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Una alegoría de la arquitectura en un contexto académico: Luquin 1763


FotoAlegoría de la arquitectura en un relieve del retablo mayor de Luquin, por Lucas de Mena y Martínez, 1763/

Realmente excepcional, en el panorama de las artes navarras del Siglo de las Luces, es la presencia de una alegoría de la arquitectura que aparece en el retablo mayor de la parroquia de Luquin. La rareza es mayor si tenemos en cuenta que se encuentra en un contexto sagrado: el retablo mayor de su parroquia. El hecho que nos hace comprender su presencia está relacionado con su autor, el escultor Lucas de Mena y Martínez, hijo y nieto de retablistas, que contrajo matrimonio con la hija de otro artífice, Dionisio de Villodas, en 1761, y acudió a la Real Academia de San Fernando de Madrid para perfeccionar su arte. En aquella institución se matriculó en octubre de 1762, cuando contaba con veinticinco años. A su regreso, con un bagaje cultural y nuevos aires, contrató a fines de 1763 el retablo de Luquin, bajo la supervisión de Silvestre de Soria, obra que entregaría en 1767. Sus líneas arquitectónicas y la calidad de la imaginería hablan per se de un nuevo estilo. 

En el banco del retablo encontramos algunas alegorías, destacando la geometría y la arquitectura. La primera de ellas se acompaña de globo y compás. Por su parte, la personificación de la arquitectura sigue en su diseño las recomendaciones de Cesare Ripa en su Iconología, cuando la describe como una mujer de edad madura con los brazos desnudos, acompañada de compás y escuadra –instrumentos de la geometría- y un pergamino en el que se dibuja una planta. Se acompaña, asimismo, de dos geniecillos que le traen un portalápiz, que habla de la importancia del dibujo como padre de todas las artes y una escuadra. La edad de la personificación la explica porque “en la madurez de la edad, para mejor mostrar que la experiencia suele coincidir en el hombre con el más alto grado de ejecución de sus obras más ambiciosas”

Alegoría de la geometría en un relieve del retablo mayor de Luquin, por Lucas de Mena y Martínez, 1763

La alegorización está en plena sintonía con la generalización del término “arquitecto” con otras connotaciones que las que hasta entonces había tenido. En España, desde mediados del siglo XVI, fuera del contexto teórico-artístico de algunas minorías, el arquitecto era un ensamblador de calidad, capaz de diseñar y plantear un retablo, una sillería de coro o la fachada de un órgano monumental. Con el oficio de arquitecto, se documentan en todas las regiones a retablistas significados que manejan con habilidad las gubias y, sobre todo, a los que son capaces de trazar y plantear, mediante un diseño, la organización bidimensional o tridimensional de retablos. La elaboración de las trazas cobró tal importancia, que Madrid, como capital de España, se convirtió en el siglo XVII en un lugar especialmente reconocido en su elaboración, dado que era en la Corte en donde mejor arte se consumía. Pero sería en el Siglo de las Luces cuando la disciplina de la arquitectura cobró una nueva dimensión con unos planes de estudio precioso contemplados a raíz de la fundación de la Real Academia de San Fernando. Gracias al control de las academias se acabó imponiendo una arquitectura de estado que, en nombre del buen gusto, condujo a cierta uniformidad, atajando también las peculiaridades regionales. Incluso se impondría el término de arquitecto del rey en sustitución de la caduca y vieja denominación de “maestro de obras reales”.

Para saber más

FERNÁNDEZ GRACIA, R., “En torno a la arquitectura: consideraciones y testimonios de maestros del barroco navarro”, Príncipe de Viana, nº 222 (2001), pp. 7-23
FERNÁNDEZ GRACIA, R., El retablo barroco en Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2003
RIPA, C., Iconología, Madrid, Akal, 1996
MARÍA, F., “El problema del arquitecto en la España del siglo XVI”, Academia. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, núm. 48 (1979), pp. 173-216