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El presidente argelino, Abdelmadjid Tebboune, recibe al secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, en 2022 [Dpto. Estado/Freddie Everett]
Abdelmadjid Tebboune, de 78 años, logró una holgada victoria en las elecciones argelinas celebradas el pasado 7 de septiembre, en unos comicios marcados por la baja participación (tan solo un 46,1%), así como por las críticas por su opacidad y por las quejas provenientes de organizaciones internacionales sobre la falta de derechos humanos en el país. Argelia es un actor clave a nivel internacional: es el país más extenso de África, cuenta con el mayor presupuesto militar de todo el continente, posee extensas reservas de gas natural y se encuentra en una posición estratégica en la encrucijada de diferentes puntos calientes de la geopolítica actual: Libia, el Sahel y el Sáhara Occidental.
Tras las elecciones, en las que Abdelmadjid Tebboune obtuvo el 84% de los votos, el país entra en una legislatura clave en la que necesitará mantener la vista puesta sobre varias cuestiones: los conflictos internos, debido a la frustración de la población joven y la falta de libertades civiles; la evolución de la relación con su rival regional, Marruecos, especialmente en lo que se refiere al conflicto del Sáhara Occidental; la estrategia en el Sahel; la causa palestina, y la evolución de las relaciones con su aliado tradicional, Rusia.
Política Interna
El país, que se independizó en 1962, ha estado controlado durante toda su historia por el Frente de Liberación Nacional, formación política a la que han pertenecido todos sus presidentes, incluido Tebboune, que controla el aparato del partido pese a presentarse como independiente. El FLN es clave para entender la situación actual en Argelia: tras el movimiento Hirak, que surgió en 2019 a consecuencia de las pretensiones del expresidente Abdelaziz Buteflika de presentarse a un quinto mandato, la imagen del partido quedó bastante dañada, y el actual presidente vio la necesidad de tratar de estabilizar el país mediante una alianza con este movimiento, al que llegó a referirse como ‘bendito Hirak’.
Tras la crisis del Covid-19, el movimiento perdió bastante fuerza y Tebboune demostró encontrarse cómodo bajo la sombra del FLN y de las Fuerzas Armadas argelinas, verdadero poder en el país. Este último punto es clave, pues una de las principales reclamaciones del Hirak en 2019 era que los militares volvieran a los cuarteles y dejasen que Argelia fuese una democracia no solo en nombre. Sin embargo, la cuestión militar no sólo no ha sido subsanada, sino que ha empeorado en los últimos años con la introducción de medidas como el decreto presidencial de julio de 2024, que permite a los miembros de las Fuerzas Armadas ocupar cargos de importancia en la gestión y administración de lo considerado como ‘’infraestructura estratégica’’, en la que se incluyen aeropuertos o puertos marítimos.
Se forma así un peligroso equilibrio entre la clase política del país, que sabe que no puede permitirse perder el apoyo de la institución militar para controlar el país, y una población que está a punto de llegar al límite, viendo las posibilidades de lograr un cambio real en el país cada vez más lejanas, sobre todo tras el fracaso de los últimos intentos de revolución política en el país: la Primavera Árabe y las protestas de Hirak.
La esperanza tampoco parece poder venir desde la oposición, liderada por el Movimiento de la Sociedad por la Paz (MPS) de Abdelaali Hassani, segundo en las elecciones de septiembre con cerca de un 10% de los votos, y que ahora mismo se encuentra desunida, deslegitimada y mal organizada. Este partido es la principal corriente islamista del país, lo que trae recuerdos de la guerra civil argelina, también conocida como ‘década negra’, que aconteció entre 1992 y 2002. En aquél entonces, las principales fuerzas islamistas del país se enfrentaron al gobierno central en un conflicto que acabaron perdiendo.
La guerra terminó, pero todavía quedan hoy algunas fuerzas que luchan contra el poder central, principalmente en la región de la Cabilia, en el norte, donde hay presencia de un movimiento por la independencia apoyado por Marruecos en respuesta a las reclamaciones argelinas por la independencia del Sáhara Occidental.
El otro partido de la oposición es el Frente de Fuerzas Socialistas (FFS) liderado por Youcef Aouchiche, que consiguió un 6% de los votos. Este partido, que es el que más tiempo lleva en la oposición (prácticamente desde la independencia), nunca ha conseguido hacer frente al FLN.
Más allá de estos partidos, otras fuerzas de la oposición decidieron boicotear las elecciones y abogar por la abstención, a lo que la población respondió positivamente. La propia Autoridad Nacional Independiente para las Elecciones (ANIE) ha sido duramente criticada no solo por la población, sino también por organismos internacionales y por todos los candidatos (incluido Tebboune), al apreciarse diversas irregularidades en su funcionamiento, como la de declarar que el presidente había ganado con cerca de un 96% de los votos para luego reducir el porcentaje a un 84%, tras añadir 2 millones de votos más, reduciendo en 10 puntos la victoria de Tebboune, pero silenciando con ello a los dos partidos opositores que, al superar el 5% de los votos, aseguraron que el estado se hiciera cargo de sus gastos de campaña; o como la publicación de unos datos iniciales de participación en las elecciones del 48% que fueron, posteriormente, rectificados al 46,1% cuando, en la realidad, la cifra estaba más próxima al 25%.
La situación económica lleva también a pensar que el país norteafricano es una posible bomba de relojería. La inflación se encuentra en un 7%, en comparación al 2% de 2019, lo que ha reducido el nivel de vida ostensiblemente. La tasa de desempleo se presenta también como un dato inquietante: con una tasa de desempleo absoluta del 12%, Argelia tiene un 31% de paro juvenil, dato que resulta aún más preocupante si se considera que un 44% de la población tiene 25 años o menos. Otra nota alarmante es que el crecimiento económico de la tercera economía del continente africano sigue estando muy ligado a la industria de los hidrocarburos. En 2022, esta industria supuso un 31,11% del PIB, lo que demuestra la dependencia que tiene Argelia en torno al precio del gas natural. Para reducir esta dependencia, Argel ha intentado diversificar su economía e invertir en otros sectores procurando industrializar el país. Estos esfuerzos han hecho que la inversión del estado en los hidrocarburos se haya reducido en los últimos semestres, lo que ha repercutido a la baja la previsión de crecimiento económico del país, que este año se situará previsiblemente por debajo del 4,1% de 2023.
Con la población exhausta, pero a la vez cansada del actual gobierno, sólo un deterioro aún más grande de la situación económica o un gran escándalo político parece que podrían hacer caer al actual gobierno, que ha contribuido a que Argelia se sitúe cada vez más cerca de convertirse en un estado unipartidista en el que las libertades democráticas son seriamente oprimidas.
Ámbito Internacional
Esta precaria situación interna no impide que Argelia sea un país muy activo en el ámbito internacional, lo que tampoco significa que la política exterior argelina pase por su mejor momento, al menos en algunos de sus frentes. Respecto al Sahel, y tras la serie de golpes de estado que ocurrieron en 2023, Argelia parecía postularse como un actor clave en la región. Sin embargo, ha acabado chocando con un aliado tradicional: Rusia. El grupo Wagner, que ha quedado bajo el control del estado ruso tras el intento de sublevación de Prigozhin en 2023, se encuentra muy activo en la región, especialmente en Mali, donde está prestando apoyo al gobierno en su lucha contra diferentes milicias separatistas y yihadistas. Este hecho es visto por Argelia como una invasión de su área de influencia, lo que le ha llevado a expresar numerosas quejas aprovechandoque desde 2023 es un miembro no permanente del consejo de seguridad de la ONU. Por otro lado, Libia está siendo otro punto de fricción de Argel con Moscú, pues el general libio Jalifa Haftar, apoyado por el Kremlin, está realizando movimientos de tropas que resultan sospechosos para su vecino. Estos desencuentros con Rusia no han impedido, sin embargo, que en junio de 2023 Tebboune viajara a Moscú para firmar un documento en el que Rusia y Argelia sellaban su asociación estratégica.
En el Sáhara Occidental, la postura argelina tampoco está viviendo su mejor momento: Rusia ha tenido aquí un nuevo desencuentro con su aliado argelino, tras abstenerse en la reciente votación que ha extendido un año más el mandato de MINURSO, lo que ha sido recibido como una victoria en Rabat y como una derrota en Argel, ya que mantiene un ‘statu quo’ que favorece a Marruecos con los recientes apoyos que ha recibido de distintos países europeos. Este último punto es muy significativo, pues a la crisis diplomática por el reconocimiento español al plan de autonomía marroquí en 2022, se ha unido la renovación del apoyo francés al mismo a través de una carta que el presidente Macron envió a finales de julio de 2023 al rey marroquí, Mohammed VI. En ella, Macron reconoció que “la autonomía es la única base de solución al conflicto”, a lo que Argelia respondió con la retirada inmediata de su embajador en París. No es ésta la única muestra del apoyo francés a Rabat: este pasado mes de octubre, Macron visitó Marruecos y, ante el parlamento de la monarquía alauita, prometió dirigir financiación francesa al territorio.
En definitiva, dos de los principales actores europeos en el conflicto del Sáhara han virado su postura y han abandonado su búsqueda de un trato amigable con Argel en favor de sus vecinos de Rabat. Estos hechos han supuesto un duro varapalo para la política internacional argelina y, en consecuencia, también para su economía. Como respuesta, el país decidió levantar el bloqueo bancario que pesaba sobre España desde 2022 para empezar a aplicarlo a Francia. No sería correcto interpretar el levantamiento de este bloqueo como una mejora apreciable de las relaciones entre Madrid y Argel, ya que la anulación del Tratado de Amistad entre ambos países en 2022 y el aplazamiento de manera indefinida de la visita del ministro de Exteriores español, José Manuel Albares, a Argel en febrero de este año siguen muy presentes en la relación entre ambos países.
En referencia a la causa palestina, Argelia se muestra como el gran aliado de la misma que siempre ha sido. El FLN siempre ha visto similitudes entre su guerra de independencia contra Francia y la lucha palestina contra Israel. Esto se ha cristalizado en diferentes estrategias geopolíticas como, por ejemplo, la paralización en 2022, junto con Sudáfrica, de la pretensión de Israel de ser aceptado como estado observador en la Unión Africana. Tebboune también se ha presentado como un mediador entre las diferentes facciones palestinas, aspecto en el que, por el momento, no ha conseguido ningún avance. Este es uno de los pocos puntos en los que la población argelina y el gobierno se encuentran en sintonía, apoyando al pueblo palestino y alejando una posible apertura de relaciones con Israel. La causa palestina parece, así, la única fuente de legitimidad del gobierno actual frente a su pueblo, tras los retrocesos que están sufriendo tanto en el Sahara Occidental como en el Sahel.
Es evidente que Argelia se halla en un momento complicado, donde una pequeña chispa podría desencadenar una nueva revolución que volviese a poner en jaque al ‘establishment’ político argelino vigente desde su independencia. El poder que ostentan las Fuerzas Armadas en el país, la precaria situación social de la población joven, los fracasos de su política exterior, así como una posible bajada del precio de los hidrocarburos, podrían provocar que Argelia se convirtiera en un polvorín en la puerta trasera de Europa.
No hay que olvidar la gran importancia de la región del Magreb, sobre todo en referencia al flanco sur del continente europeo, que está viendo nuevamente un resurgimiento del autoritarismo en países como Túnez (tras las últimas elecciones) y en Marruecos, con el reforzamiento en el poder de su monarquía. Ante esta situación con diferentes ángulos, Europa no debería bajar la guardia para así evitar amargas sorpresas que afecten sobre todo a países como España, que siguen obviando su flanco sur.