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Portada del libro de Ken Keydon ‘The Trade Weapon. How Weaponizing Trade Threatens Growth, Public Health and the Climate Transition’ (Cambridge: Polity Press, 2025) 204 págs.
En un momento de tensión en el mundo por la elevación general de aranceles por parte de Estados Unidos, el libro de Ken Heydon es especialmente oportuno. Por su temática, y también por su postura: frente a quienes adulan a Donald Trump y creen que el presidente estadounidense es un genio de los negocios y que su proteccionismo nos traerá la riqueza a todos, Heydon advierte que “hay evidencia sólida de que las economías abiertas son en general más ricas y más productivas que las economías cerradas”.
Funcionario de comercio de Australia y miembro del secretariado de la OCDE, Heydon no escribe impulsado por la reelección de Trump, sino en reacción a las tendencias proteccionistas que han ido en aumento en el mundo —especialmente desde la gran recesión surgida en 2008—, de las que Trump es epítome y ciertamente gran acelerador. Desde 2009, las restricciones a las importaciones se han multiplicado por diez en los países del G-20, muchas veces fuera del foco mediático, más concentrado en otro aspecto del uso del comercio como arma: las sanciones económicas o financieras.
En su libro, fácil de seguir pero a la vez muy específico en los mecanismos de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Heydon advierte que transformar en arma los intercambios comerciales entre los países es una práctica tan vieja como el comercio mismo. No obstante, el empuje globalizador que desde finales del siglo XX ha conocido el mundo ha permitido implementar multitud de acuerdos multilaterales y binacionales de libre comercio. Sin haberse alcanzado una tarifa universal cero o desterrado del todo subvenciones o impuestos a ciertos productos, por sus características u origen (algo que Trump usa para argumentar que el libre comercio era mentira), en las últimas décadas ha habido una sustancial apuesta por facilitar la circulación de bienes y servicios a lo largo y ancho del planeta. Y en general ha sido algo positivo.
Es cierto, como reconoce el autor, que la generalización de los mercados abiertos no ha tratado a todos igual, y que ha habido ganadores y perdedores. El comercio ha tendido a favorecer en los países desarrollados las actividades que requieren habilidades y capital intensos, y en los países en desarrollo las actividades que necesitan mano de obra abundante y no cualificada. De todos modos, Heydon asegura que el comercio no es la principal causa de la desigualdad de ingresos que puedan darse en los países, sino que esta se debe a dinámicas nacionales. Al mismo tiempo, medidas proteccionistas proveen “grandes beneficios a un pequeño número de personas” (quienes viven de un terminado producto) y causan “una pequeña pérdida a un gran número de consumidores”.
Por eso, estima que los países “se disparan en el pie” cuando usan el comercio como arma; “al restringir y distorsionar el flujo internacional de bienes y servicios, se niegan a sí mimos los beneficios del comercio”. Frente a quienes demonizan las importaciones, Heydon acude a la máxima de David Ricardo, uno de los pilares del liberalismo económico: “Un país ganará exportando el producto en el que tiene una ventaja comparativa y —y esto es crucial— importando el producto en el que tiene una desventaja comparativa”. De acuerdo con esta dinámica, las importaciones ayudan a combatir el incremento de la inflación.
Un aspecto muy propio de la gran globalización que hemos experimentado es el de las cadenas de valor: más de la mitad del comercio mundial se produce ahora en bienes y servicios intermedios intraindustriales, en lugar de en el intercambio de bienes terminados. Es aquí donde se está percibiendo un retroceso: desde 2012, las cadenas de suministros se han vuelto más nacionales.
Con todo, en la guerra comercial contra Pekín por parte de Estados Unidos y otros aliados occidentales, Heydon aconseja tener en cuenta que la presencia de China en las cadenas de valores es “un hecho de la vida económica, con su vasto mercado interno y fuerza laboral, profundas redes de proveedores e infraestructura confiable”.
Al mismo tiempo precisa que China va a seguir siendo un miembro díscolo de la OMC: en la medida en que el crecimiento de su economía se reduzca sustancialmente y su población envejezca, se convertirá en un socio económico “más tendencioso”.
Aun así, Heydon prefiere una apuesta optimista. “Mientras las empresas busquen satisfacer a los clientes con productos de la más alta calidad y los precios más bajos posibles, la globalización seguirá siendo un hecho de la vida económica”, concluye, citando a un alto funcionario británico.