En torno al III Centenario de la canonización de San Francisco Javier en Pamplona
Hace un siglo la vivencia javierista entre numerosísimos navarros era intensa. No en vano, estaban en el recuerdo, las grandes peregrinaciones al castillo de fines del siglo XIX y la reconstrucción del edificio y la nueva basílica a costa de la duquesa de Villahermosa. El colegio de los jesuitas en Tudela estaba educando a gran parte de las élites y la archicofradía pamplonesa vivía excelentes momentos. Algunas determinaciones de la Iglesia, tanto universal como diocesana impulsaron aquel ambiente. En 1904, el santo navarro fue nombrado patrono de las obras de Propagación de la Fe, el año 1922 fue declarado como jubilar por Benedicto XV y, poco más tarde, en 1927, Javier fue nominado como patrono de todas las misiones. El obispo de Pamplona, fray José López y Mendoza, designó el 3 de diciembre como fiesta de guardar en 1918. El mismo prelado también publicó la orden en el Boletín del Obispado para la celebración de la novena de la gracia, de modo obligado en todos los templos de la diócesis. En 1926 el nuevo obispo, Mateo Múgica, prescribió que al, final del rosario, se rezase el Padre Nuestro, Ave María y Gloria por las misiones, encomendando la petición a san Francisco Javier.
Recuerdos de aquel centenario son la peregrinación de las Cajas Rurales al castillo a mediados de mayo, la medalla conmemorativa según diseño de Julio Arrieta, el estreno de la obra de Jenaro Xavier Vallejos “Volcán de Amor”, en el Teatro Gayarre, y el himno oficial con música de Joaquín Larregla y letra de Alberto Pelairea. Los festejos y celebraciones contaron con la llegada a Navarra del brazo del santo y del Crucifijo del cangrejo, que se trajeron desde Roma y el palacio Real de Madrid, por concesión del general de la Compañía de Jesús y de Alfonso XIII, respectivamente.
Paso procesional de la Virgen del Sagrario en la procesión del 24 de septiembre de 1922. Fotografía de José Martínez Berasáin. Archivo General de Navarra
Autoridades eclesiásticas en la procesión del 24 de septiembre de 1922. Fotografía de José Martínez Berasáin. Archivo General de Navarra
La procesión cívico-religiosa en Pamplona el 24 de septiembre de 1922
En Pamplona, entre el 21 y 25 de septiembre se celebraron un solemne triduo dispuesto por la Diputación, el Congreso Nacional de la Unión Misional del Clero, la peregrinación oficial a Javier y el gran desfile cívico-religioso por las calles de la capital navarra.
El día 23 tuvo lugar la peregrinación oficial a Javier, con la Diputación Foral y las Diputaciones de las provincias Vascongadas al frente, numerosas delegaciones de villas y ciudades, así como varios obispos. La presencia del rey Alfonso XIII que llegó al castillo en automóvil, procedente de San Sebastián, dio gran realce a los festejos. La misa contó con la participación del Orfeón Pamplonés.
Al día siguiente, en Pamplona, tras una vigilia de la Adoración Nocturna en la catedral con 40 banderas, tuvo lugar el acto popular y masivo, que fue una procesión que recorrió sus calles el día 24 de septiembre. Partió a las diez de la mañana de la catedral y finalizó ante el palacio de Diputación, en el Paseo de Sarasate.
Presidencia civil con las Diputaciones de Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya y Álava en la procesión del 24 de septiembre de 1922. Fotografía de José Martínez Berasáin. Archivo General de Navarra
Procesión del 24 de septiembre de 1922 tras recoger al copatrono san Fermín en la iglesia de San Lorenzo. Tras el paso del santo se pueden ver las imágenes de San Miguel de Aralar y la Virgen del Sagrario. Foto colección Arazuri
Las autoridades partieron hacia la catedral desde el palacio de la Diputación Foral. Esta última corporación con el ayuntamiento pamplonés, el gobernador civil y las Diputaciones de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa con sus maceros, miñones y miqueletes, desfilaron con el acompañamiento de banda de música y precedidas por los clarines de la Diputación de Vizcaya. El desfile cívico-religioso partió de la catedral, concretamente de la Plaza de San José. Los balcones de calles y plazas lucían reposteros y colgaduras, mientras las volteaban y repicaban las campanas. El grave sonido de la “María” de la catedral con su severo tañido, sobrecogió a algún cronista del acto.
En el desfile participaron un piquete con cuatro caballos de gala del Regimiento de caballería de Almansa, la comparsa de Gigantes de Pamplona con gaitas y tambores, la Pamplonesa con 2.000 niños de la Santa Infancia, formados en filas de a cuatro que portaban cartelones alusivos a las misiones. Seguían las banderas de sindicatos católicos, hermandades y cofradías, comisiones de doscientos ayuntamientos navarros con sus correspondientes banderas. El padre Astáin afirma que el número fue ligeramente superior, de 215. Continuaban en el cortejo la corporación municipal de Pamplona, sacerdotes y comunidades religiosas. La edición de Diario de Navarra, del 26 de septiembre de 1922 enumeró a todas banderas municipales que participaron en el desfile. En La Avalancha agrega: “Allí las victoriosas banderas del valle de Roncal, las que se cubrieron de gloria en días de lucha, cuyos tafetanes llevan el sello de los siglos. Allí las banderas cargadas de prestigios de las ciudades y villas de nuestras merindades; allí las enseñas que denotan patriotismo y religión, porque en muchas de ellas, con los heroicos escudos de armas, ostentan las imágenes de los Patronos santos de las municipalidades”. El cronista jesuita Constancio Eguía Ruiz dejó publicado lo siguiente: “Esas son, por decirlo así, las comunidades de Navarra, esas las insignias de sus pueblos, villas, ciudades y merindades. En los viejos tafetanes de sus banderas traen bordados los signos de gloria: algunos, como los roncaleses, traen su nota de color regional en los vestidos; muchos en los escudos de armas ostentan las imágenes de los santos patronos… en los cuerpos robustos, todos llevan enseñas de patriotismo y de fe. En los cuerpos robustos y en la firme mirada traen impresa la raza castiza…”.
Junto a las imágenes de San Miguel de Aralar, de la Virgen del Sagrario de la catedral -precedida de su escudero de armas- y de San Fermín, que se incorporó en la parroquia de San Lorenzo, marchaba el cabildo catedral. La presidencia eclesiástica la ostentaron el cardenal de Zaragoza (Juan Soldevila), el arzobispo de Sevilla (Eustaquio Ilundáin) y otros obispos. Todos ellos se turnaron para llevar el brazo del santo y el Crucifijo del cangrejo. También participaron en la marcha la Junta del Centenario, una comisión de la Caja de Ahorros de Navarra -fundada aquel mismo año-, las Diputaciones, el gobernador civil y otras autoridades judiciales y militares. En distintas partes del recorrido interpretaron marchas y diversas partituras otras bandas de música, como la de Estella, Sangüesa y otras militares. El Regimiento de la Constitución, con bandera y banda de música, también rindió honores a la reliquia y al Cristo del cangrejo.
Miqueletes y miñones en la procesión. Fotografía publicada en La Avalancha (7-XII-1922)
Al finalizar el desfile, las imágenes de san Fermín, la Virgen y san Miguel de Aralar se colocaron a los pies del Monumento a los Fueros. El obispo dimisionario de Oviedo, Francisco Javier Baztán y Urniza, natural de Sada, “de corazón entusiasta y joven en cuerpo anciano”, proclamó unos “Vivas” que fueron respondidos con fuerza por los asistentes. La alocución “breve pero inflamada”, según el padre Astráin, corrió a cargo del jesuita Víctor Elizondo que, poco después, partió para China “para dar ejemplo práctico de su predicación”. En el palacio foral ingresaron las Diputaciones y las representaciones de las cabezas de merindades.
Desde el balcón principal del palacio de Diputación, las 25.000 personas congregadas recibieron la bendición con el brazo del santo, mientras las banderas rendían homenaje “hasta el polvo en señal de acatamiento” y las bandas militares y civiles interpretaban la Marcha Real. Al finalizar, las imágenes de la Virgen del Sagrario y san Fermín se trasladaron procesionalmente a sus lugares de culto, la catedral y la parroquia de San Lorenzo, respectivamente, mientras que la del Ángel de Aralar se recogió en la residencia de los Capuchinos.
La procesión según Diario de Navarra (26 de septiembre de 1922), resultó “grandiosa, solemne, de gran vistosidad, como nunca en parte alguna podrá hacerse nada que se le parezca, sino por falta de elementos, por el espíritu de disciplina y de organización, que en este país se aventaja a los demás”. En el órgano católico-propagandístico de La Avalancha (14 de octubre de 1922), señalaba: “No parece sino que el alma de Navarra, después de tres siglos en que la Iglesia elevó a las excelsidades de los altares a aquel esforzado cristiano, émulo afortunado de los apóstoles y compañero decidido de los mártires, se despertó admirada de la grandeza espiritual de su preclaro hijo y vino a la capital, como matrona amante de su hijo santo, a circundar su figura de esplendores de amor y a coronar con corona inmortal de gloria de espíritu asombrosamente divino que llevó el incendia de la caridad de Cristo a los pueblos paganos de Oriente…”.
Acto de bendición con la reliquia de san Francisco Javier y el Cristo del cangrejo desde el palacio de Diputación, tras la procesión, en Pamplona el 24 de septiembre de 1922. Fotografía de Alfonso Ciarán (Madrid)
Asistentes al acto de bendición con la reliquia de san Francisco Javier y el Cristo del cangrejo, 24 de septiembre de 1922. Bajo el monumento a los Fueros se pueden ver las imágenes de San Fermín, la Virgen del Sagrario y San Miguel de Aralar, que habían participado en la procesión. Foteteca Archivo Municipal de Pamplona
Para saber más
Diario de Navarra, 26 de septiembre de 1922
EGUÍA RUIZ, C., Reliquias de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier. Su recorrido triunfal por España, Madrid, Blass, S. A. Tipográfica, 1924
FERNÁNDEZ GRACIA, R., San Francisco Javier Patrono de Navarra. Fiesta, religiosidad e iconografía, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2006
FERNÁNDEZ GRACIA, R., “Patrimonio e identidad (62). San Francisco Javier, 1922”. Diario de Navarra, 11 de marzo de 2022, pp. 58-59
GOÑI GAZTAMBIDE, J., Historia de los obispos de Pamplona. XI. Siglo XX, Pamplona, Eunsa, 1999
La Avalancha, 14 de octubre de 1922