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Instalaciones del gasoducto Medgaz que une Argelia y España [Medgaz]
Soplan vientos complicados en Europa y el mundo. La actual crisis del Este no termina de resolverse y todo apunta a que, suceda lo que suceda, las secuelas durarán años o décadas. La apuesta rusa sin duda no contribuirá a que Occidente recupere la confianza, si es que algún día la tuvo, en un país que cada día parece más heredero de la Unión Soviética o incluso del imperio zarista. Tal vez porque su aspiración es algo parecido a una mezcla de ambas épocas. Pero lo que no puede negarse es que el alcance de las consecuencias de lo que aun hoy, mientras escribimos estas líneas, está por suceder, todavía no podemos calcularlo. Aunque todo apunta a que será determinante y que contribuirá a una nueva configuración del mundo en lo que al panorama geopolítico se refiere.
Y aunque en España haya quien considere que Ucrania, el Donbás y Rusia nos quedan muy lejos, no debemos dejarnos llevar por ese espejismo. Las consecuencias se sufrirán en esta esquina del Mediterráneo tanto o posiblemente más que en cualquier otra parte. Se ha repetido en numerosas ocasiones que los conflictos de un modo u otro están interconectados, los vasos comunicantes entre estos son frecuentes, y por uno de esos vasos suelen correr las consecuencias económicas.
Algo que no se puede dejar de lado es que la situación geográfica de España le proporciona un carácter geoestratégico fundamental, con todo lo positivo que ello conlleva si se sabe jugar bien esa baza, y con lo negativo a la hora de recibir el impacto de crisis aparentemente lejanas. Ante el panorama descrito, la longeva alianza entre la antigua Unión Soviética y Argelia, mantenida y reforzada posteriormente por Rusia, cobra una importancia vital en el escenario actual.
Si bien es cierto que la cooperación en materia militar ha sido el eje tradicional de las relaciones entre ambos países, las relaciones económicas han ido sufriendo una discreta evolución al amparo de prioridades e intereses comunes. El origen de estas relaciones se remonta a la época soviética, a pesar de que en los primeros momentos de la independencia de Argelia la Unión Soviética se mostró cauta. Un claro ejemplo de esta postura inicial son las declaraciones de Nikita Khrushchev al primer presidente de una Argelia independiente, Ahmed Ben Bella: “nosotros no podemos mantener una segunda Cuba; ustedes tienen un buen socio, el General de Gaulle, manténgalo”.
Una década después, Argelia, a pesar de mantenerse entre el grupo de países “no alineados”, ya mantenía unas muy buenas relaciones con Moscú, las cuales se manifestaban principalmente en el suministro de material militar soviético en el contexto de las fuertes tensiones con Marruecos. Para finales de los años 70, el 90% del material bélico argelino era de origen ruso.
Pero las relaciones entre ambos estados fueron más allá de la mera adquisición de sistemas de armas. La Unión Soviética contribuyó al desarrollo del sector minero argelino y financió la apertura de centros de formación y universitarios a los que acudieron no sólo jóvenes argelinos, sino procedentes de otros países árabes y africanos. El resultado fue que gran cantidad de ingenieros y profesionales de toda índole, incluyendo oficiales del ejército, se beneficiaron de la formación proporcionada por los soviéticos, y ello vino acompañado además de un importante intercambio cultural en forma de matrimonios mixtos y aprendizaje del idioma.
Con el paso del tiempo los restos de esta influencia de la URSS se han ido disipando, siendo cada vez más inusuales. Sin embargo, los profesionales formados de este modo raramente constituyeron parte de la élite del país. Sólo por poner un ejemplo, la presidencia de Sonatrach, empresa petrolífera fundada en 1963, fue regularmente ocupada por ingenieros formados en EEUU. Mientras tanto, en las fuerzas armadas, la presencia de oficiales de alta graduación formados en la antigua URSS era significativamente alta. El actual Jefe de Estado Mayor, Said Chengriha, se formó en la academia de Voroshilov en la década de los 70, y su predecesor, Ahmed Gaid Salah, fallecido en 2019, erigido en hombre fuerte del país tras las últimas revueltas populares (Hirak) y muñidor de la salida de Bouteflika, también se formó en la Unión Soviética. De ello se concluye que, de todos los centros de poder argelinos, es en las fuerzas armadas donde la influencia Soviética perdura más en el tiempo.
Para llegar a un completo entendimiento de las relaciones ruso-argelinas en toda su complejidad, más allá de los mitos que hablan de una alianza inquebrantable, es imprescindible fijarse en tres sectores clave: el energético, el económico y comercial y el armamentístico, y además en dos asuntos fundamentales, su postura geopolítica común y la posición rusa ante el Hirak. Este texto tiene por objeto centrarse en el sector energético.
En lo que se refiere al petróleo, las relaciones entre Argelia y Rusia pueden reducirse a las relaciones entre el Kremlin y la OPEP, las cuales están condicionadas por dos realidades contradictorias coexistentes: por un lado, un pulso constante alimentado por el papel que se atribuye a la organización en la caída de la URSS, cuando en los años 80 aumentó considerablemente la producción provocando una bajada de precios que socavó aún más la maltrecha situación de la Unión Soviética. Y por el otro, el fantasma del ingreso de Rusia en la misma. Desde 1993 Rusia ha participado en las reuniones de la OPEP reafirmando al mismo tiempo su independencia; pero la imprescindible confianza que se requiere para una participación plena nunca se ha materializado.
No se debe perder de vista un dato muy importante y que condiciona el comportamiento de Rusia en muchos escenarios, relacionándolos además con sus aspiraciones a medio-largo plazo en el área del Ártico, tomando en consideración que para que a Moscú la extracción de petróleo en esta región le sea rentable, el precio del barril crudo debe situarse por encima de los 80 dólares. Mientras esto sea así, para los intereses rusos el diálogo con el resto de los países productores y el intercambio de información es más que suficiente. Sin embargo, hasta la eclosión de la actual crisis de Ucrania esto no ha sido así, con precios que se han llegado a situar por debajo de los 50 dólares debido a la caída de la demanda por la COVID 19 y la crisis subyacente que ha creado, incrementando las habituales tensiones entre la organización y Rusia. Pero es evidente que al menos en lo que se refiere al crudo la situación ha cambiado, y del mismo modo sucede con el gas.
Argelia es, al igual que Rusia, uno de los principales productores de gas, y ambos tienen como cliente principal a Europa. Esto, aunque a primera vista puede parecer que los convierte en competidores, los transforma en aliados. Aunque en los últimos años haya estado dando pasos para la explotación del gas de fracking, para lo cual ha contado incluso con el apoyo de compañías norteamericanas, Argelia ha demostrado cierta ansiedad a la hora de multiplicar sus prospecciones en busca de este codiciado recurso y de explotar los ya hallados, lo que la ha llevado a relajar la legislación con la intención de atraer inversión foránea procedente de Europa y EEUU, pero también de Rusia. Como ejemplo de esto último, se puede argumentar el protocolo de colaboración firmado en 2020 entre Sonatrach y la compañía rusa Lukoil, aunque también es cierto que el mismo aún no se ha materializado en nada concreto.
Volviendo de nuevo la mirada a lo que sucede en el Este de Europa, y las implicaciones de estas relaciones, se pueden establecer inicialmente dos escenarios:
Por un lado, la diversificación de la inversión rusa fuera de la órbita de los países que en un momento dado puedan prestarse a secundar las sanciones que se le impongan por sus acciones en Ucrania supone un movimiento inteligente que puede ayudar a Moscú a sortear en parte las consecuencias de las mismas; teniendo en cuenta la mentalidad rusa y cómo se han ido gestando los hechos no es descartable, sino más bien probable, que todo forme parte del mismo plan. Por otro lado, el afianzarse en las relaciones económicas y especialmente en el sector energético en un país tradicionalmente de su órbita que tanto le debe y que necesita de su apoyo en su pugna con Marruecos por ser la potencia regional dominante, teniendo en cuenta su papel como segundo suministrador de gas a Europa. Rusia no sólo puede usar a Argelia como elemento disruptor de las políticas de EEUU en el norte de África, las cuales se apoyan principalmente en Rabat, sino que en cierto modo puede hacerse con el control de casi el 90% del suministro de gas que necesita el continente europeo.
Para entender mejor de qué manera Europa está vinculada a los intereses rusos, cabe extenderse en describir su emplazamiento energético actual. Es importante tener en cuenta que Europa carece de fuentes no renovables propias, lo que la ha llevado a hacerse con toda una red de gasoductos que convierten a Rusia es su proveedor con un 40%. Dicho de otro modo, Moscú es prácticamente el suministrador único de todo el gas en países como Suecia o Finlandia, y de más de la mitad en países de Centroeuropa.