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Portada del libro de Pascal Gauchon y Jean-Marc Huissoud ‘Los 100 lugares de la geopolítica’ (Madrid: Rialp, 2022) 157 páginas.
Mucho se discute actualmente, a la vista de la creciente asertividad china y de la agresión rusa a Ucrania, sobre el retorno de la geopolítica y las relaciones de poder como instrumento fundamental y preferente en las relaciones internacionales. Cualquiera que sea la opinión que se mantenga sobre este particular, es innegable que asistimos a un cierto ‘revival’ del interés por esta disciplina, a caballo entre la geografía, la sociología, la ciencia política y los estudios estratégicos y de seguridad. Baste como comprobación constatar cómo se multiplican los títulos publicados en los últimos años dedicados, directa o indirectamente, a asuntos relacionados con la geografía y la política, muchos de los cuales alcanzan puestos destacados en las listas de ventas, llegando, incluso, a convertirse en fenómenos literarios; en auténticos ‘best-sellers’.
Lejos de tales pretensiones, ‘Los 100 lugares de la geopolítica’ se suma a este elenco de títulos con temática geopolítica. No es esta una obra al uso en la que el autor, desarrollando narrativamente un hilo argumental, defienda una tesis y alcance unas conclusiones. Se trata, más bien, de un vademécum sencillo, sin grandes pretensiones de profundidad académica, en el que un grupo de seis autores, coordinados por dos de ellos, ha seleccionado hasta cien accidentes geográficos considerados de importancia o interés desde el punto de vista de la geopolítica, a los que se puede acceder de forma independiente, bien que hayan sido agrupados temáticamente de una manera que da coherencia al conjunto.
La obra, como ya se ha dicho, no plantea ninguna tesis; está pensada y estructurada, sin embargo, en torno a la idea de ‘poder’, verdadero hilo conductor que le da cuerpo y la organiza en su totalidad. De forma no poco interesante, dada la centralidad del concepto en el conjunto del libro, no se aprecia en él ningún esfuerzo por definir los contornos de un término tan complejo y versátil como éste. No es una carencia menor, pues una aclaración al respecto habría sido necesaria para entender el criterio que ha llevado a los autores a seleccionar ciertos lugares geográficos frente a otros que son ignorados.
En esta situación, no cabe sino inferir ‘a posteriori’, tras la lectura de los cien puntos, qué es lo que los escritores consideran está en la esencia del término ‘poder’. La selección que se ofrece sugiere una visión del poder que oscila entre lo económico y lo meramente cultural, y que otorga a las organizaciones internacionales una posición de relevancia, incluso de preeminencia, con respecto a las naciones-estado, en el reparto del poder global. Una visión, además, que sitúa el ‘locus’ del poder en los núcleos urbanos, desde donde parece irradiar a otros espacios geográficos.
Con este esquema conceptual, el texto aparece dividido en cuatro bloques temáticos, construidos en torno a la idea de poder, que configuran sendos capítulos. El primero de ellos se titula “Los lugares desde donde se irradia el poder”. De forma coherente con la visión de poder subyacente a la obra, esta sección introduce los que, cabe deducir, serían los trece núcleos urbanos más significativos desde los puntos de vista del poder y de la geopolítica. En este catálogo, resulta natural encontrar ciudades como Nueva York, Londres, Bruselas o Shanghái. Sorprende –sin negar la importancia que tienen–, sin embargo, la presencia de otras como Sarajevo, Roma, Bagdad o Amritsar, y la ausencia de otras tan importantes como Washington D.C., Fráncfort, Mumbai, o Sao Paulo, por citar sólo algunas.
El siguiente capítulo se refiere a “Los espacios que organiza el poder”, título bajo el cual se oculta, en realidad, un recorrido por una serie de conjuntos geográficos trazados por los autores –dotados, cabe deducir, de entidad geopolítica propia– y que cubren toda la extensión del planeta e, incluso, más allá del mismo, y de forma certera, el espacio exterior y el ciberespacio.
Un tercer apartado se ocupa, bajo el epígrafe de “Los lugares donde el control es poder”, de los espacios conocidos como ‘cuellos de botella’ (‘chokepoints’), de gran valor para el control del tráfico marítimo global y para la proyección y el ejercicio del poder. Del contenido de capítulo –contempla accidentes tan importantes como los canales de Suez o Panamá, los estrechos de Malaca, Ormuz, Gibraltar o Bab-el-Mandeb– se concluye fácilmente cómo el control de estos cuellos de botella actúa como un multiplicador del poder del actor que los controle. Junto a referencias geográficas como éstas, de valor incuestionable, aparecen otras más dudosamente merecedoras de formar parte del elenco como el canal Beagle, el de Otranto, o como el oleoducto/gaseoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan (BTC).
El último capítulo está dedicado a “Los lugares de enfrentamiento entre los poderes”, y se centra en repasar una colección de espacios geográficos, agrupados por continentes, en los que se manifiesta –o se ha manifestado históricamente– la fricción entre actores del sistema internacional, sean estos naciones-estado o entidades subestatales. Es, quizás, la sección de mayor interés en el libro por el exhaustivo –aunque no del todo completo– repaso que hace de los puntos calientes del planeta, y de las razones que provocan la fricción y, en su caso, el conflicto. Lugares como el paralelo 38, Kosovo, el Mar Egeo, el Mar Meridional de China, Cachemira o las islas Senkaku, son algunos de los registrados en este capítulo.
Más allá de la idea de poder, resulta difícil discernir los criterios que los autores han seguido para seleccionar sus “cien lugares de la geopolítica”. En los cuatro capítulos se repite la misma pauta: junto a lugares cuya presencia no requiere justificación alguna, aparecen otros de relevancia más dudosa, que podrían haberse dejado fuera del catálogo, y se detectan ausencias notables, algunas de ellas, clamorosas.
No es fácil desentrañar las razones que les han podido mover a semejante selección. Sin miedo a errar demasiado, sí puede decirse que la obra presenta un marcado sesgo franco-céntrico, a veces excesivo, que permea todas las páginas del texto, y que puede ofrecer una respuesta, siquiera parcial, a esta duda. Es desde ese punto de vista desde el que se comprende el excesivo hincapié que hace en la fricción que en España provocan los independentismos vasco y catalán –obviando que Francia también los sufre– mientras se omite la existencia de problemas similares en lugares de soberanía gala como Córcega o Bretaña, por no hablar de los territorios de ultramar. O por qué el apartado dedicado a Oriente Próximo y Norte de África (MENA), omite cuidadosamente cualquier referencia a Marruecos, sus problemas con el Rif o, de forma mucho más notable, la fricción que le enfrenta al Frente Polisario por el Sáhara Occidental. O por qué Siria, epítome del estado fallido, no merece ni siquiera una nota al pie.
Con todo, ‘Los 100 lugares de la geopolítica’ resulta interesante. No es, desde luego, una obra para iniciados. Pero puede resultar muy atractiva para quienes, sin grandes pretensiones de erudición, quieran familiarizarse con esta disciplina, y sientan curiosidad por comprender mejor el intricado juego de la geografía y la política. Su lectura es aconsejable para iniciarse en la geopolítica. Eso sí: hágase provisto de un buen atlas; de forma extraña para una obra de esta naturaleza, sus casi ciento sesenta páginas no ofrecen ni un solo mapa.