América Latina vive sumergida en un contexto político de desconfianza; específicamente el humor social latinoamericano presenta síntomas severos de desafección y desapego hacia las instituciones políticas. Si atendemos a los resultados del Latinobarómetro, referidos a 2022, vemos que solo el 12% de los latinoamericanos está de acuerdo con la frase “se puede confiar en la mayoría de las personas”, lo que supone que el 88% de la población no confía en la mayoría de sus conciudadanos. Estamos en el punto más bajo desde que en 1996 comenzó a hacerse esta pregunta en esa organización.
¿Por qué se genera esa desconfianza? Es una actitud que sobre todo está vinculada a lo que ha ocurrido en América Latina en las últimas décadas con respecto a las instituciones públicas, y tiene que ver con la corrupción. Si partimos la palabra “corrupto” en dos, por un lado obtenemos “cor” (corazón) y por otro “rupto” (ruptura); es decir, «corazón roto». Quizá esto suena a una novela romántica, pero lo cierto es que hay un divorcio real entre la gente y las instituciones públicas y el origen de ese divorcio tiene que ver sobre todo con la corrupción.
El latinoamericano, pues, ha decidido en su mayoría dejar de confiar en las instituciones políticas, cuando estas son la columna vertebral de lo que conocemos como democracia representativa. Los valores democráticos no solo tienen que ver con la libertad de expresión y el respeto a otros derechos, sino muy singularmente con la existencia de instituciones sólidas: jueces que sean independientes y estén preparados; un parlamento que, aunque es un cuerpo político, no responda necesariamente a los caprichos de un primer mandatario; un tribunal electoral que de verdad arbitre y anuncie unos resultados que son fiel reflejo de la voluntad popular, y un largo etcétera.
Ese desencanto de la política da lugar a una desafección de la democracia misma. Cuando Latinobarómetro pregunta sobre la forma de gobierno (con las opciones: “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”; “en algunas circunstancias un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático”; “nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático”) nuevamente nos encontramos con el punto más bajo respecto a lo que sería deseable: desde la generalización de la democracia en América Latina en la década de 1990 nunca antes tan poca gente ha preferido la democracia como forma de gobierno (48%). Lo que capitaliza ese descenso no es la opción por un gobierno autoritario, sino la que manifiesta desinterés (“nos da igual” un sistema que otro).
Al hacer estudios cualitativos de opinión pública queda muy claro que la gente piensa que “los políticos hacen lo que les da la gana” y que “la política es un juego de los políticos”: “la política es una dimensión distinta a mis problemas reales y cotidianos; no tiene que ver conmigo”. Puede ser comprensible que se piense así, pero es dramático, porque votemos o no, nos informemos o no acerca de lo público, lo cierto es que los espacios políticos se ocupan y quienes los ocupan toman decisiones que nos afectan directamente a cada uno de nosotros.
Lo que ocurre como siguiente paso en este proceso es que se da margen para que cualquier nuevo líder político venga y redefina qué es la democracia. Esto es lo que está ocurriendo hoy en algunos países de América Latina, como México, El Salvador y, en alguna medida, también Colombia (en Venezuela ya ocurrió). La democracia entonces ya no es necesariamente lo que decíamos antes (respecto a las instituciones, jueces independientes...), sino, por ejemplo, tener más dinero en el bolsillo, como afirma Andrés Manuel López Obrador, o únicamente que haya menos inseguridad, sin importar cómo se logra eso, como defiende Nayib Bukele. Así, el 54% de los latinoamericanos está de acuerdo con la afirmación “no me importaría que un gobierno no democrático llegara al poder si resuelve los problemas”.
Otro punto preocupante es la libertad de expresión y sus expectativas. Por ejemplo, la falta de credibilidad en las grandes empresas mediáticas resulta un caldo de cultivo para que autócratas persigan a periodistas y amenacen la libertad de información. Si la falta de credibilidad en los medios es sólida, una vez sean perseguidos aquellos quienes denuncian la corrupción de los gobernantes, la sociedad no sentirá el deber de movilizarse y reclamar al poder una prensa libre y justa. Por ejemplo, este ocurre hoy en El Salvador. Esto ha dado carta blanca a Bukele para emprender una batalla contra el periodismo en su país, pues encuentra un terreno social fértil que aparentemente le ofrece legitimidad.
El diccionario de Oxford define a la posverdad de la siguiente manera: «Los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales». El expresidente populista mexicano, Andrés Manuel López Obrador, confrontado con un crecimiento del PIB mexicano poco alentador, dijo tener «un modo distinto de entender la realidad» y pasó a hablar de bienestar en lugar de PIB. Nadie puede ganar la importancia de que las familias tengan más capacidad de consumo; sin embargo, eso no es sinónimo, necesariamente, de solidez y crecimiento económicos para el país.
Hoy los hiperliderazgos están de moda nuevamente. Estos pueden mantener una alta popularidad a pesar de problemas agravados en la sociedad. AMLO concluyó su mandato con un 65% de aprobación entre los mexicanos, a pesar de que en su sexenio han aumentado los homicidios y el narcomenudeo.
En Thinko Consulting desarrollamos estudios antropológicos durante el 2023 y el 2024. Casi el 60% de los mexicanos no le interesa la política y más del 62% dice no estar informado sobre temas políticos. Casi la mitad de los mexicanos está en desacuerdo con la afirmación «sin partidos políticos no puede haber democracia»; más del 50% piensa que los partidos políticos dan más problemas que soluciones y no sirven para nada. La frase «una dictadura es lo único que arreglaría este país» tiene el apoyo de un tercio de la opinión pública.
El gran reto para América Latina es comprender que los problemas más graves se solucionarán en la medida en que el cuerpo democrático goce de buena salud. No habrá seguridad, no habrá prosperidad ni crecimiento sostenible en el tiempo, si primero la misma sociedad no rescata de las cenizas a unas instituciones vapuleadas por sus inquilinos; eso pasa, en primerísimo primer lugar, por elegir a gobernantes con verdadera vocación democrática y de servicio.
* Alejandro Motta Nicolicchia es consultor político, creador de Thinko Consulting. El texto condensa la intervención que realizó en la Latin America Summit 2024 organizada a mediados de octubre por el grado de Relaciones Internacionales de la Universidad de Navarra