La pieza del mes de marzo de 2024
UN ZURBARÁN MUY PAMPLONÉS. LA IMPORTANCIA DE LA COPIA EN LA FORMACIÓN ARTÍSTICA
Maite Dávila Mata
Era el año 1949 cuando dos jóvenes pamplonesas, Elena Goicoechea (Pamplona, 1922-2013) y Lourdes Unzu (Pamplona, 1924-2019), accedían al Museo Nacional del Prado una vez más. Tan solo unos años antes, motivadas, como tantos otros jóvenes navarros, por el maestro Javier Ciga, habían acudido a Madrid con la firme intención de continuar su formación artística. Tal y como significa Javier Azanza en su estudio sobre la labor de copia de las pintoras navarras, las salas del Prado serían parte esencial en este proceso de aprendizaje.
Aproximadamente unos trescientos años antes, un ya anciano Zurbarán colocaba, tal vez, en un alféizar una salvilla de peltre, sobre la que se sitúa un bernegal, de plata sobredorada, una alcarraza trianera, un búcaro de Indias y, por último, otra alcarraza blanca de Triana encima de otro plato de peltre, dispuestos de izquierda a derecha siguiendo la descripción que facilita la página web del Museo del Prado.
Bodegón con cacharros. Zurbarán, Francisco de
Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado
Este bodegón marcaría la historia del arte y se convertiría al poco tiempo en el epítome del bodegón español. Seña de la austeridad ligada a la vida conventual, tan presente en la obra del artista extremeño; alejado de los placeres mundanos representados no solamente en los bodegones flamencos, franceses o italianos puestos de moda en ese siglo XVII, sino de la obra de otros bodegonistas españoles como Hiepes, Pereda o Arellano. De hecho, lo particular reside en que no se trata de una naturaleza muerta, no hay nada perecedero en él, sino que más bien son elementos situados para ser observados, estudiados y analizados. Encontrar en ellos la quietud, capturar el paso del tiempo y emplazar a la contemplación.
En esa contemplación, Elena y Lourdes buscaron el conocimiento. Pese a contar ya con la alabanza de la crítica como bodegonista, Goicoechea no había sucumbido a los elogios recibidos por su exposición en Pamplona en 1947 en los salones de la Diputación Foral de Navarra y proseguía con sus ejercicios formativos en la capital madrileña. Al igual que Lourdes Unzu, que ya un par de años antes, en 1947, había reparado en esta obra para su estudio y lo volvería a hacer en mayo del año 1949. Del trabajo de copia de ambas artistas se conservan las piezas en colecciones privadas.
Bodegón con cacharros. Postal para copia
Archivo familiar Lourdes Unzu
Desde su fundación, el Museo del Prado expuso como su principal misión servir de ejemplo para la formación de nuevas generaciones, como se refleja en sucesivos reglamentos de la institución, mientras que la admiración de un glorioso pasado artístico no era sino algo residual dentro de sus actividades. Esto, pese a la actual degradación de la copia, nos cuenta de lo importante de esta acción para la formación de los artistas. De Elena Goicoechea se tiene constancia de una primera solicitud para copiar en el año 1943, cuando realizará dos copias, San Andrés de José de Ribera y Retrato de hombre de Anton van Dyck. Ambos artistas registran solicitudes de copia consecutivas, en el caso de Goicoechea con el n.º 93 y de Lourdes Unzu con el n.º 94, en octubre del año 1946, compartiendo domicilio en la calle Claudio Coello 51 y como avalista a Eduardo Chicharro, pintor que cultivó los llamados ‘géneros menores’, además del retrato, todo ello desde un gran sentido de lo decorativo, lo suntuoso y lo escenográfico. Llegará a ostentar cargos de dirección en importantes instituciones artísticas, destacando entre ellos el de Director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde también ejercerá labores docentes.
Para hacernos una idea de la importancia de la copia en la formación de los artistas, veamos cómo en apenas cuatros años estas jóvenes navarras exploran las posibilidades de aprendizaje brindadas por el Museo del Prado. Elena Goicoechea, además de en el año 1943, aparece en los Libros de copistas y en el Índice de pintores copiados del Museo del Prado en el año 1947, copiando La ermita de San Isidro en día de fiesta de Goya. Lourdes Unzu aparecería ya un año antes, en 1946, copiando El albañil borracho de Goya. Y en el año 1947 realizará copias del Bodegón con cacharros de Zurbarán y de La Virgen con el Niño de Alonso Cano. Este proceso de copia en paralelo de nuestras artistas, intuimos que motivadas por su avalista, se repetirá de igual forma en el año 1949, cuando ambas vuelven a copiar en el Prado. Goicoechea realizará entonces una copia de Bodegón con cacharros de Zurbarán y Unzu copiará La ermita de San Isidro en día de fiesta y La gallinita ciega de Goya, de nuevo el Bodegón con cacharros de Zurbarán y un retrato e Felipe IV (Felipe IV anciano) de Velázquez. En el caso de Lourdes Unzu, se extienden los registros de copias hasta el año 1951, siendo este además el más prolífico de la artista en cuanto a su labor de copista, con un total de 7 piezas: El pintor Francisco de Goya de Vicente López, El bufón el Primo de Velázquez, Retrato de caballero del Greco, La Dolorosa con las manos cerradas de Tiziano, La Dolorosa y La Inmaculada Concepción de Murillo y, por último, El Salvador de José de Ribera.
Entendiendo estas piezas dentro de estos ejercicios y siendo una imagen en la que reparan en más de una ocasión, estos bodegones toman una nueva dimensión al ponerlos bajo el prisma del ejercicio de copia. Veamos.
Bodegón con cacharros. Lourdes Unzu, 1947 o 1949
Colección privada.
Si se consulta cómo se debe teóricamente pintar un bodegón, la norma establece en primer lugar una fase de selección de elementos, a la que debe seguirle una de observación de ellos en individual y, posteriormente, en su conjunto, buscando en ellos y en su disposición un ritmo, una escala, una composición y una variedad atrayente. A todo ello debe seguirle la iluminación, que busque destacar aquello que interese de cada elemento.
Podemos imaginar a Zurbarán realizando este ejercicio, colocando cada elemento, tratándolo desde su individualidad, captando la esencia de cada uno de ellos, para, mediante la copia de los modelos, demostrar su capacidad de hacerse a las modas de los nuevos tiempos; en la línea de lo propuesto por Trinidad de Antonio: utilizando en definitiva esta pintura de la que se conservan dos ejemplares (Museo del Prado; Museu d’Art de Catalunya) como un ejercicio de entretenimiento o de entrenamiento en el que experimentar con la capacidad narrativa de elementos ordinarios y demostrando su audacia imitativa, su técnica y calidad. La maestría en el uso del claroscuro y la variedad de puntos de vista continúan hipnotizando al espectador.
Como otros muchos copistas que frecuentaban la pinacoteca madrileña, las jóvenes navarras encontraron en esta pieza un entrenamiento para su técnica pictórica. En la obra de Goicoechea la luz difumina los contornos jugando con la percepción de los objetos que ya no solo se nos muestran en diversas perspectivas, sino que se imbuyen en la irrealidad de una atmosfera propia. La obra de Unzu se mantiene fiel a la quietud del original, que nos sitúa ante un escaparate parado en el tiempo, tan magistral como para formar parte de una exposición colectiva en la que participó en el año 1948 organizada por el Ayuntamiento de Pamplona y en otra exposición individual del año 1951 en las Galerías Eugui en Pamplona. Difieren los tamaños, pero ni la composición ni la extraordinaria tactilidad de los cacharros varían en sus recreaciones. Al mostrar semejante habilidad para la copia, nos hace partícipes del paso firme con el que avanzaban en su formación, período clave de todo artista que merece y reclama mayor estudio.
Bodegón con cacharros. Elena Goicoechea, 1949
Colección privada.
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
ANTONIO, T. DE, “Floreros y bodegones españoles en el Museo del Prado 1600-1800”, en La belleza de lo real. Floreros y bodegones españoles en el Museo del Prado 1600-1800 (coms. Trinidad de Antonio Sáenz y Mercedes Orihuela Meso), Madrid, Museo del Prado, 1995, pp. 9-35.
AZANZA LÓPEZ, J. J., “El Museo del Prado en la formación de las pintoras navarras a través de los libros, registros e índices de copistas”, Ars Bilduma. Revista del Departamento de Historia del Arte y Música de la Universidad del País Vasco, 12, 2022, pp. 117-139.
“Exposición de pinturas en la Diputación. Una gran artista pamplonesa: Elena Goicoechea”, Diario de Navarra, 15-6-1947, pp. 1 y 6.
LUNA, J. J., El bodegón español en el Prado: de van der Hamen a Goya, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2008, pp. 82-83.
ZUBIAUR CARREÑO, F. J., “El maestro Ciga visto por sus discípulos”, Príncipe de Viana, 237, 2006, pp. 55-68.