Fotografía y patrimonio cultural
La fotografía, como patrimonio histórico-artístico, participa de la duplicidad propia de las obras de arte, con sendos componentes de fondo y forma. No se trata sólo de un medio de reproducción fidedigna, sino un medio de expresión. Desde este último punto de vista, posee unas cualidades estéticas, que permiten su disfrute y contemplación. Asimismo, posee unos valores históricos que, como indicó Alois Riegl al referirse al monumento, la convierten en un eslabón de la historia material de los bienes culturales.
La fotografía ha estado íntimamente relacionada con las artes y la arquitectura. Constituye una fuente primordial para los historiadores del arte, como documento histórico que atestigua los cambios de los bienes que componen el patrimonio cultural, además de expresión artística con valores estéticos, plásticos y técnicos.
Junto a múltiples intereses y funciones, la fotografía constituye una fuente documental sobresaliente, un registro visual de primera magnitud en un determinado contexto espacio-temporal, que resulta atractivo para el estudio del patrimonio cultural y para la puesta en marcha o estudio de cualquier intervención de conservación y restauración. Se trata de verdaderas actas notariales y ventanas de información visual, si bien en algunos casos tuvieron una clara intencionalidad artística y de creatividad por parte de su autor, por lo que poseen verdadera vocación artística. Las fotografías, como documentos gráficos, transcriben “con claridad y definición”, en expresión de J. Fontcuberta, unas imágenes que adquieren un valor extraordinario al convertirse en herramientas imprescindibles para el conocimiento pleno y profundo de un objeto o un monumento, de su historia, sus transformaciones, las adiciones o supresiones de estratos o de las intervenciones sufridas a lo largo del tiempo. Sin embargo, metodológicamente, algunos consideran que esa rapidez y limpieza no implican realidad, pues se trataría más bien de una representación recreada, a fortiori, cuando su autor elige tema, encuadre y otros aspectos que hablan de su opinión.
Si la fotografía, como fuente histórica y elemento transmisor de información visual, resulta evidente en el estudio del patrimonio material, no es menor su interés para el conocimiento del patrimonio inmaterial y antropológico que, como es sabido, abarca las manifestaciones recibidas de sus antepasados por grupos y comunidades y que transmiten a sus descendientes, a menudo de manera verbal. Entre sus fines, figura el estudio de tradiciones y expresiones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos y técnicas artesanales tradicionales. Cualquier fotografía ligada con todo ello supone una fuente primordial para el estudio de esas parcelas, si bien hay que interpretar también el motivo por el que se hicieron, ya que en algunos casos se realizaron con una clara visión nostálgica del pasado.
A la hora de analizar la narrativa de esas instantáneas, relacionadas con el patrimonio material o inmaterial, pondremos todo el interés en el estudio de sus detalles. Al respecto, podemos recordar el razonamiento de Valle Inclán, cuando escribía sobre la importancia de descubrir “el arcano de las cosas que parecen vulgares y son maravillosas” o la reflexión de A. Dumas de que “quien lee aprende mucho; pero quien observa aprende más”. Del mismo modo que el escuchar es superior al oír, algo parecido ocurre con ver y mirar. Para mirar basta con fijar la vista, para ver hay que observar, examinar y advertir, sin prisas, lo que aparece ante nuestros ojos en todos sus detalles, lo que nos llevará a entender su mensaje. Un viejo aforismo recuerda que para ver hay que mirar y saber. Tras ese ejercicio, estaremos en disposición de realizar una lectura del documento fotográfico, siempre en su contexto.
Fortín de San Bartolomé, murallas de Pamplona y catedral. Foto Marín y Coyné (1874-1880), carte cabinet. Colección José Ignacio Riezu Boj
En otro escenario que no es el de este blog, concretamente en el digital de Diario de Navarra, vamos a ir presentando, mensualmente, a partir de marzo de este año 2023, diversas fotografías -algunas poco conocidas e incluso inéditas-, pertenecientes a colecciones públicas y privadas. Algunas de ellas son de gran belleza y generan un enorme impacto visual, pero otras muchas no poseen intención estética como punto de partida y no tienen interés desde ese criterio, pues adolecen de errores de enfoque, tratamiento de la luz y encuadre. En contrapartida, unas y otras nos presentan bienes que, en muchos casos, han desaparecido o han sido alterados sustancialmente. Las tarjetas postales, que gozaron de un gran desarrollo en el último cuarto del siglo XIX y una época dorada desde 1905 hasta la Guerra Civil, también serán objeto de nuestra atención, por el interés histórico-artístico de algunas de ellas.
La elección del título para esta serie mencionada: “Fotografías que hablan”, tiene que ver con el ejercicio de lectura y análisis de la información visual de los diferentes temas (argumentos, en términos literarios), siempre por encima de su mera visión o contemplación.
En todos los casos se acompañarán de comentarios destinados a su contextualización y a la lectura general y de sus elementos que, muchas veces, han desaparecido o se han retirado por distintas causas: modas, restauraciones o caprichos personales. Intentaremos comprender y valorar cuanto ofrecen las instantáneas: objetos, tipologías, iconografías, interiores y exteriores de edificios, a la luz del momento preciso en que el fotógrafo realizó su toma o captura, sin olvidar aspectos históricos, antropológicos o simbólicos inherentes a los contenidos de unas imágenes que hablan per se y responden, multidisciplinarmente, si se les pregunta por su historia, uso y función, iconografía y estética.