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La pieza del mes de diciembre 2020

REGES THARSIS ET INSULÆ MUNERA OFFERENT. UNA ESCENA DE EPIFANÍA EN LA CATEDRAL DE PAMPLONA

Dr. Alejandro Aranda Ruiz
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Universidad de Navarra

 

Con el título de Adoración de los reyes en el claustro de la catedral se conserva en el Archivo Municipal de Pamplona una fotografía tomada el 6 de enero de 1933 por el agoisco Julio Cía Úriz (1889-1957). Nacido en Aoiz, Julio Cía fue el prototipo de fotógrafo aficionado de la Pamplona de la primera mitad del siglo XX. Su primera ocupación fue la carpintería mecánica, con la que abrió uno de los primeros talleres de Pamplona junto a su hermano Martín. Sin embargo, su afición a la fotografía pronto lo llevaría a profesionalizarse, hecho en el que influiría su estrecha amistad con el fotógrafo profesional Gerardo Zaragüeta, cuyo estudio de la plaza del Castillo visitaba Cía con gran frecuencia. Una vez instalado en un local propio, Julio acabó ganándose un lugar entre los fotógrafos de la capital navarra, trabajando para el Archivo Municipal y para el Archivo de la Catedral de Pamplona, ocupación esta última que indicaba al dorso de muchas de sus fotografías: “Julio Cía -Fotógrafo de la catedral”. Doménech García califica su obra de abundante, minuciosa y de calidad irregular. En esta misma línea, Cánovas Ciaurriz ha señalado que el valor de su producción fotográfica estriba más en la cantidad que en la calidad, con fotografías de una técnica primitiva.

Pues bien, tal y como reza su título, la imagen representa un momento de la adoración de la reliquia de los reyes magos por parte del pueblo de Pamplona en la mañana de Reyes de 1933. El poder evocador de la estampa se evidencia en varios de los elementos que muestra, entre ellos la arquitectura efímera que se colocaba en el ángulo noreste del claustro con motivo de la solemnidad y el uso y función de esta construcción durante la fiesta de la Epifanía; un uso y función que va más allá de la liturgia catedralicia, incluyendo las costumbres de una población cuyos modos sociales y religiosos parecían vincularla más al Antiguo Régimen que a la tercera década del siglo XX. En este sentido, la imagen resulta de un gran interés para el conocimiento de todas esas realidades, pues a pesar de corresponder al año 1933, la escena reflejada por la fotografía bien podría haberse producido 100 o 200 años antes. Sin ir más lejos, la descripción que hace del altar de Epifanía el Manual teórico práctico, escrito por el maestro de ceremonias don Desiderio Azcoita en el último tercio del siglo XIX, parece estar redactada a la vista de esta fotografía:

En el claustro, donde se hallan las efigies de los Santos Reyes, se improvisa un altar en esta forma: se cubren con damascos encarnados las paredes y columnas de aquella parte del claustro, terminando dichas colgaduras en figura de dosel y simulando una capilla. En la cornisa que hay delante de las estatuas de los Santos Reyes se colocan candelabros con sus correspondientes velas, y en los intermedios de estos varios ramilletes o floreros. En el pavimento, debajo de dichos Santos, se pone la mesa altar con su crucifijo, candeleros con velas y ornato de costumbre. En el centro de dicho altar se coloca la sagrada reliquia de los Santos Reyes; en el lado del Evangelio las efigies con reliquia (llamados cuerpos santos) de san Fermín y santa María Magdalena, y en el lado de la Epístola las efigies, también con reliquia, de san Francisco Javier y santa Úrsula.

 

Julio Cía, 6 de enero de 1933. Archivo Municipal Pamplona.

Julio Cía, 6 de enero de 1933. Archivo Municipal Pamplona.
 

Como se puede comprobar, el altar de reyes en 1933 era prácticamente el mismo que hacía 50 años. La fotografía enseña cómo se levantaba la estructura en el ángulo noreste del claustro, frente al relieve escultórico de la adoración de los reyes labrado por Jaques Perut hacia 1300. El lugar se destacaba por medio de colgaduras que simulaban, efectivamente, una capilla separada del resto del claustro. Según muestra la fotografía, esto se hacía por medio de un dosel en forma de imperial o pabellón compuesto por una corona pendiente de la bóveda y cortinas que, prendidas del aro de la corona, caían a modo de manto por los cuatro lados, sujetándose en las columnas de los ángulos, en las que actualmente son perfectamente visibles los carretes de madera que sustentaban toda la estructura. Asimismo, en 1933, haciéndose eco de las instrucciones del Manual, la cornisa de los reyes era adornada con ocho candeleros; no así con ramos, de los cuales parece que ya se había prescindido. A los pies del relieve, como ordenaba el mismo texto, se disponía un altar portátil con los cuatro bustos relicario de plata con los que contaba la seo para sus grandes festividades: el de san Fermín de 1527, el de santa Úrsula realizado por el platero Juan de Ochovi entre 1538-1539 a iniciativa de Juan Rena, el de san Francisco Javier promovido por el prior Fermín de Lubián hacia 1759, y el de la Magdalena, encargo del obispo Añoa y Busto por aquellos mismos años del siglo XVIII. Pero la fotografía aporta información que el citado texto del siglo XIX y otros callan. De este modo, se comprueba cómo los bustos relicario no solo se colocaban en el mismo orden que lo hacían en el altar mayor en las principales solemnidades litúrgicas, sino que lo hacían también de la misma forma, es decir, no apeando directamente sobre la mesa de altar, sino sobre el graderío barroco de plata realizado en 1763 a iniciativa de don Fermín de Lubián con parte del espolio del arcediano Pascual Beltrán de Gayarre y propia aportación. Asimismo, la fotografía muestra que la cruz de plata que presidía el altar en 1933 era el magnífico crucifijo de altar del tesoro capitular de base triangular con patas de garra y cruz de sección triangular, realizado por el taller de platería pamplonés de mediados del siglo XVII. A ello se sumaban los que probablemente eran los elementos más modernos del altar junto con los candeleros de la repisa de los reyes: seis de los candeleros del rico juego de pontifical de siete regalados en 1880 por el deán Luis Elío con motivo de su jubilación y realizados por el destacado platero y broncista catalán Francisco Isaura (1824-1885). En medio de todo este aparato se instalaba la reliquia de los reyes magos o In presepio Domini. La reliquia aparece en su relicario del último cuarto del siglo XVI, en forma de ostensorio, con un fanal cilíndrico rodeado de una crestería y rematado por una cruz de esquema gótico. El conjunto de esta arquitectura efímera, en el que predominaba el carmesí del pabellón y colgadura, no debía de pasar desapercibido a quienes acudían a venerar la reliquia, distando mucho del aspecto fúnebre que parece tener en la fotografía de Cía. De hecho, cuando el 6 de enero de 1945 la adoración de la reliquia se trasladó al interior del templo por el intenso frío de aquella jornada, el reportero de Diario de Navarra echó de menos en el claustro “el boato de damascos y el templete de plata […]. Al resplandor del sol que de vez en cuando salía allá al filo del mediodía, como si fuera de acuarela, ya que no coloreadas por los damascos rojos que de fondo se les ponía”.

Pero, tal y como muestra la fotografía de Julio Cía, el altar no constituía un mero elemento de ornato, sino que servía para un doble propósito. Por un lado, era el punto focal en torno al cual giraba la procesión claustral del día de reyes y, por otro lado, el escenario en el que tenía lugar la veneración de la reliquia por parte de los fieles durante toda aquella jornada. En lo que atañe a lo primero, el día de Epifanía era celebrado en la catedral con una procesión claustral con estaciones y canto de antífonas y responsorios. Sin embargo, a diferencia de otras procesiones dominicales y festivas, en la de Epifanía una de las dos estaciones de la procesión se realizaba frente a este altar. Asimismo, la procesión incorporaba la reliquia de los reyes magos y el boato de las procesiones de primera clase. El origen de esta procesión y statio es desconocido. Arraiza la sitúa en el siglo XVI, atribuyendo a Juan Rena su introducción y deduciendo que si fue él quien trajo de Colonia la reliquia de santa Úrsula, bien pudo hacer lo mismo con la reliquia de los reyes magos, cuyos restos mortales se veneran en la citada catedral alemana. Efectivamente, el Reglamento de coro de 1598 menciona que la fiesta de reyes se celebraba como la de la Circuncisión, con procesión claustral. En consecuencia, la procesión se hacía por dentro del templo, con dos estaciones y los canónigos vistiendo capas de seda. Asimismo, los ministriles tañían en la primera estación, dicha la oración, y en su facistol desde que la cruz llegaba a la capilla mayor y hasta que los caperos comenzaban el introito de la misa. Al remitirse a la fiesta de la Circuncisión, el texto deja de mencionar la salida del cortejo al claustro y la estación frente al relieve de Perut. Asimismo, también desconocemos desde cuándo el altar portátil era erigido frente a las imágenes de los reyes, pues este pudo surgir tras la llegada de la reliquia a la catedral, como un lugar digno en el que exponer y venerar la reliquia. Sin embargo, la existencia del relieve desde aproximadamente 1300 hace muy posible que antes del siglo XVI, con reliquia o sin ella, la procesión del día de Epifanía saliese al claustro haciendo estación frente a la representación escultórica de la adoración de los Magos. Sea como fuere, es el Notum de Fermín de Lubián, redactado a partir de 1725, el que describe de manera pormenorizada la procesión claustral que se celebraba después del canto de tercia y precediendo a la misa mayor del día. Del mismo modo que en el siglo XVIII se celebraba a finales del siglo XIX, pues el texto del Manual parece copiar punto por punto el de Lubián. De esta forma, cantada tercia con gran solemnidad en el coro, se procedía por parte del preste a la incensación y veneración de la cruz de reliquias que portaba el subdiácono, de las reliquias de san Fermín, san Pablo y san Esteban, que en las procesiones claustrales de primera clase portaban sendos capellanes revestidos con dalmáticas, y de la cruz procesional. Cumplidas estas ceremonias, partía la procesión del coro precedida por el perrero con su cetro o vara, el macero de la catedral con su pértiga, el crucífero o portador de la cruz procesional entre ceroferarios, el maestro de ceremonias, los dos sochantres cantando las antífonas correspondientes, los tres capellanes con las reliquias precedidos de dos infantes con hachas, el Cabildo, capellanes, acólitos, infantes y el preste en medio del diácono y subdiácono, –este último con la cruz de reliquias–. La procesión, al contrario que otras de primera clase como la de la Circuncisión, no recorría las naves de la catedral, sino que se dirigía directamente al claustro saliendo de la valla o vía sacra por la puerta del lado del púlpito de la Epístola. Entrando al claustro por la puerta del Amparo, la procesión giraba a la izquierda en dirección al altar de los reyes magos. La primera estación se realizaba en este altar, tras la cual se continuaba por la crujía este del claustro y bajaba por la panda sur hasta la puerta del Arcedianato, en la que tenía lugar la segunda estación o parada. En el siglo XVIII, sin embargo, esta segunda statio se celebraba un poco más adelante, frente a la imagen de la Virgen del Amparo del mainel de la puerta de la Dormición del claustro, lo cual explicaría la antífona mariana que se cantaba en esta estación. Terminada la procesión, volvía a la catedral, y entrando en la valla por el mismo sitio por el que había salido, el clero iba al coro y el preste y ministros a la capilla mayor para dar comienzo a la misa mayor.

En esta procesión y en sus estaciones los sochantres, infantes y capilla de música cantaban una serie de responsorios y versos con textos alusivos a la festividad del día y a la Virgen. Los primeros hacían referencia a dos de las manifestaciones o epifanías que conmemoraba la Iglesia en este día: la manifestación a los gentiles por medio de la adoración de los magos y la confirmación por la voz del Padre Eterno de la categoría de Cristo como Hijo de Dios en su bautismo en el río Jordán. Según la tradición de la Iglesia de occidente, la música y textos destinados a estas funciones litúrgicas comenzó a ser recopilada desde el siglo XII en libros independientes llamados procesionales, cuyo contenido y música variaban de una iglesia a otra en función de sus propias tradiciones. En el caso pamplonés, los responsorios y versos de esta solemnidad estaban copiados desde el siglo XVIII en el tomo primero del Cantoral, responsorios para todas las Dominicas del año, misterios, o festividades de N.S.J. y sus Dominicas infra octav. El Manual teórico práctico confirma que este cuaderno de hojas de pergamino, datado por Aurelio Sagaseta en el siglo XVIII, seguía utilizándose en las procesiones claustrales a finales del siglo XIX, pues los textos y folios que se citan en el ceremonial decimonónico coinciden con los de este procesionario, al que el Manual denomina como Dominicalibus. De esta forma, en la primera estación que se realizaba ante el altar de los reyes, los sochantres cantaban el responsorio Hodie in Jordane [Hoy en el Jordán se bautizó el Señor, se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él; se oyó la voz del Padre: Este es mi hijo amado, mi predilecto]. Seguidamente los infantes respondían con el verso: Descendit Spiritus Sanctus [Y bajó el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, y se oyó una voz en el cielo]. A continuación, la capilla de música cantaba con acompañamiento de figle Reges Tharsis et insulae munera offerent [Los reyes de Tarsis y los de las islas le ofrecerán regalos; los reyes de Arabia y de Saba le traerán presentes]. La estación concluía con la oración del oficio por parte del preste. Seguidamente, entonaban los sochantres el Alma Redepmtoris Mater y se reanudaba la procesión hasta llegar a la puerta del Arcedianato, donde tenía lugar la segunda estación. Después los infantes respondían con el versículo y responsorio que seguían a esta antífona mariana durante el periodo de Navidad hasta la Purificación el 2 de febrero: Post partum virgo inviolata permansisti [Después del parto permaneciste virgen inviolada]. Dei Genitrix intercede pro nobis [Madre de Dios, intercede por nosotros]. El preste concluía con la oración correspondiente Deus, qui salutis aeternae, con terminación breve y sin decir antes Dominus vobiscum. Terminada la segunda estación, la procesión se dirigía a la catedral cantando entretanto los sochantres la segunda parte del responsorio Hodie in Jordane. En el momento en el que se tomó la fotografía, la procesión se hacía exactamente del mismo modo que a finales del siglo XIX, a juzgar por el Reglamento de Coro de 1931 entonces vigente. Desconocemos, sin embargo, si entonces se cantaban las antífonas, responsorios y versos seculares, pues aunque el Reglamento copia el ceremonial de los siglos XVIII y XIX, no menciona los textos y música que se interpretaban. Es posible que hubiesen sido sustituidos por los textos recogidos en el Porcessionale monasticum publicado por la Abadía de Solesmes en 1893 y del que se guarda un ejemplar en el Archivo de Música de la catedral.

Terminados los oficios litúrgicos, el altar de reyes servía para solemnizar la exposición de la reliquia al pueblo, hecho que refleja fielmente la fotografía de Cía. El Manual del siglo XIX señalaba que en el altar se daba a venerar la reliquia durante todo el día a cargo del sacristán mayor asistido por otro sacerdote. Para ello debían ponerse delante del altar unos bancos cubiertos con un paño. La prensa de la época resulta un testimonio elocuente junto con esta fotografía de la popularidad de la que gozaba esta tradición entre todas las clases sociales de Pamplona. Diario de Navarra señalaba en 1927 que “sobre las casas dichosas se extendió la tradición familiar y piadosa de este pueblo, desfilando incontable número de personas de todas las edades, clases y condiciones por los claustros austeros de la Catedral, donde fueron adorados y bendecidos los Santos Reyes que, junto al Niño de Belén, allí se veneran”. El mismo rotativo da cuenta de lo reflejado por esta fotografía en 1933 en que, a pesar de las circunstancias políticas, se produjo un “desfile inacabable de fieles ante la evocadora adoración de los Reyes Magos, que se venera en los claustros de la catedral”. Con el discurrir del tiempo, la tradición de visitar las reliquias había pasado a formar parte de la identidad y del imaginario de la ciudad, ya que tal y como lo explicaba el mencionado periódico en 1937, espoleado sin duda por el contexto político e ideológico del bando nacional en plena Guerra Civil: “…la piedad del vecindario se manifestó en gala fervorosa de una vieja tradición, acudiendo […] a adorar a los Reyes Magos en su recinto de piedra de los claustros de la catedral, como lo hacían nuestros padres enseñados por sus antepasados que así interpretaban un sentido de conservación y espiritualidad que nació y morirá con los siglos, afrontando incólume las adversidades de la vida”. Otro elemento destacado de la fotografía y típico de esta jornada eran las esteras que se colocaban en el suelo a fin de mitigar los rigores del invierno pamplonés que hacían que la visita a los reyes se hiciese “entre celajes de niebla o batidas de nieve o lluvia, patinadas por el frío las efigies de piedra y entumecidas las rodillas de los fieles en la estera del suelo humedecida por las pisadas” (Diario de Navarra, 7 de enero de 1945).

En conclusión, a pesar de la dudosa calidad atribuida a las fotografías de Cía, es obligado señalar que la imagen tomada resulta de un poder evocador y una belleza notables. La fotografía, además, pone de manifiesto la triple relación de su autor con el Archivo Municipal, con la catedral y con Gerardo Zaragüeta. En lo que atañe al Archivo Municipal, su localización en este depósito hace posible que fuese esta institución la que estuviese detrás del encargo de esta fotografía, ya que desconocemos quién la pudo promover. Es posible que fuese del propio Cía de quien partiese la iniciativa de tomar la instantánea, eligiendo como tema una estampa prototípica del secular ceremonial catedralicio de Pamplona. En este sentido, la fotografía no hace sino evidenciar los puntos en común entre Cía y su gran amigo Gerardo Zaragüeta, quien también se destacaría por sus fotografías de ceremonias en el interior del claustro de la catedral. Sin ir más lejos, ese mismo año de 1933 Zaragüeta inmortalizaría un momento de la procesión del Domingo de Ramos recluida en el claustro por el contexto anticlerical de la 2ª República, fotografía que ya analizamos y comentamos en esta sección de piezas del mes. Esta fotografía de Cía, junto con la mencionada de Zaragüeta, resultan de gran interés y constituyen una notable excepción en el panorama fotográfico de la Pamplona del momento, en el que la fotografía de ceremonias religiosas o arquitecturas efímeras en el interior de las iglesias es sumamente escasa. Son, por tanto, un preciado documento para los estudiosos del ceremonial y la arquitectura efímera que, en la mayor parte de los casos, solo cuentan con documentos escritos para el estudio de estas realidades histórico artísticas.


FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

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