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El amor a los sacerdotes diocesanos en Josemaría Escrivá de Balaguer

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Uno de los rasgos que más me ha sorprendido al acercarme a la biografía de Josemaría Escrivá es su fortísima preocupación por los sacerdotes. Algo que ya se aprecia desde su estancia en el seminario y que mantendrá hasta el final, cuando en los años setenta del siglo XX mantuvo por España y otros países encuentros multitudinarios: algunos, específicamente, con sacerdotes diocesanos. 

Ese notable interés por los sacerdotes (que mostró igualmente por personas de toda condición) tuvo dos motores. Uno fue su carácter abierto y expansivo, su gran facilidad para cultivar la amistad: sus primeros grandes amigos fueron algunos de sus condiscípulos del seminario, otros sacerdotes que encuentra en Zaragoza (como José Pou de Foxá), en Madrid (como Pedro Cantero, Casimiro, Morcillo, José María Bueno Monreal) y después en Roma. El segundo motor será el sentirse convocado por Dios para difundir entre personas de toda condición –incluidos sacerdotes diocesanos– ese mensaje del Opus Dei que empieza a difundir en 1928, cuyo núcleo es el encuentro con Dios en las actividades cotidianas. Ambos hechos –un carácter abierto a los demás y la difusión de un mensaje que viene de Dios– se alían al servicio de una tarea muy necesaria en la Iglesia de entonces y que hoy es aún imprescindible, como es la atención y el cuidado del clero. 

Su preocupación por los demás condiscípulos se advierte en el joven Josemaría en el seminario de San Carlos, en Zaragoza. El arzobispo de la ciudad (el cardenal Soldevila) le nombró en 1922 inspector de los seminaristas que estudiaban teología. Ese encargo le permitió interesarse y preocuparse por aspectos cotidianos de sus compañeros como el orden, la disciplina y el estudio. No fue algo aislado, pues después procuró ayudar de modo bien concreto a varios sacerdotes, y no solo mediante pequeños favores propios de la amistad. Así, en los años republicanos, intentó que volviese al ministerio sacerdotal un condiscípulo, sin lograrlo; sí que consiguió reconciliar con su obispo y su diócesis a un sacerdote de León que deseaba abandonar el sacerdocio, que se reintegró al ejercicio del ministerio.

Sin duda, el evento que potencia de un modo fortísimo esta preocupación connatural por los demás sacerdotes será la luz de octubre de 1928 para difundir un mensaje de santidad mediante una institución, a la que después llamará Opus Dei. Al entender que esa fundación también se dirige a sacerdotes diocesanos, Josemaría Escrivá buscó en Madrid a otros –en gran medida, clérigos extradiocesanos, como él, llegados al Madrid de los años 20 y 30 en busca de mejores oportunidades de vida– para comunicarles ese mensaje de la santidad en lo cotidiano, para rezar juntos, para cooperar en la expansión de ese joven Opus Dei. De ahí que la presencia de sacerdotes diocesanos en el Opus Dei no sea algo periférico y secundario, sino un hecho que en la mente del joven fundador bebía directamente de aquella luz recibida muy poquito tiempo atrás, en el año 28. Aunque buena parte de ese grupo de sacerdotes no captó el mensaje del Opus Dei, su amistad y trato con ellos no cesó. Tal “fracaso” no le alejó de los sacerdotes diocesanos, con quienes sentía unos fuertes lazos de hermandad. Más bien, le impulsó a buscar caminos de encuentro con ellos durante la guerra y la posguerra civil españolas.

Entre 1938 y 1942 predicó muchos ejercicios espirituales a bastantes cientos de curas diocesanos, en varias diócesis de España. Así conoció de primerísima mano las virtudes y defectos, los retos y expectativas, las ilusiones y los fracasos del clero diocesano, por quien se desvió en aquellos difíciles momentos. Su palabra a todos y sus charlas con ellos le muestran como uno de los pioneros españoles de la renovación sacerdotal, por la que suspiraban figuras como Rufino Aldabalde, Joaquín Goicoecheaundía, Baldomero Jiménez Duque, Antonio Rodilla, José María García, Lahiguera… Todos ellos se unen a los muchos pastores (papas, obispos y sacerdotes) que han mostrado una extraordinaria preocupación por la santidad y el bienestar del clero diocesano, en las décadas centrales del siglo XX. Todos han contribuido a que se tome conciencia de la importancia del cuidado a los presbiterios diocesanos, como también subrayará el concilio Vaticano II en Presbyterorum ordinis.

La ordenación de los primeros sacerdotes numerarios, que se incardinan desde 1944 en la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz, no interrumpe su atención por el clero diocesano. De hecho, aprobado el Opus Dei como un instituto secular en 1947, y creyendo que la Obra estaba suficientemente consolidada, sopesó abandonarla y fundar para los sacerdotes diocesanos una institución propia. Algo que finalmente no ocurrió porque la Santa Sede autorizó en 1950 la vinculación de sacerdotes diocesanos al Opus Dei. 

Su preocupación por ellos siguió siendo muy viva. Así, formó en Roma a los candidatos al sacerdocio del Opus Dei, numerarios que después llevaron el mensaje de la Obra al clero diocesano y a tantísimas personas. Igualmente, respaldó la convocatoria de Pío XII para evangelizar territorios escasos de clero, cuando en 1957 nació la prelatura de Yauyos, a la que fueron sacerdotes diocesanos de Opus Dei con el permiso de sus respectivos obispos. Puso igualmente en marcha iniciativas de carácter intelectual para mejorar su formación, como la creación en 1959 del Instituto de Derecho canónico en la Universidad de Navarra, donde también nació a finales de los años 60 una facultad de teología. Además, se reunió a lo largo de distintos años con grupos de sacerdotes en España, Italia y Portugal, para fortalecer el sentido netamente cristológico de su identidad y su misión, cuestionados fuertemente durante el postconcilio.

En gran medida, su principal contribución práctica al clero diocesano se ha vehiculado a través de los sacerdotes numerarios, pues estos son quienes comunican el mensaje del Opus Dei al clero diocesano de muchos países. Alentados por el ejemplo y las enseñanzas del fundador, esos numerarios se han acercado al clero en muchas diócesis para ofrecerles ayuda espiritual mediante una fraternidad sacerdotal que estrecha lazos, encuentra momentos para compartir, ofrece recursos para superar posibles dificultades en el itinerario sacerdotal, alienta la obediencia al propio obispo y brinda un sentido positivo de la vida cristiana, útil para ellos y para las ovejas que pastorean. 

En definitiva, la apertura del Opus Dei al clero diocesano que deseó Josemaría Escrivá aspira a potenciar la identidad y la misión del sacerdote, al servicio de la Iglesia y del pueblo de Dios.

Santiago Martínez es profesor e investigador en la Universidad de Navarra y dirige el Centro de Estudios Josemaría Escrivá, en esa universidad