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La pieza del mes de julio de 2021

BARAJA SATÍRICA DE LA REVOLUCIÓN DE 1868 EN UNA COLECCIÓN NAVARRA
 

Eduardo Morales Solchaga
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

 

Pocas épocas hay tan convulsas, a la par que ricas políticamente, de la Historia Contemporánea de España como el Sexenio Democrático (1868-1874). En apenas seis años se asistió a una revolución, “La Gloriosa”, que terminó con el denostado reinado de Isabel II y su “Corte de los milagros”; a la llegada de un rey extranjero, Amadeo I de Saboya, que años después pondría pies en polvorosa ante la imposibilidad de controlar un país ingobernable; y a la primera –y fallida– experiencia republicana desde tiempos de los visigodos. El final de la etapa, marcado por el extremismo, lo fijó un nuevo pronunciamiento mediante el que Martínez Campos encumbró al hijo de Isabel II, Alfonso XII, comenzando de ese modo el periodo conocido como Restauración Borbónica, y truncándose el proyecto de dulce transición política que había planificado meticulosamente Cánovas del Castillo.

Durante todo el Sexenio, la crisis económica, uno de los detonantes de la Revolución, no abandonó el país en ningún momento, viéndose agravada por sublevaciones de carácter anarquista en el Levante, el fenómeno del cantonalismo, la última de las guerras carlistas, y una larga guerra colonial en Cuba, la “Perla de las Antillas”. La única luz en el campo financiero fue la unificación de la moneda mediante la acuñación de la peseta, que ocupó un hogar en las carteras –y corazones– de los españoles hasta los albores del siglo XXI.

De todos modos, no todo fueron sombras en estos seis años, pues los ideales democráticos quedaron asentados en la Constitución de 1869, que contemplaba aspectos hasta entonces inconcebibles como el sufragio universal masculino, la soberanía nacional, la libertad de asociación, la libertad de enseñanza o la libertad de prensa. Precisamente el fin de la censura posibilitó un frenesí productivo y editorial, hasta entonces reservado para la clandestinidad, destacando sobremanera el escandaloso álbum sobre la Corte de Isabel II (Los Borbones en pelota), que ni en esta época de innegable libertad pudo ver la luz. Entre las numerosísimas publicaciones periódicas que nacieron o se potenciaron en el Sexenio destacaron algunas madrileñas, como Jeremías o Gil Blas, o las barcelonesas, que se mostraron especialmente cáusticas, como por ejemplo La Flaca, La Madeja Política o La Campana de Gràcia. Todas ellas surten de inmejorables imágenes a libros generalistas y estudios monográficos sobre la época.

La pieza del mes que aquí se presenta aúna sátira y entretenimiento, y fue anunciada en la anteriormente citada Campana de Gràcia el 25 de septiembre de 1870 (Figuras 1 y 2), describiéndose sus personajes, calidad, precio y posible autoría. Vio la luz en la misma casa editorial que el semanario en cuestión, regentada por el famoso editor Inocencio López Bernagossi (1829-1895), que había tomado parte activa en la propia revolución. Había dos modalidades, una de menor calidad por cuatro reales, y otra, con litografías más finas, que se vendía al doble de precio. Quizás respondan a las diferentes versiones conocidas: una, con un marmoleado fucsia en el reverso; las otras dos, con el mismo patrón, pero en azul y en rojo.



Figura 1. Portada de La Campana de Gràcia, 25 de septiembre de 1870.



Figura 2. Recreación de la portada, con las cartas de la baraja.

La baraja de naipes, de la que, al margen de la que aquí se presenta, solo se conservan dos ejemplares completos –Museo Fournier de Naipes de Vitoria y Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona–, y otros dos parcialmente completos –uno el mismo archivo barcelonés al que le falta el as de espadas, y otro en el Museo del Romanticismo de Madrid que ha perdido el as de oros–, fue reeditada en su versión con el reverso azul por Fournier en 1999, aunque asociada erróneamente a la litografía barcelonesa de Francar y Compañía, y con errores en la identificación de personajes y cronología (1872). Un reciente y profundo estudio a cargo de Carmen Linés Viñuales la ha adjudicado a las prensas de López Bernagossi y ha ajustado su cronología a septiembre de 1870, cuando justamente se cumplían dos años de “La Gloriosa”. Otra reedición de 500 ejemplares se imprimió en Valencia, con objeto de la XXX Feria del Libro (2007), sufragada por el gremio de libreros de aquella ciudad.

En lo que respecta al autor de las composiciones, según la publicación “uno de los primeros caricaturistas españoles”, la misma investigadora apunta al famoso dibujante barcelonés Tomás Padró (1840-1877), aunque sin descartar por completo al prestigioso autor madrileño Francisco Ortego (1833-1881), hipótesis por la que se decanta el catálogo del Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona. De ser el primero, la hubiera compuesto semanas antes de partir a documentar la llegada de Amadeo I de Saboya; de ser Ortego, meses antes de marchar a París en busca de prestigio y valoración. Sea como fuere, las composiciones resultan ágiles e ingeniosas, demostrando un perfecto conocimiento del panorama político no solo del Sexenio, sino de toda la segunda mitad del siglo XIX.

La baraja española, de 48 cartas, se encuentra en unas condiciones excepcionales y sin circular, aunque no preserva –al igual que todos los ejemplos existentes– la caja, si es que en su día la tuvo. Como se ha comentado anteriormente, es la versión con el acabado fucsia en su reverso (Figura 3), como las conservadas en el Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona. Posee los mismos palos (oros, espadas, bastos y copas) que las barajas tradicionales, aunque aderezados con iconografías satíricas, identificadas a la perfección por la citada Carmen Linés, siguiendo las pistas de la publicación barcelonesa.

Figura 3. Reverso de las cartas.

En lo que respecta a los oros (Figura 4), salvo las figuras, se configuran mediante monedas deterioradas y de escaso valor, haciendo referencia a la situación de continua crisis de la nación, que incluso aparece, famélica, pidiendo limosna en forma de alegoría en el cuatro de oros (Figura 5).

Figura 4. Palo de oros.

Figura 5. Cuatro de oros.

En cuanto a las figuras, el as muestra a un militar amordazando a una alegoría de la libertad en forma de joven matrona, con una escarapela de fondo en la que campea el eslogan de la Revolución de 1868 “Viva España con honra” (Figura 6); la sota está representada por Salustiano Olózaga (1805-1873), otrora defensor de Isabel II y por entonces presidente del partido progresista y embajador en París, como se le representa (Figura 7).

Figura 6. As de oros.

Figura 7. Salustiano Olózaga.

El caballo, en este caso pollino, es el ministro de Hacienda Laureano Figuerola (1816-1903) tocando unos timbales, que aprovechó el Sexenio para modernizar la economía del país, acabando con el proteccionismo y apostando por la moneda única (Figura 8).

Figura 8. Laureano Figuerola.

Por último, el rey de oros es el duque de Montpensier (1824-1890), aspirante al trono que cayó en desgracia tras un duelo con el duque de Sevilla, y que probablemente financió el asesinato de Prim. Aparece ataviado como un bandido, pero oculto por el manto e insignias Reales, y con un cesto de naranjas a los pies haciendo referencia a su mote de “rey naranjero”, en atención los cultivos de cítricos que mantenía en sus tierras sevillanas (Figura 9).

Figura 9. Duque de Montpensier.

El palo de espadas (Figura 10) representa la influencia militar en la política española, independientemente del cambio teóricamente democrático que se había experimentado.

Figura 10. Palo de espadas.

El as simboliza la ruptura del cántaro del sufragio universal, presionado por la espada de la ley, circundado por elementos de artillería y coronado por la sentencia “estado de sitio” (Figura 11).

Figura 11. As de espadas.

La sota es Pascual Madoz (1806-1870), antiguo ministro de Hacienda durante el Bienio Progresista, que ataviado como militar porta un estandarte con los colores de la bandera en el que se lee “Viva el abuelo”, pues fue firme defensor de la candidatura de Espartero, quien en su día le había elevado a la categoría de ministro (Figura 12).

Figura 12. Pascual Madoz.

El caballo es Juan Prim (1814-1870) sobre un león famélico que representa la nación. De su bolsillo asoman figuras de reyezuelos y esconde a su espalda la corona, en relación con su actitud ocultista ante las Cortes (Figura 13).

Figura 13. Juan Prim.

Por último, el rey de espadas simboliza la monarquía incógnita, en forma de “X” sobre el trono, en el que campean los símbolos de la monarquía española (Figura 14).

Figura 14. La monarquía incógnita.

El de bastos (Figura 15) hace referencia, según Linés Viñuales, a “La partida de la porra”, grupos armados financiados por el gobierno que atacaban y amenazaban a los sectores de la oposición.

Figura 15. Palo de bastos.

El as simboliza el Antiguo Régimen y está aderezado con la leyenda “Absolutismo”, un estandarte de la Inquisición e instrumentos de tortura. En su parte inferior derecha se incluye un cangrejo que simboliza la regresión (Figura 16).

Figura 16. As de bastos.

En el cuatro de bastos se enfrentan los símbolos de los principales agentes del Sexenio: militares, republicanos, carlistas y monárquicos (Figura 17).

Figura 17. Cuatro de bastos.

La sota representa a Juan Bautista Topete (1821-1885), uno de los principales artífices de la revolución, que presentó su dimisión tras la elección de Amadeo de Saboya como rey, pues defendía la candidatura del duque de Montpensier. Aparece ataviado como almirante y con mirada melancólica (Figura 18).

Figura 18. Juan Bautista Topete.

El caballo representa a Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903), ministro de la Gobernación, que tuvo que enfrentarse a la gran inestabilidad derivada del incumplimiento de las promesas de la revolución, materializada en forma de toro bravo. Bajo él, el gorro frigio pisoteado simboliza las aspiraciones republicanas (Figura 19).

Figura 19. Práxedes Mateo Sagasta.

Finalmente, el rey de bastos es el pretendiente Carlos VII (1848-1909) en su versión más decrépita, portando escapulario, rosario y orejas de burro bajo una corona caduca. A modo de bastón de mando sujeta un parasol, y a sus pies figura una enorme calabaza que simboliza el fin de su idilio con la corona española. Dos años más tarde comenzaría la última de las guerras carlistas (Figura 20).

Figura 20. Don Carlos.

Por último, en el palo de copas (Figura 21) se representan pequeñas soperas en las que campean las prebendas y privilegios que se repartían los protagonistas del régimen advenedizo.

Figura 21. Palo de copas.

Entre ellas destaca el cuatro de copas, en el que figura un escudo con las armas de Castilla y el águila imperial, circundado de arreos militares totalmente descompuestos en referencia a la caduca vocación imperial de la nación (Figura 22).

Figura 22. Cuatro de copas.

En cuanto a las figuras, el as representa al regente Francisco Serrano (1810-1885), protagonista de “la Septembrina” junto a los anteriormente mencionados Prim y Topete, en la jaula de oro que suponía su regencia, que dejaba el poder en la presidencia (Figura 23).

Figura 23. Francisco Serrano.

La sota la representa Emilio Castelar (1832-1899), con gorro frigio y tocando, melancólico, un violín en una fiesta –de la monarquía– que no era la suya. Años más tarde alcanzó la presidencia de la república, siguiendo sus ideales unitarios y conservadores (Figura 24).

Figura 24. Emilio Castelar.

El caballo es Nicolás María Rivero (1814-1878), que ostentaría sucesivamente durante el Sexenio la alcaldía de Madrid, la presidencia del Congreso y el Ministerio de la Gobernación. Pertenecía al Partido Republicano Democrático Federal, que acabó apoyando la monarquía constitucional y traicionando sus ideales, y que, por tanto, fue objeto de copiosas críticas desde el ámbito republicano y de sus publicaciones de referencia, como la citada Campana de Gràcia. Entrado en carnes, monta una botella de vino, que camina sobre parras, y brinda con una copa en alusión a su supuesta afición por el morapio (Figura 25).

Figura 25. Nicolás María Rivero.

Por último, el rey de copas presenta al futuro Alfonso XII (1857-1885), erigiéndose sobre una montaña de cabezas decapitadas y con un patíbulo a sus espaldas. Porta una fusta, babero y atributos Reales, auto coronándose a modo napoleónico. En el emblema del palo figura la palabra “derechos”, en alusión a que Isabel II le había cedido sus derechos dinásticos ese mismo año (Figura 26).

Figura 26. Alfonso XII.

En lo que al origen de la baraja preservada en la colección navarra se refiere, proviene de los bienes de Antero Irazoqui y Echenique (1849-1919) (Figura 27) y se ha conservado en una pequeña caja de tarjetas de visita de su propiedad que data de 1896. Nacido en Vera de Bidasoa, disfrutó siempre de una distendida situación económica, pues se convirtió en heredero de su padre, Pablo Esteban de Irazoqui, rico comerciante muy bien relacionado con Bayona y Madrid. Ello probablemente posibilitó su formación en París, donde conoció a su, desde entonces, íntimo amigo Pablo Sarasate. Dicha formación cristalizó en su nombramiento como administrador supernumerario de la sucursal del Banco de España en Pamplona. Adscrito al Partido Liberal Conservador y buen amigo de Eduardo Dato, fue diputado en Cortes por la circunscripción de Pamplona, senador por Navarra y gobernador civil de Lérida, Gerona y Ciudad Real. Miembro fundador de la Asociación Santa Cecilia (1879), ostentó otros cargos culturales de interés, como la presidencia del Casino Principal de Pamplona (1910) o la tesorería de la Asociación Euskara de Navarra (1878), institución que abandonó junto con otros liberales, pues les disgustaba la dirección nacionalista que había tomado. Hombre de fuertes convicciones religiosas, fue muy apreciado en su localidad natal, a la que acudió en sus postrimerías, y en cuyo cementerio se halla enterrado.

Figura 27. Antero de Irazoqui en el Gobierno Civil de Ciudad Real.

De su dimensión política dan fe las siguientes palabras contenidas en una publicación de la época:

En política son hoy pocos, desgraciadamente, los hombres a quienes justamente se pueden hacer elogios, pero entre los más dignos debemos considerar a don Antero de Irazoqui, personalidad distinguidísima y político de mucho prestigio y arraigo. Milita en el partido conservador, del que es un gran elemento y donde es muy querido y apreciado por sus relevantes prendas, sus talentos y sus virtudes cívicas. En Navarra es muy popular y querido por todo el pueblo, y goza de buena posición social. Los intereses del pueblo navarro tienen en el Sr. Irazoqui su más entusiasta defensor y digno representante […]. Es el Sr. don Antero de Irazoqui hombre de ilustración vastísima, caballero noble y pundonoroso, de insólita honradez y activo y trabajador, por sus méritos indiscutibles hácese justamente acreedor a la pública estimación y general aprecio.

No es de extrañar que una personalidad política de tal calibre adquiriese e incorporase para su gabinete de curiosidades la baraja en la que, como se ha visto, figuraban caricaturizados algunos de sus contemporáneos, y que se expone aquí a modo de pieza del mes.


FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

Catálogo Online del Museo Fournier de Naipes de Álava, n.º de inventario: 44527. La Campana de Gracia, n.º 21 (1870).

BOZAL, V., La ilustración gráfica del siglo XIX en España, Madrid, Comunicación, 1979.

CHECA GODOY, A., El ejercicio de la libertad: La prensa española en el Sexenio Revolucionario, Madrid, Biblioteca Nueva, 2006.

FONTANALS I DEL CASTILLO, J., Recuerdo al artista Tomás Padró: tribútanle otros de los admiradores de su ingenio, Barcelona, Imprenta de Celestino Verdaguer, 1877.

LINÉS VIÑALES, C., Baraja de la Revolución, Madrid, Museo del Romanticismo, 2018.

OROBON, M. A., “Humor gráfico y democracia: algunas calas en la caricatura política en el Sexenio Democrático”, en Humor y política en el mundo hispánico contemporáneo, París, Université Paris X-Nanterre, 2006, pp. 9-20.

S/A., “Don Antero de Irazoqui”, en España parlamentaria (Congreso): Semblanzas de los señores que componen las Cortes elegidas el 19 de mayo de 1901, Madrid, Imprenta de Guzmán el Bueno, 1901, pp. 261-262.

SARRÀ, E. y SÁNCHEZ, P., Catàleg de la col·lecció de naips de l’Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona (1529-1988), Barcelona, Ayuntamiento de Barcelona, 2018, pp. 219-220.