El decano de los belenes navarros en las Agustinas Recoletas de Pamplona
Sin duda alguna, el conjunto de las Agustinas Recoletas de Pamplona es el más destacado grupo belenístico conservado en Navarra de los siglos del Barroco. Su cronología, notoriedad y tamaño lo hace comparable con otros belenes monumentales conservados en otras clausuras femeninas hispanas.
Gracias a un manuscrito conservado en su archivo, datado en 1886, conocemos todo tipo de detalles relativos a su ordenación y colocación en el antecoro conventual, dentro de un gigantesco armario, a la manera de los mallorquines. El día de Nochebuena, antes de la conclusión de la Misa del Gallo, una de las beleneras colocaba el Niño, fajado en el portal, ante la Virgen arrodillada junto al Verbo encarnado. Las monjas entonaban entonces algunos villancicos tradicionales de la casa, de los que conocemos copias en partituras manuscritas.
El día de la Circuncisión se escenificaba el pasaje con el Sumo Sacerdote y su acólito, ante la Virgen a la que se tocaba con un mantillo. Finalmente, en el día de Reyes, la Virgen sentada en un rico sillón dorado y ricamente vestida, con el Niño en sus rodillas, recibía a los reyes de la tierra, en una posición de auténtica Maiestas Mariae. Cristo hecho hombre, en el día de su manifestación pública, debía recibir a los monarcas de la tierra como Rey del cielo, en el mejor de los tronos: su Madre. El simbolismo se hace presente, de manera muy especial, como corresponde al belén hispano tradicional.
Las distintas figuras que componen el conjunto pertenecen a diferentes fechas, desde la época de Felipe IV, en pleno proceso fundacional y dotacional del convento, hasta el siglo XVIII, cuando las modas iban a mayor velocidad, a causa de los gustos reales, en época de Carlos III. El Nacimiento, los Reyes y algunos pastores se exhibieron en Madrid, en el año 2000, momento en que se procedió a la restauración de lo más urgente. En Pamplona se pudo contemplar en la exposición ¡A Belén pastores! (2006-2007).
Rey mago del belén de las Agustinas Recoletas de Pamplona, s. XVII
Las religiosas fueron en la segunda mitad del siglo XVIII muy conscientes de la importancia y novedad del conjunto de figuras vestidas que poseían en su belén. De ello nos da buena cuenta el hecho de que decidiesen sacarlo a la calle para su exhibición, en un momento muy singular de la historia pamplonesa, cuando las comunidades, gremios y nobles de la ciudad engalanaron sus fachadas y calles con sus mejores preseas, en un contexto de gran competencia entre unos y otros por llamar la atención de cuantos habían llegado a la capital navarra a la inauguración de la capilla de la Virgen del Camino, en 1776. Una crónica manuscrita de la procesión con tal motivo, afirma, al respecto: “en la esquina de la torre de San Lorenzo hacia la Taconera pusieron las Madres Recoletas un altar muy elevado. Los objetos de ese altar eran Nuestra Señora de la Concepción y San Agustín. Las riquezas de ese altar no tenían tasa, estaban en simetría y tenían tanto en qué divertir, que los curiosos no dejaron de todo el tiempo que pudieron lograr. Sobre el techo que era una especie de solio, pusieron el belén, que lo tienen muy especial, con animales muy extraños y perfectos, que causó admiración…”. Hasta aquí el manuscrito dieciochesco, cuyo testimonio sobre el singular aprecio del belén por sus poseedoras y por las gentes no deja lugar a dudas, en unos momentos, en los que el belén aún no había hecho acto de presencia en las calles.
El belén de Recoletas de Pamplona consta de un número importante de piezas, todas ellas esculturas de candelero, o de vestir, numerosos animales y construcciones arquitectónicas que reproducen las galerías de arquillos de la propia Plaza de Recoletas, concretamente de la casa de los capellanes del citado convento, obra del siglo XVII. Las aparatosas vestimentas de las imágenes, especialmente las de los Reyes Magos, proporcionan al conjunto una grandiosidad y unas texturas de enorme riqueza, como ocurre en otros conjuntos similares de la época. Entre las piezas más antiguas hay que situar las figuras del misterio, el san José con ciertos resabios romanistas en el rostro y la Virgen, de facciones más finas y encarnación a pulimento, sentada en rico sillón tapizado y dorado. También pertenecen a la época de Felipe IV un grupo de mendigos pedigüeños, vestidos a la moda del segundo tercio del siglo XVII, mostrando sus mutilaciones de piernas y llagas en sus carnes. No distará mucho en cronología un grupo de mujeres, viudas, sentadas una tras otra, formando una curiosa fila. Viudas y pobres venían a significar que la venida al mundo de Cristo era universal, también para los más desfavorecidos.
Especial importancia cobran en el portal las figuras de los arcángeles san Miguel y san Rafael, siguiendo los textos de sor María Jesús de Ágreda, que glosa en su Mística ciudad de Dios, la presencia de ambos en el nacimiento de Cristo.
Junto a piezas destacadas, encontramos algunas de marcado carácter popular, como un grupo de aldeanas y aldeanos, cuyos rostros se inspiran en tipos de la Cuenca pamplonesa. Muy curioso es un pastor vestido de peregrino, con todos los atributos iconográficos propios, como la calabaza, el bordón, la cantimplora, la esclavina y las conchas.
Elefante del belén de las Agustinas Recoletas de Pamplona, s. XVIII
No podemos dejar de mencionar a los elefantes y camellos, éstos diacrónicamente surrealistas. Estos animales exóticos se fueron sumando a los cortejos de los Reyes Magos, a raíz de las peregrinaciones a Tierra Santa. Respecto al elefante, recordemos que su incorporación al belén era relativamente reciente y estuvo motivada y acrecentada por la llegada de un ejemplar en la embajada del sultán otomano Mahmut I a Carlos de Borbón Farnesio, rey de Nápoles y dos Sicilias, futuro Carlos III, en aquel mismo año de 1741, según vemos en la pintura de Giuseppe Bonito del citado año. Aquella embajada de 1741 constituyó un acontecimiento social y político en Nápoles, tanto por el número de visitantes como por lo singular y exuberante de su indumentaria, así como por los exóticos animales que la acompañaban. No fue el único elefante que recibió como regalo Carlos III. En 1773 llegó otro procedente de Manila que recorrió numerosas regiones hasta que llegó a la corte, con todo tipo de cuidados. La afición del monarca hacia el belén desde que reinó en Nápoles, hizo que en España adquiriese en su época auténtica carta de presentación. Las distintas novedades, entre ellas la presencia del elefante, hizo que una reducción del paquidermo pasase a la representación tridimensional del nacimiento de Cristo y que otros belenes lo incluyesen por su exotismo en sus vistosas cabalgatas.
Particular historia poseen un buen grupo de ovejas, de gran tamaño que se incorporaron tempranamente al belén, aunque no fueron hechas para el conjunto. Al menos, en 1717 ya existían, ya que se colocaron a los pies de un de altar piramidal que las religiosas prepararon, cerca de su convento, en la misma torre de la parroquia de San Lorenzo, para los festejos de inauguración de la capilla de San Fermín. La crónica los denomina como “tiernos corderillos”.
PARA SABER MÁS
FERNÁNDEZ GRACIA, R., Belenes históricos en Navarra. Figuras para la memoria, Pamplona, Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro, 2005
FERNÁNDEZ GRACIA, R., ¡A Belén pastores! Belenes históricos en Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra-Ayuntamiento de Pamplona, 2007
FERNÁNDEZ GRACIA, R., Tras las celosías. Patrimonio material e inmaterial en las clausuras de Navarra, Pamplona, Universidad de Navarra - Fundación Fuentes Dutor, 2018, pp. 153-147