Diplomacia científica: La oportunidad de Latinoamérica de superar su escasa inversión en I+D

Diplomacia científica: La oportunidad de Latinoamérica de superar su escasa inversión en I+D

COMENTARIO

22 | 04 | 2025

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La dispersión entre distintos esfuerzos de integración subregional dificulta una coordinación que es clave para el desarrollo

América Latina y el Caribe es la región más biodiversa del mundo, gracias al bosque amazónico y su abundante riqueza natural, lo que le otorga un papel clave en la bioeconomía, la energía limpia, la seguridad alimentaria global y otros ámbitos. Sin embargo, según el informe de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), la región se encuentra entre las áreas mundiales menos preparadas tecnológicamente. Esto representa un riesgo de perder oportunidades clave para que la región desempeñe un papel principal en un mundo que enfrenta nuevos desafíos globales.

La diplomacia científica ha ganado relevancia a medida que la dinámica global evoluciona, convirtiéndose en una herramienta clave para las relaciones internacionales y el intercambio de oportunidades. A lo largo de la historia ha desempeñado un papel crucial en acuerdos como los tratados de desarme nuclear entre EEUU y la URSS, así como en la cooperación científica en la Antártida, los océanos y el espacio exterior. Su importancia ha crecido drásticamente con la aceleración de la globalización y, en particular, tras los estragos causados por la pandemia de COVID-19. Este evento marcó un punto de inflexión, consolidando la diplomacia científica como un eje central en la gobernanza global de la ciencia, la tecnología y la innovación. Sin embargo, América Latina se ha quedado atrás, desaprovechando esta oportunidad para desempeñar un papel clave en la esfera internacional. La falta de una estrategia coordinada, la baja inversión en ciencia y tecnología y la ausencia de programas de formación especializados han obstaculizado su desarrollo, limitando la capacidad de la región para enfrentar desafíos globales y fortalecer su presencia en el escenario internacional.

De acuerdo con el Foro Abierto de Ciencias de Latinoamérica y el Caribe (CILAC), la ciencia aún no ocupa un rol destacado ni eficiente en la política exterior de la región. Aunque existen numerosas iniciativas y una larga tradición de cooperación científica, tanto a nivel bilateral como regional, hasta ahora Latinoamérica no ha sabido aprovechar plenamente las oportunidades y beneficios que la diplomacia científica ofrece para fortalecer las relaciones internacionales, coordinar acciones comunes ante desafíos transnacionales y alcanzar objetivos de desarrollo.

Las razones detrás de esta situación son diversas. En gran parte, se debe a que la diplomacia científica en la región se ha desarrollado de manera fragmentada. Existen múltiples organizaciones internacionales, como la OEA, CELAC, UNASUR, OEI, Mercosur y SICA, cada una con sus propias agendas y estructuras, lo que genera dispersión de esfuerzos y falta de coordinación. La ausencia de una estrategia unificada dificulta la formulación de políticas comunes en ciencia y tecnología. Además, la escasa colaboración entre gobiernos, universidades y el sector privado —actores fundamentales para el desarrollo de la diplomacia científica— limita aún más su impacto y alcance en la región.

De igual manera, la baja inversión en Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) representa un obstáculo para el desarrollo de la diplomacia científica en América Latina. La región es la que menos invierte en Investigación y Desarrollo (I+D) a nivel global, destinando apenas alrededor del 0,60 % de su PIB a este ámbito, con la mayor parte de los recursos concentrados en Brasil, México y Argentina. Esta limitada inversión restringe la capacidad de los países para adoptar o adaptar tecnologías avanzadas, ya que no se asignan suficientes recursos para su implementación. Además, esta situación obliga a las naciones con menor poder adquisitivo a depender de financiamiento externo para desarrollar proyectos científicos en sectores clave como la digitalización, la biotecnología y la inteligencia artificial.

Los países que más invierten en I+D son los que han logrado mayores avances en diplomacia científica. Como pionero, Brasil se ha consolidado como líder en diplomacia científica en América Latina a través de su programa Diplomacia de la Innovación, que busca fortalecer la internacionalización de la ciencia y abordar desafíos nacionales y globales. Su estrategia incluye la cooperación bilateral y multilateral en CTI, la movilización de su diáspora científica y la participación activa en foros internacionales. Entre sus iniciativas destacan la creación del primer laboratorio de bioseguridad de alta contención en la región, el apoyo al Panel Científico Técnico del Amazonas y la transferencia de tecnologías espaciales para la vigilancia forestal. Además, Brasil ha estructurado su diplomacia científica en torno a la cooperación tecnológica y la gobernanza digital, facilitando intercambios con científicos en el exterior y colaboraciones estratégicas con países aliados, como India. Junto con Chile, es de los pocos países de la región con agregadurías científicas en sus embajadas.

A pesar de estos esfuerzos, América Latina enfrenta un gran desafío en la aplicación efectiva de la diplomacia científica debido a la asimetría en la participación del sur global en las discusiones sobre la materia, la cual ha sido dominada por el norte global. De igual manera, el debate sobre la diplomacia científica ha sido liderado por países angloparlantes, desarrollando el contenido en base a sus propios contextos. Son escasos los recursos en español, y su limitada adaptación a los entornos socio-económicos de la región dificultan su ejercicio. Por ende, es fundamental que los países latinoamericanos trabajen de manera multilateral y coordinada para desarrollar una narrativa propia y acorde sobre la diplomacia científica, la cual sea geográficamente situada y contextualizada a sus necesidades y realidades locales. Casos como los mencionados en Brasil, demuestran que una estrategia bien estructurada, basada en la inversión en CTI y la integración de la diplomacia científica en la política exterior, puede contribuir significativamente al logro de objetivos nacionales y globales.

Para lograr una coordinación efectiva, la región debe adoptar nuevas medidas colectivas y revisar aquellas que no se ajusten a las necesidades, tanto a nivel nacional como regional. La CILAC propone diversas recomendaciones para la correcta implementación de la diplomacia científica, centradas en tres sectores: el académico, el público y el privado. Para implementar de manera integral la diplomacia científica, es fundamental que esta se promueva desde las bases del desarrollo profesional y en los propios ámbitos de trabajo científico. Es esencial incorporar la diplomacia científica en las universidades como área de estudio e investigación, lo que incluye complementar la formación científica con habilidades en comunicación, liderazgo y asuntos globales. Asimismo, se debe fomentar la movilidad y el intercambio de conocimientos en diplomacia científica mediante la creación de becas, programas de pasantías y el fortalecimiento de redes de científicos en el extranjero. Por otro lado, las estrategias nacionales deben alinear las políticas científicas con las políticas exteriores. Esto implica la inclusión de asesores científicos en las cancillerías, la capacitación en ciencia y tecnología para el cuerpo diplomático, y la integración de actores subnacionales, como cámaras y organizaciones dedicadas al desarrollo científico.

De este modo, se podrá aprovechar la participación en foros internacionales para coordinar esfuerzos de diplomacia científica y, de manera transversal, fortalecer el papel del sector privado y de la industria tecnológica en la cooperación científica. Estas recomendaciones sólo tendrán sentido e impacto a nivel global si la región cuenta con una narrativa coordinada e institucionalmente unificada.

La economía, la política y la sociedad latinoamericana tienen el potencial para ser aprovechadas estratégicamente, y la diplomacia científica es una herramienta clave para lograrlo. A través de una mayor integración regional, inversión en CTI y apoyo sectorial, la región puede construir una narrativa regional, adaptada a sus necesidades y objetivos, que fortalezca su presencia en el escenario internacional y le permita enfrentar desafíos globales como el cambio climático, la seguridad alimentaria y la transformación digital. El futuro de la diplomacia científica en América Latina dependerá de la voluntad política, el compromiso con la inversión en conocimiento y la capacidad de colaboración para posicionar a la región como un actor clave en la gobernanza global de la ciencia y la tecnología.