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El corazón universitario de san Josemaría

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San Josemaría desarrolló su pasión por la universidad durante su etapa de estudiante en derecho y teología en Zaragoza (1923-1927), y de doctorado en Madrid (1927-1939), interrumpido por la Guerra Civil. Desde entonces y hasta su fallecimiento en 1975, mantuvo una fuerte conexión con el ámbito universitario, sobre todo como protagonista y promotor de iniciativas académicas de largo alcance. No sorprende que se describiera a sí mismo como un universitario que amaba apasionadamente el entorno académico.

Siguiendo la influencia de destacados pensadores cristianos como Alberto Magno, Tomás de Aquino, el Maestro Eckhart, Ignacio de Loyola, el Cardenal Cisneros, John Henry Newman y Edith Stein, entre otros, san Josemaría percibió la universidad como un verdadero motor de cambio en la sociedad y la cultura. 

La institución universitaria es fundamental para comprender eventos y cambios históricos significativos como la misma Edad Media, la expansión de la Reforma protestante por Europa, la Escuela de Salamanca y el desarrollo cultural de las Américas mediante la creación de importantes universidades como la de San Marcos en Lima y la Pontificia de Chile. Durante su vida, san Josemaría fue testigo del impacto del movimiento estudiantil de 1968. Además, tuvo la oportunidad de observar de cerca la relevante participación e influencia de académicos franceses y alemanes en la elaboración de los documentos del Concilio Vaticano II, como Henri de Lubac, Karl Rahner y Yves Congar.

Impulsor de iniciativas universitarias

San Josemaría concebía la universidad como una institución de larga tradición, profundamente arraigada en valores cristianos, con un notable potencial evangelizador. Creía que la universidad debía generar conocimiento e innovación, fusionar tradición y modernidad, contribuir a la resolución de problemas sociales, fomentar el desarrollo humano, y purificar la fe con la razón, al tiempo que abría la razón hacia la trascendencia. Las grandes ideas que han movido el mundo han surgido tantas veces en las universidades, en el silencio de sus bibliotecas y el fervor de sus discusiones académicas. "Como en la parábola evangélica, la levadura ha de operar sin descanso, informando una masa en constante renovación", afirmó san Josemaría (Discurso de 21.10.1960).

No obstante, Escrivá no fue un universitario convencional. Se doctoró, sí, en derecho civil y más tarde en teología en Roma, dejando claro a sus hijos la importancia de la formación académica. Fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Zaragoza. Pero, aunque en algún momento consideró opositar a cátedras, rechazó la idea al igual que cualquier otra posibilidad que no estuviera alineada con la misión que el Señor le había encomendado el 2 de octubre de 1928: su compromiso fundacional no conocía concesiones, ni condiciones.

Con todo, su amor por la universidad le llevó a alentar a numerosos jóvenes doctores a obtener cátedras universitarias. Uno de ellos fue mi querido maestro Álvaro d’Ors, quien, al poco de conocer a san Josemaría, le expresó su inseguridad sobre presentarse a oposiciones. Y fue Escrivá quien le insistió en que lo hiciera. Este consejo resultó fundamental para que d’Ors se presentara y superara las pruebas y tomara posesión como catedrático de derecho romano de la Universidad de Granada en 1943. 

Como un emprendedor excepcional y valiente, san Josemaría se convirtió en un impulsor infatigable de numerosas instituciones universitarias. En Madrid, participó en la creación de las Academias DYA y Ferraz antes de la Guerra Civil, y de la residencia Jenner, el Colegio Mayor Moncloa, la residencia Zurbarán y otras después de la contienda. Al trasladarse a Roma en 1946, erigió e impulsó el Colegio Romano de la Santa Cruz, para hombres, y del Colegio de Santa María, para mujeres. También sentó las bases para que su sucesor, Álvaro del Portillo, iniciara lo que hoy es la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

En 1961, san Josemaría promovió la fundación del Strathmore College en Nairobi, que se convirtió en la primera universidad multirracial y multirreligiosa de Kenia. También inspiró la creación de la Universidad de Piura en Perú, de la que fue Gran Canciller desde su inicio en 1969 hasta su fallecimiento. Sin embargo, la joya de la corona es la Universidad de Navarra, que fundó en 1952 y de la que fue el primer Gran Canciller a partir de 1960. 

Esta universidad ha ocupado un lugar muy especial en su vida, hasta el extremo de comentar, en alguna ocasión, su deseo de que, tras su fallecimiento, su corazón reposara junto a la ermita de la Virgen Madre del Amor Hermoso, que preside el campus y que él donó a la institución en 1966. Además, san Josemaría eligió pronunciar su homilía más emblemática, Amar al mundo apasionadamente, de 1967, en la explanada de la biblioteca del campus de esta universidad, en su sede central de Pamplona, en plena conexión con el silencio de la ciencia, el clamor del mundo y el susurro de la naturaleza.

Los pilares de la universidad

La visión de san Josemaría sobre la universidad, especialmente expresada en sus discursos como Gran Canciller de la Universidad de Navarra, se fundamenta en cuatro pilares esenciales.

En primer lugar, destaca su compromiso inquebrantable con la búsqueda de la verdad. San Josemaría nunca tuvo miedo a la verdad, ya que, como afirmó Jesucristo, "la verdad os hará libres" (Juan 8:32). Por esta razón, promovió un entorno propicio para el pensamiento crítico y la investigación, que permitiera una comprensión más profunda del mundo y el contexto social que nos rodea.

El segundo pilar es su amor a la libertad. San Josemaría afirmaba que sin libertad no se podía amar. Libertad y amor son interdependientes, como el huevo y la gallina; una libertad que no conduce al amor no es verdadera libertad. Asimismo, un amor que no es libre resulta ser una mera caricatura del amor. Este amor por la libertad conlleva un riesgo que toda sociedad debe asumir y exige un profundo respeto por la dignidad humana y la autonomía de cada individuo. Así, para San Josemaría, la universidad era el lugar donde realmente se aprende a ser libres.

El tercer pilar es la formación integral, que abarca no solo lo académico, sino también lo moral y espiritual. Esta formación integral invita a la interdisciplinariedad académica y exige una metodología de trabajo multidimensional, que se sirve tanto de la luz de la fe como del razonamiento lógico para enriquecer el conocimiento humano. Por ello, no sorprende que, con el tiempo, la Universidad de Navarra haya construido y desarrollado un museo universitario de excelente calidad artística con el fin de fomentar la capacidad contemplativa de los estudiantes, complementando así la formación argumentativa que reciben en las aulas.

Finalmente, y quizás el aspecto más significativo, es que san Josemaría veía la universidad como un lugar de encuentro entre profesores y alumnos, pero, sobre todo, como un espacio para el encuentro con Dios. La mesa de trabajo en la biblioteca o el laboratorio se convertían de esta forma en verdaderos altares donde se ofrece a Dios Omnisciente un conocimiento finito, propio de sus hijos, y una obra bien hecha al servicio de la sociedad. Así, la labor universitaria, para san Josemaría, podía y debía divinizarse y convertirse también en opus Dei. Aquí radicaba el verdadero fundamento de su corazón universitario.

Rafael Domingo Oslé es catedrático de Derecho romano y titular de la Cátedra Álvaro d’Ors de la Universidad de Navarra.