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Los años de seminario y de ordenación de san Josemaría

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Este año se cumple el centenario de la ordenación sacerdotal de san Josemaría. En 1925, tenía 23 años. A pesar de su juventud, había vivido ya muchos sucesos que le habían dejado una huella indeleble. Nacido en 1902 en Barbastro, en el norte de Aragón, Josemaría pasó sus primeros diez años en un ambiente sereno, alegre y cristiano. En cambio, en torno a 1912 —año de su primera comunión— la muerte llegó a su casa. En poco tiempo, tres hermanas fallecieron por diversas enfermedades infantiles, comunes en la época. Además, el negocio de su padre entró en bancarrota y la familia se tuvo que trasladar a la ciudad de Logroño.

La llegada a Logroño resultó difícil para el joven Josemaría. A la habitual rebeldía de la adolescencia se unió el interrogante por el motivo del sufrimiento de sus padres. Y fue en medio de esta crisis cuando Josemaría recibió la llamada al sacerdocio. Como recordaba él mismo, ocurrió de repente, a la vista de unos carmelitas descalzos que andaban sobre la nieve. El joven comenzó la dirección espiritual con un carmelita y adoptó prácticas cristianas como la Misa y comunión diarias, confesión frecuente, penitencias y oración personal. Muy pronto, el religioso le planteó la vocación religiosa. Escrivá meditó esa propuesta e incluso pensó que su nombre de religión sería Amador de Jesús Sacramentado. Finalmente, resolvió que Dios lo llamaba a ser sacerdote secular, diocesano. Se lo comunicó a su padre, quien le preguntó si lo había considerado con detenimiento: “Es muy duro no tener casa, no tener hogar, no tener un amor en la tierra; ¿has pensado en el sacrificio que supone la vocación de sacerdote?”. Josemaría replicó: “Solo he pensado, lo mismo que tú cuando te casaste, en el amor”. Su padre aceptó la respuesta y le aconsejó que, además de Teología, hiciese una carrera civil. José María decidió cursar Derecho.

Ahora bien, Josemaría sabía que ser sacerdote era solo un parte de su llamada. Había algo más que, por el momento, estaba oculto. Luego diría que vivió durante una década —de 1918 a 1928— un tiempo de barruntos, es decir, de presentimientos de que Dios le pedía algo más que le era desconocido.

Ingresó al seminario de Logroño en 1918, a los 16 años, una edad tardía frente a los seminaristas que comenzaban en el menor. Allí estuvo dos años, tiempo en el que nació su hermano pequeño, Santiago. Josemaría consideró que había sido una caricia de Dios porque había rezado para que sus padres tuviesen un hijo y, de este modo, paliar su ausencia al irse de casa.

Luego, pasó un lustro en el seminario en Zaragoza, de 1920 a 1925. Recibió la clásica formación de la época, basada en la formación humana, que se concretaba en el cumplimiento del reglamento; la formación espiritual, con las prácticas de vida cristiana; y el estudio de las asignaturas de Teología. Sabemos que en 1921 sufrió una crisis vocacional, cuando el rector del seminario le planteó no seguir adelante con el sacerdocio porque había recibido informes negativos por parte de un inspector del seminario, que lo tachaba de presuntuoso. Después de un tiempo de discernimiento y de acompañamiento espiritual, Josemaría se reafirmó su llamada y el rector le mantuvo la confianza.

En el año 1923, Josemaría acabó Teología y comenzó la carrera de Derecho. En ese momento pensaba ser catedrático de Derecho Canónico o de Derecho Romano, puestos ocupados a veces por sacerdotes.

La vida interior de Josemaría creció en la etapa del seminario. Sentía que el corazón se le ensanchaba en sus ratos de oración. Dijo luego que “era algo tan hermoso como enamorarse”. Más que una fundación, los barruntos de algo futuro le facilitaron el desarrollo de un trato íntimo con Jesucristo: “comencé a barruntar el Amor, a darme cuenta de que el corazón me pedía algo grande y que fuese amor”. Y, para reforzar su oración, acudía a diario a pedir la intercesión de Santa María en la Basílica de Nuestra Señora del Pilar.

El 14 de junio de 1924 recibió la primera ordenación, como subdiácono, junto con otros compañeros. Pasó el verano en casa de sus padres, en Logroño, y se incorporó de nuevo al seminario en octubre. Poco después, el 27 de noviembre, su padre falleció por una hemorragia. Josemaría sufrió el tremendo golpe de la muerte y se planteó no recibir el ministerio sacerdotal. Pero, como ya había sido ordenado como subdiácono, resolvió fiarse de Dios y seguir adelante. El 20 de diciembre recibió la ordenación de diácono.

Al acabar la Navidad, trasladó a su madre y a sus hermanos a un pequeño apartamento en Zaragoza. Y el 28 de marzo, el obispo Miguel de los Santos Díaz Gómara le ordenó sacerdote. Dos días más tarde, Josemaría Escrivá ofició su primera Misa en la Santa Capilla de Nuestra Señora del Pilar acompañado por su madre, hermanos y unos pocos familiares. La ofreció por su padre, apenas fallecido.

Tras una breve estancia en el pueblo de Perdiguera para sustituir a un párroco enfermo, Josemaría continuó los dos años siguientes en Zaragoza. Fue capellán de una iglesia de jesuitas y colaboró con una actividad de voluntariado en una barriada pobre de las afueras de la ciudad. A lo largo de este camino, Escrivá mantuvo una espiritualidad profunda, reflejada en sus escritos y oraciones. Sus barruntos —intuiciones de una misión mayor— se entrelazaban con su entrega a Jesucristo y a María.

En marzo de 1927 acabó la carrera de Derecho y se fue a Madrid, acompañado de su familia, para realizar el doctorado. En la capital española iba a encontrar respuesta a los barruntos. El 2 de octubre de 1928, mientras realizaba unos ejercicios espirituales, entendió que Dios le llamaba a recordar al mundo que los laicos y los sacerdotes seculares están convocados a la santidad. Ese día se fundó el Opus Dei.

José Luis González Gullón es miembro del Instituto Histórico San Josemaría Escrivá