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’Duelo a garrotazos’ de Francisco de Goya, óleo sobre revoco, trasladado a lienzo.
La invasión de Ucrania nos ha dejado a la población europea totalmente desconcertada. El concepto de conflicto bélico sonaba lejano en Europa, como si las guerras no fueran algo propio de nuestro continente ni de nuestra cultura más allá de la romántica visión anti nazi de la II Guerra Mundial, transmitida por un número incontable de películas norteamericanas. Y eso pese a las guerras de Nagorn-Karabak de 2020 (6.000 muertos), las diversas guerras en Georgia entre 1998 y 2008 (26.000 muertos), la 1ª guerra de Chechenia entre 1994 y 1996 (las cifras son confusas pero se estiman entre 38.500 y 129.000 muertos), o la 2ª guerra de Chechenia en 2000 (entre 25.000 y 50.000 muertos). Quizá si hacemos un esfuerzo en la memoria colectiva por relacionar bombardeos entre ejércitos occidentales, matanzas de civiles, y refugiados en territorio europeo nos lleve a la guerra de los Balcanes, de 1991 a 2001 (unas 130.000 muertos).
A la vista de estos datos, resulta poco lógico seguir considerando a la sociedad europea como un paraíso permanente de racionalidad a la hora de solucionar conflictos y ajeno a la guerra. La historia reciente nos muestra la cruda realidad: la psicología humana sigue entendiendo la violencia como una herramienta más del arsenal conductual del que disponemos para sobrevivir. Y vamos a ver ahora por qué.
El psicólogo Abraham Maslow enunciaba en 1943 su archiconocida teoría de la motivación en “Una teoría sobre las necesidades humanas”[1]. La pirámide de Maslow indica que el individuo, dentro de sus objetivos vitales, valora en primer lugar sus necesidades fisiológicas (alimentación, supervivencia, descanso) y en segundo lugar la seguridad física de sí mismo y de su familia, la seguridad moral o la propiedad privada. Le siguen en orden ascendente otras necesidades como la de afiliación, reconocimiento o autorrealización, que no comentaremos aquí. El autor señalaba que no existe capacidad de autorrealización, felicidad o esperanza vital plena si el individuo no alcanza primeramente estas dos necesidades básicas. Por ello, mientras las necesidades elementales de supervivencia y seguridad propias de los ciudadanos se vean amenazadas será difícil atender a otras necesidades o motivaciones más elevadas.
Otro mecanismo instintivo y universal que explica esta tendencia del ser humano a reaccionar hacia las amenazas es el mecanismo “lucha o huida” (fight or flight) de W. Cannon (1929)[2], que tan bien se conoce en la psicología para la resolución de todo tipo de problemas. Se trata de un mecanismo automático donde cuerpo y mente (a través del sistema neuroendocrino) tienden, bien a huir de los peligros para ponerse a salvo, bien a enfrentarse a ellos pese a que cueste la vida. Podemos ver ejemplos actuales en la población ucraniana, donde ante la amenaza inminente de ataque, unos asumen su papel de refugiados y huyen apenas con lo puesto con tal de salvar su vida y otros afrontan la lucha armada frente al invasor como una conducta de supervivencia.
Una tercera razón que afecta a la psicología humana está relacionada con la “Teoría de juegos”, una explicación del comportamiento que parte del principio de que los individuos son egoístas racionales y eligen las estrategias de comportamiento social que más les beneficie. Tenemos ejemplos de estas leyes del comportamiento en los juegos como el ajedrez o el mus, pero es aplicable a relaciones sociales más complejas como el comercio, la política o las interacciones afectivas. Concretamente, el “Juego del Conflicto con Halcones y Palomas” de John Maynard Smith explica cómo funcionan e interrelacionan las estrategias agresivas y conciliadoras entre las partes involucradas en un conflicto o en una acción social competitiva.
La última razón psicológica que presentamos comienza a trascender al individuo y alcanza a los grupos humanos. La pertenencia a nuestros grupos sociales: familia, amigos, clases sociales, estados, razas… que tanto nos aporta positivamente en el día a día en busca del apego también puede ser –y de hecho es– fuente habitual de conflictos entre grupos. Según la teoría de Sheriff y Sheriff (1979)[3] sobre relaciones intergrupales, cuando grupos diferentes encuentran objetivos compatibles entre sí, puede haber cooperación, acercamiento entre ambas partes y relaciones amistosas, pero cuando los grupos buscan la hegemonía política o militar, cuando los recursos son escasos o las metas de cada grupo son incompatibles con el otro, entonces aparecen las tensiones intergrupales y, como consecuencia inevitable, el conflicto. En esta línea, autores ya más habituales de las relaciones internacionales como Morgenthau (2006)[4] señalan que la naturaleza humana está detrás de la política internacional, al establecer que las personas quieren dominar primero su propia vida, después su familia, más tarde el entorno social más próximo y finalmente otras estructuras sociales y de poder, como podrían ser los estados.
En esta lucha por la seguridad y la certidumbre de los estados acerca del propio bienestar y supervivencia, algunas teorías del realismo político sirven para explicar los conflictos, como apunta Jordán (2022)[5]. Por ejemplo, podemos ver cómo algunas superpotencias usan un realismo ofensivo, que es un intento por establecer su dominio sin límite, desconfiando de las intenciones de las otras potencias estatales. Otros países, en cambio, optan por un realismo defensivo, en el que lo que prima es la aceptación de un nivel de poder apropiado, marcándose autolimitaciones, confiando en la diplomacia internacional y buscando la cooperación entre iguales.
La política de disuasión puede explicar las relaciones de equilibrio entre los estados. Está basada en la premisa de que un actor se abstendrá de medidas agresivas sobre un segundo por miedo a las consecuencias derivadas de esta. “La disuasión es un estado mental creado por la existencia de la amenaza creíble de una reacción inaceptable” (Frías, 2016)[6]. Es decir, se trata de generar un comportamiento en el posible ofensor de precaución, contención o evitación de agresiones militares hacia al emisor de las medidas de disuasión. Las acciones disuasorias de un estado no solo afectan al aspecto militar sino también a otros ámbitos, como el diplomático o el económico. Existen dos formas principales: por negación (impedir al sujeto agresor obtener sus objetivos) o por castigo (infringir al enemigo un coste tan excesivo en recursos u objetivos propios que no compense la acción ofensiva). La capacidad disuasoria se relaciona no solo con la cantidad de fuerzas que posee ese actor, sino con la credibilidad acerca de la voluntad política de usar la fuerza y la comunicación, es decir, la mención explícita o implícita a la fuerza y a la determinación de usarla (Jordán, 2014)[7]. Podemos entender que la disuasión es un tema habitual de las relaciones internacionales como en la contención de proliferación de armas nucleares en Oriente Medio (Chinchilla, 2018)[8]. Pero las normas disuasorias sirven también para otros asuntos de seguridad, como proteger los derechos humanos a nivel internacional (Sikkink, 2011)[9], la prevención de delitos en seguridad interna de los gobiernos o incluso para la aplicación efectiva de normas de seguridad de tráfico.
Dicho esto, podemos aprender de la situación actual para evitar futuras guerras.
En primer lugar, es necesario asumir y reconocer la naturaleza violenta del ser humano que a veces ejerce de forma individual y otras de forma colectiva. Para ello es necesario acabar con el espíritu de‘buenismo’ (según el diccionario de la RAE, “actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia”) alejado de la realidad política, social y cultural del siglo XXI. El hecho de que algunas personas o grupos defiendan que el ser humano es bueno por naturaleza y que solo es posible la negociación ante el conflicto indica un desconocimiento de la psicología humana y una forma ineficiente de toma de decisiones sobre el conflicto. Ya hemos mostrado que el instinto de supervivencia es prioritario y universal, que el consenso y el entendimiento entre iguales es fruto del esfuerzo por la empatía y por el bien común respecto al semejante, pero que también es consecuencia de tener cubiertas las necesidades básicas –como la alimentación, la salud, el bienestar de la familia o la seguridad– y que de ninguna manera se puede dar por aceptado que el buen entendimiento y la paz se vayan a mantener siempre en nuestros grupos sociales.
En segundo lugar, la política de la negociación entre iguales es buena, es necesaria y siempre que sea posible debe guiar la actividad política internacional, pero hay agentes estatales y supraestatales que no se encuentran en esta línea de acción y debemos ser conscientes de que la agresión política y física son herramientas que nos acompañarán mientras que el ser humano siga teniendo capacidad para decidir libremente.
Y en tercer lugar, es necesario tener prevista la política de la disuasión: cuando el instinto de dominancia o supervivencia se sobreponen a la razón y cuando la ambición política supera al espíritu cooperativo, los estados o las sociedades deben tener preparadas unas medidas políticas, militares y económicas que frenen al país agresor antes de que comience la acción. En caso contrario, apelar exclusivamente a la negociación y negar o dificultar el derecho de la víctima a defenderse cuando ya se han desatado la violencia y hay muertos en las calle, resulta una conducta infructuosa para la resolución del conflicto y una actitud inhumana y desconsiderada hacia las personas que sufren.
* Luis Ángel Díaz Robredo es profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
[1] Maslow A. (1943). A theory of human motivation. Psychological Review, 50, 370-396. Obtenido de: https://web.archive.org/web/20080929174300/http://www.altruists.org/f62)
[2] Cannon W.B. (1929). Bodily changes in pain, hunger, fear, and rage. New York: Appleton-Century-Crofts
[3] Sherif M. & Sherif C. (1979). Research on intergroup relations. En Austin, W. S. & Worchel, S. (Eds.), The social psychology of intergroup relations (pp. 7-18). Monterey, CA: Brooks/Cole.
[4] Morgenthau H.J. (2006). Politics among Nations: The Struggle for Power and Peace, Boston: MacGraw Hill Higher Education.
[5] Jordán J. (2022). Teorías realistas para comprender la realidad internacional. Global Strategy report. Obtenido de https://global-strategy.org/teorias-realistas-para-comprender-la-politica-internacional/
[6] Frías CJ. (2018). La disuasión convencional. Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos, 8 /2016 p 106.
[7] Jordán J. (2014). Gestión de la incertidumbre en las reladiones internacionales: dilema de seguridad, disuasión y diplomacia coercitiva. Global Strategy. Obtenido de: https://global-strategy.org/gestion-de-la-incertidumbre-en-las-relaciones-internacionales-dilema-de-seguridad-disuasion-y-diplomacia-coercitiva/
[8] Chinchilla M. (2018). La efectividad de la teoría de la disuasión en la proliferación de armas nucleares en Oriente Medio. Documento Marco. Instituto Español de Estudios Estratégicos, 02/2018.
[9] Sikkink K. (2011). El efecto disuasivo de los juicios por violaciones de derechos humanos, Anuario de Derechos Humanos 2011 pp. 41-61.