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Río Paraná, en agosto de 2021, afectado por la sequía [Euronews]
En un contexto de eventos climáticos extremos cada vez más frecuentes, en 2023 América del Sur experimentó por tercer año consecutivo una grave sequía, la peor en un siglo. Argentina y Brasil, dos de los mayores graneros del mundo, se han enfrentado a las consecuencias de un triple episodio de La Niña. El rol de Brasil y Argentina en el suministro de alimentos a nivel global resalta la necesidad de un enfoque estratégico y sostenible para abordar los desafíos emergentes del cambio climático en la seguridad alimentaria de la región.
La Organización Meteorológica Mundial define La Niña como un fenómeno que produce un enfriamiento a gran escala de las aguas superficiales de las partes central y oriental del Pacífico ecuatorial, además de otros cambios en la circulación atmosférica tropical, que afecta a los vientos, la presión y las precipitaciones. Por lo general, tiene efectos en el tiempo y el clima opuestos a los de El Niño, que constituye la fase cálida del fenómeno denominado El Niño-Oscilación del Sur (ENOS). Sin embargo, dichos fenómenos naturales ahora se producen en el contexto actual de un cambio climático impulsado por las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto conlleva el aumento de la temperatura media mundial, la modificación de los patrones de precipitación, el alza continua del nivel del mar, la reducción de la criósfera y la acentuación de los patrones de fenómenos climáticos extremo. Esas variaciones suponen pronunciadas consecuencias en una región tan directamente relacionada con el medio natural como Latinoamérica.
Argentina
Argentina, el tercer productor y exportador mundial de soja detrás de Brasil y Estados Unidos, sufrió un derrumbe histórico del 43% en su cosecha de la campaña 2022/2023 en relación con la campaña anterior debido a la sequía. En la campaña 2021/2022, Argentina produjo 43,90 millones de toneladas de soja, cifra que alcanzó apenas 25 millones de toneladas en la campaña 2022/2023. Como resultado de lo anterior, el complejo de la oleaginosa, que comprende el grano, el aceite y la harina de soja, entre otros subproductos, vio mermadas sus exportaciones. Para suplir la demanda, Argentina compró soja de Brasil, convirtiéndose en el segundo destino de la soja brasileña, detrás de China. La caída productiva también incidió negativamente en la posición de Argentina en mercados claves donde el país se posicionaba como principal exportador mundial, como el de la harina de soja, lugar que dejó en manos de Brasil después de 25 años. Entre enero y agosto de 2023, Brasil exportó 15,34 millones de toneladas de harina de soja, mientras que los envíos argentinos sumaron 11,74 millones de toneladas.
El sector agrícola representa en torno al 7% del PIB de Argentina, así como el 55% de sus exportaciones. El complejo sojero lidera las exportaciones agropecuarias del país suramericano, seguidas por el complejo de maíz y trigo. La merma en la cosecha de soja incidió en el ingreso de divisas al país, el cual se situó en 11.030 millones de dólares en el primer semestre de 2023, una caída del 42% interanual.
Consciente de la vulnerabilidad de sus cultivos ante los fenómenos climáticos, en abril de 2023, el gobierno argentino puso en marcha el Plan Integral Argentina Irrigada, el cual prevé incrementar en un 90% la superficie bajo riego del país. No existe un plazo de tiempo para lograr esa meta; el plan incluye de momento 95 proyectos de infraestructura. En la actualidad, solo el 5% de los 42 millones de hectáreas cultivadas en Argentina corresponden a producción bajo riego. En este sentido, en septiembre de 2023 el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) aprobó un crédito de 100 millones de dólares para ejecutar obras de infraestructura rural a través del Programa de Servicios Agrícolas Provinciales (PROSAP). El préstamo obtenido para el PROSAP favorecerá la adopción de tecnologías que fomenten la sostenibilidad ambiental, la adaptación al cambio climático y la rentabilidad económica por parte del pequeño y mediano productor agropecuarios.
Brasil
Por su parte, Brasil se enfrenta a desafíos similares. La Niña trajo consigo más lluvias al norte y noreste del país y sequía al sur, afectando a las regiones productoras de maíz, soja y trigo. Mientras que el maíz y el trigo tienen una tolerancia limitada al calor, el estrés climático produce un efecto más moderado en la producción de soja. Tras una caída de cerca del 9% en la producción de soja en la campaña 2021/2022, Brasil recogió en la cosecha 2022/2023 una producción récord del cultivo, representado un 23,1% superior al año anterior. El país suramericano también alcanzó una producción récord de maíz en la campaña 2022/2023, lo que permitió posicionarlo como el principal exportador mundial de grano de soja y el segundo principal exportador de maíz en 2022.
La agricultura es una de las principales bases de la economía de Brasil, acaparando el 6,8% del PIB. En las últimas décadas, la irrigación ha desempeñado un papel clave en el crecimiento de la agricultura brasileña, donde el 54% del consumo de agua del país se destina a los sistemas de irrigación. Sin embargo, se espera que la disminución de la precipitación, los periodos secos más largos y las temperaturas más cálidas derivadas del cambio climático aumenten las tasas de evaporación del agua, reduciendo la disponibilidad tanto de agua superficial como subterránea. Esta realidad plantea una seria preocupación sobre la sostenibilidad a largo plazo de los sistemas de irrigación, destacando la necesidad urgente de estrategias adaptativas y sostenibles para garantizar la seguridad hídrica y la resiliencia del sector agrícola frente a los desafíos climáticos emergentes.
Las olas de calor en Brasil son cada vez más frecuentes, atentando contra la integridad física o incluso la vida de los brasileños. En 2023 el país experimentó una intensa ola de calor que afectó a varias ciudades, con temperaturas récord y sensaciones térmicas extremadamente altas, alcanzando los 58,5 grados Celsius en Rio de Janeiro. Según el Banco Mundial, los eventos extremos del clima –como sequías, inundaciones repentinas y desbordamientos de ríos en ciudades– causan pérdidas anuales en Brasil de alrededor de 13 billones de reales anuales. A lo anterior se le suman los desafíos de la deforestación en la Amazonía, la cual registró una pérdida neta de masa forestal de 430,4 km2 tan solo en enero de 2022. Tras una aceleración de la deforestación del Amazonía durante el gobierno de Jair Bolsonaro, la tala de árboles se redujo en un 33,6% en el primer semestre de 2023. Los efectos mencionados subrayan la necesidad de llevar a cabo políticas que ayuden a mitigar los impactos adversos del cambio climático y salvaguardar el futuro medioambiental y económico del país.