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Un Super Hornet aterriza en la cubierta del portaviones USS Harry S. Truman, en octubre de 2024 [US Navy/Cordoviz]
El martes 5 de noviembre, Estados Unidos volverá a jugarse su futuro durante los próximos cuatro años en las elecciones presidenciales de 2024. Ambos candidatos, Kamala Harris por el Partido Demócrata, y Donald Trump, por el Partido Republicano, tendrán por delante un panorama geopolítico más que complicado al que hacer frente en caso de salir elegidos. Uno de los aspectos más destacados que la nueva Administración deberá afrontar, a la luz del creciente deterioro de la estabilidad global en el mar, será la reconstrucción del poder marítimo que ha sostenido a Washington durante décadas como una superpotencia global —un poderío que, desde hace ya unos años, viene degradándose progresivamente. Así, entre otras cosas, los estadounidenses decidirán quien será presidente de su nación en un mandato que coincidirá con la ventana en la que muchos llevan años argumentando podría ser la elegida por China para invadir Taiwán.
Deterioro del Orden Global en el mar
Con el final de la Guerra Fría, las marinas de guerra de la Alianza Atlántica entraron en un periodo de relativa estabilidad marítima, que llevó a muchas de ellas a reducir las inversiones presupuestarias y a un decrecimiento significativo de las capacidades navales de sus flotas. Las consecuencias negativas de estas reducciones afloraron en 2014 con la invasión rusa de Crimea (un movimiento que, en buena parte, responde a la necesidad estratégica para Moscú de contar con puertos con salida a aguas calientes como es Sebastopol, un enclave estratégico fundamental para la marina soviética) y el resultante conflicto entre Rusia y Ucrania.
En los últimos meses, la crisis en el mar Rojo originada como consecuencia del conflicto en Gaza ha puesto en grave riesgo la economía mundial. Mediante ataques al comercio marítimo internacional que transita la región, los hutíes han logrado desviar buena parte del conflicto que transita una de las rutas más importantes en la actualidad. En concreto, antes del comienzo de los ataques, el 53% del comercio entre Asia y Europa transitaba por el Canal de Suez, el 23% por el Canal de Panamá, y el 23% rodeando el Cabo de Buena Esperanza. Un año después, tales cifras se han transformado drásticamente: el tráfico en Suez ha descendido hasta el 15%, mientras que en Panamá ha ascendido ligeramente al 26%, y en el Cabo de Buena Esperanza se ha disparado hasta el 58%.
Ante tales amenazas, muchas navieras han decidido redirigir a sus buques a la ruta que bordea el cabo de Buena Esperanza, una ruta que implica mayor tiempo de navegación, y, por ende, mayores costes económicos. Estados Unidos puso en marcha la operación ‘Prosperity Guardian’ en diciembre de 2023, a la que se sumaron varios países más desplegando buques de guerra para escoltar a los buques mercantes e interceptar cualquier ataque con misiles balísticos antibuque o drones no tripulados. Poco después, en febrero de 2024, la Unión Europea hizo lo propio lanzando la operación ‘Aspides’, en la que está siendo notable la participación de Francia e Italia.
Sin embargo, ninguna de las dos operaciones ha logrado disuadir a los hutíes en Yemen para que detengan sus ataques, por lo que sus resultados han sido más modestos que los que inicialmente se deseaban. Además, pese a constituir una amenaza de relativamente baja intensidad (el espacio de tiempo entre ataques ha sido lo suficientemente amplio para permitir a los buques de guerra su interceptación efectiva), la crisis ha puesto de manifiesto la notoria incapacidad de los buques de guerra aliados para hacer frente a amenazas de una intensidad más alta (como las que cabría esperar, por ejemplo, en un hipotético conflicto en Taiwán frente a China). Muchos de los buques de guerra agotaban sus arsenales en pocos días, viéndose forzados a abandonar el teatro de operaciones para reabastecerse.
China y el mar
La marina de guerra del Ejército Popular de Liberación de China (PLA Navy, en inglés) entró en una nueva etapa de su desarrollo con la llegada de Xi Jinping a la presidencia de la RPC. Bajo los auspicios del nuevo líder, y siguiendo la trayectoria marcada hace ya décadas por Mao para la reconstrucción del poder naval chino, el gigante asiático se ha convertido en la marina de guerra más grande del mundo por número de buques (un factor que, si bien no debe considerarse como decisivo, otorga un peso importante). Su industria naval se ha afianzado como la líder en construcción de buques mercantes, y empresas estatales chinas controlan cerca de 100 puertos situados estratégicamente a lo largo del globo. Ambas otorgan a China una potencial ventaja estratégica enorme en caso de conflicto a gran escala, en el que las comunicaciones marítimas serían un elemento fundamental.
China lleva décadas dedicando grandes esfuerzos a la construcción de unas capacidades militares (y en particular navales) que le permitan establecerse como la gran potencia regional. Para ello, además de las inversiones masivas en su marina de guerra, Pekín ha dedicado también mucha atención a construir la Guardia Costera más grande del mundo, además de contribuir con el crecimiento de la denominada milicia marítima (una flota de cientos de embarcaciones pesqueras civiles que son empleadas con propósitos militares de manera coordinada) a ejercer presión en aquellas regiones donde China y otros países vecinos tienen disputas sobre el control de algunas islas y atolones. Esta flota paramilitar, empleada de forma asertiva contra Filipinas, Vietnam o Japón, entre otros, permite a Pekín perseguir sus objetivos estratégicos sin emplear sus buques de guerra, disminuyendo así cualquier posibilidad de parecer demasiado hostil.
Por otro lado, la marina de guerra China lleva años adiestrándose y desarrollando la doctrina necesaria para hacer frente a la marina estadounidense y sus aliados, considerando a la primera como la principal amenaza para la consecución de sus objetivos. Además de aumentar el ritmo de sus despliegues y sus ejercicios navales, que han ido creciendo en calidad y cantidad a lo largo de los últimos años, China ha constituido un sistema de defensa costera (con carácter eminentemente ofensivo) con la que poder negar el acceso de cualquier adversario a la región del mar de China Meridional, y, potencialmente, llegar a hundir buques ‘enemigos’ gracias a misiles como el Dong Feng-21D (DF-21D), apodado ‘Carrier Killer’. La principal fuente de disputa entre los dos grandes actores es el estatus y el futuro de Taiwán, algo por lo que, como ya hemos destacado en el pasado, ambos países podrían llegar a desencadenar un conflicto con consecuencias globales catastróficas. Entre las estimaciones realizadas por algunos de los altos mandos militares y políticos estadounidenses, destaca la advertencia del almirante Davidson hace ya unos años, que estableció como ventana más probable para una invasión algún momento entre 2026 y 2029.
El NAVPLAN 2024 y la crisis marítima estadounidense
Al mismo tiempo que la situación estratégica en el mar ha ido deteriorándose y las capacidades marítimas de China han crecido de forma exponencial, la situación en Estados Unidos a nivel doméstico ha experimentado una trayectoria contraria en ciertos aspectos. Uno de los aspectos más significativos a este respecto es la notable ventaja que ostenta China respecto a Washington en lo relativo a la marina mercante nacional. La capacidad de su marina mercante ha ido degradándose durante las últimas tres décadas, al mismo tiempo que China ha ido ganando terreno y se ha afianzado como uno de los países líderes a nivel mundial.
Pero al mismo tiempo, los problemas también son significativos para su marina de guerra. La US Navy ha ido reduciéndose con los años, situándose en la actualidad cerca de los 300 buques (una de las cifras más bajas en muchas décadas). Buena parte de las unidades hoy en servicio son fruto de la nueva oleada de clases planeadas y puestas en marcha durante los años de la Administración Reagan (años ochenta), como los destructores de la clase ‘Arleigh Burke’, los cruceros de la clase ‘Ticonderoga’ o los submarinos de propulsión nuclear de la clase ‘Seawolf’. Muchas unidades de estas clases, al igual que los portaviones de la clase ‘Nimitz’, se han ido dando de baja durante las últimas dos décadas, sin contar con un remplazo inmediato. Así, junto a la drástica reducción de unidades que vio a la marina reducirse a la mitad entre 1990 y 1999, se ha visto incapaz de volver a crecer cuando ha llegado la necesidad de hacerlo.