José Javier Azanza López y José Luis Molins Mugueta
Exequias reales del Regimiento pamplonés en la Edad Moderna.
Ceremonial funerario, arte efímero y emblemática.
Pamplona, Ayuntamiento de Pamplona, 2005, 310 p. : il.; 28 cms.
Resulta estimulante comprobar el vigor actual de los estudios sobre el arte y la arquitectura efímera renacentista y barroca en el ámbito hispánico, así como sobre su componente iconográfico fundamental, los emblemas y jeroglíficos. Resulta estimulante porque han pasado ya más de veinte años desde que un grupo de historiadores del Arte de la universidad española –y en menor medida también de historiadores de la Literatura y de la Edad Moderna-, brillantemente acompañados por colegas europeos hispanistas y colegas latinoamericanos, se volcaron en esta doble línea de investigación que hasta ese momento solo había interesado a algunos heroicos pioneros. Y pese a los más de veinte años transcurridos, todavía se siguen editando en la actualidad estudios tan interesantes y novedosos en sus aportaciones como el que me cabe el honor de presentar en estas breves líneas, Ceremonial funerario, arte efímero y emblemática. Las exequias reales del Regimiento pamplonés en la Edad Moderna, escrito por José Javier Azanza López y José Luis Molins Mugueta.
Desde el sólido conocimiento personal del arte efímero y la emblemática hispánica adquirido en numerosas reuniones científicas, y apoyándose oportunamente en las investigaciones de colegas que les han precedido, los autores de este libro, los autores han vuelto su mirada a un capítulo fundamental de la cultura simbólica del viejo reino de Navarra, las exequias reales del ayuntamiento pamplonés, integrando acertadamente sus tres manifestaciones esenciales: ceremonia, arte efímero y emblemática.
En el mejor de los casos, los estudiosos del arte efímero renacentista y barroco nos aproximamos a las arquitecturas festivas y a los jeroglíficos y emblemas que las decoraron a través de grabados, ya sean estampas sueltas o láminas incluidas en los libros. Más allá de las descripciones farragosas y los escasos grabados apenas hay nada, pues si bien el arte efímero no es tan provisional como se ha afirmado durante años, lo cierto es que no ha sobrevivido hasta nuestros días. Sin embargo, investigaciones recientes han podido recuperar algunos materiales artísticos de indudable valor, caso de jeroglíficos florentinos encargados por los Médicis para las exequias de Felipe II y Margarita de Austria, o la pira funeraria de Santa Prisca de Taxco (México). En España no tenemos constancia de ninguna serie conservada de jeroglíficos pintados para la decoración de estructuras efímeras barrocas. Con una excepción: las series navarras originales del siglo XVIII que en este libro se tratan. Ellas se unen ahora a las escasas piezas rescatadas en Europa y en América de lo que fue la gran cultura simbólica festiva de la Edad Moderna. Esta singularidad acrecienta el interés de este estudio.
El libro que nos ocupa se estructura en tres partes diferenciadas, aunque conectadas entre sí. En la primera parte, “Protocolo y etiqueta en las exequias reales” asistimos a la preparación de las honras fúnebres que nos permite visualizar una ciudad enlutada, Pamplona, en un reino enlutado, Navarra. Azanza y Molins analizan los aspectos organizativos, económicos y protocolarios a que dan lugar las ceremonias luctuosas, a partir del Libro de Ceremonial conservado en el Archivo Municipal de la ciudad. Como explican los autores, el ceremonial funerario en las exequias reales apenas varía en Pamplona entre los funerales de Felipe II en 1598 y Fernando VII en 1833. El modelo siempre es el festejo previo, la primera disposición de los comisarios de honras es comprobar qué se hizo en las exequias precedentes –relaciones impresas y libros de actas y acuerdos-. De esta forma, la fiesta se mira a sí misma, se copia, perpetuando modelos a lo largo de la cultura barroca.
La segunda parte se titula “El túmulo, centro del gran teatro de la muerte”. En ella se estudia la gran máquina efímera que se levanta en el escenario mortuorio y constituye el elemento esencial de las exequias: el túmulo, catafalco o capelardente. A él se dirigen todas las miradas, no sólo por su espectacularidad y por sus valores artísticos, sino, sobre todo, porque en el túmulo se hace presente el rey a sus súbditos. La tumba vacía sobre la que descansan los símbolos del poder –el cetro y la corona- y los poemas, jeroglíficos, pinturas y esculturas que le rodean permiten el milagro de la regiofania. Durante las exequias el rey difunto está en el catafalco, y desde allí contempla el respeto y la devoción de sus súbditos. Pero no es el rey en realidad, sino la dinastía, la casa reinante, la institución monárquica la que recibe en el catafalco las manifestaciones de dolor de los súbditos leales.
Los catafalcos se reutilizaban habitualmente en la mayoría de ciudades y villas para las exequias de los sucesivos reyes y reinas. Lo mismo sucede en Pamplona, y sólo se sustituía la estructura cuando ésta amenazaba ruina. Pero en Pamplona sabemos incluso algo más, dónde se guardaban las piezas del túmulo una vez desmontado: en el siglo XVI en la planta baja de la Sala Preciosa de la Catedral, durante los siglos XVII y XVIII en una lonja particular y en la lonja del peso de la harina; y en el XIX en una de las aulas de los Estudios de Latinidad.
El análisis del túmulo es doble: arquitectónico e iconográfico. Por eso también se repara en las decoraciones simbólicas, en las que ocupa un destacado papel el jeroglífico. La conservación de un centenar de jeroglíficos originales navarros nos ha permitido conocer datos esenciales sobre el diseño de estas composiciones, que hasta el momento prácticamente desconocíamos, como por ejemplo el material de que están hechos o las medidas que eran habituales. Sí que conocíamos en muchos casos sus ubicaciones en el túmulo, pero también resulta interesante constatar como éstas aparecían indicadas en el reverso de los jeroglíficos, cosa que hasta ahora ignorábamos. Como era habitual en toda la península, también en Pamplona los mentores de jeroglíficos fueron fundamentalmente eclesiásticos y juristas locales.
Precisamente, el jeroglífico será el asunto fundamental de la tercera parte del libro, “Emblemática y jeroglíficos en las exequias reales pamplonesas”. Cuatro series borbónicas ocupan el interés de los autores: los jeroglíficos compuestos para las exequias de Felipe V (1746), Bárbara de Braganza (1758), Isabel de Farnesio (1766) y Carlos III (1789). En la mayoría resulta fácil rastrear su inspiración en la literatura emblemática y en los repertorios de autores como Alciato, Ripa, Cramer, Borja, Juan de Horozco, Sebastián de Covarrubias, Saavedra Fajardo y otros.
La singularidad del reino de Navarra, independiente hasta 1512 e incorporado por las armas a la Corona de Castilla provocó “la delicada situación del siglo XVI, la tensión e inestabilidad del XVII, y la siempre peligrosa aparente calma del XVIII”. Éste es el contexto político, como explican los autores, en que debe inscribirse y entenderse el mensaje que las autoridades municipales del Reino intentan trasmitir en las ceremonias fúnebres. La abundancia de jeroglíficos en las diversas series donde se manifiesta el dolor de Navarra por la muerte de sus reyes obedece paradójicamente a dos motivaciones opuestas: la necesidad política de representar la lealtad de este territorio a sus monarcas borbones y la de mantener la identidad del antiguo reino navarro. El dolor de los súbditos es un tema frecuente en todas las latitudes de los dominios de la monarquía hispánica, desde Nápoles al Perú, pero se repite con inusual insistencia en las series realizadas en Pamplona a través de diversas imágenes: la alegoría de la ciudad, el león del escudo de armas local, el río Arga o directamente, la multitud de vecinos que se deshacen en llanto y proclaman su dolor. Estas manifestaciones de lealtad son promovidas desde el Regimiento de Pamplona. Sin embargo la realidad histórica de Navarra persiste. Nos encontramos ante un reino pequeño integrado en un gran imperio. Los reyes de Navarra son ahora reyes distantes que viven en una corte lejana. Pero la distancia o el desconocimiento no fue obstáculo para que los súbditos americanos expresaran su afecto por sus monarcas hispanos y que a través del arte los sintieran próximos, y tampoco lo será con los súbditos navarros.
Las exequias regias constituyen, como descubrirá el lector en este libro, un eficaz instrumento de propaganda que, combinando arquitectura, ritual e imágenes simbólicas, deviene en un artificio persuasivo, un ilusionismo que obra el prodigio de materializar a los reyes ausentes y aproximarlos a sus súbditos en el momento más crítico de la institución monárquica: la hora del relevo en el trono.
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Vïctor Mínguez Cornelles
Universitat Jaume I de Castellón