El conflicto en la zona gris, con Marruecos al fondo

El conflicto en la zona gris, con Marruecos al fondo

CONFERENCIA

30 | 10 | 2024

Texto

La expresión guerra híbrida es confusa, porque llama guerra a algo que generalmente no lo es, pero sí hay estrategias híbridas

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Crisis de Perejil en julio de 2002; tropas españolas recuperan el islote tras la acción marroquí

El espectro del conflicto entre los países va desde una competencia pacífica, donde hay un respeto de las normas internacionales y otras normas implícitas en las relaciones internacionales —que hacen que, aunque la relación pueda no ser armoniosa, al menos sea llevadera—, a una situación de enfrentamiento armado donde hablamos propiamente de guerra. Entremedias hay un espacio que vamos a llamar zona gris, que en realidad es gradual, porque en él cabe una escalada, con un aumento de la conflictividad.

A veces se habla también de guerra híbrida, y si bien en muchas ocasiones se aplica a las mismas situaciones, esa expresión tiene el problema de que es confusa, utilizando una metáfora en una definición: llama guerra a algo que generalmente no lo es, que es zona gris. Pero si no al conflicto, sí es correcto aplicar el término híbrido a las estrategias.

Desde la perspectiva realista de las relaciones internacionales —que no lo explica todo, pero sí muchos de sus fenómenos— vemos las interacciones entre los países desde el punto de vista de la conflictividad: incluso entre países que son amigos hay competición, porque la relación no es armoniosa cien por cien; somos humanos y desde Génesis,3 hay un elemento de discordia en las relaciones humanas.

La zona gris también es conocida como la rivalidad que existe por debajo del umbral de la guerra, pero eso es poco definido, pues ahí entraría igualmente la competencia pacífica, que no forma parte de la zona gris. Esta tiene tres rasgos comunes: la ambigüedad, el gradualismo y la multidimensionalidad, la cual se refiere al empleo de diversas herramientas de poder, que a su vez nos permiten hablar de estrategias híbridas en el sentido de que combinamos distintos factores: económico, diplomático, militar, etc.

El concepto de zona gris no es nuevo. En el conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética de la Guerra Fría había conflicto en la zona gris, pues gracias a Dios no se llegó al enfrentamiento armado. Evidentemente hubo guerras, algunas de ellas por delegación, algo propio de la zona gris, pero nunca hubo guerra entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. Cuando hoy se habla de una nueva Guerra Fría se entiende lo que se quiere decir, pero es mejor hablar de conflicto en la zona gris, porque el precedente histórico tenía un componente ideológico que ahora no está tan marcado: aunque Estados Unidos, para establecer una línea, habla de democracia versus autocracias, se trata de algo más complejo que eso.

Siempre es interesante preguntarse por las causas de los conflictos. Estos tienen etiologías muy diferentes; siendo el conflicto una disparidad de intereses, los intereses pueden variar: territoriales, políticos, ideológicos, geopolíticos... Pero si tenemos que dar una explicación general acerca de la rivalidad hoy entre las grandes potencias —entre China y Estados Unidos, entre este último país y Rusia o entre Rusia y la Unión Europea— debemos acudir a la dimensión estructural del sistema internacional explicada por Kenneth Waltz (1979): la distribución del poder dentro del sistema internacional. Y desde una perspectiva estructural, tenemos dos teorías. Una es la del realismo ofensivo de John Mearsheimer, cuyas proposiciones básicas son la anarquía internacional propia del realismo y que las grandes potencias se temen unas a otras por definición, pues gran potencia es aquella que puede derrotar a otra o bien causarle un severo daño; la garantía última de que una gran potencia está segura frente a otra es tener más poder que ella. Como todas las potencias se sienten inseguras tratan de tener más poder que el resto, porque piensan que más poder es igual a más seguridad, de forma que se da una competencia continua y eso genera rivalidad.

La otra teoría es la del realismo defensivo, que en determinadas regiones explica mejor lo que está ocurriendo; así sucede en los países de la UE, donde entendemos que más poder que el otro no significa más seguridad y que esa seguridad también se puede ganar a través de más cooperación, disipando posibles conflictos que se puedan dar.

A escala global las interacciones entre las principales potencias del sistema y particularmente entre Estados Unidos y China cada vez se entienden mejor desde la óptica del realismo ofensivo, con relaciones complicadas que se van a dirimir a través del conflicto en la zona gris. ¿También a través de la guerra? Podría ser, pero esperemos que no. En el mundo existe hoy una guerra abierta en Ucrania y una más limitada en Oriente Medio que podría escalar a una guerra regional, pero si hubiera una guerra entre Estados Unidos y China, los efectos sistémicos serían devastadores. Todos somos conscientes del carácter destructivo de la guerra, sobre todo si enfrenta a potencias nucleares, por eso se da una gran autocontención. De ahí que quepa esperar que esa conflictividad se dirima a través del conflicto en la zona gris y por tanto este es un concepto con futuro.

Desarrollo

Visto qué es la zona gris y por qué se da, ahora vamos a ocuparnos de cómo se desarrolla. Cuando hablamos del empleo de diversas herramientas de poder hay que tener cuidado con el término sincronización, porque no siempre está claro que haya un control tan exacto de las distintas herramientas, con un plan maestro detrás: la política es muy compleja, hay mucho de caos en ella y la toma de decisiones políticas no siempre se lleva a cabo de una forma tan racional. Lo mismo podemos suponer que pasa con la ejecución de las estratégicas híbridas: sí, hay cierto empleo coordinado de algunas, pero otras muchas veces tenemos oportunismo, cuando no descoordinación.

No hay una plantilla de lo que cabe esperar del empleo de las estrategias híbridas. Para contrarrestarlas es clave la inteligencia y la detección, pero un problema es que no siempre sabemos por dónde nos va a venir. La alerta temprana ocurre cuando un país va a agredir militarmente a otro, pues hay una serie de pasos que se tienen que dar necesariamente y que hacen saltar indicadores (lo vimos en 2022: el despliegue militar ruso en la frontera nos advertía de que no eran unas maniobras, sobre todo cuando empezaron con suministros médicos y de munición de guerra), pero con las estrategias híbridas no hay una plantilla definida que siempre se vaya a cumplir de una manera similar. A eso se unen los falsos positivos: cosas que parecen híbridas, pero no lo son; sucesos que apuntan a una injerencia pero que son fortuitos o no tienen conexión. Los falsos positivos nublan la imagen y pueden conducir a lo paranoico.

Luego está la coacción económica, con un amplio abanico que va desde limitar el acceso a determinados bienes (China lo ha hecho bastante a menudo, no proporcionando ciertos minerales raros o no comprando algunos productos a Australia, Noruega, Suecia o Japón) a sanciones económicas. Combinado con eso está también el empleo de la fuerza con una finalidad económica (como el ataque de 2019 contra plantas petroleras de Arabia Saudí).

Otro ámbito es el ciberespacio, con acciones dirigidas a la dimensión informativa (la interferencia rusa en las elecciones estadounidenses de 2016) o contra infraestructuras (el primer ministro checo dijo hace unos meses que desde que comenzó la guerra de Ucrania Rusia ha llevado a cabo miles de ciberataques contra infraestructuras ferroviarias en Europa). Asimismo, se dan acciones de inteligencia más agresivas de lo que sería propio de la competencia pacífica (el Centro Criptológico Nacional, dependiente del CNI, ha dicho que China está detrás de muchos ataques contra intereses económicos españoles, más que los que provienen de Rusia).

Se acude también a acciones más duras, como el asesinato de desertores (en marzo los rusos asesinaron en un pueblo de Alicante al piloto de un helicóptero ruso que se había pasado a Ucrania) y la intimidación militar: tener capacidades militares y mostrarlas, algo propio de la disuasión (por ejemplo, los cazas rusos que violan los espacios aéreos de los países del Báltico).

Las tácticas incluyen también el gradualismo, como hace Pekín en la toma de los islotes del Mar del Sur de China. Actuar de golpe, con hechos consumados, es peligroso porque eleva mucho la apuesta y puede salir mal (recordemos la guerra de las Malvinas de 1982). El episodio del islote de Perejil, de julio de 2002, puede parecer a primera vista un hecho consumado, pero no lo fue porque por parte de Marruecos no consistía en conseguir de un golpe lo que pretendía, pues Perejil en sí mismo no tenía valor y ahí no se acaban las aspiraciones marroquíes; hay que verlo mejor desde la óptica del gradualismo y las tácticas de erosión. Si España no hubiera reaccionado de modo tajante y enviando un mensaje de fortaleza, quizá Marruecos se hubiera atrevido con algo un poco más fuerte en alguno de los peñones, en el de Alhucemas, por ejemplo, y luego ya en Ceuta o Melilla.

Subiendo la apuesta están las guerras por delegación. Si se tratara de una guerra directa entre dos actores ya no estaríamos en una zona gris; aquí quienes se enfrentan en una guerra son otros actores apoyados por aquellos. Esto se ve en la evolución de la propia guerra de Ucrania: entre 2014 y 2022 fue una guerra entre Ucrania y los separatistas del Donbass, apoyados por Rusia y negando esta cualquier atribución (muy difícil de negar con tanto soldado ruso que se ‘perdía’ y cruzaba la frontera o el apoyo artillero ruso desde el otro lado); el conflicto ha mutado y hoy tenemos una guerra abierta entre Rusia y Ucrania. Esto nos avisa de que la zona gris no tiene por qué quedarse en el gris, sino que puede escalar a una guerra.

Escalada

Pasamos ahora a la cuestión de la escalada. La zona gris admite variedad de tonos, de nivel de injerencia y de agresividad. En los estratos más inferiores el propósito es la configuración del entorno: Marruecos procura erosionar la posición de Ceuta y Melilla de cara a la ciudadanía española y al Gobierno español; trata de que los españoles vean esas dos ciudades como un problema y de que sean conscientes de que Marruecos no reconoce su españolidad. Para ello Marruecos aprovecha múltiples oportunidades, con acciones que encajan en lo híbrido: cuando en 2007 los Reyes de España visitaron Ceuta y Melilla, Marruecos llamó a consultas a su embajador y Mohamed VI hizo en su discurso una mención muy negativa a esa visita, por más que son territorios españoles que los Reyes obviamente pueden visitar. Está asimismo la cuestión de la aduana comercial, que las autoridades marroquíes cierran sin decir nada a nadie; no la han abierto a pesar del cambio de política del Gobierno con relación al Sáhara Occidental. Otro aspecto es cómo gestiona Marruecos la cuestión de la inmigración, con intención de presionar al Gobierno de Madrid. Además, Rabat no reconoce ni el espacio aéreo ni las aguas territoriales de ese espacio soberano español. Todo esto son acciones de configuración, que buscan generar la percepción de un problema no resuelto que además a la larga será contrario para España.

Aquí pueden darse falsos positivos: por ejemplo, el año pasado el partido político que cultiva el apoyo de la población musulmana de Melilla compró votos para las elecciones locales; todo indica que fue una cuestión de corrupción política, sin que hubiera pruebas de injerencia por parte de Marruecos. La forma más segura de saber si estamos ante un falso positivo es la inteligencia más clásica (inteligencia de comunicaciones, humana...), pero en ocasiones puede no verse alertada: la acción de Perejil fue una decisión tomada en el círculo más cercano al monarca, sin que los militares marroquíes estuvieran advertidos, lo cual dificultó el conocimiento previo, pues no hubo comunicaciones militares ni preparativos.

Una escalada podría darse si se pasara a una operación desestabilización, en el supuesto de que los migrantes marroquíes que entran en Ceuta no solo lo hicieran por miles, sino que además provocaran serios disturbios tirando cócteles molotov. Pero esto no se ha dado.

Un peldaño más sería el empleo limitado y puntal de la fuerza. A día de hoy estamos en un nivel elevadísimo de escalada entre Irán e Israel, tan elevado que puede ser válido que alguien diga que no es zona gris sino una guerra limitada, pues al final son categorías mentales, pero en todo caso no es una guerra abierta.

Respuesta

Para terminar, nos ocupamos de la respuesta. En los niveles inferiores de la zona gris la disuasión no es efectiva, porque el adversario puede penetrar por muchos lugares y no se puede proteger todo. Esto nos interesa en España porque es en esta parte de la zona gris donde estamos con Marruecos, al menos en lo referido a Ceuta y Melilla. Conviene disuadir, sí, pero donde se puede tener éxito es en competir. Si las autoridades marroquíes cuestionan la españolidad de esas ciudades y quieren que la población española las perciba como un problema, hay que presentar a Ceuta y Melilla como un valor para España, aportando un plan estratégico para el desarrollo económico y social como el prometido desde el Gobierno de Madrid.

En niveles algo más superiores de la zona gris sí cabe la disuasión y obtención de garantías para que no haya una escalada que acabe en conflicto; en lo posible se busca una desactivación del conflicto, pasando de una relación que el realismo ofensivo explica bien a otra más propia del realismo defensivo, dirimiendo las cuestiones a través de los tribunales internacionales, por ejemplo.

Para evitar la escalada, hay que aplicar la disuasión clásica, tanto por negación como por represalia. En el caso de Ceuta y Melilla, hay que advertir que si escalamos va a haber una respuesta y que España defenderá esas ciudades, aunque la geografía no ayude. En los peñones tenemos un pequeño destacamento con un alambre de espino; esto no es suficiente para defenderlos, pero sí manifiesta la voluntad de hacerlo, proclamando que si hay una lucha habrá muertos y que España no se quedará quieta, sino que dará respuesta. Este verano la ministra de Defensa visitó las guarniciones de los peñones, enviando un mensaje de determinación política. En Ceuta y Melilla el Ejército tiene un contingente algo menor a una brigada; tratándose de ciudades, en caso de una guerra habría muertos civiles y la carga recaería sobre Marruecos. Después de la invasión rusa de Ucrania creo que el mundo no tiene estómago para tolerar más países que se toman la justicia por su mano en cuestiones territoriales, y eso nos beneficia.

De todos modos, hay que tener en cuenta que las Fuerzas Armadas marroquíes han avanzado en su modernización. Si nos vamos a 2002, España tenía una superioridad militar sobre Marruecos muy importante, que los marroquíes tuvieron muy presente entonces a la hora de decidir no responder, porque sabían que si iban a la guerra con España podían salir mal parados. En estos 22 años Marruecos ha modernizado sus Fuerzas Armadas, de manera que en ciertas capacidades estamos igualados y en algunas, como en el caso del fuego de largo alcance, tienen ventaja sobre nosotros.

El cambio de política del Gobierno español en torno al Sáhara Occidental es un desastre desde la perspectiva de la zona gris, porque Marruecos nos ha presionado con herramientas como la inmigración y ha visto que hemos mostrado debilidad. Ha visto que España cede en algo tan hipersensible como el Sáhara y que encima de rebote nos peleamos con los argelinos. Hemos salido perdiendo y lo peor es que no sabemos por qué.

* Javier Jordán es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Granada y director de Global Strategy. Conferencia pronunciada en el seminario ‘La guerra en el siglo XXI: Retos y oportunidades para la seguridad global’ celebrado en la Universidad de Navarra el 23 de octubre de 2024.