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Los rompehielos ‘Yamal’ (Rusia), ‘Louis St. Laurent’ (Canadá) y ‘Polar Sea’ (EEUU) en el Ártico en agosto de 1994, en un momento de colaboración internacional que hoy queda muy lejano
Después de casi diez años sin actualizarla, Estados Unidos ha publicado su Estrategia Nacional para la Región Ártica, en la que, como ha ido haciendo en otros recientes documentos estratégicos, señala de forma inconfundible a Rusia y a China –y todas sus iniciativas en la región— como principales amenazas al ‘statu quo’ en el Ártico. De ser un mar normalmente a salvaguarda de la tensión internacional, el Ártico comienza a constituir también parte del tablero geopolítico.
La Administración Biden ha publicado recientemente –y con algo de retraso—la última Estrategia de Seguridad Nacional, que ha estado acompañada también de la nueva Estrategia para la Región del Ártico. Y aunque pueda sorprender la publicación de este último documento dado que el foco de la seguridad internacional se encuentra actualmente en Ucrania, lo cierto es que el Ártico está destinado seguir ganando protagonismo en las estrategias de seguridad de muchos países durante las próximas décadas. De esta forma, se puede afirmar que el ‘excepcionalismo’ característico de esta región ha llegado a su fin, o lo hará dentro de poco.
Las razones detrás de este cambio progresivo, si bien algo más complicadas de lo que pueda resultar a primera vista, emanan de dos características particulares, ambas relacionadas con el cambio climático. Durante las próximas dos décadas, tal y como ya viene dándose desde hace unos años, el calentamiento global seguirá aumentando el deshielo masivo del Polo Norte. Este deshielo abre dos vías de explotación del Ártico: la de los recursos naturales, cuya presencia bajo el lecho marino ha sido subrayado por muchos estudios, y la de las rutas comerciales que se abrirán a través de los mares cada vez más abiertos. Los recursos requieren del deshielo y del desarrollo de la tecnología necesaria para poder ser extraídos, y pueden tardar más tiempo en volverse accesibles. Las rutas comerciales, por otro lado, llegarán antes, dado que la Ruta Norte (que cruza desde el Pacífico hasta el Atlántico a lo largo de la costa rusa y Noruega) ya cuenta con regiones libres de hielo. Junto a ella, la Ruta del Noroeste (que discurre por la costa canadiense y groenlandesa) y la hipotética Ruta Trans Polar que podría existir una vez desaparezca el hielo del Polo casi al completo, el potencial para el tránsito comercial del Ártico de cara al futuro es muy significativo.
A este contexto se une el creciente aumento de actividad y presencia militar por parte de Rusia, que considera el Ártico como una región casi propia, y se muestra determinada a explotar los dos aspectos que acabamos de mencionar. Durante las últimas dos décadas, e incluso antes, Moscú ha extendido su actividad en la región sin intromisión alguna por parte de los demás estados, además de haber colaborado con otras naciones árticas en materia de cambio climático y mantenimiento de la estabilidad regional. Estados Unidos y la OTAN, enfocados en sus tareas en otras regiones, minimizaron su presencia en la región, cuyo mayor abanderado ha sido siempre Noruega (entre otros motivos, porque la situación en el archipiélago de Svalbard le obliga a involucrarse de manera especial). Esta situación, no obstante, ha llegado a su fin. El conflicto de Ucrania, el retorno a la competición entre grandes potencias (y la polarización entre potencias), y los fenómenos climáticos ya mencionados van a cambiar este paradigma. Como decimos, el excepcionalismo del Ártico ha llegado a su fin.
Estrategia de EEUU para el Ártico
La nueva estrategia americana, que llevaba casi diez años sin actualizarse, pone de manifiesto el cambio de mentalidad de Washington. Mientras que la de 2013 apenas hacía referencia a las tensiones geopolíticas y se centraba en la cooperación y la prevención frente al cambio climático, la nueva edición subraya claramente el cambio tan drástico que se ha dado en el entorno estratégico. Además, pretende establecer una “agenda afirmativa” de Estados Unidos para el Ártico durante los próximos diez años y fijar la “imagen de cómo el gobierno responderá a los desafíos emergentes y las oportunidades en la región”.
El documento pone de manifiesto el ya mencionado desafío que supone el cambio climático y el deshielo de los polos. Si bien destaca que un Ártico más accesible creará nuevas oportunidades económicas, “su creciente importancia estratégica ha intensificado la disputa por moldear su futuro a medida que los países persiguen nuevos intereses económicos y se preparan para un aumento de su actividad”. De entre esos países en persecución de intereses económicos, la estrategia señala de forma inconfundible a Rusia y a China –y todas sus iniciativas en la región— como principales amenazas al ‘statu quo’ en la región. China, con sus deseos de “aumentar su influencia en el Ártico a través de un abanico ampliado de actividades económicas, diplomáticas, científicas y militares” y sus primeras navegaciones en la región, supone un nuevo reto para Estados Unidos cuya magnitud irá en aumento.
Para conseguir llevar a cabo sus objetivos, la doctrina establece cuatro pilares fundamentales: seguridad, cambio climático y protección medioambiental, desarrollo económico sostenible, y cooperación internacional y gobernanza. La seguridad, primero de los cuatro y al que más relevancia se le otorga, pone de manifiesto la acuciante necesidad de cooperar con Canadá en materia de comunicación, vigilancia y preparación ante posibles situaciones adversas, y establece un “aumento de la flota rompehielos de la US Coast Guard para apoyar una presencia permanente en las aguas nacionales del Ártico y mayor presencia si se requiriera en el Ártico europeo”.
Los restantes tres pilares, también novedosos respecto a la edición anterior, y de carácter mucho más general, incluyen: la inversión en nuevas infraestructuras (“la mayor inversión en infraestructuras físicas en casi un siglo”); mayores inversiones en investigación climática para adaptarse mejor a los cambios derivados del deshielo; y hacer hincapié en la vigencia de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar como instrumento para delimitar y definir las plataformas continentales de cada país del Ártico.
Lo que viene
En definitiva, la nueva estrategia para el Ártico de Washington pone de manifiesto el cambio que la región está experimentando, y que seguirá experimentando durante las siguientes décadas a medida que el deshielo vaya avanzando. Rusia y China aparecen como principales rivales geopolíticos, con unos intereses que pueden llegar a comprometer la seguridad de los países de la OTAN y desestabilizar una región tradicionalmente caracterizada por la ausencia de conflictos. A medida que el deshielo vaya aumentando la superficie navegable, es de esperar que la presencia naval de los países involucrados en la región aumente tanto comercial como militarmente.
Por otro lado, la incorporación de países ajenos a la región (además de China) que desean cooperar con Rusia una vez esta quede libre de hielo por completo, revelará una complicación adicional. Mientras que Rusia con la Ruta Norte, o Canadá con el Paso del Noroeste, consideran esas aguas como territorio nacional, Estados Unidos aboga por su internacionalización para poder explotarlas también. Inevitablemente, el deshielo traerá consigo la necesidad de nuevos marcos legales para delimitar y establecer de manera clara qué pertenece a quién, y qué se puede hacer en dichas regiones.
De esta forma, el excepcionalismo del Ártico llega a su fin en esta década, para convertirse en un nuevo escenario –con el tiempo quizá uno de los principales— en la lucha marítima de grandes potencias que caracterizará el orden mundial.