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Rigores invernales en Roncesvalles: se barajó el traslado de la colegiata


FotoJ. A. Goñi. Diario de Navarra/Nevada en la colegiata

Un refrán popular recogido ya a comienzos del Seiscientos sentenciaba: “Roncesvalles ocho meses de invierno y cuatro de infierno”, en alusión a la severidad del clima. También se mencionan, en las fuentes escritas, los “fuertes inviernos y tristes veranos”. El doctor Navarro, Martín de Azpilicueta, escribió que el santuario estaba “entre sus cumbres desiertas (de altos montes y peñas) cubiertas de nubes canas y blancas de nieves, con extremados fríos y ásperos hielos y de espesas y húmedas nieblas”. Diversos documentos dan testimonio de algunas nevadas históricas. Entre ellas, hay que mencionar la de 1600, responsable del hundimiento del viejo claustro.  En el citado año se midieron con una pica, en Ibañeta, 19 palmos de nieve.

Capillas de Sancti Spiritus y de Santiago en enero de 2021. Foto Bibiano Esparza
Capillas de Sancti Spiritus y de Santiago en enero de 2021. Foto Bibiano Esparza

Los inviernos se describen, a comienzos del siglo XVII, como “casi intolerables, por la rigurosa inclemencia de la región, de fríos, hielos y excesivas nieves que suelen durar hasta el mes de mayo y algunos años hasta San Juan”. Respecto a los veranos se menciona “la calamidad de las nieblas, donde se suelen pasar veinte días y un mes sin ver la claridad del sol, rezumando tan extrañas humedades que fuerzan a estar sobre la lumbre, cuando en otras partes se abrasan de calor”. El subprior Juan de Huarte afirma que la vida en común era harto dificultosa en aquellas circunstancias, no pudiéndose utilizar el refectorio más que en verano, ya que en el resto del año era necesario comer junto  al fuego, “pues suele haber golpes de nieve tan grandes que, con estar las casas casi al lado de la iglesia, no se puede alcanzar la entrada, respecto de cerrarse todas las callejuelas, subiendo la nieve hasta las ventanas, las cuales en semejantes temporales sirven de puertas para la iglesia, como ha sucedido el presente año de 1616, y el mayor trabajo que se pasa es lo uno no poder alcanzar agua, porque cierra como con tapia todas las fuentes y arroyos y estanca el molino y por falta de ella se derriten la nieve en calderas y sartenes para beber y para el servicio, lo otro, el descargar los tejados porque con el sobrado peso hundiría las casas, como muchas veces ha sucedido y como hundió el claustro el año de 1600, quebrando todas sus columnas y arcos, cuyo reparo costará más de 16.000 ducados”.

No todos los temporales de nieve fueron negativos. En noviembre de 1613 cuando los de Baigorry pretendían venganza sobre las tierras navarras, cayó de repente tanta cantidad de nieve “que fue de ocho palmos en todas aquellas sierras, con la cual cerró de tal manera todas las entradas, avenidas, portillos, caminos y sendas que fue imposible el poder entrar en Alduides ni en Navarra por los caminos reales y trillados y pareció negocio de milagro, porque los dos días anteriores hizo buen tiempo, con calor y claridad y luego la noche siguiente y al otro día, de repente, cayó la cantidad referida, lo que nunca se vio en las montañas de Navarra ni en Roncesvalles, con ser la madriguera de la nieve, asentar tal copia y cantidad en tan breve tiempo”. En 1622 y 1623, las nevadas dejaron los caminos impracticables y los canónigos no podían ir a la iglesia, debiendo descargar continuamente los tejados de sus casas para que no se hundiesen.

Vista general de la colegiata en enero de 2921
Vista general de la colegiata en enero de 2021. Foto Bibiano Esparza

Las inclemencias del tiempo se reflejaban asimismo en los rayos y centellas de las tormentas. Una de las más grandes, referenciadas en los textos, fue la del 2 de septiembre de 1617, a las cinco de la tarde. En la misma hubo que lamentar algunas desgracias personales en Burguete, cuando ante la piedra y el bochorno un grupo de cinco hombres, dos mujeres -de nombre Dominica e Inés- y un par de bueyes con el carro de leña, se refugiaron bajo una gran haya. Cuando se disponían a regresar al pueblo, un trueno hizo temblar a Roncesvalles y Burguete y un rayo que se describe como “de vivo fuego que había encendido los edificios, causando terrible espanto y temor” descargó en el árbol y mató a las dos mujeres y a los bueyes.

Todos esos rigores climáticos y el lugar de frontera, que no posibilitaba la quietud y el recogimiento de una comunidad religiosa con vida regular, hicieron pensar en el traslado del cabildo al interior de Navarra, algo que no se hizo por los grandes gastos que ocasionaría la fábrica del complejo arquitectónico. Sin embargo, también se especuló con pedir al rey uno de los “suntuosos palacios” de Olite o Tafalla, dotados de numerosas construcciones, argumentando que para el monarca no suponían más que gastos, o trasladarse a San Salvador de Sangüesa. En aquel supuesto, en Roncesvalles quedaría el hospital con un canónigo y otro clérigo, con el personal para atender la institución y un pueblo con vecinos naturales con su alcalde, todos sujetos al prior y cabildo donde quiera que estuviesen.