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Disfrutar en torno al patrimonio cultural


FotoJ. L. Larrión/Vista del monasterio de Leire

El patrimonio cultural es susceptible de diferentes miradas para su comprensión: desde sus aspectos netamente históricos (promoción, ejecución, creación, precios, datación … etc.), a los estéticos, técnicos, iconográficos (significado y mensaje) y de uso y función. Complemento y protagonistas de primera mano, en nuestra visión y recreación del pasado, son los bienes culturales en forma de puentes, catedrales, monasterios, vidrieras, piezas de orfebrería, relieves de un claustro, órganos, chirimías o un grabado. 

Mirar, ver y leer a través del patrimonio cultural es un ejercicio provechoso a la hora de realizar lecturas en clave cultural de numerosos conjuntos del pasado. Conocemos textos de distintos autores, en los se señala la diferencia entre el acto de “mirar” y de “ver”, atribuyéndose a la masa de la población la incapacidad para pasar de un estadio a otro, al entender la percepción de las obras como un verdadero acto intelectual que exigía capacidad de juicio y discernimiento, vedados a la mayor parte del público. Conocido es el refrán que dice: “Para ver hay que mirar y saber”. Respecto a “leer”, Lope de Vega, al tratar de un episodio bíblico, afirmaba: “En una imagen leo esta historia” y el padre Sigüenza, al referirse a un cuadro de El Bosco, aseveraba: “Yo confieso que leo mas en esta tabla…, que en otros libros en muchos días”. El reto para el estudioso y para el ciudadano, en la actualidad, consiste en realizar análisis y lecturas verosímiles de imágenes producidas en contextos tan distintos al actual y con unos códigos, muchas veces ajenos a los de nuestro tiempo.

En 2009, la editorial Cátedra publicó, dentro de sus ensayos, un delicioso libro de Víctor I. Stoichita titulado “Cómo saborear un cuadro”, en el que plantea el gozo que produce la contemplación de una obra de arte y cómo aumenta el placer, conforme conocemos el contexto en que se gestó y sus promotores. Sus páginas son un ejemplo para la comprensión de la eficacia y fuerza de las imágenes, en épocas en que el tiempo para su observación era abundante, y su contemplación generaba distintas sensaciones y valoraciones. Con tiempo y sin prisas, entre lo más o menos evidente, encontramos elementos que nos llevan a descubrir y saborear el contenido de las artes figurativas.

“Sorprenderse y maravillarse es comenzar a entender”

Esta hermosa reflexión de José Ortega y Gasset nos ilustra sobre la importancia de la curiosidad con la que debemos afrontar la contemplación del patrimonio cultural. Tal cualidad es característica de personas ávidas y, en general, de todo aquel que quiere aprender e investigar. Además, en no pocas ocasiones, esa curiosidad es la causa de que se encuentren ideas para caer en la cuenta sobre algo en lo que nadie hizo antes. Junto a la curiosidad hay que agudizar la capacidad de observación, en sintonía con la afirmación de A. Dumas: “quien lee aprende mucho; pero quien observa aprende más”. Y nunca olvidar el pensamiento de Ramón Mª del Valle-Inclán, cuando recacitaba sobre descubrir “el arcano de las cosas que parecen vulgares y son maravillosas”.


Sepulcro del canciller Villaespesa en la catedral de Tudela, c. 1420. Foto Blanca Aldanondo. Diario de Navarra

La diversificación de estratos culturales de la sociedad tradicional, con altísimos niveles de analfabetos, nos puede conducir a algunas parcelas de significación artística y literaria reservadas para minorías cultas, en un fenómeno que podemos denominar como de “discriminación semántica”. Existen, por tanto, distintos niveles de lectura, tanto para contentar a masas, como para hacerlo con las minorías más elitistas y refinadas. En el teatro también existían citas y referencias eruditas inaccesibles a la comprensión de los no letrados. Junto a una primera trama argumental inmediata, narrativa y “lineal”, convivían subtramas y elementos simbólicos que actuaban como complemento retórico que sólo podían ser entendidos por personas doctas. Algo parecido ocurre en ciertas composiciones artísticas, particularmente cuando el mecenas o el artista poseían unos recursos literarios y cultos. 

Una parte del público mayoritario gozaba con todo aquello que impresionaba vivamente a sus sentidos. En cambio, una minoría cultivada buscaba ir más allá y desconfiaba de cuanto aprobaba la mayoría, buscando entre tras las apariencias. Todo un mundo de símbolos y signos de difícil interpretación convertía a las portadas de libros, las medallas conmemorativas o algunas pinturas en auténticos ejercicios de ingenio y agudeza.

Una sociedad avanzada y libre debe salvaguardar y gestionar adecuadamente su patrimonio

Una sociedad avanzada, culta y con altos niveles de bienestar, no puede consentir que su patrimonio cultural esté ausente de su devenir cotidiano. El progreso, en cierto modo, se puede medir por el nivel cultural alcanzado por la misma. Ello ha generado que, en países desarrollados, exista una gran demanda social en torno al uso y disfrute de los bienes culturales. Este hecho se ha convertido en una exigencia ante las instituciones, lo que se ha traducido en el derecho de los ciudadanos a la cultura, como reconocen distintos textos constitucionales. Esto último ha llevado también a valorar los riesgos que suponen las masificaciones y los aspectos positivos y negativos del turismo cultural.


Santuario de la Virgen de Codés. Foto J. L. Larrión

El conocimiento y valoración del patrimonio es la mejor garantía para su protección y conservación, en aras a legarlo como la mejor dádiva de cuanto recibimos de las generaciones que nos precedieron como el testimonio y memoria del significado que para ellas tuvieron los lugares y los objetos.

Por último, hay que insistir en que el uso y disfrute del patrimonio cultural puede y debe ser rentable desde una gestión que implique su investigación, conservación y difusión. Las directrices de la UNESCO y otros organismos insisten en el conocimiento, difusión y sensibilización en torno a los bienes culturales, proponiendo a los estados programas de educación e información mediante cursos, conferencias y seminarios en todos los grados de la enseñanza, reglada y no reglada, en aras a promover y realzar el valor cultural y educativo del mismo.

Entre los numerosos textos emanados de altas instituciones, destacaremos uno de la Convención para la salvaguardia del Patrimonio arquitectónico de Europa de 1985, en el que se apela a “sensibilizar a la opinión pública sobre el valor del patrimonio arquitectónico no sólo como elemento de identidad cultural, sino también como fuente de inspiración y de creatividad para las generaciones presentes y futuras”. Y es que, como afirmaba Leopoldo Alas, Clarín: “lo primero que hace falta para decir lo nuevo, es conocer bien lo viejo”.