San Josemaría Escrivá en 1902-1936
Época de Barbastro y Logroño
Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás nació en Barbastro (Huesca, España) el 9 de enero de 1902. Su familia entronca, por ambas ramas, con la tradición cultural y cristiana de España, así como con la personalidad y las tradiciones de Aragón. Sus padres fueron José Escrivá y Corzán y María de los Dolores Albás y Blanc. De ellos recibió un claro ejemplo de fe y de piedad. En Barbastro fue bautizado y allí completó su iniciación cristiana. Fue alumno del Colegio de los padres Escolapios de Barbastro, donde cursó la enseñanza primaria y comenzó los estudios de Bachillerato, que terminó en el Instituto Nacional de Logroño. A esta ciudad se había trasladado la familia en 1915.
José Escrivá y Dolores Albás tuvieron una primera hija, Carmen (nacida en 1899), a la que siguió Josemaría y luego otras tres hermanas. Los inicios de la década de 1910 fueron un periodo de prueba para la familia, al fallecer las tres hijas menores y sufrir un duro revés económico que provocó la marcha desde Aragón a la cercana Rioja. Todo ello dejó huella en Josemaría, pero no agrió su carácter.
Siguió siendo un joven espontáneo y abierto, que proseguía con aplicación sus estudios. Con 16 años, al contemplar las huellas dejadas por un carmelita descalzo al caminar por las calles nevadas de Logroño, en un día de un crudo invierno, sintió como un aldabonazo en su alma.
Comenzó entonces a sentir que Dios quería algo de él. Pero no sabía qué era. Así que decidió abandonar el proyecto de estudiar Arquitectura para hacerse sacerdote. Estaba persuadido de que así estaría disponible del todo para lo que Dios quisiera de él. Siguió un largo periodo de fe y de oración intensas. Repitió durante años: "¡Señor, que vea! ¡Señor, que sea! ¡Señora, que sea!". Eran unas jaculatorias que mostraban su vida de oración confiada y su firme determinación de hacer lo que Dios quisiera.
Preguntas de interés
Depende de las épocas. En 1902, cuando nació San Josemaría, su padre, José Escrivá, era copropietario en Barbastro —una pequeña localidad de Aragón, en el nordeste de España— de un negocio de tejidos llamado "Juncosa y Escrivá".
La familia se encontraba en una situación económica desahogada, propia de la clase media de aquel tiempo, relativamente acomodada. Esa situación cambió en 1912, con la amenaza de la quiebra del negocio, y se hizo particularmente crítica tras la liquidación del establecimiento en 1915.
A partir de entonces y durante varias décadas —hasta bien pasada la guerra civil— los Escrivá atravesaron serias carencias económicas, agravadas por la muerte de don José Escrivá en Logroño en el año 1924.
Aquel fallecimiento convirtió al joven Josemaría —que todavía no había sido ordenado sacerdote— en cabeza de familia; y quedaron a su cargo su madre —Dolores Albás—, su hermana mayor Carmen y su hermano pequeño Santiago, que tenía entonces cinco años.
Las penalidades y agobios materiales —que los Escrivá procuraron sobrellevar con dignidad—, se reflejan bien en los escritos del joven Fundador.
Para conocer el contexto socioeconómico y cultural:
—IBARRA BENLLOCH, M., El primer año de vida de Josemaría Escrivá, en «Cuadernos del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer», vol. VI (2002), Universidad de Navarra, pp. 37-74.
—GARRIDO, M.,Barbastro y el Beato Josemaría Escrivá, Ayuntamiento de Barbastro, Barbastro 1995. Especialmente: Cap. I: El Barbastro de comienzos de siglo y Cap. II: Apunte biográfico del beato Josemaría Escrivá y el Opus Dei.
—VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. I: ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, Cap. I.
FUENTE: www.opusdei.es
Los Escrivá residían en Barbastro, localidad de unos 8.000 habitantes, dedicados en su gran mayoría al comercio y la agricultura.
Durante la infancia de San Josemaría, la pequeña ciudad –al igual que otros enclaves urbanos de Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya, Lérida, Gerona, etc.- no padecía grandes tensiones, gracias a su estructura social, que estaba conformada en gran parte por pequeños propietarios y comerciantes; y gozaba de cierta prosperidad, que contrastaba con la situación de otras ciudades del país, abrumadas por la pérdida reciente de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas.
Barbastro contaba con sede episcopal, varias sociedades culturales y dos colegios —el de los Escolapios y el de las Hijas de la Caridad— en los que estudió Josemaría Escrivá.
A San Josemaría los recuerdos de aquella época —los propios de una familia unida en la que se vivía el cristianismo en un clima de libertad y naturalidad— le resultaban particularmente gratos:
"Y recuerdo aquellos blancos días de mi niñez: la catedral, tan fea al exterior y tan hermosa por dentro... como el corazón de aquella tierra, bueno, cristiano y leal, oculto tras la brusquedad del carácter baturro.
Luego, en medio de una capilla lateral, se alzaba el túmulo donde la imagen yacente de Nuestra Señora descansaba... Pasaba el pueblo, con respeto, besando los pies a la Virgen de la Cama...
Mi madre, papá, mis hermanos y yo íbamos siempre juntos a oír Misa. Mi padre nos entregaba la limosna, que llevábamos gozosos, al hombre cojo, que estaba arrimado al palacio episcopal. Después me adelantaba a tomar agua bendita, para darla a los míos. La Santa Misa. Luego, todos los domingos, en la capilla del Santo Cristo de los Milagros rezábamos un Credo. Y, el día de la Asunción —como he dicho—, era cosa obligada adorar (así decíamos) a la Virgen de la Catedral".
(Apuntes íntimos, n. 228 y 229, 15.VIII.1931, citado en VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. I: ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, pp. 36-37).
FUENTE: www.opusdei.es
Por una parte se sucedieron unas malas cosechas durante los años 1912-1915 y eso hizo que disminuyera el consumo de textiles en toda la comarca.
A eso se unió el hecho de que un antiguo socio de la empresa formada por Juncosa y Escrivá incumplió un compromiso que había contraído con ellos. Ese incumplimiento dio origen a un largo proceso judicial, primero en la Audiencia de Zaragoza y luego en el Tribunal Supremo. Ganaron el juicio. La sentencia les dio la razón, en cuanto que reconocía que el otro socio debía compensarles por los perjuicios causados; pero no se la dio en cuanto al modo de realizar esa compensación. Juncosa y Escrivá pretendían que devolviera la cantidad de ciertos pagarés, y la sentencia estableció que no había suficiente base para afirmar que aquella cantidad fuera el montante de lo que el antiguo socio debía abonar, por lo que había que buscar otro modo de calcular los daños causados.
Los costes del juicio, acumulados al daño económico ya recibido, llevaron a la ruina a Escrivá y a Juncosa, que tuvieron que liquidar el negocio en 1915.
FUENTE: www.opusdei.es
Habían acordado con su antiguo socio que mientras mantuvieran su negocio, él no pondría un comercio textil en Barbastro que pudiera hacerles la competencia. Y acordaron compensarle con 40.000 pesetas abonables en 68 pagarés. En efecto, le abonaron la cantidad completa entre los años 1902-1908. El antiguo socio no cumplió con su parte, pues puso un negocio de las mismas características.
El joven Josemaría valoró positivamente la actitud de su padre, que prefirió saldar sus deudas no sólo con los bienes de la sociedad, sino también con su patrimonio. Prefirió sufrir la ruina antes que perjudicar a terceros con la quiebra de la empresa.
FUENTE: www.opusdei.es
Zaragoza: ordenación sacerdotal
En 1918 inició los estudios eclesiásticos, como alumno externo del seminario de Logroño. A partir de 1920, como alumno interno, los prosiguió en Zaragoza. Allí residía en el seminario de san Francisco de Paula y acudía a las aulas del seminario conciliar, que tenía entonces el rango de Universidad Pontificia. El cardenal arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevila, percibió sus cualidades y le confirió en 1922 el cargo de Inspector en el seminario de san Francisco de Paula. Aquellos años de preparación sacerdotal cimentaron su formación teológica y espiritual, con la frecuente lectura de clásicos de la literatura espiritual y, sobre todo, con su oración personal. Más de una noche pasó largas horas ante el sagrario de la iglesia del seminario. Sus visitas a la Virgen del Pilar, tan unida a la piedad zaragozana, fueron prácticamente diarias.
Avanzados sus estudios teológicos obtuvo la oportuna autorización de sus superiores para comenzar en 1923 los estudios de Derecho en la Universidad de Zaragoza. Los cursó aprovechando los periodos de vacaciones estivales y el tiempo que sacaba tras cumplir sus ocupaciones pastorales. Estudió Derecho por deseo de su padre, años atrás, cuando le dio a conocer la decisión de hacerse sacerdote. La contemporaneidad entre los estudios eclesiásticos y los civiles, su presencia en las aulas de la facultad de Derecho y el trato con profesores y alumnos de ese centro docente, fueron circunstancias que enriquecieron su personalidad y le prepararon para la orientación que posteriormente daría a su vida y a su actividad.
Ordenado diácono el 20 de diciembre de 1924, recibió el presbiterado el 28 de marzo de 1925. Poco antes, en noviembre de 1924, había fallecido su padre. Su madre, su hermana Carmen y un hermano pequeño, Santiago, nacido en 1919, quedaron a su cargo y se trasladaron a Zaragoza. Josemaría inició su ministerio sacerdotal en la parroquia de Perdiguera (de la diócesis de Zaragoza), continuándolo luego en Zaragoza capital.
Madrid: la fundación del Opus Dei
Al finalizar la licenciatura en Derecho, el deseo de obtener el Doctorado –algo reservado entonces en España a la Universidad de Madrid– le aconsejó trasladarse a la capital de España, junto con su familia. En la primavera de 1927 se instaló en Madrid. Allí desarrolló una incansable labor de atención a pobres y desvalidos de los barrios extremos, en especial a los incurables y moribundos de los hospitales de Madrid. Se hizo cargo de la capellanía del Patronato de Enfermos, labor asistencial de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón. Dedicó muchas horas a preparar a miles de niños para la primera confesión y la primera comunión y a recorrer las barriadas populares de un Madrid en plena expansión, con los problemas sociales consiguientes, para atender a enfermos y moribundos. Fue profesor en una Academia universitaria, especializada en los estudios jurídicos, para ganar algo de dinero con el que sostener a su familia, que pasaba por una situación económica muy precaria. Su actividad y su oración, mortificación y penitencia perseverantes hicieron de aquellos años una verdadera "prehistoria" del Opus Dei. Es decir, un periodo de profundización espiritual que le preparaba para acoger lo que Dios se disponía a manifestarle.
El 2 de octubre de 1928, durante unos ejercicios espirituales, Dios le mostró con claridad lo que hasta ese momento había solo intuido. Nació así el Opus Dei, como realidad marcada a fuego en el alma de un joven sacerdote que dedicó a ese fin todas sus energías desde entonces. En un primer momento se preguntó si no existiría ya una institución que realizara los ideales que Dios le había mostrado. Aunque pronto percibió que no había nada similar a lo que Dios deseaba de él. Movido siempre por Dios, el 14 de febrero de 1930 comprendió que debía también extender entre las mujeres el apostolado del Opus Dei.
Se abría así en la Iglesia un nuevo camino, dirigido a promover, entre personas de todas las clases sociales, la búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado, mediante la santificación del trabajo ordinario, en medio del mundo y sin cambiar de estado. Fue también en 1930 cuando un comentario de su confesor –"¿Cómo va esa obra de Dios?"– le movió a llamar así a la iniciativa apostólica que estaba promoviendo. La expresión "Obra de Dios" manifestaba, de una parte, su honda convicción de estar cumpliendo un deseo divino. Además, reflejaba muy bien su contenido: la vida ordinaria, el trabajo profesional hecho para Dios y para el servicio de todos los hombres, convertido por la oración y la entrega personales en obra de Dios, en Opus Dei.
El núcleo del mensaje de san Josemaría fue, sin duda, el anuncio de la llamada universal a la santidad al ejercer el trabajo profesional ordinario. Treinta años antes del Concilio Vaticano II, hablando de la plenitud de la vida cristiana, escribió: "Tienes obligación de santificarte. -Tú también. -¿Quién piensa que ésta es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos? A todos, sin excepción, dijo el Señor: ‘Sed perfectos, como mi Padre Celestial es perfecto'" (Camino, n. 291). Muchas veces repitió que la llamada universal a la santidad en el propio trabajo implica recordar a todos y a cada uno de los cristianos que Jesucristo invita a seguirle a todos, estén donde estén, sea cuales sean sus cualidades. El fiel corriente ha de alcanzar la plenitud de vida cristiana en el lugar y condición que tiene en la sociedad, haciendo de su trabajo ordinario –a imitación de la vida oculta de Cristo– ocasión de santidad y de servicio a Dios y a sus hermanos. Desde el 2 de octubre de 1928, el fundador del Opus Dei difundió ese mensaje, que atrajo a su alrededor a un pequeño grupo de personas en los primeros momentos.
Mientras tanto, el contexto experimentaba cambios y tensiones. La situación económica familiar siguió siendo difícil. Cambiaron sus encargos pastorales: en 1931 dejó el Patronato de Enfermos y asumió la función, primero de capellán, y de rector desde 1934, del Patronato de Santa Isabel. En la sacristía de Santa Isabel, después de un oración personal especialmente viva, redactó una de sus primeras obras: unos comentarios a los misterios del Rosario, que publicó con algunos retoques en 1934, con el titulo de Santo Rosario. Desde 1930 iba anotando ideas de su oración personal y experiencias surgidas de su labor apostólica. Algunos de esos apuntes formaron en 1932 un colección de pensamientos o puntos de meditación que tituló Consideraciones espirituales, que constituyeron un apoyo eficaz para su apostolado y el de quienes le seguían. Revisados y completados, esos puntos de meditación dieron lugar a una de sus obras más conocidas: Camino. Desde su publicación en 1939, se ha traducido a numerosos idiomas y ha alcanzado una tirada de casi cinco millones de ejemplares.
Preguntas de interés
El término fundación puede entenderse de formas diversas.
Puede entenderse desde una perspectiva jurídico-canónica. En el campo asociativo, o en el de los institutos religiosos, el verbo "fundar" suele entenderse como el establecimiento de una sede en la que residen varios miembros de una comunidad. En ese sentido jurídico-canónico habla Santa Teresa de sus "fundaciones". Desde esa misma perspectiva jurídica, se habla asimismo de fundación para designar la firma por parte de los fundadores del acta de constitución de una entidad.
Pero puede entenderse también desde una perspectiva espiritual, que es la que emplean algunos santos, como San Josemaría. Cuando decía que "el Opus Dei había sido fundado el 2 de octubre de 1928" estaba subrayando el origen divino del Opus Dei, porque fue aquel día cuando Dios le hizo "ver" la Obra (el Opus Dei) en su alma.
Aunque los sucesivos reconocimientos canónicos fueron llegando con el paso de los años, San Josemaría consideró siempre el 2 de octubre de 1928 como la fecha de inicio de la época fundacional; una época que consideró abierta mientras él vivía.
"Hoy hace tres años —escribió San Josemaría el 2 de octubre de 1931— que en el Convento de los Paúles, recopilé con alguna unidad las notas sueltas, que hasta entonces venía tomando; desde aquel día el borrico sarnoso [con esta expresión se refería a sí mismo] se dio cuenta de la hermosa y pesada carga que el Señor, en su bondad inexplicable, había puesto sobre sus espaldas. Ese día el Señor fundó su Obra: desde entonces comencé a tratar almas de seglares, estudiantes o no, pero jóvenes. Y a formar grupos. Y a rezar y a hacer rezar. Y a sufrir...".
Y añadió: "recibí la iluminación sobre toda la Obra, mientras leía aquellos papeles. Conmovido me arrodillé —estaba solo en mi cuarto, entre plática y plática— di gracias al Señor, y recuerdo con emoción el tocar de las campanas de la parroquia de N. Sra. de los Ángeles" (CEJAS, J.M., Vida del Beato Josemaría, Rialp, Madrid 1993, p. 60).
Acerca de la Fundación del Opus Dei, vid., entre otros:
—DIEGO-LORA, C. de, 2 de octubre de 1928: conmemoración de una fecha jubilar, en «Ius Canonicum», Pamplona 1978, pp. 21-51.
—REDONDO, G., El 2 de octubre de 1928 en el contexto de la historia cultural contemporánea, en «Cuadernos del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer» vol. VI (2002), Universidad de Navarra, pp. 149-191.
—ILLANES, J. L., Dos de octubre de 1928: alcance y significado de una fecha, en VV. AA., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei. En el 50 aniversario de su fundación, Eunsa, Pamplona 1985; y Datos para la comprensión histórico espiritual de una fecha, en «Cuadernos del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer» vol. VI (2002), Universidad de Navarra, pp. 105-149.
—VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. I: ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, Cap. V.
Al principio, en algunos ambientes católicos no se comprendióla novedad y la originalidad del mensaje espiritual que proponía Escrivá.
En determinados ambientes civiles de la época, no se entendió tampoco la libertad y la responsabilidad plena de la que gozan los miembros del Opus Dei, a los que juzgaban con categorías extrañas a su naturaleza. Las mujeres y los hombres del Opus Dei son fieles laicos que viven la vocación cristiana que han recibido con el bautismo esforzándose por encontrar a Dios en su trabajo diario, en su ambiente familiar, profesional y social; y que gozan de la misma libertad que cualquier otro bautizado.
Se fueron sucediendo diversas circunstancias sociales adversas como la guerra civil española, marcada por una violenta persecución religiosa, y la II Guerra Mundial.
Además, faltaban recursos materiales para sacar aquel empeño adelante, por dos causas fundamentales: el fundador se encontraba en una situación económica crítica, con su madre y sus dos hermanos a su cargo; y en los comienzos del Opus Dei —desde 1928 hasta principios de los años cuarenta— salvo muy pocas excepciones, los miembros de la Obra eran jóvenes estudiantes que tardarían varios años en terminar la carrera y en establecerse profesionalmente.
A todo esto se añadía la lógica ausencia de un cauce jurídico adecuado en el ordenamiento canónico de la Iglesia, ya que el Opus Dei suponía una realidad nueva desde el punto de vista jurídico-canónico.
—Cfr. VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. I: ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, Cap. VIII.
—BADRINAS AMAT, B., Josemaría Escrivá de Balaguer, Sacerdote de la diócesis de Madrid, en «Cuadernos del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer», Separata de «Anuario de Historia de la Iglesia», vol. III (1999), Instituto de Historia de la Iglesia, Facultad de Teología, Universidad de Navarra, pp. 47-76.
—MONTERO, J. y CERVERA GIL, J., Madrid en los años treinta. Ambiente social, político y religioso, en «STUDIA ET DOCUMENTA», Rivista dell´Istituto Storico San Josemaría Escrivá, vol. 3 (2009), Roma, pp. 13-39.
FUENTE: www.opusdei.es
Trataba sacerdotalmente a muchas personas de diversos ambientes sociales. Dedicó las mejores horas de su juventud, como capellán del Patronato de Enfermos de las Damas Apostólicas, a la atención de numerosos enfermos y niños desvalidos de los barrios pobres de Madrid.
"No tenía —explicaba en su testimonio para la Causa de Canonización de Josemaría Escrivá una Dama Apostólica, Asunción Muñoz— por razón de su cargo, que ocuparse de atender la extraordinaria labor que se hacía desde el Patronato entre los pobres y enfermos —en general, con los necesitados— del Madrid de entonces. Sin embargo, D. Josemaría aprovechó la circunstancia de su nombramiento como Capellán, para darse generosamente, sacrificada y desinteresadamente a un ingente número de pobres y enfermos que se ponían al alcance de su corazón sacerdotal" (VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. I: ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, p. 262).
Atendió a personas necesitadas que malvivían en infraviviendas, en chabolas o en las populares "corralas" de los llamados "barrios bajos" de Madrid, y también a cientos de enfermos, muchos de ellos sin esperanza de curación, en los hospitales.
Recuerda José Ramón Herrero Fontana: "Guardo esa imagen grabada en el alma: el Padre, arrodillado junto a un enfermo tendido en un pobre jergón sobre el suelo, animándole, diciéndole palabras de esperanza y aliento… Esa imagen no se me borra de la memoria: el Padre, junto a la cabecera de aquellos moribundos, consolándoles y hablándoles de Dios… Una imagen que refleja y resume lo que fueron aquellos años de su vida" (CEJAS, J.M., José María Somoano en los comienzos del Opus Dei, Rialp, Madrid 1995, p. 96).
—Cfr. GONZÁLEZ SIMANCAS Y LACASA, J., San Josemaría entre los enfermos de Madrid (1927-1931), en «STUDIA ET DOCUMENTA», Rivista dell´Istituto Storico San Josemaría Escrivá, vol. 2 (2008), Roma, pp. 147-203.
Al mismo tiempo trataba con muchas otras personas: alumnos y profesores universitarios, obreros, dependientes de comercio, artistas, etc.
Su predicación fue siempre sacerdotal. Eso sorprendía a muchos en aquel ambiente tan propenso a mezclar las cuestiones políticas y religiosas. San Josemaría era públicamente conocido como un sacerdote que sólo hablaba de Dios, alentando al perdón y a la comprensión mutua. Movía a trabajar codo con codo en la construcción de ideales nobles, también junto a personas que pensaran de modo diferente. Esto hacía aún más atractiva su predicación.
FUENTE: www.opusdei.es
Eran en su mayoría jóvenes estudiantes de distintas carreras, de procedencias geográficas variadas y de tendencias y sensibilidades políticas diversas. Cada uno, como cualquier otro católico, elegía en conciencia una opción política o, simplemente, se mantenía al margen. San Josemaría nunca hablaba de política, ni preguntaba por las inclinaciones políticas de quienes acudían a él.
En la residencia DYA, que San Josemaría había puesto en marcha en la calle de Ferraz, se fomentaba el respeto por las opiniones de los demás. Nada impedía, por tanto, que entre los primeros miembros del Opus Dei y entre las personas que participaban en la labor apostólica hubiera simpatizantes de diversas formaciones políticas, como los nacionalistas vascos (PNV), las Juventudes de Acción Popular (JAP), la primera Falange o la Asociación Escolar Tradicionalista.
Las peculiares circunstancias políticas de la II República —con el creciente anticlericalismo de las formaciones de izquierda, germen ideológico de la persecución religiosa— hacían muy difícil en aquellos momentos que los católicos se vincularan a formaciones políticas de la izquierda.
Escribe François Gondrand en su ensayo El Fundador del Opus Dei y su actitud ante el poder establecido, que se incluye en www.opusdei.org:
Con los brazos abiertos a todos y respetuoso siempre con la libertad de cada persona, don Josemaría no hacía ningún tipo de declaración partidista sobre la situación política que le rodeaba. Los jóvenes que le seguían tenían filiaciones políticas muy diversas y a veces, antagónicas: había entre ellos nacionalistas, monárquicos que estaban cada vez más en desacuerdo con el gobierno constituido, católicos vascos de fuerte sentido republicano y defensores de sus "libertades patrias", etc.
"El Padre", como todos le llamaban, no hacía alusión alguna a las libres opciones temporales de cada cual, aunque les pedía, eso sí, que no hablaran de cuestiones políticas en aquel centro al que acudían para formarse cristianamente. Les explicaba que la labor apostólica que llevaba a cabo no era, en modo alguno, una respuesta ante la situación político-religiosa que atravesaba el país. "La Obra de Dios —decía— no la ha imaginado un hombre, para resolver la situación lamentable de la Iglesia en España desde 1931". "No somos una organización circunstancial" —recalcaba— (...) "ni venimos a llenar una necesidad particular de un país o de un tiempo determinados, porque quiere Jesús su Obra desde el primer momento con entraña universal, católica". "El vínculo que os une —insistía el fundador— es de naturaleza exclusivamente espiritual (...) Lo que descarta toda idea o intención política o partidista".
Escrivá se limitaba a enseñar —y eso ya era mucho— el mensaje del Opus Dei, que convoca a los cristianos corrientes a santificarse en medio del mundo y a esforzarse por vivir la llamada evangélica con todas sus consecuencias, recordándoles las palabras del Señor: "Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto". No les ofrecía un recetario de reformas sociales, ni un programa político determinado. Sabía —y recordaba— que el esfuerzo por transformar la sociedad para hacerla más fiel a los valores evangélicos es una tarea que corresponde a cada fiel cristiano en particular. Es el cristiano de a pie quien debe formular y proponer, con plena responsabilidad, las consecuencias sociales concretas que, a su juicio personal, lleva implícito ese mensaje".
FUENTE: www.opusdei.es
El Fundador del Opus Dei mantuvo ante la II República una actitud similar a la de un número elevado de españoles de aquella época, de diverso signo. En un primer momento permaneció a la expectativa sobre cuál sería el curso que tomarían los acontecimientos.
Lógicamente, experimentó disgusto cuando comprobó el cariz anticlerical de muchos de los decretos-leyes que fueron promulgándose; junto con la pasividad de las autoridades ante algunos abusos.
Escribió el Fundador en 1931, tras la quema de iglesias del día 11 de mayo: "Comenzó la persecución. El día 11, lunes, acompañado de D. Manuel Romeo, después de vestirme de seglar con un traje de Colo, comulgué la Forma del viril y, con un Copón lleno de Hostias consagradas envuelto en una sotana y papeles, salimos del Patronato [de Santa Isabel (del que San Josemaría era capellán desde 1931 y que comprendía dos comunidades de religiosas)], por una puerta excusada, como ladrones... Esa noche y la del 12 y 16 (ésta por una falsa alarma de las monjas) tuve al Señor en casa de Pepito" (Apuntes íntimos, n. 202, 20.V.1931, citado en VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. I: ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, pp. 358-359).
El 13 de mayo de 1931,ante el peligro de que las masas incendiasen el edificio del Patronato, se mudó de domicilio, junto con su madre y sus hermanos, a un piso próximo, en la calle Viriato, nº 22. "El día 13, supimos que se intentaba quemar el Patronato: a las cuatro de la tarde salimos con nuestros trastos a la calle de Viriato 22, a un cuarto malo —interior— que providencialmente encontré" (Apuntes íntimos, n. 202, 20.V.1931, citado en VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. I: ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, p. 359).
Un ejemplo de su actitud es una carta que escribe San Josemaría a Isidoro Zorzano el 5 de mayo de 1931 en la que "además de insistir en que no deje la meditación ni la Comunión y en que tenga confesor fijo, se refiere a la nueva situación del país. El Opus Dei no tiene preferencias políticas y cada miembro, siempre de modo coherente con la vocación cristiana, forma libremente sus opiniones personales. «No te dé frío ni calor el cambio político: que sólo te importe que no ofendan a Dios»" (PERO-SANZ, J. M., Isidoro Zorzano Ledesma, 2ª ed., Palabra, Madrid 1996, p. 126).
En medio de aquel contexto social dominado por los extremismos, se comportó siempre de forma serena y sacerdotal; y al ver cómo la convivencia social se iba deteriorando en un clima de odios, rencores y deseos de revancha, daba este consejo a los que le seguían, un consejo que repitió muchas veces a lo largo de su vida: "rezar, perdonar, comprender, disculpar".
Entre sus amigos se contaban militantes republicanos, como Cándido Baselga, un barbastrense que después de la guerra fue duramente castigado: pasó en la cárcel varios años en dos fases sucesivas, en la década de los cuarenta, con la acusación de haber sido dirigente del partido Unión Republicana y de haber formado parte de la masonería. San Josemaría le visitó y consoló en la cárcel y se interesó por su suerte. La relación entre ambos (epistolar, a partir de la marcha de San Josemaría a Roma) sólo se interrumpió con la muerte de Baselga en 1972.
FUENTE: www.opusdei.es
No era partidario de la violencia: "la violencia no me parece apta ni para vencer, ni para convencer", recordaba (cfr. RODRÍGUEZ PEDRAZUELA, A., Un mar sin orillas, Rialp, Madrid 1999, p. 65). Y procuró siempre que las personas a las que acompañaba espiritualmente sembraran a su alrededor la paz y la concordia. Sin embargo, no todas siguieron sus consejos.
En agosto de 1932 encerraron en la Cárcel Modelo a tres estudiantes universitarios conocidos de San Josemaría que habían participado en un golpe militar de carácter monárquico en contra de la República. Eran Adolfo Gómez Ruiz, José Antonio Palacios López y José Manuel Doménech de Ibarra, que había acompañado al Fundador a hacer visitas a los enfermos desahuciados del Hospital General.
A pesar de que en aquel ambiente la figura de un sacerdote no era siempre bien recibida, San Josemaría fue a atenderles espiritualmente a la prisión; e incluso en aquella situación les siguió pidiendo que se esforzaran por convivir, comprender y disculpar a todos. Como de costumbre, no formuló en ningún momento juicios de carácter temporal, partidista o político. Sabía que su misión como sacerdote consistía en tener los brazos abiertos a todos para acercarlos a Dios.
Estaban en la cárcel, encarcelados junto a estos tres estudiantes, varios anarquistas, y San Josemaría les pidió que trataran a aquellos hombres con respeto y comprensión. Le contaron que a veces jugaban al fútbol con ellos en el patio de la cárcel, lógicamente en equipos contrarios. Al escuchar aquello, San Josemaría les habló de otra lógica: la de la caridad; y les aconsejó que jugaran mezclados —cosa que hicieron— para favorecer el respeto, el perdón y el entendimiento mutuo, algo que sorprendentemente lograron.
Relataba José Antonio Palacios:
"Organizamos partidos de fútbol mezclados unos con otros. Recuerdo que yo jugaba de portero y mis defensas eran dos anarcosindicalistas. Jamás jugué al fútbol con más elegancia y menos violencia" (VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. I: ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, p. 484).
Don Josemaría Escrivá seguía con fidelidad de Pío XI, que en la encíclica Dilectissima nobis (3-VI-1933) había afirmado de los católicos españoles: "con el Episcopado estaba de acuerdo no solamente el clero tanto secular como regular, sino también los católicos seglares, o sea, la gran mayoría del pueblo español; el cual, no obstante las opiniones personales, no obstante las provocaciones y vejámenes de los enemigos de la Iglesia, ha estado lejos de actos de violencia y represalia, manteniéndose en la tranquila sujeción al poder constituido, sin dar lugar a desórdenes, y mucho menos a guerras civiles."
No existe un solo documento del magisterio de los Papas que justifique la insurrección contra un gobierno legalmente constituido.
FUENTE: www.opusdei.es
La insurrección del 18 de julio de 1936 le pilló de sorpresa. Durante esos días estaba preparando los comienzos del trabajo apostólico en Valencia y en París; y se encontraba en plena instalación de una nueva sede para la residencia de estudiantes, que se estaba trasladando durante aquellos días del número 50 al número 16 de la calle de Ferraz.
En aquella Residencia le sorprendió la rebelión y el sucesivo asalto al Cuartel de la Montaña, foco de la sublevación en Madrid, que se encontraba muy próximo. Eso le obligó a permanecer dos días en aquel lugar. El 20 de julio pudo refugiarse al fin en casa de su madre.
Comenzó entonces, ante la declarada persecución religiosa, una etapa de clandestinidad que se prolongó hasta finales de 1937, cuando pudo pasar a pie, a través de los Pirineos, hasta la zona de España en la que podía ejercer con libertad su ministerio sacerdotal.
FUENTE: www.opusdei.es