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Encuentro en Doha entre el secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo y el jefe negociador talibán Abdul Ghani Baradar, en septiembre de 2020 [Dpto. Estado]
A raíz de la evacuación de las fuerzas militares occidentales, primordialmente las estadounidenses, de territorio afgano y la toma de poder del grupo talibán, muchos actores internacionales se han visto en la necesidad de reorganizar sus relaciones no solo con el país, sino con Oriente Medio. Catar, uno de los países más occidentalizados de esa región, ha optado por fortalecer los lazos que le unen con el nuevo gobierno de Afganistán. Para entender este movimiento, es necesario analizar las estrategias diplomáticas de ambas partes y la proyección al futuro que desean en la agenda internacional.
Las relaciones entre Catar y los talibán no son nada nuevo; ya en el año 2013, el emirato, a petición de Estados Unidos, permitió al grupo afgano abrir una oficina en su capital, Doha, convirtiéndose así en el primer territorio en tener representación asentada, americana y talibán, en una misma ciudad. El presidente Barack Obama incentivó esto con la intención de negociar con la milicia islamista la retirada de las tropas de Afganistán. Este hecho confirmaría que, desde aquel año al menos, Washington tenía muy claro que no existiría nunca una victoria militar.
Lo que causó polémica entonces fue la persona que los talibán designaron para dirigir su oficina en Doha. Abdul Ghani Baradar, líder y fundador del movimiento extremista, quien se encontraba en una prisión pakistaní desde 2010 gracias a un operativo de la CIA, fue quien dirigió las operaciones negociadoras desde Doha ante los gobiernos de Obama y Donald Trump. Para contextualizar, Baradar fue quien firmó la paz en 2020 y el apuntado por los talibán como el futuro jefe de gobierno de Afganistán; algo que lleva a la reflexión de si esta no fue también una decisión promocionada por la superpotencia occidental.
Para Occidente, Medio Oriente, que tiene culturas y formas de vivir muy ajenas a las suyas, siempre ha sido una zona de muchas incertidumbres y dudas. En este contexto, Catar, a pesar de ser a veces cuestionado por el mundo occidental, actúa como mediador y puerta de entrada a Afganistán. Incluso después de la caída de Kabul, el gobierno catarí no vio necesidad de frenar sus relaciones con los talibán. Esto le ha costado muchas críticas por parte de la comunidad internacional, que culpa al emirato de estar fomentando el terrorismo y los actos extremistas; hay quien piensa que el compromiso diplomático de Catar ha dado a los talibanes una cierta legitimidad que no habrían tenido de otro modo.
Catar no ha hecho reproche o cuestionamiento alguno a los talibán; el país no muestra reparos en relacionarse con actores problemáticos. Sin embargo, lo controvertido de la actitud de Catar no termina ahí. Doha es, además, sede del canal televisivo de Al-Jazeera, cadena que se encarga de la cobertura mediática de los talibán, y que transmitió la entrada del grupo al palacio presidencial de Kabul.
Algunos consideran muy arriesgada la estrategia diplomática del país, pero la juzgan como una de las más inteligentes y avanzadas. Para entender esto, hay que remontarse a 2011, justo antes de la Primavera Árabe, cuando Catar se hizo un nombre como mediador en problemas regionales, siendo capaz de mantener buenas relaciones con Irán mientras alojaba soldados americanos en su territorio; o dando la bienvenida en sus hoteles más lujosos a las facciones enfrentadas de Yemen, Sudán y el Líbano para negociar; o siendo el país mas abierto a las políticas islámicas, atrayendo así la atención de Estados Unidos y sus aliados militares. El gobierno catarí, paso a paso, se ha ido ganando la confianza de todos los frentes y sacando provecho de esto, algo que es de admirar, pero que también comporta significativos riesgos para la estabilidad regional.
Guido Steinberg, investigador y analista alemán para África y el Oriente Medio, advierte que si Catar se ha ofrecido como mediador en la política regional desde hace casi dos décadas “lo hace principalmente porque quiere mejorar su posición regional”. En los años setenta y ochenta del siglo XX, Catar era extremadamente dependiente de Arabia Saudí, al punto de actuar de facto como un protectorado saudí. Para intentar salir de esta tutela, el país comenzó a aplicar nuevas estrategias, y a tejer sus propias redes diplomáticas y de relaciones socioeconómicas, saliendo de la sombra de su vecino para convertirse en un mediador independiente.
El jeque Mohammed bin Abdulrahman Al Thani, ministro de Exteriores catarí, declaró a mediados de 2021 que la intención del país es la de poder mediar de la manera más imparcial posible. Sin embargo, la base aérea militar construida bajo el mandato de Donald Trump en Al-Udeid, en la costa este de Catar, pone al país bajo la sospecha de sus vecinos, que cuestionan la veracidad de este tipo de declaraciones. En 2017, el mismo año de la inauguración de dicha base, el emirato fue sometido a un boicot de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto que, aunque está ya superado, ha dejado importantes cicatrices en las relaciones de estos países con el emirato catarí.
Más que en la imparcialidad, Catar parece estar interesado en convertirse en el socio preferente de los estados occidentales en la zona para, de esta manera, protegerse del poder de sus vecinos. Esta preocupación por su seguridad es el motivo más importante de una política exterior tan controvertida como la que practica el emirato. Steinberg ratifica esto diciendo que Arabia Saudí “no cree necesariamente que Catar tenga que existir”.
De todas formas, los países occidentales agradecen a Catar el vínculo que mantiene con el régimen talibán. Tanto es así que Alemania, país que al inicio de este lustro criticaba fuertemente los actos catarís, ya mantiene conversaciones con el nuevo gobierno afgano en Doha. La Unión Europa ha hecho lo propio, aunque negándolo al principio. El pasado 4 de octubre, el Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, declaró que Doha “será la plataforma de contacto con los talibán, tienen una perfecta comunicación”. Los europeos intentaron establecer un contacto más estrecho con los talibán y enviaron, a inicios del mes de septiembre, un grupo de diplomáticos a Kabul con el fin de analizar la posibilidad de establecer una delegación o embajada en la ciudad. Sin embargo, el desinterés del gobierno afgano por cooperar, los riesgos de seguridad y la falta de comunicación hicieron que el proyecto decayera, y que los enviados retornaran a sus países de origen.
La UE es consciente de que al grupo talibán le hace falta aún mucha organización interna como para poder dirigir un país sumido en un gran colapso, con una crisis humanitaria y económica de gran magnitud. Las diferencias entre facciones, las distintas maneras de mostrarse ante el mundo y la falta de respeto que los actuales gobernantes muestran hacia los derechos humanos, hacen que los países europeos se cuestionen si involucrarse o no en Afganistán. Por eso, en general, prefieren entablar relaciones a través de Doha y de esta manera blindarse de cualquier conflicto intergubernamental con el régimen afgano.
Rusia y China, por su parte, se mantienen expectantes, esperando el éxito de sus delegaciones con presencia en Kabul y, aunque ven a Turquía como la opción más favorable para contactar con los talibán, comienzan, al mismo tiempo, a considerar a Catar como una buena plataforma para negociar con dicho grupo.
En estos momentos, Catar está tomando las riendas de la situación y aprovechando la necesidad que tiene el mundo de saber, conocer y entablar conversaciones con el recién asentado gobierno afgano. Las razones podrán ser muy discutidas, pero los movimientos diplomáticos catarís pueden estar llevando al país a posicionarse como un actor fundamental en el nuevo giro de la región y de esta manera, asegurarse una protección muy necesitada de Occidente ante sus vecinos del Golfo.