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Portada de libro de Ronald Bruce St John ‘Bolivia: Geopolitics of a Landlocked State’ (Nueva York: Routledge, 2021) 264 páginas
A lo largo de la historia diversos autores y estrategas navales han señalado la importancia del mar para el desarrollo de un país. Hacia el siglo V y VI a.C., Temístocles ya distinguía la importancia del mar advirtiendo que “quien domina el mar, lo domina todo”. Más adelante, autores como Walter Raleigh, en el siglo XVI, continuaron con este pensamiento: “Quien domina el mar, controla el comercio; quien domina el comercio, gobierna el mundo”. No sorprendentemente en el siglo XX, John F. Kennedy también le atribuía gran importancia: “El control del mar significa seguridad. El control del mar puede significar paz”. Sin embargo, ¿qué ocurre con los 44 países reconocidos que no tienen litoral? Quizás incluso más interesantemente, ¿qué ocurre con 32 países subdesarrollados sin costa? ¿Qué tan afectados se ven por su falta de mar? ¿Pueden prosperar si quiera? Preguntas como éstas fueron las que se planteó Ronald Bruce St John cuando escribió el libro ‘Bolivia: Geopolitics of a Landlocked State’, donde relata la historia de Bolivia, un estado sin litoral, y cómo este hecho histórico sigue teniendo repercusiones más de un siglo después.
Bolivia perdió definitivamente su salida al océano en 1904, cuando de modo oficial reconoció su derrota frente a Chile en la Guerra del Pacífico (1879-1884). Claramente este suceso impactó la geografía del país; sin embargo, a veces puede ser fácil obviar cómo también impactó y continúa impactando la economía y la política bolivianas. A lo largo del libro, el autor explora cómo la falta de acceso al mar supone diversos problemas para el gobierno y las empresas, y consecuentemente para el desarrollo de Bolivia.
Bolivia es un claro ejemplo de los desafíos que en países subdesarrollados presenta la falta de acceso a puertos propios. Pero si bien este problema es común con esas naciones, Bolivia se diferencia del resto en la solución que plantea: insistir una y otra vez en querer recuperar una salida soberana al mar. El planteamiento es compartido por la mayoría de los bolivianos, quienes no solo ven ese acceso al Pacífico como la única vía de prosperidad nacional, sino que la siguen estimando posible incluso después de 100 años y contra lo que fue firmado en su día. Esta mentalidad optimista inspira a los bolivianos de cada momento y explica mucha de su actuación exterior, con peticiones y recursos presentados en cada época ante organizaciones regionales e internacionales.
Para entender esta ‘fijación’ hay que ir dos siglos atrás, al momento de la emancipación de las repúblicas americanas. Cuando Bolivia se independizó en 1825, obtuvo el litoral de Atacama. Se trataba de una región costera desértica y aislada, sin grandes puertos ni rutas comerciales de importancia; de hecho, en la era colonial el interior boliviano no utilizaba esas playas. Sin embargo, la disputa por la explotación del guano y el salitre que con el tiempo desarrollaron concesiones otorgadas a empresas chilenas acabó causando una guerra. Chile declaró la guerra a Bolivia, que fue asistida por Perú. Con su victoria, Chile se hizo con toda esa costa, así como con el litoral que seguía al norte, ya en Perú. El resultado de la guerra fue reconocido por Bolivia, que el 20 de octubre de 1904 oficializó la pérdida de su salida al mar al firmar con Chile el Tratado de Paz y Amistad (consolidada esta delimitación en el derecho internacional, una modificación es muy difícil sin el consentimiento chileno). A cambio, obtenía de Chile el derecho a comerciar desde varios puertos chilenos, con el tránsito libre de peaje hasta o desde La Paz, mediante un ferrocarril que el país ganador se comprometía a financiar. Fue solo una de las pérdidas territoriales de Bolivia, cuya extensión hoy es la mitad del territorio que poseía cuando se independizó, pero desde luego la más dolorosa: su herida no cicatriza.
Con la pérdida de su costa, Bolivia perdió su capacidad de controlar independientemente sus rutas marítimas de comercio, dependiendo de otros países para entrar en el mercado internacional. Esto supuso un gran percance, creando una dependencia de países vecinos, principalmente de Chile. Esto la ha hecho más vulnerable a los imprevistos de los ciclos económicos. Al mismo tiempo, ha condicionado las relaciones con los demás países. Bolivia mantiene la cuestión marítima muy presente en sus posiciones internacionales, apelando incluso a la Corte Internacional de Justicia en La Haya (la última vez, sin éxito, fue en 2013-2018). No se trata solo de acciones del Gobierno, sino que las demandas de este se ven secundadas por la calle. La Guerra del Pacífico marcó la memoria colectiva de los bolivianos, impulsando sentimientos nacionalistas de recuperar el mar y aumentando el resentimiento hacia Chile.
A pesar de la omnipresencia de esta cuestión en la vida pública del país, no obstante, su peso en la sociedad boliviana varía según las épocas. Al centrarse el libro en este asunto, es lógico que pueda parecer que la única preocupación de los bolivianos esté en ese acceso perdido al mar, cuando la realidad habla de luchas políticas focalizadas en asuntos bien diversos, como la producción de gas, las protestas de los sindicatos cocaleros o las peleas entre el actual presidente, Luis Arce, y su antecesor, Evo Morales. De todos modos, se puede decir es St John identifica correctamente las falencias bolivianas: la debilidad de la gobernanza, la limitación de las instituciones estatales y la atención prestada a la cuestión marítima, y cómo éstas se han combinado con frecuencia para debilitar a un Estado ya de por sí débil en situaciones críticas.
Considerándolo todo, el libro de St John constituye un amplio estudio de la política exterior y las gestiones diplomáticas realizas por Bolivia en busca de su mar perdido, analizando el impacto que la falta de litoral tiene en temas concretos del país, como la economía y política, y cómo un hecho histórico puede trastocar tan profundamente la mentalidad de tantos bolivianos, guiados por la esperanza, pero también, en el fondo, por los imperativos geopolíticos.