San Josemaría Escrivá en 1937-1945
San Josemaría en la Guerra Civil
En 1935, aunque los miembros del Opus Dei eran todavía muy pocos –apenas una docena– san Josemaría piensa en la expansión desde Madrid a otras ciudades. El comienzo de la Guerra Civil española lo impidió. Durante el tiempo que duró la contienda ejerció su ministerio sacerdotal primero en Madrid –con grave riesgo para su vida– y más tarde en Burgos, tras cruzar el Pirineo catalán en el invierno de 1937. Desde esa ciudad castellana reanudó el contacto con quienes integraban el Opus Dei, acrecentó el trato con algunas mujeres que daban esperanzas de vocación a la Obra y se dedicó a otras actividades sacerdotales. Además, con más tiempo a su disposición, decidió retomar el proyecto de la tesis doctoral en Derecho. Al dar por perdida la documentación que quedó en Madrid, eligió como nuevo tema la jurisdicción cuasi episcopal de la abadesa del monasterio de las Huelgas, de Burgos. La presentó y defendió al final de 1939. Tras completar y ampliar esta investigación, cinco años más tarde publicó una extensa monografía sobre "La abadesa de las Huelgas", que es así la tercera de sus obras publicadas.
Preguntas de interés
Ninguna de las personas que convivieron con él durante ese periodo recuerda haberle oído comentario alguno sobre este particular, ni siquiera una valoración sobre el papel militar y político de Franco.
Deseaba con todas sus fuerzas —y sobre esto se manifestó en numerosas ocasiones— el fin de la guerra y el cese de las muertes y de los odios. Anhelaba que llegase pronto una situación en la que los ciudadanos y la Iglesia gozasen de libertad, y que ésta pudiera desarrollar sin trabas su actividad pastoral.
"En cierta ocasión fue a ver a don Josemaría una persona a quien los comunistas habían asesinado a varios parientes en pleno campo, en el cruce de una carretera. Aquella persona quería alzar una gran cruz, precisamente en ese lugar, en memoria de los caídos allí de su familia. «No debes hacerlo –le dijo el sacerdote-, porque lo que te mueve es el odio: no será la Cruz de Cristo sino la cruz del diablo». No se plantó la cruz y aquella persona supo perdonar (VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. II: Dios y Audacia, Rialp, Madrid 2002, p. 383).
Luis Rodríguez-Candela recuerda la actitud de San Josemaría en aquellos tiempos de ansiedad y terror. "Era asombrosa su ecuanimidad para enjuiciar unos hechos que por su gravedad afectaban enormemente a todos". Y añade: "Nunca se pronunció con odios ni con rencor enjuiciando a nadie (...). Le dolía lo que estaba sucediendo (...). Y cuando los demás celebrábamos victorias, don Josemaría permanecía callado" (Cfr. José Luis Rodríguez-Candela Manzaneque, testimonio, en AGP).
Pedro Casciaro, miembro del Opus Dei, hijo de un Presidente Provincial del Frente Popular, recuerda que "nunca hablaba de política: quería y rezaba por la paz y por la libertad de las conciencias; deseaba, con su corazón grande y abierto a todos, que todos volvieran y se acercaran a Dios" (CASCIARO, P., Soñad y os quedaréis cortos. Testimonio sobre el fundador de uno de los miembros más antiguos del Opus Dei. Prólogo de Javier ECHEVARRÍA, Rialp, Madrid 1994, p. 131).
FUENTE: www.opusdei.es
Es un hecho de perfiles históricos imprecisos. En agosto de 1936 unas señoras dijeron a su madre y a sus hermanos que habían ahorcado en una calle de Madrid a una persona que se le parecía mucho. San Josemaría tuvo noticia de este relato un año después, a finales del verano de 1937, durante las últimas semanas que pasó refugiado en la Legación de Honduras de Madrid.
"Una noticia atrasada: me han dicho —a mí y en mi cara— repetidas veces que a mi hermano Josemaría [modo de San Josemaría para referirse a sí mismo] le encontraron colgado de un árbol, en la Moncloa, según unos; otros, en la calle de Ferraz. Hay quien identificó el cadáver. Otra versión de su muerte: que lo fusilaron" (Carta de San Josemaría a los fieles del Opus Dei en Valencia, Madrid, 18.IX.1937 citada en comentario al punto 743 de Camino, obra de San Josemaría,en Camino. Edición crítico-histórica preparada por Pedro Rodríguez, 3ª ed. corregida y aumentada, Rialp, Madrid 2004, p. 852).
FUENTE: www.opusdei.es
El golpe de Estado que dio un sector de los militares en contra de la República, provocó una revolución en el territorio que quedó bajo el Gobierno del Frente Popular. Uno de los rasgos de esta revolución fue el anticlericalismo, que se materializó en la destrucción de edificios y objetos vinculados con el catolicismo, y en la persecución de católicos y miembros del clero.
Andreu Nin, líder de un partido trotskista, declaró en La Vanguardia del 2 de agosto de 1936 que "la clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia sencillamente no dejando en pie ni una siquiera".
Fueron asesinados numerosos católicos por el mero hecho de serlo. Se ejecutó también a miles de sacerdotes sin otra causa que su condición sacerdotal. Se calcula que en Madrid fue asesinado aproximadamente un 35% del clero.
Se desató la llamada "caza del cura" que obligó a los sacerdotes a tener que ocultar su condición clerical mediante identidades falsas. Los que no fueron encarcelados o asesinados intentaron sobrevivir refugiándose en escondites de muy diverso tipo.
El 8 de agosto de 1936, Josemaría Escrivá tuvo que abandonar por inseguro el domicilio familiar y comenzó un largo recorrido por diversos lugares de Madrid: pasó la noche del 8 en una pensión en la calle Menéndez Pelayo, nº 13; y fue al día siguiente al domicilio de los Sainz de los Terreros, en la calle Sagasta, donde estuvo hasta el 30 de agosto.
El 1 de septiembre fue al domicilio de los Herrero Fontana; y el 4 de septiembre pasó a casa de Álvaro González, en la calle Caracas, nº 15. Permaneció allí la noche del 4 al 5 de septiembre, y se trasladó a continuación a la calle Serrano, nº 39, junto con Álvaro del Portillo, refugiado también en aquel lugar. El 2 de octubre, ante el temor de nuevos registros, tuvo que dejar ese refugio de la calle Serrano y regresó de nuevo al domicilio de los Herrero Fontana. Como no era un lugar seguro, del 3 al 6 de octubre, estuvo en la casa de Eugenio Sellés, en la calle Maestro Chapí. Regresó al domicilio de los Herrero Fontana, y al fin, el 7 de octubre logró refugiarse en la Clínica del Doctor Suils, en la calle Arturo Soria.
Estuvo en la Clínica del doctor Suils unos cinco meses y medio, desde el 7 de octubre de 1936 hasta el 14 de marzo de 1937, fecha en la que pudo trasladarse a un nuevo refugio: el Consulado o Legación de Honduras, en el Paseo de la Castellana nº 53, junto a la Plaza de Castelar.
Estuvo en este Consulado más de cinco meses, desde el 14 de marzo de 1937 hasta finales de agosto de 1937, cuando obtuvo una documentación que le permitió cierta libertad. Después, tras residir algún tiempo en una pensión de la calle Ayala con un miembro del Opus Dei, Juan Jiménez Vargas, el 7 de octubre abandonó Madrid, camino de Barcelona, por Valencia.
Véanse:
—MONTERO, A., Historia de la persecución religiosa en España. 1936-1939, B.A.C., Madrid 1961.
—CÁRCEL ORTÍ, A., La persecución religiosa en España durante la Segunda República (1931-1939), Rialp, Madrid 1990.
—Mártires Españoles del Siglo XX, B.A.C., Madrid 1995.
—REDONDO, G., Historia de la Iglesia en España (1931-1939), Rialp, Madrid 1993.
—AA. VV., Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I. CSIC, Madrid 1972.
—ALFAYA, J. L., Como un río de fuego. Prólogo del Cardenal A. M. ROUCO, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid 1998.
FUENTE: www.opusdei.es
Ángel Suils Pérez había nacido en 1906 en Logroño, en una familia originaria del Altoaragón. Coincidió en el instituto con San Josemaría, cuando los Escrivá se trasladaron a la capital de la Rioja. Su padre era médico y atendió a la madre de San Josemaría en 1919 con motivo del nacimiento de su hermano Santiago en Logroño.
En los primeros meses de la guerra civil, San Josemaría encontró un refugio transitorio en casa de los Herrero Fontana; pero como aquel no era un lugar seguro, Joaquín Herrero Fontana —médico nacido en Logroño, amigo de Ángel Suils y de San Josemaría—, gestionó el ingreso de Escrivá en la clínica psiquiátrica que Ángel dirigía en la Ciudad Lineal de Madrid.
Al comenzar la guerra, el sindicato socialista UGT creó una sociedad que se constituyó en propietaria del sanatorio y nombró director a su antiguo propietario, Ángel Suils. Bajo esa cobertura legal, el lugar ofrecía una relativa seguridad frente a los registros arbitrarios de las milicias. A pesar de todo, se produjeron algunas detenciones y fusilamientos de personas que residían allí.
—Cfr. VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. II: Dios y Audacia, Rialp, Madrid 2002., p. 41 y ss.
FUENTE: www.opusdei.es
De varios modos, en función de las circunstancias externas, que fueron diversas a lo largo del conflicto.
Durante su estancia en Madrid, desde el 18 de julio de 1936 hasta que encontró refugio en la Legación de Honduras, no tuvo más remedio que renunciar a los signos externos de su sacerdocio a causa de la persecución religiosa y, como muchos sacerdotes en aquellas circunstancias, se vio obligado a celebrar la Eucaristía de forma clandestina.
De todas formas, siempre que la ocasión lo requirió, no dudó en manifestar su condición sacerdotal para atender espiritualmente a quien lo pedía, sabiendo que con ello ponía en riesgo su vida, ya que podían traicionarle, y delatarle por esa razón.
El 30 de agosto de 1936, San Josemaría se encontraba refugiado junto con Juan Jiménez Vargas en casa de unos conocidos en la calle Sagasta de Madrid. Uno de ellos, José Manuel Sainz de los Terreros, no sabía quién era don Josemaría, y años más tarde, recordaba lo que les sucedió cuando los milicianos entraron de improviso en la casa para hacer un registro:
"Revisaban desde el sótano hasta la buhardilla, comenzaron a inspeccionar los sótanos y pasaban después a cada uno de los pisos. Antes de que llegaran al nuestro, por una escalera interior, subimos a una buhardilla llena de polvo de carbón y de trastos, como todas las buhardillas, en la que no nos podíamos poner de pie porque llegábamos con la cabeza al techo. Hacía un calor insoportable. En un momento oímos cómo entraban en la buhardilla de al lado para hacer el registro.
Estando en esta situación, se me acerca don Josemaría y me dice:
—Soy sacerdote; estamos en momentos difíciles; si quieres, haz un acto de contrición y yo te doy la absolución.
Inexplicablemente, tras haber registrado toda la casa, no entraron en aquella buhardilla. Supuso mucha valentía decirme que era sacerdote ya que yo podía haberle traicionado y, en caso de que hubieran entrado, podía haber intentado salvar mi vida delatándolo".
—Cfr. VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. II: Dios y Audacia, Rialp, Madrid 2002, pp. 31-32.
Al llegar a la Legación de Honduras pudo desarrollar con menos incertidumbre su actividad sacerdotal, predicando y celebrando misa para los que estaban refugiados en aquel lugar.
Desde la Legación siguió escribiendo cartas a sus amigos y conocidos, usando diversas claves a causa de la censura postal. Por ejemplo, para referirse a Jesucristo escribía "Don Manuel", y para hablar de sí mismo, "El abuelo".
A partir de septiembre de 1937 obtuvo una documentación que le dio cierta libertad de movimientos por Madrid —aunque su vida seguía corriendo peligro— y predicaba ejercicios espirituales, siempre de forma clandestina y tomando numerosas precauciones. Atendía a algunas comunidades religiosas que estaban refugiadas en casas particulares y administraba sacramentos como el de la reconciliación o la unción de los enfermos, haciéndose pasar por médico. De esa forma administró los santos óleos, por ejemplo, al padre de Álvaro del Portillo.
Las circunstancias cambiaron durante su estancia en Pamplona y luego en Burgos, tras atravesar los Pirineos a pie. Residió un año y tres meses en la capital castellana, de enero de 1938 a marzo de 1939, y desde allí desplegó una intensa actividad pastoral, desplazándose para atender a las personas que conocía, repartidas muchas de ellas en los diversos frentes de guerra.
—Cfr. VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. II: Dios y Audacia, Rialp, Madrid 2002. Cap. X.
Sobre la estancia de San Josemaría en Burgos, en 1938 dice Pedro Casciaro: "Dedicó mucho tiempo a tomar contacto con los miembros del Opus Dei que estaban diseminados por los frentes de guerra, y a atenderlos espiritualmente. Eso le llevó a hacer frecuentes desplazamientos por la Península, en pésimas condiciones de falta de salud, de incomodidad y de extrema pobreza" (CASCIARO, P., Soñad y os quedaréis cortos. Testimonio sobre el fundador de uno de los miembros más antiguos del Opus Dei. Prólogo de Javier ECHEVARRÍA, Rialp, Madrid 1994, p. 164).
FUENTE: www.opusdei.es
No fue una decisión fácil para él, ya que en 1937 se encontraba en una delicada disyuntiva. Seguía refugiado en Madrid, donde estaban su madre, sus hermanos, y algunos fieles del Opus Dei, en su mayoría también refugiados, salvo Isidoro Zorzano, que podía circular con libertad gracias a su origen argentino. Y en la otra zona de España (el país había quedado partido en dos por el conflicto) había también otros miembros del Opus Dei y personas con las que deseaba poder ejercer cuanto antes su actividad sacerdotal, en un marco de libertad.
Ignoraba cuánto iba a durar el conflicto y durante los meses anteriores habían ido fracasando, una tras otra, las diversas gestiones que había hecho para salir de Madrid por vía diplomática.
Al final sólo le quedaba una alternativa: o quedarse en Madrid en una situación que quizá podía durar varios años más; o intentar una salida clandestina, que se podía realizar a través de los frentes de guerra o a través de los Pirineos, pasando a Francia y regresando luego a España por San Sebastián. Esta segunda opción parecía la más sencilla, porque "pasarse al otro lado" por medio del frente —como hicieron tantas personas de ambos bandos— requería estar movilizado, y San Josemaría no lo estaba a causa de su edad (35 años).
—Cfr. VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. II: Dios y Audacia, Rialp, Madrid 2002. Cap. X.
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Conviene hacer una consideración previa: en tiempo de guerra el valor del dinero y su utilidad se modifican sustancialmente. En aquellos años de guerra, la cifra media estimada para pasar los Pirineos se situaba en torno a unas 1.200 pesetas por persona, más extraordinarios. A esto había que sumar los gastos derivados del viaje y —sobre todo— de la estancia de los expedicionarios en Barcelona. Junto con San Josemaría se evadieron siete personas, que pasaron seis semanas en la capital catalana. Eso hizo que los gastos ascendiesen a unas dos mil pesetas por persona.
Este dinero salió fundamentalmente del salario profesional y de los ahorros de cuatro de ellos: de José María Albareda y Tomás Alvira, profesores de instituto; de Juan Jiménez Vargas, médico; y de Manuel Sainz de los Terreros, ingeniero.
Tres de los expedicionarios eran estudiantes: Pedro Casciaro, Miguel Fisac y Francisco Botella, y las familias de estos dos últimos les sufragaron los gastos correspondientes. También colaboraron las familias de Sainz de los Terreros y de Jiménez Vargas.
Otros fieles de la Obra en Madrid aportaron algo, como el ingeniero Isidoro Zorzano y José María González Barredo, profesor de instituto. A esto se sumó lo poco que quedaba del dinero que estaba destinado a la instalación en julio de 1936 de la nueva residencia de Ferraz, que no pudo llevarse a cabo a causa del conflicto.
A pesar de todo, la suma de imprevistos hizo que los ocho expedicionarios no pudieran cubrir los gastos, y por esa razón, al llegar a Andorra dejaron a deber al último de sus guías 5.400 pesetas.
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Un conocido de José María Albareda y de San Josemaría, el sacerdote e historiador aragonés Pascual Galindo(Santa Fe de Huerva, 1892-Zaragoza, 1990), había logrado llegar a la otra zona en conflicto partiendo desde Barcelona y utilizando uno de los grupos clandestinos que se dedicaban a la evasión de personas a través del Pirineo catalán.
Gracias a este sacerdote, San Josemaría supo de esta posibilidad y de las gestiones necesarias para contactar en Barcelona con las personas oportunas. Fue Juan Jiménez Vargas quien se ocupó directamente de esas gestiones.
Pero la evasión resultó mucho más complicada de lo previsto, a causa de diversos factores: condiciones climáticas desfavorables, endurecimiento de la vigilancia fronteriza, y necesidad por parte de los guías de formar un grupo lo suficientemente amplio para hacer la travesía. Todo esto retrasó la partida.
Al final, la expedición en la que participó San Josemaría estaba formada por más de 40 personas de distintas procedencias.
FUENTE: www.opusdei.es
La organización que ayudaba a la evasión estaba compuesta por un grupo de personas de Peramola (Lleida) que residían en las masías de aquel entorno. El guía principal era Josep Cirera, un pastor que conocía muy bien los pasos y los lugares más seguros de la travesía. Este guía contaba con diversos enlaces y con la colaboración de familias que albergaban y alimentaban a los evadidos, como los Molleví, los Sala, los Mora, los Coll, etc.
Cirera, que se encargaba de dirigir la parte más peligrosa de la travesía, cobraba 1000 pesetas por persona. Los enlaces de la zona de Peramola cobraban unas 200-300 pesetas por persona, por ofrecerles refugio seguro y proporcionarles alimentos.
FUENTE: www.opusdei.es
Le acompañaron siete hombres jóvenes. Algunos eran de su misma edad —35 años— como José María Albareda, que se había incorporado al Opus Dei en plena guerra civil. Iba también con ellos un amigo de Albareda, Tomás Alvira, profesor de Instituto, de 31 años; y Manuel Sainz de los Terreros, que tenía casi 30. El resto eran veinteañeros: Juan Jiménez Vargas tenía 24, al igual que Miguel Fisac. Los más jóvenes eran Pedro Casciaro y Francisco Botella, de 22 años.
En ese periodo, sólo Tomás Alvira no era del Opus Dei. Pocos años después Alvira (Villanueva del Gállego, Zaragoza, 17-I-1906) pediría la admisión en la Obra y se convertiría así en uno de los primeros supernumerarios del Opus Dei. Falleció en 1992, y se ha abierto su Causa de Canonización, junto con la de su esposa, Paquita Domínguez.
CASCIARO, P., Soñad y os quedaréis cortos. Testimonio sobre el fundador de uno de los miembros más antiguos del Opus Dei. Prólogo de Javier ECHEVARRÍA, Rialp, Madrid 1994.
—VÁZQUEZ, A.,Tomás Alvira y Paquita Domínguez: la aventura de un matrimonio feliz, Palabra, Madrid 2007.
FUENTE: www.opusdei.es
Después de atravesar los Pirineos, tras una breve estancia en Pamplona, San Josemaría decidió establecerse en Burgos, donde residió —entre carencias de todo tipo, como tantos españoles de la época— desde el 8 de enero de 1938 hasta el 27 de marzo de 1939 en que se trasladó a Madrid.
Le movían tres razones fundamentales: era la ciudad mejor comunicada por ferrocarril con el resto de las capitales de provincia de aquella zona de España. Se convirtió por tanto en el lugar más apropiado desde el punto de vista geográfico para que pudieran ir a verle las personas del Opus Dei que habían sido destinadas en los distintos frentes de la llamada "zona nacional", porque había otras que permanecían en frentes de la llamada "zona republicana".
Otra razón decisiva para establecerse en Burgos fue que allí vivía Casimiro Morcillo, un sacerdote conocido suyo que se encargaba de las tareas organizativas de la diócesis de Madrid-Alcalá.
Y la tercera razón se debió a que en aquella ciudad residían, a causa de la guerra, muchos de sus conocidos, a los que deseaba seguir tratando humana y apostólicamente.
Carece de fundamento imaginar otra motivación que no fuera de carácter apostólico —lo único que interesaba al Fundador— para aquel traslado.
Cuando se estableció en Burgos, el Fundador era un sacerdote de 36 años completamente desconocido, salvo en algunos círculos eclesiásticos aragoneses y madrileños. Tenía entonces una relevancia escasa (como lo demuestra el hecho de que ni su llegada, ni su estancia en Burgos aparezcan registradas en ningún periódico o publicación de la época).
Es cierto que había atendido y conocido en Madrid a miles de personas, a causa de su trabajo sacerdotal en el Patronato de Enfermos, pero la gran mayoría —a excepción de algunos estudiantes y profesores universitarios— habían sido enfermos moribundos de los hospitales, familias de los barrios pobres, niños que malvivían en el cinturón de miseria que rodeaba la capital, o "golfillos" del Asilo de Porta Coeli. Es decir, gente sin ningún relieve social.
Y el Opus Dei era todavía una realidad casi desconocida: estaba compuesto por unas pocas decenas de estudiantes, y la mayoría de ellos se encontraban en aquel momento desperdigados por los diversos frentes. La Obra, al igual que su fundador, resultaba apenas conocida fuera del ámbito universitario de Madrid y de los círculos eclesiásticos madrileños.
—CASCIARO, P., Soñad y os quedaréis cortos. Testimonio sobre el fundador de uno de los miembros más antiguos del Opus Dei. Prólogo de Javier ECHEVARRÍA, Rialp, Madrid 1994.
FUENTE: www.opusdei.es
Con Franco no tuvo ningún contacto. Tampoco con personas destacadas del franquismo. Había coincidido con Ramón Serrano Suñer años atrás en Zaragoza, en el claustro de profesores del Instituto Amado, donde ambos daban clase de Derecho, sin que hubiese habido entre ellos ninguna relación de amistad. Eso explica que en Burgos, donde residía Serrano Suñer (que era entonces ministro de Gobernación y, por así decir, "la mano derecha de Franco"), no tuvieran ningún trato.
Tampoco tuvo una relación especial con dos viejos conocidos de su época universitaria en Zaragoza que obtuvieron cargos políticos en 1938: Enrique Giménez Arnau, que fue designado jefe de la secretaría particular del ministerio de Interior en esa misma época; y José Lorente Sanz, que fue nombrado subsecretario del ministerio de Interior. El trato con este último se redujo a realizar una serie de gestiones para la edición de Camino.
Estas eran las únicas personas del ámbito político a las que conocía.
En la esfera militar, Escrivá conocía desde el año 1931 al general Luis Orgaz Yoldi, vecino de los Romeo, una familia con la que tenía amistad desde los años que residió en Zaragoza. Conocía además a otros dos militares: al coronel Vicente Rodríguez Rodríguez, padre de Vicente Rodríguez Casado, un joven miembro del Opus Dei; y a Joaquín Lahuerta López, padre de un estudiante que frecuentaba la residencia DYA.
En Burgos se relacionó fundamentalmente con personalidades del mundo eclesiástico y académico; y de modo especial con jóvenes estudiantes que había tratado en la residencia DYA y que venían a verle desde diversos lugares.
FUENTE: www.opusdei.es
Se alojó durante la mayoría del tiempo en un hotel modesto, ya desaparecido, el Sabadell, junto con Pedro Casciaro y Francisco Botella. José María Albareda pasaba algunas temporadas con ellos, ya que residía en la cercana Vitoria.
Casciaro y Botella, ambos estudiantes de Ciencias Exactas, eran dos simples soldados rasos. Casciaro fue destinado a la Dirección general de Movilización, Instrucción y Recuperación, y quedó adscrito al gabinete de Cifra, donde se encargaba de cifrar y descifrar los telegramas que se enviaban y recibían, con mensajes que estaban en clave por exigencias lógicas del conflicto.
Botella quedó adscrito a la Sección de Recuperación de esa Dirección General, que estaba relacionada con Hospitales y Sanidad.
FUENTE: www.opusdei.es
Todos los testigos coinciden en subrayar que su actitud no era nada frecuente en aquel tiempo: ante la violencia que generaba la guerra, hablaba siempre de perdón y conminaba a huir de la venganza y buscar la reconciliación.
En abril de 1938 relató por escrito la conversación que había tenido con un joven oficial con el que había coincidido casualmente durante un viaje en tren hacia Andalucía: "Un alférez, que ha sufrido extraordinariamente en su familia y en su hacienda, por las persecuciones de los rojos, profetiza sus próximas venganzas. Le digo que he sufrido como él, en los míos y en mi hacienda, pero que deseo que los rojos vivan y se conviertan. Las palabras cristianas chocan, en su alma noble, con aquellos sentimientos de violencia, y se le ve reaccionar".
—Francesco Angelicchio, uno de los primeros italianos del Opus Dei, afirma: "Siempre le he oído expresar clarísimas y severas condenas contra los regímenes totalitarios, tiránicos y liberticidas, fuesen del color que fuesen".
—Cfr. URBANO, P., El hombre de Villa Tevere, Plaza & Janés, Barcelona 1995, p. 118.
FUENTE: www.opusdei.es
Pedro Casciaro era hijo del Presidente del Frente Popular en Albacete, y durante su estancia en Burgos fue objeto de una grave denuncia por parte de un antiguo conocido de su familia. No se le acusaba de nada personal, sino del hecho de ser hijo de un Presidente del Frente Popular. La denuncia no prosperó, porque el denunciante falleció repentinamente.
Contaba Casciaro en su libro Soñad y os quedaréis cortos la actitud del Fundador después de la travesía por los Pirineos, cuando dejaron atrás muchos meses de temores, angustias y sufrimientos.
"Eran tiempos de guerra y los ánimos estaban muy exaltados; las opiniones, sobre todo en el terreno político, se defendían con ardor y pasión. Los que se habían escapado de la "otra zona" caían con frecuencia en un revanchismo exacerbado, explicable por las víctimas que habían tenido en su familia o por las penalidades que habían sufrido. Sin embargo, jamás, en medio de este ambiente, vi ni oí en el Padre expresión alguna que no fuera serena, prudente y caritativa con todos. Y de los que entonces estuvimos más cerca de él, quizá pocos podrían estar tan sensibilizados como yo, a causa de mi compleja situación familiar.
Un comentario hiriente, un gesto de desprecio, una alusión... yo lo hubiese detectado enseguida; pero nunca lo dijo. El Padre nunca hablaba de política: quería y rezaba por la paz y por la libertad de las conciencias; deseaba, con su corazón grande y abierto a todos, que todos volvieran y se acercaran a Dios. Y sufría cuando escuchaba una valoración exclusivamente política de aquellos sucesos, olvidando la cruenta persecución religiosa y los numerosos sacrilegios que se estaban cometiendo.
Eso explica que apenas llegamos a Fuenterrabía el Padre me pidiese que dejara una relación escrita en la Oficina de Información, haciendo constar los esfuerzos que había hecho mi padre, a veces con éxito, para salvar muchas vidas y evitar sacrilegios. Valiéndose de su cargo de Director provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, mi padre había logrado esconder en unos almacenes en Albacete y en un sótano del pueblo de Fuensanta, ignorados por las masas, muchos vasos sagrados, custodias, imágenes religiosas, etc. Es justo —me dijo el Padre— que el día de mañana se sepa el bien que ha hecho tanta gente buena, independientemente de las opiniones políticas que hayan podido tener.
Estas palabras ponen de manifiesto su grandeza de alma. Nunca formuló una acusación para nadie: cuando no podía alabar, callaba. Jamás tuvo una expresión de rencor. Y en aquella época no era tarea fácil unir el amor a la justicia con la caridad; pero el Padre supo hacerlo admirablemente.
Otro rasgo característico de aquel momento histórico es que mucha gente hablaba de sí misma en un tono heroico y grandilocuente: se puso tan de moda el contarse unos a otros sus penalidades pasadas, que llegó a acuñarse esta frase: "no me cuente usted su caso, por favor". Por contraste, el Padre, que tenía tantas penalidades que relatar, no lo hizo nunca. Tampoco buscó un acomodo oficial. Hizo lo de siempre: trabajar, callar, rezar, y procurar pasar inadvertido.
Nos recomendó, en medio de aquel clima exaltado, que nunca tuviéramos odio en el corazón y que perdonáramos siempre. Hay que situarse en aquellos momentos para entender lo que significaban estas palabras en toda su radicalidad: estaba teniendo lugar la mayor persecución sufrida por la Iglesia en España, en la cual murieron casi siete mil eclesiásticos y numerosos católicos a causa de su fe.
Algunos de los que habían perdido la vida en aquel conflicto a causa de su fe eran muy amigos del Padre, como don Pedro Poveda, Fundador de la Institución Teresiana, hoy también en los altares; o don Lino Vea-Murguía, al que detuvieron el 16 de agosto del 36 y abandonaron muerto, tras asesinarlo, junto a la tapia del Cementerio del Este. Habían asesinado también a muchos sacerdotes conocidos suyos; entre ellos, a su padrino de bautismo.
Era viudo —comentaría el Padre años más tarde, evocando su figura, a raíz de la pregunta de una mujer que había sufrido una cruel persecución en su país—, y más tarde se hizo sacerdote. Lo martirizaron cuando tenía sesenta y tres años. Yo me llamo Mariano por él. Y a la monjita que me enseñó las primeras letras en el colegio —era amiga de mi madre antes de hacerse monja— la asesinaron en Valencia. Esto no me horroriza, me llena de lágrimas el corazón... Están equivocados. No han sabido amar.
He recordado todas estas cosas para consolarte, hija mía, concluyó diciendo el Padre a esta mujer; no por hablar de política, porque yo de política no entiendo, ni hablo, ni hablaré mientras el Señor me deje en este mundo, pues ése no es mi oficio. Pero di a los tuyos, de mi parte, que se unan a ti y a mí para perdonar.
El Padre supo perdonar; y nos enseñó a perdonar siempre".
—CASCIARO, P., Soñad y os quedaréis cortos. Testimonio sobre el fundador de uno de los miembros más antiguos del Opus Dei. Prólogo de Javier ECHEVARRÍA, Rialp, Madrid 1994, pp. 130-132.
Al inicio de la guerra civil Álvaro del Portillo tuvo que refugiarse en la embajada de Finlandia, que fue asaltada a comienzos de diciembre de 1936. Fue detenido y pasó casi dos meses en la cárcel de San Antón (cuya sede era el colegio de los Escolapios de Madrid). Fue liberado sin cargos el 29 de enero de 1937, gracias a las presiones diplomáticas que se hicieron desde diversos países para la liberación de las personas detenidas de forma indiscriminada en los distintos asaltos a las sedes diplomáticas en el Madrid republicano. Su padre estuvo detenido, también de forma arbitraria, en la misma cárcel y falleció a causa de las penalidades poco tiempo después de que le dejaran en libertad. El fundador pudo administrarle —siempre de forma clandestina— la Unción de los Enfermos haciéndose pasar por médico.
Manuel Sainz de los Terreros fue detenido el 30 de agosto de 1936 por los milicianos que registraban su domicilio. Fue llevado a la cárcel de Porlier (otro colegio de Escolapios convertido en cárcel durante la guerra), y quedó en libertad vigilada con obligación de realizar trabajos para la cárcel de San Antón.
Juan Jiménez Vargas fue encarcelado en un registro efectuado en el domicilio familiar. Fue acusado de haber militado en la AET, Asociación Escolar Tradicionalista, vinculada al carlismo. En noviembre de 1936 estuvo a punto de formar parte de una saca de presos de la cárcel de Porlier: todos los componentes de esa saca fueron fusilados en Paracuellos del Jarama. Se libró —como sucedió a tantas otras personas durante aquel conflicto— por la arbitrariedad y el desorden con que se producían las detenciones y se llevaban —cuando se llevaban— los procesos. Más tarde quedó en libertad, y posteriormente decidió desertar del ejército republicano, en el que ejercía su profesión de médico.
Se desconoce la razón concreta por la que condenaron a José María Hernández Garnica. El hecho es que de la cárcel de San Antón de Madrid pasó a la de San Miguel de los Reyes, en Valencia, y luego fue liberado y destinado al servicio militar en la retaguardia, primero en Rodalquilar (Almería) y posteriormente en Baza (Granada), donde le sorprendió el final de la guerra.
FUENTE: www.opusdei.es
Al comenzar la guerra, la mayor parte de los civiles españoles en edad militar quedaron enrolados en uno u otro bando, según quien mandara en la zona donde se encontraban. Por tanto, era la geografía la que decidía el ejército al que uno pertenecía, salvo los casos de evasiones voluntarias a la otra zona. En esa época los miembros del Opus Dei eran todavía muy pocos.
En concreto, los hombres del Opus Dei que estaban en edad militar y residían en Madrid o en Valencia, fueron llamados a filas en el ejército republicano. Ese fue el caso de José María Hernández Garnica, Ricardo Fernández Vallespín, Juan Jiménez Vargas, Pedro Casciaro y Francisco Botella. Sus peripecias fueron diversas en cada caso.
Miguel Fisac se ocultó en su domicilio familiar, en su pueblo natal, Daimiel, hasta que cruzó a través de los Pirineos hasta la otra zona. Eduardo Alastrué, Vicente Rodríguez Casado y Álvaro del Portillo permanecieron refugiados en legaciones diplomáticas hasta el verano de 1938, cuando se enrolaron en el Ejército de la República. En el mes de octubre se evadieron por el frente de Guadalajara y pasaron a formar parte del otro ejército, ya que cada uno de ellos consideraba personalmente que el régimen político que defendían muchos dirigentes de aquel bando —marxista y materialista— era incompatible con su conciencia cristiana.
A otros, como José Ramón Herrero Fontana, José Isasa y Jacinto Valentín Gamazo, les sorprendió la guerra en la zona dominada por los militares insurrectos y quedaron incorporados al llamado "ejército nacional". Los dos últimos murieron en el frente.
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Como recuerda John F. Coverdale, "la Falange dominaba la vida política española después de la Guerra Civil. Era el único partido y controlaba tanto el sindicato único como la única organización estudiantil permitida en el país. Al igual que muchos españoles, algunos miembros del Opus Dei pertenecían a la Falange o a su organización estudiantil. Y otros no quisieron hacerlo.
Escrivá dejó claro a los del Opus Dei que disfrutaban de total autonomía en materias políticas. Como leales hijos de la Iglesia, estarían obligados a seguir las indicaciones dictadas por la jerarquía para salir al paso de las situaciones políticas que amenazasen los valores espirituales. Pero el Opus Dei no les daría ninguna orientación política. (…) Los miembros de la Obra, por tanto, gozaban de completa libertad para pertenecer o no al partido.
El Opus Dei animó a sus miembros y a quienes participaban en sus actividades de formación a ejercer responsablemente su libertad de adscripción política, pero en ningún momento trató de dirigir la elección de nadie. Así, cuando uno de los estudiantes de la residencia de Jenner propuso al director organizar una campaña a favor de la organización estudiantil de la Falange, el director, cortésmente, rechazó la iniciativa y explicó con claridad que la residencia respetaba la libertad política de quienes en ella vivían.
Cada fiel del Opus Dei es libre de manifestar sus opiniones. Y no sólo eso: algunos participan activamente en la vida política. Por ejemplo, Juan Bautista Torelló, un joven barcelonés del Opus Dei, pertenecía a una asociación cultural catalanista, considerada en su momento como un grupo clandestino contrario al régimen. Se lo contó a Escrivá, quien le insistió en que los miembros del Opus Dei eran libres para tomar sus propias decisiones en materias políticas y culturales. Le explicó también que ningún director de la Obra podría ejercer su influencia en estas materias sobre ningún miembro del Opus Dei ni sobre las personas que se acerquen a sus apostolados. Escrivá le sugirió que procurara no ser arrestado, ya que para entonces en Barcelona sólo eran seis de la Obra y sería un golpe para su desarrollo el que uno de ellos estuviera en la cárcel. Pero, concluyó, "haz lo que mejor te parezca".
Como cabeza del Opus Dei y como sacerdote, Escrivá fue muy cuidadoso de no dar sus opiniones en el campo político. En los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil, cuando el himno nacional sonaba en las ceremonias oficiales, casi todo el mundo —también muchos obispos y sacerdotes— saludaban con el brazo en alto, según el uso adoptado por la Falange y el régimen de Franco. Escrivá nunca lo hizo, y no tanto por mostrar oposición, sino para no identificarse con ningún grupo político. Así, consiguió no influir sobre los miembros de la Obra ni retraer de la dirección espiritual a nadie que no compartiera sus opiniones en estos campos.
Además, Escrivá no dudó en tratar a quienes mantenían posturas contrarias al régimen o eran juzgadas impopulares entonces. La viuda de una persona que estuvo en la cárcel porque se sospechaba que pertenecía a la masonería escribió al fundador del Opus Dei para agradecer la amistad y atención a su marido, en momentos en que nadie, ni siquiera sus más íntimos, se atrevieron a manifestarle su afecto.
Este respeto a la libertad sentó mal en ambientes falangistas, que veían una amenaza a sus aspiraciones en cualquier grupo que no estuviera bajo su control directo. Así, la revista "¿Qué pasa?" y otras publicaciones falangistas publicaron crudos ataques contra la Obra y su fundador, permitidos por los censores oficiales del régimen.
Cierto día, alguien que trabajaba en la Secretaría General de la Falange entregó a Fray José López Ortiz, agustino, buen amigo de Escrivá, una investigación sobre "la organización secreta Opus Dei" llevada a cabo por el servicio de información de la Falange. Además de referirse al Opus Dei como una organización clandestina, se le atacaba por su internacionalismo, su oposición a la nación y al régimen y su supuesto antipatriotismo. También acusaba a la Obra de ser contraria a la Falange y de maquinar sectariamente para hacerse con el control de la universidad. Fray José, que describió el documento como una atroz calumnia, no pudo contener las lágrimas al leerlo al fundador. Para su asombro, Escrivá le miró, sonrió y dijo: "No te preocupes, Pepe, porque todo lo que dicen aquí, gracias a Dios, es falso: pero si me conociesen mejor, habrían podido afirmar con verdad cosas mucho peores, porque yo no soy más que un pobre pecador que ama con locura a Jesucristo". En lugar de romper el documento, Escrivá se lo entregó a Fray José para que se lo devolviera a su amigo y éste no tuviera problemas después".
—COVERDALE, J. F., La Fundación del Opus Dei, Ariel, Barcelona 2002, pp. 314-316.
El documento a que se hace referencia en los dos últimos párrafos ha sido publicado por RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, José Luis, Historia de Falange Española de las JONS, Alianza Editorial, Madrid 2000, 552 pp: "Informe Confidencial sobre la Organización Secreta Opus Dei", elaborado por la Delegación de Información de la Falange.
REDONDO, Gonzalo, La configuración del Estado español, nacional y católico (1939-1947) Eunsa, 1999.
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Ese tribunal se creó acabada la guerra para perseguir y depurar a quienes se tenían por enemigos ideológicos del nuevo régimen: la masonería, el comunismo, los anarquistas, etc.
La identidad del autor o autores de las denuncias permanecía secreta, lo mismo que la primera fase de la instrucción. El denunciado sólo conocía los cargos que se habían formulado contra él en el preciso momento en que era llamado a declarar.
Luis López Ortiz, secretario de ese tribunal —que era hermano de fray José López Ortiz, un religioso muy amigo de Escrivá— informó a San Josemaría de la existencia de estas denuncias, que fueron sobreseídas tras la pertinente investigación.
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Quizá San Josemaría tuvo noticias de la encíclica Mit brenneder Sorge en marzo de 1937 por medio de la prensa republicana de Madrid durante su estancia en la Legación de Honduras. La encíclica fue publicada, en primer lugar, por el cardenal Gomá en el Boletín Eclesiástico de la diócesis de Toledo en enero de 1938. Después, a lo largo de ese año 1938, en los boletines episcopales de otras treinta diócesis españolas. Por tanto, es posible que San Josemaría la conociese a lo largo de ese año. La propaganda oficial prohibió su publicación en la prensa, pero no en los boletines diocesanos.
José Orlandis recuerda que en septiembre de 1939 San Josemaría le dijo que había ofrecido la Misa por Polonia —que entonces estaba siendo atacada por la Alemania de Hitler—, "este país católico que está sufriendo una pena tremenda con la invasión nazi".
Domingo Díaz-Ambrona había viajado a Alemania en 1941. Allí percibió la naturaleza anticristiana del régimen nazi. A su regreso, advirtió que en España se veía al nazismo de una manera muy distinta, como un enemigo más del comunismo. Por esta razón, en un encuentro casual con Josemaría Escrivá en un viaje en tren de Madrid a Ávila en agosto del año 1941 (cuando ya estaba en marcha la invasión alemana de Rusia), tuvo interés en charlar sobre estos temas con él. Y se sorprendió al observar la contundencia con que aquel sacerdote le puso en guardia contra el nazismo, del que afirmó que era una ideología pagana que perseguía a la Iglesia y a los católicos.
San Josemaría se opuso a todos los totalitarismos, y de un modo muy singular al nazismo. "Lógicamente —precisa Álvaro del Portillo—, el Padre distinguía entre el nazismo y el pueblo alemán. Precisamente porque sentía un particular cariño hacia aquella nación —era un sentimiento heredado de su padre—, le dolía muchísimo verla sometida a aquella dictadura aberrante. Su pena se acrecentaría al estallar la Segunda Guerra mundial".
"Al final de los años treinta, después de haber vivido la triste experiencia de la guerra civil, la mayor parte de los españoles alimentaba una fundada prevención contra el comunismo. No sucedía lo mismo con el nazismo: es más, la propaganda oficial, por un motivo o por otro, no sólo silenció los crímenes del nacionalsocialismo, sino que prohibió en España la publicación del documento pontificio que lo condenaba.
Por esto, nuestro Fundador tuvo que pronunciarse más de una vez contra el nazismo en su ministerio sacerdotal. Precisamente porque en algunos ambientes oficiales españoles se miraba con simpatía al régimen alemán, se sintió en el deber de poner en guardia a los que se olvidaban de las aberraciones de aquella ideología: no sólo criticaba su totalitarismo, sino también la persecución y las discriminaciones a los católicos, a los hebreos, etc., y el tono de paganismo que caracterizaba el racismo nazi. Se prodigó en dar a conocer el contenido del documento pontificio de condena, y en difundirlo privadamente".
—PORTILLO, Á. del, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1993, pp. 33-34.
Amadeo de Fuenmayor, catedrático de Derecho Civil y Derecho Canónico, afirma que la actitud de Escrivá, "condenatoria del nazismo, fue terminante", y aporta una extensa relación de "expresiones referidas a Hitler y a su sistema racista, que le hemos escuchado en múltiples ocasiones".Entre otras, las siguientes:
—"Abomino de todos los totalitarismos".
—"El nazismo es una herejía, aparte de ser una aberración política".
—"Me dio alegría cuando la Iglesia lo condenó: es lo que todos los católicos llevábamos en el alma".
—"Todo lo que es racismo es algo opuesto a la ley de Dios, al derecho natural".
—"Sé que han sido muchas la víctimas del nazismo, y lo lamento. Me bastaba que hubiera sido una sola —por motivo de fe y, además, de pueblo— para condenar ese sistema".
—"Siempre me ha parecido Hitler un obseso, un desgraciado, un tirano".
—URBANO, P., El hombre de Villa Tevere, Plaza & Janés, Barcelona 1995, pp. 119-120.
Pedro Casciaro recordaba:
"Respecto al fascismo y al nazismo, no hubo caso de enfrentamientos, ya que el Opus Dei comenzó su labor estable en Italia y Alemania cuando esos regímenes ya no gobernaban. En una ocasión le oí hablar [a Josemaría Escrivá] con admiración del cardenal Faulhaber, que había tenido la valentía de publicar unas conferencias de adviento en la catedral de Munich, durante el nazismo".
—Testimonio citado en URBANO, P., El hombre de Villa Tevere, Plaza & Janés, Barcelona 1995, p. 118.
FUENTE: www.opusdei.es
Desarrollo del Opus Dei en España
La dura situación bélica frenó el desarrollo apostólico del Opus Dei por España, pero contribuyó a consolidar la vocación de sus primeros seguidores. La década de 1940 presencia una fuerte expansión del Opus Dei. En poco tiempo la Obra se implantará en varias de las más importantes ciudades españolas. San Josemaría dedicó una parte principal de sus energías y tiempo a impulsar esa expansión y a formar a las nuevas vocaciones de hombres y mujeres que iban llegando a la Obra. Además, predicó numerosas tandas de ejercicios espirituales a sacerdotes. En esos momentos de reconstrucción del tejido eclesial, restañando las heridas que trajo consigo la guerra, diversos obispos españoles, conocedores de su hondura sacerdotal, le pidieron su colaboración en aquella tarea.
No faltaron entonces duras contradicciones. San Josemaría las sobrellevó con serenidad y sentido sobrenatural. En aquellas difíciles circunstancias, tuvo siempre el aliento y la bendición del Obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo Garay. Para mostrar públicamente ese apoyo, monseñor Eijo otorgó al Opus Dei una primera aprobación escrita en 1941. El 14 de febrero de 1943, san Josemaría encontró la solución de una de las cuestiones que más le preocupaban: cómo concretar la presencia de sacerdotes en el Opus Dei. Ese día, durante la Misa, tuvo la inspiración de crear la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, una asociación sacerdotal donde se podrían incardinar los miembros del Opus Dei llamados al sacerdocio. Poco después, en ese mismo año 1943, con la conformidad de la Santa Sede, el Obispo de Madrid procedió a su erección canónica. En 1944, recibieron la ordenación los tres primeros miembros del Opus Dei que accedían al sacerdocio.