Merkel y la ‘razón de estado’

Merkel y la razón de estado

RESEÑA

11 | 02 | 2025

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Memorias al timón de Alemania y Europa: Una vida política desde la RDA a la invasión rusa de Ucrania

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Portada del libro de Angela Merkel ‘Libertad’ (Barcelona: RBA, 2024) 812 págs.

Las memorias, como género, tienen sus detractores por cuanto muchas veces están movidas por el deseo de justificarse ante los demás y ante la historia. Pero precisamente ese es su valor: comprender por qué un mandatario, como en el caso de Angela Merkel, actuó de tal o cual manera. Es justo que una persona que ha estado en la cúspide del servicio público, que se ha visto sometida a elogios y críticas a raíz de actuaciones o declaraciones de las que posiblemente solo ha llegado a la ciudadanía una versión reducida o mediatizada, pueda tener un espacio en el que explicarse. Merkel lo hace en ‘Libertad’, un tomo de por sí extenso pero que abarca más páginas por el generoso tamaño de letra (escrito en colaboración con Beate Bauman, la jefa de su oficina durante décadas).

El título no es ciertamente muy original, pero en este caso tiene un pleno sentido biográfico. Crecida en la RDA, donde el hecho de ser hija de un pastor luterano le restringía aún más las posibilidades de progreso personal ya de por sí muy limitadas para todos por el marxismo-leninismo del estado, Merkel aprovechó enseguida la libertad que se abría paso a través de los primeros boquetes en el Muro de Berlín. De inmediato aparcó su actividad como investigadora en el campo de la física y se afilió a un partido político naciente (Despertar Democrático, luego integrado en la CDU). Designada portavoz por casualidad de ese pequeño grupo, pudo proyectar su capacidad analítica y argumentativa y eso la llevó a un puesto asesor en el primer gobierno democrático de la RDA; de ahí saltó a la dirección nacional de la CDU unificada y al Gobierno de Helmut Kohl, primero como ministra de Familia (1991-1994) y luego de Medio Ambiente (1994-1998). Ya vicepresidenta de la CDU, el escándalo de las donaciones ilegales que acabó engullendo a Kohl la catapultó a la cúspide, siendo canciller entre 2005 y 2021.

El capítulo inicial, dedicado a su vida durante la RDA, es el más trivial; sin embargo, esos recuerdos de la cotidianidad en un sistema comunista son ilustrativos de un tiempo que quizás alegremente damos por garantizado que no volverá; Merkel insiste en la conveniencia de un constante aprecio de la libertad y de la democracia ganadas. Los demás capítulos son prolijos en reuniones políticas y cumbres de ministros y mandatarios, en las rutinas mantenidas desde la cancillería y en las sesiones internas requeridas por la laboriosa tarea de gobernar en coalición. Esto último es uno de los aspectos políticos más destacados de la Merkel estadista: todas las políticas tuvieron que hablarse no solo entre la CDU y la CSU bávara, sino también con los liberales del FDP y con los socialdemócratas del SPD, según la legislatura. Defender con fuerza las propias ideas y al mismo tiempo tener que buscar caminos intermedios para que al menos parcialmente puedan llevarse a cabo –en diálogo no solo con los socios de gobierno o con la oposición, sino también con empresarios, sindicatos y asociaciones de todo tipo– constituye el ejercicio de libertad que, según defiende Merkel, vertebra las sociedades democráticas.

El libro tiene algo de manual para el buen gobernante, pues Merkel da algunos consejos de comportamiento y señala algunos pasos en falso que ella podía haber evitado. De todos modos, una de las críticas hechas a estas memorias es que la anterior canciller alemana no admite haber cometido ningún gran error. Pero esto es lo honesto, si así lo ve. Por ejemplo, en retrospectiva ratifica como acertada, dadas las circunstancias y los valores de la sociedad alemana, la decisión de 2015 de dejar entrar en Alemania a los miles de posibles solicitantes de asilo que llegaban desde Siria, quizá la más polémica de sus mandatos. Merkel advierte que las fronteras no se abrieron de de par en par, sino que se tomaron medidas para controlar muchos otros flujos migratorios, pero considera que hubiera sido contraproducente parar a la fuerza una marcha de refugiados que huía de una guerra civil y quería llegar hasta Alemania a toda costa. No se ve responsable del incremento del voto de Alternativa para Alemania.

Tampoco hay ningún ‘mea culpa’ por no haber preparado a Alemania para hacer frente a una Rusia cada vez más asertiva en el este de Europa. Merkel precisa que su relación con Putin fue cada vez peor, pero que tuvo que mantener un cauce de conversación abierto para intentar resolver los conflictos que se suscitaron. Presenta la construcción del gasoducto Nord Stream 2 como un proyecto no gubernamental sino de la industria y justifica su planificación por la presión que sentían empresas y poderes públicos para reducir, mediante el uso del gas, el consumo de carbón y afrontar el debate sobre la moratoria nuclear. La única duda sobre qué pudiera haber ocurrido de otro modo no la refiere a una actuación suya, sino al Covid: plantea que, sin la pandemia y la imposibilidad de contactos personales con otros mandatarios, tal vez se pudiera haber ejercido más presión sobre Putin y haber impedido la invasión de Ucrania. En cualquier caso, insiste en que, para el bien de Europa, Rusia debería perder esta guerra.

A pesar de esta contundencia, en el libro se echa en falta una consideración de fondo sobre cuál es, para Alemania, la ‘razón de estado’ en su relación con Rusia. Merkel usa esa expresión no ‘à la’ Richelieu, sino advirtiendo que hay posicionamientos o actitudes que dan razón de ser a un estado como el alemán. Dentro de esa razón de estado incluye –indirectamente, porque no lo aborda con esas palabras– el entendimiento con Francia, y, de modo expreso, el hacer todo lo posible por ayudar a Israel a preservar su seguridad. Pero de una estadista alemana cabía esperar alguna reflexión acerca de la relación geopolítica entre las dos grandes potencias continentales europeas.