su naturaleza, contra su Dios, este cilindro es la mujer, que le está dando su dulzura, su alegría, su esperanza.
Este cilindro es la dulzura, el signo de dulzura de este maravilloso edificio. Me llena de alegría porque sé que mi maestro mostraba en él que aún le quedaba la esperanza, la dulzura de un mundo nuevo en una tierra nueva, en un cielo nuevo. Ese pequeño cilindro al sol era su esperanza.