La pieza del mes de noviembre de 2024
ALGUNAS VISTAS NAVARRAS DE DIDIER PETIT DE MEURVILLE
Eduardo Morales Solchaga
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
La Diputación Foral de Gipuzkoa cuenta con una página web cultural denominada “Álbum siglo XIX” que alberga una interesante colección de más de 4 000 ilustraciones pertenecientes a la citada institución, ubicadas en diferentes centros culturales dependientes de la misma. Navegando por ella se encuentran muchas imágenes relacionadas con Navarra y lo navarro, destacando por su plasticidad algunas de las acuarelas y dibujos relativos a localidades del territorio foral. Entre ellas figuran varias realizadas por un pintoresco personaje del siglo XIX, Didier Petit de Meurville, en las que merece la pena detenerse.
Aproximación biográfica
François-Didier Petit de Meurville (1793-1873) procedía de una familia de rancio abolengo y había nacido en la colonia francesa de Haití donde su padre, cónsul en aquellas latitudes, fue asesinado en la revolución de los esclavos de 1794. Su familia, arruinada, escapó a Baltimore (Maryland-Estados Unidos), donde se había creado una colonia de exiliados franceses. Diez años después regresaron a Francia, fijando su residencia en un inmueble del siglo XVII conocido como la Sablière, en Lyon.
Retrato de Didier Petit de Meurville
Petit de Meurville emprendió allí una manufactura de bordados y tapices conocida en Francia por la riqueza de sus telas y por la incorporación de la última tecnología del momento, el telar de Jacquard, que introducía la automatización mediante un sistema proto-informático de fichas perforadas. De sus telares salieron encargos para Carlos X y Luis Felipe de Orleáns, entre otros muchos personajes ilustres. A su vez, compaginó el negocio familiar con su faceta de coleccionista de obras de arte, llegando a acumular una considerable colección valorada en la ingente suma de 120 000 francos de la época y que fue publicada en forma de inventario en 1843. Su reputación como coleccionista le permitió participar de la intelectualidad del momento en los célebres salones y visitar las exhibiciones europeas más importantes.
Paralelamente, ayudó al pretendiente don Carlos María Isidro de Borbón y a sus seguidores, que no lo tenían nada fácil durante su exilio en Francia, convirtiendo la Sablière en lugar de encuentro para los principales líderes del movimiento tradicionalista, a los que tuvo ocasión de retratar en varias ocasiones. En atención a ello, el autoproclamado Carlos V le otorgó en 1845 el título de vizconde del Amparo, apadrinando también a uno de sus hijos.
Lamentablemente, los problemas financieros afectaron a sus negocios a partir de la década de los 40, viéndose obligado a vender buena parte de su colección para devolver un sustancioso préstamo hipotecario contraído en 1837. De todos modos, todo fue en vano, y para 1847 se encontraba arruinado y desahuciado, teniendo que recurrir a la ayuda de su madre.
Dicha situación, sumada a la proclamación de la Segunda República francesa, le animó a reorientar su carrera profesional –siguiendo la tradición familiar– hacia la diplomacia, siendo nombrado vicecónsul de Francia en Alicante en 1848. En paralelo a su labor de representación, Didier fue un apasionado de la pintura y del dibujo, con especial atención al paisaje y a la flora local guipuzcoana, de la que se conservan numerosos testimonios en lienzos y sobre todo en dibujos y acuarelas, muchos de ellos formando parte de álbumes. Junto a estos géneros, también cultivó el retrato en pequeño formato, normalmente sobre papel. Su figura se une a la de otros artistas extranjeros que, tras la Guerra de la Independencia y en las décadas posteriores, encontraron en España el modelo ideal de la pintura romántica por la peculiar belleza exótica de los vestigios antiguos y medievales conservados, sin dejar de lado la influencia andalusí en la zona levantina.
En junio de 1857 fue elevado a cónsul en San Sebastián, tras una mediación de Madame de Lamartine, esposa del ministro de negocios extranjeros, que se fundamentó en el estado de salud de la mujer de Petit de Meurville y en la necesidad de mayores emolumentos, pues tenían que mantener a doce hijos a su cargo. Tras el traslado, ejerció puntualmente dicha labor hasta su jubilación en 1872. Fue condecorado con la Orden de Carlos III de España por haber servido fielmente a la dinastía que antaño despreció, recibiendo también la Orden Nacional de Legión de Honor en atención a sus méritos extraordinarios en el desempeño de sus funciones civiles. Falleció un año después de su retiro, a causa de un ataque de apoplejía durante una estancia en Biarritz.
Su viaje a Pamplona
A finales de abril de 1858, se adentró en el territorio foral acompañado de su hijo Henri-Georges, que había sido nombrado vicecónsul en Pamplona y comenzaba una carrera diplomática que le llevaría a ostentar posteriormente el consulado general de Venezuela y a ejercer, también como cónsul, en Tampico (México). Su otro hijo, François-Xavier, siguiendo de nuevo la tradición familiar, también trabajó como vicecónsul en Torrevieja (Alicante).
Sea como fuere, Petit de Meurville “padre” realizó diferentes dibujos del trayecto desde San Sebastián en un pequeño cuaderno, preservándose íntegramente en manos particulares. Del camino, como él mismo indica, tomó dos vistas parciales desde el interior de dos poblaciones en la antigua carretera de San Sebastián. A pesar de que su caserío no es especialmente identificable, en el segundo de los casos indudablemente se trata de Lecumberri, ya que en un primer plano se observa la casa Astiztonea, de tres niveles y ático, con arco de medio punto en el acceso principal. Toda la parte central presenta el típico enmarque triangular en piedra de la zona de Larráun. Actualmente presenta modificaciones sustanciales, pues se ha suprimido el añadido lateral y se han sustituido las dos balconadas que aparecen en el dibujo por otras de nueva factura, ubicadas en el segundo piso a ambos lados del cuerpo central, ampliándose los vanos para ello. La puerta de la derecha también ha sido sustituida por una ventana de pequeñas dimensiones. Tras la casona se atisba el coronamiento de la torre de la parroquia de San Juan Baustista, elemento que ya no se puede apreciar desde ese emplazamiento en la actualidad, al haberse construido un edificio anejo al dibujado por el diplomático francés.
Vista de Lecumberri. N.º 2727.
Para el 28 de abril, como bien se aprecia en su cuaderno de notas, estaba ya en Pamplona, donde realizó dos dibujos a la pluma, acuarelados en tonos pardos y realzados con toques blancos, mediante gouache. La primera vista, tomada desde las cercanías del convento de San Pedro de la Rochapea, se centra casi exclusivamente en la trasera de la catedral, entre los baluartes de Labrit y del Redín. En un primer plano, y precediendo al perfil de la ciudad, aparece el puente medieval de San Pedro, el más antiguo de la capital, construido en el siglo XII posiblemente sobre el emplazamiento de un original romano. Recuerda mucho a una litografía anónima que acompañó a un artículo del Illustrated London News publicado en la anterior década dedicado a la prisión en la ciudadela del político progresista Salustiano de Olózaga.
Vista de la catedral de Pamplona desde el puente de San Pedro. N.º 2836.
Ese mismo día, y con la misma técnica y estilo, retrató una vista meridional de la capital precedida por la explanada que forma el glacis de la ciudadela y bajo la atenta mirada del monte de San Cristóbal. Son reconocibles –de izquierda a derecha– lo que parece ser el convento de agustinas recoletas, la vieja fachada torreada de la parroquia de San Lorenzo y la capilla de San Fermín, y las torres de San Saturnino y San Nicolás. En el extremo, y siguiendo el camino arbolado, se atisban –muy desdibujados– el portal de San Nicolás y la basílica de San Ignacio, asomándose detrás las torres de la catedral.
Vista meridional de Pamplona. N.º 2839.
La tercera vista, tomada probablemente durante la misma jornada y que resulta más interesante, es un dibujo al grafito realizado con mimo y esmero en el que se aprecia la ciudad de Pamplona desde el término entonces denominado de “Los cuatro caminos” (Ripa de Beloso), reflejándose también su recinto abaluartado y, a la izquierda, la ciudadela. Son reconocibles la catedral y las torres de las parroquiales de San Saturnino, San Nicolás y San Lorenzo. En un primer término también sitúa una escena romántica y popular que dota a la población de un genuino romanticismo. El Arga y los montes de la Cuenca acogen una composición que se convertirá en el horizonte preferido de la capital, no solo en el último tercio del siglo XIX, sino también durante buena parte de la siguiente centuria. De vuelta en San Sebastián, este bosquejo sirvió como base para una bellísima acuarela, un auténtico capricho en el que sus dotes como dibujante quedan claramente reflejadas.
Vista de Pamplona desde la Ripa de Beloso (apunte). N.º 2714.
Vista de Pamplona desde la Ripa de Beloso (acuarela). N.º 2896.
También debió de terminar en aquellos momentos y con el mismo estilo y técnica otra acuarela en la que se aprecia una vista de la cuesta de Santo Domingo, dominada por el antiguo hospital de Nuestra Señora de la Misericordia, fundación del siglo XVI y hoy en día sede del Museo de Navarra. Destaca su fachada renacentista en arco de triunfo que todavía hoy se conserva como acceso. En cambio, la capilla aneja presenta su antigua portada con forma de humilladero de ojivas góticas y cerrada por una sencilla cancela. Fue sustituida en 1934 por otra barroca en forma de retablo, procedente de la iglesia de la Soledad Puente la Reina. En el margen izquierdo se aprecia el acceso del portal de la Rochapea que fue eliminado en 1914 y, a lo lejos, sobre las faldas de San Cristóbal, se atisba el perfil de Artica. Pintorescos personajes amabilizan, al igual que en el ejemplo anterior, la composición.
Vista de la cuesta de Santo Domingo. Pamplona.
Ya de vuelta hacia San Sebastián y saliendo de la Cuenca, también retrató –el 30 de abril– el afamado e inconfundible desfiladero de Dos Hermanas, enclavadas en el término de Irurzun, al extremo de la sierra de Andía, y que conectan al sur con el valle del Araquil y al norte, con los de Larráun y Basaburúa Menor.
Paso de Dos Hermanas. N.º 2844.
Simultáneamente realizó un bosquejo titulado “Irurzun”, que realmente es el perfil de Sarasa y su caserío, asentado a las faldas del monte Ollarco, cuya orografía es también retratada al por menor. En la panorámica destaca por un lado el –hoy en día maltratado– palacio cabo de armería, de orígenes medievales, con su característica torre prismática adosada; y por el otro, la parroquia de San Martín, asentada sobre un promontorio y representativa del gótico rural tardío, aunque enmascarada por un pórtico dieciochesco de tres vanos articulado en dos niveles. Completan la escena, al igual que en el perfil de Pamplona, lugareños de toda condición. A su vuelta, sirviéndose de estos apuntes, realizó una pequeña acuarela a todo color, al igual que en el caso de Pamplona, en la que se emplea una técnica muy dinámica y cuidada.
Vista de Sarasa (apunte). N.º 2715.
Vista de Sarasa (acuarela). N.º 2894.
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
Álbum siglo XIX, web cultural de los fondos de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Los números de inventario de cada imagen están en el correspondiente pie de foto.
ALTUBE, F., Guipúzcoa-San Sebastián (1857-1873). Didier Petit de Meurville, San Sebastián, Fundación Kutxa, 1994.
AZANZA, J. J. y URRICELQUI, I. J., “La imagen de la catedral de Pamplona en las artes plásticas de los siglos XIX y XX”, en Cuadernos de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro, n.º 1 (2006), pp. 497-525.
DEHAN, M., Didier Petit de Meurville (1793-1873): suivi de l’histoire abrégée de la Sablière à Caluire-et-Cuire, Gleizé, Ediciones del Poutan, 2013.
MORALES, E., “La complicada constitución de los horizontes navarros durante el siglo XIX”, en La imagen visual de Navarra y sus gentes: de la Edad Media a los albores del siglo XX, Pamplona, Catedra de Patrimonio y Arte Navarro, 2022, pp. 41-50.
MORALES, E., “Pamplona. Visiones de una ciudad”, en La imagen visual de Navarra y sus gentes: de la Edad Media a los albores del siglo XX, Pamplona, Catedra de Patrimonio y Arte Navarro, 2022, pp. 31-50.
VV.AA., Alicante, paraje exótico. La mirada de Petit de Meurville (1793-1873), Alicante, Diputación de Alicante/MUBAG, 2021.