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Erdogan y Putin durante su último encuentro en Sochi, el 29 de septiembre de 2021 [Kremlin]
Las relaciones entre Rusia y Turquía son seguidas internacionalmente con atención. Aunque algunos asuntos importantes separan las estrategias de ambos países, también se está dando una creciente colaboración que crea suspicacias en Occidente, particularmente en la OTAN. El encuentro anual en Sochi entre Putin y Erdogan sirve de catalizador del estado de esas relaciones bilaterales.
El pasado 29 de septiembre, Turquía y Rusia celebraron lo que ya viene siendo su tradicional encuentro anual en Sochi. En vistas al acontecimiento, la especulación popular ponía el foco de atención en la reciente escalada en el conflicto sirio en la ciudad de Idlib y en el influjo de refugiados que como consecuencia Turquía sigue recibiendo; en la creciente cooperación tecnológica entre Turquía y Ucrania, algo que no es del agrado de Rusia; y en la posible venta de más misiles S-400 por parte de Rusia al país miembro de la OTAN, una noticia que no ha sido bien recibida en la esfera occidental. No obstante, no ha sido tanto lo discutido durante el encuentro, sino la expectación en torno a las conversaciones que ambos países tienen pendientes, la que lleve a analizar más en profundidad estas relaciones bilaterales.
En comparación con los encuentros de 2019 y 2020, que duraron alrededor de seis horas, el de este año ha sorprendido por su brevedad al durar tan solo la mitad. La interpretación que se da a este hecho es que, o bien cada presidente ha mantenido sus propias opiniones tan firmemente que el acuerdo se vio pronto imposible, o que, por el contrario, las dos partes han sabido entenderse bien rápidamente.
En 2019, el resultado de dichas conversaciones fue la creación de una zona de amortiguación de hasta 30 km libre de combatientes kurdos a lo largo de la frontera entre Turquía y Siria, mientras que Turquía impuso a Rusia como límite seis días para que las milicias kurdas se retiraran y dieran paso a que fuerzas ruso-turcasvigilaran esa misma área.
A diferencia del de 2019, el encuentro de 2020 tuvo por objeto la interrupción del conflicto en Ia ciudad siria de Idlib y demostró que ambas potencias, a pesar del enfrentamiento, necesitaban de la cooperación mutua; por un lado, Rusia esperaba de Turquía que vigilara el alto al fuego en la zona, y por el otro lado Turquía sabía que tenía que ser prudente con sus ofensivas contra el régimen de Al-Assad, tomando en consideración que necesita de Rusia para controlar el flujo de refugiados en su frontera.
En esta última edición del encuentro, lo que llevó a ambas potencias a Sochi fue una vez más el conflicto en Idlib y, más concretamente, las acusaciones de incumplimiento de los acuerdos adquiridos en su reunión anterior como respuesta a las acusaciones de Turquía a Rusia por los ataques aéreos producidos en esta misma ciudad y en las zonas controladas por Turquía en el norte de Siria, y a la responsabilidad que Rusia atribuye a Turquía de no haber desarmado a las milicias yihadistas tal y como prometió que haría.
Lo que cabe destacar de las relaciones bilaterales entre ambos países es que, a pesar de las tensiones y de la rivalidad, se muestran muy cuidadosos a la hora de mantener y resaltar lo que les une. Es por ello que, antes de su conversación, los líderes dedicaron tiempo, no para hablar de sus conflictos, sino de la gratitud por parte de Erdogan al Kremlin por su ayuda a la hora de extinguir los fuegos que arrasaron el territorio turco este verano; para poner de relieve la eficaz cooperación mantenida para la puesta en servicio del gaseoducto TurkStream; y para subrayar la importancia de seguir colaborando para mantener la estabilidad en la región de Karabaj en Azerbaiyán.
Un examen detallado de lo que caracteriza las relaciones bilaterales ruso-turcas no puede centrarse sólo en lo que les enfrenta, ni subestimar sus puntos de convergencia, que cada vez van adquiriendo más fuerza. Es cierto que los motivos de tensión son muchos, y no se limitan a Siria, sino que se extienden también a Libia y Ucrania.
En Libia, la situación es similar a la que se encuentra en el país regido por Al-Assad, donde el régimen es apoyado por Rusia mientras que los grupos rebeldes cuentan con el respaldo de Turquía. En el caso de Libia, es Turquía quien apoya al Gobierno de Unidad Nacional (GNA), y Rusia la que se alinea con la oposición, representada por el Ejército de Liberación Nacional, también conocido por NLA por sus siglas en inglés. Al igual que en Idlib, en octubre de 2020 se consiguió llegar a un alto al fuego en Libia que dio una tregua al conflicto.
Las razones que llevan a ambas potencias a involucrarse en este conflicto son, para el país de Erdogan, aumentar la influencia en el continente africano, la obtención de nuevos recursos económicos y crear competencia regional con Egipto, y para el Kremlin, dar un salto estratégico en su expansión en África, donde se encuentra con uno de sus principales rivales, China, contra el que lucha por la apropiación de los recursos mineros.
En el caso de Ucrania, Erdogan no dudó en resaltar antes de llegar a Sochi en la Asamblea General de la ONU que no reconoce la anexión rusa de Crimea de 2014. No obstante, es importante tener en cuenta que, a diferencia de otros países, tampoco ha participado en la imposición de sanciones a Rusia por este motivo. Declaraciones de este tipo, junto con la venta de drones turcos a Ucrania y el anuncio ucraniano de su intención de seguir comprando más para desplegarlos en el este de su territorio, generan recelo en Rusia.
La guerra de julio de 2020 entre Azerbaiyán y Armenia por Nagorno Karabaj no parece ser tan controvertida. Allí, como resultado de esta guerra, una parte del territorio en disputa, y hasta siete distritos vecinos del enclave en territorio de Azerbaiyán, sometidos al control de Armenia durante aproximadamente tres décadas, retornaron al control de Bakú. Si bien es cierto que Turquía apoya la recuperación de Azerbaiyán de estos territorios, mientras que Rusia muestra una postura más ambigua al apoyar un posible pacto con Armenia a la vez que quiere seguir manteniendo relaciones estrechas con Azerbaiyán, ambas potencias han llegado a entenderse mediante la creación de un centro de observación militar conjunto para monitorizar un alto al fuego.
La venta de misiles antiaéreos S-400 rusos a Turquía es uno de los temas que más preocupa a la comunidad internacional, y de los que más expectación generó antes del encuentro en Sochi. En 2020, Estados Unidos ya sancionó a Turquía por la adquisición de los mismos, pero ahora las tensiones han resurgido al anunciar Erdogan, en la misma reunión de la Asamblea General de la ONU en la que hizo sus declaraciones con respecto a Ucrania, su intención de adquirir más unidades. En este caso, Estados Unidos ha vuelto a manifestarse advirtiendo que nuevas compras significarán nuevas sanciones por parte de CAATSA, la Ley estadounidense para contrarrestar a adversarios a través de sanciones.
Por último, una de las razones por las cuales ambas potencias están interesadas en mantener su acercamiento, es la exportación de gas natural. Rusia es el primer productor mundial de gas natural y el segundo de petróleo. Turquía, además de ser un país necesitado de dichos recursos, es también un país de tránsito que permite a Rusia exportar su energía a Europa Meridional sin tener que atravesar Ucrania (16).Turquía obtiene el gas natural principalmente a través de los gaseoductos TurkStream y BlueStream, que atraviesan el Mar Negro y están controlados por Rusia. Más concretamente, TurkStream es un proyecto llevado por la empresa rusa Gazprom que pretende afianzar más las relaciones entre ambos países, consistiendo el proyecto en dos gaseoductos: uno para abastecer Turquía y otro que se extienda a Bulgaria, Serbia y Hungría. Por otro lado, BlueStream, que también es llevada por Gazprom, exporta gas desde Rusia a Turquía a través del Mar Negro.
Teniendo en cuenta todos estos datos y a modo de conclusión, no se puede decir que el encuentro en Sochi haya aportado mucha claridad más allá de proyectar el deseo de ambos países de evitar otra escalada de tensiones en Idlib. Sin embargo, sí que cabe destacar la importancia de seguir atentamente cómo la relación entre ambas potencias va evolucionando, ya que, a pesar de las discrepancias en Siria, Libia y Ucrania, y de la condición de Turquía como país miembro de la OTAN, es un hecho que Erdogan y el Kremlin se necesitan y que sus intereses energéticos entre otros pesan más en la balanza que las discrepancias en el plano geopolítico.