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Imagen satelital del Egeo, con Grecia en la parte superior y Turquía en la inferior [NASA]
Las tensiones en el Mar Egeo entre Grecia y Turquía, vinculadas principalmente a aspectos territoriales, representan una amenaza para la paz y la seguridad en Europa. A pesar de que, actualmente, el conflicto experimenta un momento de distensión (tras una breve escalada verbal previa a las elecciones celebradas en ambos países en primavera de 2023), es crucial comprender la complejidad histórica y geopolítica que ha llevado a esta situación.
La disputa en el Mar Egeo ha cobrado relevancia estratégica, especialmente a la luz de la guerra en Ucrania, que ha destacado la importancia de los accesos al Egeo desde el Mar Negro con el fin de asegurar el tráfico de cereales, esencial para los mercados globales. La inestabilidad en la región subraya la necesidad de mantener la paz en el Egeo, donde las tensiones entre Grecia y Turquía han sido una constante.
Las bases de la disputa
La relevancia del Mar Egeo, en términos geopolíticos y estratégicos, tiene su origen en la antigüedad remota. Desde los albores de la civilización en el área del Tigris y el Éufrates, este espacio ha actuado como puente en las relaciones comerciales y de intercambio cultural entre Occidente y Oriente. También ha sido escenario de confrontación, como nos recuerdan la Ilíada y la Odisea. Su valor geoestratégico se ve realzado, además, por el hecho de que el Mar Egeo constituye la ruta natural que une el Mar Negro y el Mediterráneo, a través de los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos.
Esta circunstancia ha moldeado la percepción que sobre la región han conformado tanto turcos como griegos y el resto de los europeos con el paso del tiempo. Su importancia, además, ha sido capturada por la geopolítica moderna. Mackinder, por ejemplo, la situaba en un lugar privilegiado del Creciente Interior que rodea al ‘Heartland’, mientras que Spykman identificaba Chipre y el Mar Egeo como parte del ‘Rimland’, zona geográfica clave del poder geopolítico que conduce al control mundial.
Durante la antigüedad clásica, todo el espacio del Mar Egeo estuvo incorporado al ámbito cultural griego y helenístico. Grandes ciudades jónicas como Éfeso, Mileto, Esmirna, o Halicarnaso, todas ellas en Asia Menor, hablan de la unidad cultural imperante en la antigüedad en este amplio contorno geográfico, que se mantuvo durante varios siglos gracias a Bizancio.
La conquista otomana del Imperio Bizantino, culminada con la toma de Constantinopla en 1453, marcó el comienzo de un nuevo orden social y político en la región. Como consecuencia de este acontecimiento histórico, el Mar Egeo gravitó hacia la órbita turca, en la que se integró totalmente, reemplazando en él a la cultura griega hasta el final de la Primera Guerra Mundial. La conquista otomana unificó el Egeo durante varios siglos, pero desencadenó la división de la sociedad en comunidades religiosas, lo que dejó una huella en las respectivas identidades de las civilizaciones griega y turca. Esto añade una capa más de complejidad geopolítica, sobre la geográfica ya señalada antes: desde la misma teoría realista de las relaciones internacionales Huntington advierte de la relevancia de la fricción entre civilizaciones.
El conflicto comienzó a manifestarse a comienzos del siglo XIX, con el inicio en 1821 del proceso deindependencia de Grecia y con el subsiguiente proceso de construcción nacional griega. La independencia, sin embargo, no colmó las aspiraciones territoriales del nacionalismo griego, inspirado en la ‘Gran Idea’(Μεγάλη Ιδέα), concepto nacido en 1844, que encapsula la visión griega de la expansión territorial, enraizada en la voluntad de reconstruir el espacio de autorreferencia que los helenos tenían durante el Imperio Bizantino. Esta visión territorial, profundamente arraigada en la identidad nacional, aspira a integrar no sólo lo que es Grecia actualmente sino, además, Anatolia, la Tracia turca, incluyendo Constantinopla, la totalidad de Macedonia y Epiro, así como la isla de Chipre y todas las islas del Egeo, incluida Creta.
Así pues, el proceso de construcción nacional griego a expensas del Imperio Otomano continuó después de la independencia formal. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, Grecia ejercía su soberanía sobre una gran parte de las islas del Egeo, incluidas las islas de Samos e Icaría, ambas en poder de Italia desde la guerra ítalo-turca de 1912, e integradas en Grecia en 1912 y 1913 respectivamente. Fuera de su control quedaban las islas del Dodecaneso, ocupadas por Italia en guerra y que aún tardarían más de treinta años en volver a control griego.
Durante la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano, aliado de las Potencias del Eje, sufrió una derrota significativa y acabaría colapsando en 1922. Después de la guerra, el Tratado de Sèvres (1920) estableciónuevas fronteras para el territorio otomano. En el contexto de la disputa en el Mar Egeo, el tratado otorgó a Grecia ciertos derechos y soberanía sobre varias islas (Imbros, Lemnos y Tenedos), además de sobre Tracia Oriental, la región de Esmirna y la costa oeste de Anatolia.
El Tratado de Sèvres no llegó a entrar nunca en vigor, como consecuencia de la derrota griega en la guerra greco-turca. El Tratado de Lausana (1923) puso fin a dicha guerra y condujo al reconocimiento internacional de la nueva República de Turquía como sucesora del Imperio Otomano. El nuevo tratado definió claramente las fronteras entre Grecia, Bulgaria y Turquía. Así, Turquía renunciaba formalmente a reclamaciones sobre diversos territorios, incluyendo el Dodecaneso, Chipre, Egipto, Sudán, Siria e Irak. Sin embargo, revirtió a Turquía la soberanía sobre las islas de Imbros y Tenedos. Lemnos se mantuvo bajo soberanía griega.
El Tratado de Lausana incorporaba, además, un acuerdo sobre intercambio de poblaciones entre Grecia y Turquía que también suscitó importantes tensiones y cuestionamientos. En virtud del tratado, en 1923 se llevaron a cabo intercambios masivos de población entre ambos países que cambiaron radicalmente la distribución étnica de la región, generando un gran descontento entre las minorías étnicas y religiosas afectadas por los mismos. Alrededor de 1,6 millones de griegos se estima que fueron forzados a abandonar sus residencias en Anatolia, mientras que aproximadamente 670.000 turcos griegos fueron trasladados a Turquía.
Con la Convención de Montreux (1936) se reguló el estatus del estrecho de los Dardanelos y del Bósforo, limitando la presencia militar en la región. El Tratado de Paz de París (1947), que puso fin a la Segunda Guerra Mundial, aportó disposiciones específicas sobre la desmilitarización de las islas del Egeo y estableció el traspaso del Dodecaneso a soberanía griega.
Inaugurada la Guerra Fría, Grecia y Turquía se convirtieron en miembros de la OTAN en 1952, fortaleciendo su colaboración debido a su importancia estratégica frente a la amenaza soviética en los Balcanes, el Bósforo y el Mar Mediterráneo. Convertidos ambos países formalmente en aliados, se redujo la posibilidad de que la fricción en el Egeo escalara en un conflicto abierto. Durante este período, además, Turquía buscó un acercamiento diplomático a la Comunidad Económica Europea que culminó con la firma del Tratado de Ankara (1963), por el que se creó una asociación entre la CEE y Turquía.
Roces y conflictos
La convergencia de las dos naciones en asociaciones compartidas no ha evitado, sin embargo, episodios de tensión. El que ha llegado más lejos es el referido a Chipre. Esta isla del Mediterráneo Oriental fue cedida por el Imperio Otomano a Gran Bretaña en 1878 y fue una colonia británica hasta que se independizó en 1960. El conflicto en Chipre comenzó en la década de 1950 con la formación de la EOKA, una organización grecochipriota que buscaba la expulsión de las fuerzas británicas y la unión de la isla con Grecia. Tras la independencia, las tensiones entre las comunidades griega y turca llevaron a la intervención de la ONU en 1964. En 1974, un golpe respaldado por la junta militar que gobernaba Grecia provocó la invasión turca, dividiendo la isla y creando la República Turca del Norte de Chipre (RTNC), sólo reconocida por Turquía.
Las conversaciones de reunificación de la isla han sido difíciles, y la última cumbre resultó en un estancamiento, con la parte grecochipriota abogando por una república federativa y la parte turcochipriota insistiendo en dos repúblicas independientes. Recientemente, la fricción en relación con Chipre ha girado en torno al descubrimiento de yacimientos de hidrocarburos en áreas marítimas de su zona económica exclusiva.
Si esto ocurre en el Mediterráneo Oriental, en el Egeo los roces se han producido a raíz de diversas acciones llevadas a cabo por las partes. Una de ellas es la militarización de algunas de las islas del Egeo. A pesar de que el Tratado de Lausana no permite la construcción de fortificaciones ni bases navales en las islas y el Tratado de París prohíbe la militarización del Dodecaneso, a principios de la década de 1950 Grecia comenzó a desplegar unidades militares en algunas islas como Lesbos, Samos, Quíos e Icaría, manteniendo en secreto la militarización hasta la Operación de Paz de Chipre en 1974.
A pesar de las denuncias internacionales de Turquía, Grecia mantiene esa militarización, que justifica recurriendo selectivamente a la Convención de Montreux. Turquía alega que estas acciones carecen de base legal y que van en contra de los tratados establecidos.
Un momento especialmente delicado se produjo en Imia en 1995. Imia-Kardak son dos islotes no habitados cuyo control se disputan ambos países. Después de una serie de desembarcos secretos realizados por los ejércitos de ambas partes, las tensiones en torno a las dos islas estuvieron a punto de desencadenar un conflicto armado, que fue evitado gracias a la intervención diplomática de la OTAN. Durante esa misma década, también se registró la infiltración de numerosos agentes secretos turcos en Grecia, quienes desencadenaron una serie de incendios de gran magnitud. En respuesta a estas acciones, algunos ciudadanos griegos provocaron incendios en áreas boscosas ubicadas en territorio turco.
Otro episodio de tensión se vivió más recientemente, cuando Turquía desplegó el buque de exploración sísmica ‘Oruc Reis’, enviado en 2019 al área de Kastelorizo en lo que se supuso era una misión de prospección gasística. A ojos de Grecia, se trataba de un acto ilegal que infringía su soberanía. La situación se complicó aún más entonces con la decisión turca de convertir en mezquita el templo de Santa Sofía en Estambul. La escalada de tensión involucró el despliegue de buques de exploración turcos y la violación del espacio aéreo griego por aeronaves turcas.
El último choque diplomático afectó a aviones turcos en la misión ‘Nexus Ace’ de la OTAN, en diciembre de 2022. El sistema AWACS de alerta y control de la OTAN, así como dos cazas F-16 turcos que participaban en la misión en el mar Egeo, resultaron interceptados por F-16 griegos. La OTAN advirtió que la acción no reflejaba el espíritu de la Alianza.
Más allá de las cuestiones de soberanía territorial y del espacio aéreo, la relación entre Grecia y Turquía se ha visto dañada por la emigración hacia Europa permitida o incluso fomentada por Ankara, especialmente de refugiados del conflicto sirio, lo que llevó a la crisis migratoria de 2015 y luego a algunos breves episodios de reincidencia en 2020 o 2022.
También ambos gobiernos se han enfrentado a causa de la minoría musulmana turca que vive en Tracia Occidental, en el noroeste de Grecia, cerca de la frontera con Turquía. Ankara acusa al gobierno griego de no cumplir sus compromisos con esa minoría en áreas como la educación, los asuntos religiosos y el reconocimiento de su identidad étnica.