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La pieza del mes de julio de 2024

UN EJEMPLO SINGULAR DE JOYERÍA CIVIL APLICADA A LAS IMÁGENES RELIGIOSAS. LAS MARIPOSAS DE LA VIRGEN DE LAS MARAVILLAS DE PAMPLONA

Ignacio Miguéliz Valcarlos
Museo Universidad de Navarra

La Virgen de las Maravillas conservada en el pamplonés convento de las Recoletas se constituye a lo largo de los siglos del Barroco y el XIX como una de las principales devociones de Pamplona, solo por detrás de la Virgen del Camino, venerada en su capilla de la iglesia de San Saturnino, y por delante de la Virgen del Sagrario de la catedral, devoción vinculada al obispo y canónigos catedralicios, y sobre todo de san Fermín, figura de mayor reconocimiento en Pamplona en nuestros días.

La imagen de la Virgen llegó al convento en 1655, de la mano de una visión que tuvieron fray Juan de Jesús y san Joaquín, hermano carmelita del convento de Carmelitas Descalzos, y a la sanación milagrosa de la madre Josefa de San Francisco, priora de las Recoletas. En dicha visión, el fraile carmelita presenció cómo la figura de la Virgen venía a recoger el alma de la priora recoleta, gravemente enferma, que sin embargo se recuperó. Posteriormente, el mismo fraile encontró una imagen de la Virgen igual a la de su visión, que se encontraba en mal estado en una casa particular y sobre la que pesaba una pequeña deuda. La priora de las Recoletas entregó la cantidad adeudada al hermano carmelita para que rescatase la imagen y la llevase al convento, donde fue acogida por las religiosas con gran devoción, llevándola a restaurar primero en Pamplona y posteriormente en Madrid, donde se le añadió la peana de nubes y querubines. Tras asignarle la advocación de Nuestra Señora de las Maravillas, la imagen fue colocada primero en clausura y posteriormente se trasladó a la iglesia en 1674, dispuesta a la adoración de los fieles, convirtiéndose pronto en una de las principales devociones pamplonesas. Gracias a esto la imagen recibió pronto cuantiosos regalos y legados, entre ellos, numerosas alhajas de oro, plata y pedrería.

La donación de este tipo de objetos a las imágenes de devoción va a ser habitual a lo largo del tiempo, llegando incluso hasta nuestros días. La entrega de una alhaja u otra donación reafirma el estatus y fortuna de la persona que la entrega, así como del linaje al que pertenece, adquiriendo de esta forma esas piezas, además de su valor económico, un valor de representación, y cuanto más elevado sea este, mayor resonancia tendrá su donación y fama alcanzará el donante. Del mismo modo, se persigue que la alhaja regalada le sea colocada a la sagrada imagen, ya que así adquiere un sentido casi taumatúrgico; la persona que haya legado la joya consigue de una forma empática situarse cerca de lo divino, al revestirse la sagrada imagen con el mismo objeto con el que se adorna ella.

Las joyas regaladas a Nuestra Señora se conservaban en el ajuar de la Virgen y se utilizaban bien de manera permanente o bien se reservaban para ser usadas en las principales festividades celebradas en el convento. La mayoría de las alhajas donadas a la Virgen desde su traslado a la iglesia en 1674 y a lo largo del siglo XVIII se perdieron en la Guerra de la Independencia contra los franceses (1808-1814), cuando las religiosas se vieron obligadas a vender parte de la plata y joyas de la Virgen para poder subsistir, ventas que se repitieron posteriormente de manera puntual. La mayoría de las piezas conservadas, que no son sino un pálido reflejo de lo que existió, son de carácter civil y vinculan las joyas usadas por la Virgen con la moda femenina del barroco. Entre ellas destacan una mariposa de oro, esmeraldas y esmaltes, y un conjunto de mariposas de plata, todas ellas datables en el último cuarto del siglo XVII.

La primera es una pieza de pequeñas dimensiones, con el cuerpo formado por cinco esmeraldas de diferente tamaño, talla cuadrada y rectangular engarzadas en oro y dispuestas en hilera. A la esmeralda superior, que actúa de cabeza, se adosan dos pequeños botones engarzados con diamantes talla tabla, que hacen de ojos, y dos hilos, a modo de antenas, rematados por sendas esmeraldas talla cuadrada; mientras, a la segunda esmeralda, que ejerce las funciones de tórax, se adosan sendas alas en cada lado de esmalte traslucido en color azul y amarillo, que presenta pequeñas perdidas, así como cuatro hilos de oro a manera de patas. Siguen tres esmeraldas más, talla cuadrada, en tamaño decreciente formando el abdomen. Entre la documentación conservada en el convento se recogen sendas noticias que podrían hacer referencia a esta pieza. En el inventario de alhajas de la Virgen de 1731 se incluye “Una mariposa de esmeraldas, una crucecita de esmeraldas y diamantes, unos pendientes de esmeraldas, y una cadenita de oro con una manecita esmaltada y sus chispas de diamantes las dejó D.ª María Bernarda de Echeverría”. Sin embargo, en un incremento de alhajas de la Virgen posterior a 1731 que completa dicho inventario figura “una mariposa pequeña esmaltada y guarnecida de esmeraldas y un papaganso de oro esmaltado y guarnecido de diamantes los dio D.ª M.ª Antonia de Ripalda”. La realización de joyas en forma de animal es una constante en la joyería española desde el siglo XVI, como podemos ver en los pinjantes en forma de sirena, león o cordero que existían en el mismo ajuar de la Virgen. En el caso de las mariposas, se añade el hecho de que en el último cuarto del siglo XVII se pusiesen de moda los adornos de cabeza en forma de insecto, como lo atestigua la condesa d’Aulnoy en la crónica de su viaje por España “y sobre la cabeza, peinada de distintos modos y siempre descubierta, muchas horquillas rematadas con moscas de diamantes o mariposas de rubíes y esmeraldas”.

La utilización de este tipo de joyas de carácter naturalista estuvo muy de moda en el último cuarto del siglo XVII, como podemos ver en los retratos femeninos de época de Felipe IV, Carlos II y Felipe V, obedeciendo también a esta tipología los denominados ‘airones’, ramos o ‘piochas’, alhaja que se colocaba en el pecho o en el cabello femenino. Estas piezas se articulaban en forma de bouquet floral, con un jarrón del que partían una serie de flores sobre las que se disponían pájaros o insectos engastados con pedrería y esmaltados, como podemos ver en el ejemplar conservado en el ajuar de Nuestra Señora del Sagrario de la catedral de Pamplona. Flores y animales se sujetaban al jarrón mediante alambres y muelles, que vibraban con el movimiento y hacían que la pedrería con la que estaban engastados centellease por efecto de la luz, a lo que había que sumar el rico colorido del esmalte que las recubría. Además del airón catedralicio ya mencionado, existe en Pamplona otra pieza de gran singularidad con este tipo de ornamentación, en este caso obra de carácter religioso pero con decoración siguiendo la moda femenina del momento: la mitra y báculo de san Fermín donados al Santo en 1766 por Felipe de Iriarte, indiano natural de Alcoz, en la Ulzama, y residente en México: “una rica mitra de plata sobre dorada con su báculo pastoral, adornada de flores de filigrana exquisita y variedad de piedras, tembleques de mariposas y alacrancillos dorados de rara belleza y peregrina hermosura”. Ambas piezas presentan una rica ornamentación de flores incisas y caladas, en filigrana de plata en su color y vidrios de colores, que se articula en torno a elementos vegetales y florales que simulan un rosal, sobre el que se disponen diferentes insectos, como mariposas y pequeños alacranes, estos últimos sobredorados. Varios de estos elementos se unen a la mitra mediante hilos y muelles, a modo de tembladeras o tembleques, tal y como los denomina Felipe de Iriarte.

La segunda pieza a estudiar es un conjunto de diez mariposas de plata en su color, piezas de poco volumen, con un carácter plano y frontal, con el perfil marcado. Se articulan por medio de un cuerpo en forma de punta de flecha que marca las diferentes partes del cuerpo mediante franjas curvas paralelas incisas, diferenciando cabeza triangular seguido de un cuerpo cónico que engloba el tórax y el abdomen, del que parten sendas alas convexas también articuladas por medio de líneas incisas. De la cabeza de las mariposas parte un vástago o púa rectangular para acoplar las mariposas en la corona. Se trata de piezas muy sencillas, pero muy vistosas, recortadas en chapa de plata, cuyos volúmenes se perfilan mediante franjas incisas tanto en el cuerpo cónico como en las alas. En la documentación conservada en el convento no hay noticias de estas mariposas, que se utilizan como adorno en la corona de la Virgen de las Maravillas, rematando sus potencias y soles, aunque sí aparecen ya representadas adornando la corona de la Nuestra Señora en una pintura barroca de mediados del siglo XVIII, a modo de trampantojo. La corona sobre la que colocan las mariposas es una pieza de mediados del siglo XVII, probablemente labrada por algún maestro local, a imitación de la que en Madrid había ejecutado el platero Francisco Gallo para la talla de la Inmaculada, imagen realizada en Madrid por Manuel Pereira en 1649 también para el convento de Agustinas Recoletas de Pamplona.

Como vemos, se trata de un conjunto de obras excepcionales de las que no conocemos equivalentes en ningún otro tesoro mariano y tampoco en colecciones civiles ni institucionales, siendo quizás la pieza más parecida una mariposa que forma parte de la decoración del colgante de un pectoral del ajuar de la Virgen de Gracia de Carmona. Se trata de una pieza con el tórax labrado en oro que presenta una esmeralda engastada en el tronco, con sendas alas en los costados de esmalte azul, amarillo, verde y miel. Otros insectos de tipo naturalista articulados por pedrería engastada de la misma época que las mariposas aquí estudiadas son una mariposa de diamantes engastada en el manto de la Madonna della Lettera de Mesina o la libélula de la colección Rothschild perteneciente al British Museum de Londres.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

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