La semana pasada, los estudiantes del Máster Universitario en Arquitectura, del Doble Máster Universitario en Arquitectura y Sostenibilidad y del Doble Máster Universitario en Arquitectura y Real Estate, de la Escuela de Arquitectura de la sede Madrid, visitaron la Torre BBVA. La alumna Elvira García Palacios, nos cuenta cómo ha sido la experiencia.
“Hoy, 19 de septiembre, he tenido la oportunidad de visitar con mis compañeros la obra de Javier Sáenz de Oiza. Fue salir del metro y ahí estaba el rascacielos sobre el que tanto nos habían hablado: la torre BBVA. En la entrada al edificio, ya se veía muy diferenciada la transición del suelo público al privado. En el momento en que cruzamos la línea, bajamos por los tres escalones que fueron retranqueados en la rehabilitación y caminamos a lo largo de los nuevos jardines de Luis Vallejo hasta la entrada del edificio, donde nos esperaba el grupo. En el trayecto encontramos un momento para subirnos encima del banco y tocar el muro cortina con nuestras propias manos.
Una vez reunido el grupo, entramos al vestíbulo. La sensación era de luminosidad y amplitud. El espacio era diáfano y con abundante luz natural que se filtraba a través de los grandes ventanales. Los materiales presentes, como el mármol y la madera, aportaban una calidez que contrastaba con la frialdad del acero exterior. Lo único que echábamos en falta era poder ver la viga Vierendeel roja, actualmente tapada por un falso techo.
Nos encaminamos a la espina vertebral del edificio. En uno de los núcleos, subimos en el ascensor hasta la planta 20 a una velocidad que nos sorprendió a todos. Una vez que se abrieron las puertas, todos buscamos la esquina sin particiones para poder apreciar la vista de Madrid. Era una planta en rehabilitación para albergar unas futuras oficinas, y se podían intuir los futuros espacios de estancia. Como la estructura se apoya en los dos núcleos, en esta planta de doble altura no hay pilares, lo que hace que el espacio sea diáfano y flexible. Si nos acercamos a las ventanas, gracias a la extensión de la fachada, podemos mantener la vista al frente. Nos imaginamos qué habría sido del edificio si careciese de este elemento arquitectónico, y nos damos cuenta de que la vista se nos caería al suelo de la calle en lugar de al horizonte. Damos una vuelta por la planta y no podemos resistir el impulso de tocar la pared de pizarra filita y el falso techo de virutas de aluminio reciclado.
Nos dejan subir a la planta 26, donde podemos comprobar que la modulación 1,32 se mantiene tanto en la fachada como en el interior. En esta planta la altura es más baja, llegando a los dos metros y medio, lo que afecta a la percepción del espacio. Pedro Aguilera, quien nos acompaña, entre otros apuntes nos menciona que los pilares están recubiertos con vainas cilíndricas de acero inoxidable y que han sido soldadas en dos piezas de manera artesanal. Un trabajo tan bien hecho que la línea de soldadura es imperceptible al ojo. No lo podemos ni imaginar; rápidamente todos nos ponemos a buscar la línea, pero es imposible, la soldadura es perfecta.
Después de dar varias vueltas, bajamos para ver el auditorio. Por el camino nos sentamos en las sillas de Mies y bajamos por las escalera del maestro. Una vez dentro del auditorio, nos sentamos y, cada cierto tiempo, podemos percibir el paso del tren por la vibración, un momento curioso que nos deja a todos sorprendidos. Pasado un rato, nos hacemos la foto con los compañeros en las escaleras del hall, no sin antes pasar por el data center.
Se ha puesto a llover. Salimos por la puerta giratoria y esperamos todos en la salida, resguardándonos hasta que amaine. En ese momento vemos lo bien que está pensado ese zaguán entre el edificio y la calle. Es la parte del edificio que personalmente más me gusta.
La visita ha sido fascinante. La combinación del diseño, los espacios diáfanos y la integración de tecnologías sostenibles dotan al edificio de una gran riqueza atemporal”.
TEXTO DE: Elvira García Palacios