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Portada del libro de Robert D. Kaplan ‘Tierra baldía. Un mundo en crisis permanente’ (Barcelona: RBA, 2025) 304 págs.
Robert Kaplan, periodista y escritor estadounidense, prestigioso analista de política internacional, se torna cada vez más oscuro. ¿O es el mundo el que adquiere tonos más dramáticos? “Me doy cuenta de lo obsesivamente negativo que estoy siendo”, reconoce en su nuevo libro; pero se vuelve negativo no por melancolía o por pesimismo, sino como consecuencia de describir lo que a su juicio está ocurriendo. Su mensaje es que el mundo se encuentra como Alemania en la República de Weimar: en un declive progresivo que avanza hacia el caos; que al final surja un Hitler o que, por el contrario, se recomponga cierta institucionalidad que permita remontar es algo abierto. Precisamente porque no hay nada predeterminado, Kaplan quiere alertar sobre el riesgo que corremos: solo tomando conciencia de él podremos esquivar caer en el abismo.
La cuestión de la anarquía en el escenario internacional de las últimas décadas viene de atrás en la obra de Kaplan; ha sido una fuente de frecuente preocupación personal. Más recientemente abordó el tema en ‘La mentalidad trágica’ (conviene ponerse en lo peor para evitarlo) y en ‘El telar del tiempo’ (los imperios decaen y en su fin esparcen desorden). Ahora, en ‘Tierra baldía’ se asoma un poco más al precipicio, como sugiere el mismo título.
El autoritarismo creciente de Vladimir Putin y Xi Jinping son expresión de la decadencia de Rusia y China, la cual a la vez aceleran. También Estados Unidos está en un momento claramente descendente, aunque Kaplan considera que en su país, si bien deterioradas, las instituciones siguen funcionando. Es posible que hoy el autor fuera más vehemente en su crítica a Estados Unidos, a la luz de la actuación de Donald Trump, cuyo regreso a la Casa Blanca no se había consumado en el momento de elaborar el libro y por tanto no se tiene en cuenta en las argumentaciones.
Hay en Kaplan una preocupación que trasciende el juego político y atiende un marco más amplio: los retos de civilización. Vivimos en un mundo globalizado en el que cualquier crisis local afecta al conjunto, en ocasiones gravemente, pero no existe un gobierno global; no es que este vaya a alcanzarse –no aparece desde luego en el horizonte–, pero esa ausencia remarca el caos y el sentido de fragilidad. La soledad del individuo, cada vez más aislado dentro de sí mismo por la tecnología que se supone que nos conecta, fácilmente deriva en fenómenos populistas que a por su parte conducen a autoritarismos.
Kaplan añora el orden, sin el que, según sostiene, no puede haber libertad. Esto suena muy políticamente incorrecto. Considera que las monarquías que habían llegado hasta el siglo XX, aunque autoritarias, fueron menos dañinas que los regímenes totalitarios que en algunos países luego se dieron: solo en los primeros meses del régimen instaurado por Lenin, la policía secreta ejecutó a 15.000 personas, casi el doble de los ejecutados por los Romanov en los previos cien años, según apunta Kaplan. “La razón por la que el siglo XX y principios del XXI han sido tan sangrientos es porque la fuerza estabilizadora de la monarquía en Europa Central, Rusia, Oriente Medio y otros lugares ha desaparecido, en términos históricos profundos”, dice. Y así, sostiene que si el Sha de Persia no hubiera sido derrocado, el país podría haber evolucionado hacia una monarquía parlamentaria que habría contribuido a estabilizar Oriente Medio. Lógicamente el autor no defiende la autocracia, pero en el caso de que no puedan darse democracias, siquiera imperfectas, valora como mal menor un sistema político estable, seguro y de orden, que se adhiera a las reglas y se apoye sobre instituciones sólidas.
Ni la China de Deng Xiaoping ni la Rusia que abrazó el cambio tras la disolución de la URSS eran sistemas que se distinguieran por su respeto de los derechos humanos, pero mantenían sus normas e instituciones; sin embargo, su evolución hacia imperios cada vez más autoritarios de la mano de Xi Jinping y Vladimir Putin anticipa un colapso que, a juicio de Kaplan, alimentará el caos en el mundo, abriendo la puerta quizás a totalitarismos aún más acusados.
Kaplan rechaza el fatalismo, pero advierte que la tecnología de la información no ayuda a voltear la deriva señalada. Recuerda que en Estados Unidos la democracia de masas funcionó bien en la era de la imprenta y la mecanografía; sin embargo, la seriedad de sus líderes ha decaído con la extensión de las redes sociales y los medios digitales.
El objeto de libro no es la prescripción –recomendar lo que debe hacerse–, sino describir lo que ocurre y lo que se avecina para que esa concienciación permita articular un cambio de curso.