Ucrania: ¿Y ahora... qué?

Ucrania: ¿Y ahora... qué?

COMENTARIO

03 | 03 | 2022

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Las tropas de Putin se han visto ralentizadas por un enemigo que, contra todo pronóstico, planta cara a su avance.

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El destruido centro de la ciudad ucraniana de Jarkov [Twitter]

Repuestos de la impresión inicial producida por el comienzo de una agresión “clásica” de Rusia sobre otro país europeo, muchos observadores, a la vista de la desproporción de medios de combate que separa a ambos enemigos, habían vaticinado una victoria fulminante que produciría el rápido colapso del gobierno de Zelenski y su sustitución inmediata por otro más receptivo a los intereses y preocupaciones de Moscú. El mundo protestaría, se impondrían sanciones, pero la vida volvería pronto a la normalidad, y Ucrania quedaría definitivamente dentro de la esfera de seguridad rusa.

No parece razonable pensar que Putin hubiera previsto otra cosa que una decisión rápida de la guerra que limitara sus costes políticos y económicos. Para ello, habría diseñado una operación basada en esfuerzos terrestres llevados a cabo simultáneamente desde distintas direcciones, entre las que el lanzado desde el norte sobre Kiev, centro político del país, sería el principal.

El éxito en una operación así habría enfrentado al mundo a un ‘fait accompli’ favorable a Rusia, difícilmente reversible, y que haría olvidar pronto la amargura de la guerra. Sin embargo, como Moltke, luminaria prusiana del arte operacional, agudamente observó, ningún plan militar resiste el primer contacto con el enemigo. En lugar de la victoria fulminante que Putin había previsto, las tropas rusas se han visto ralentizadas por un enemigo que, contra todo pronóstico, planta cara a su avance.

Esa resistencia demuestra que la guerra está lejos de ser una actividad de resultado tan predecible como lo sería un ejercicio en el laboratorio de química de un colegio, y que es el territorio de la incertidumbre, el azar y la fricción; una actividad humana en la que las fuerzas morales y la voluntad de resistir juegan un papel importante.

Infelizmente para los bravos ucranianos que con un tesón tan ejemplar defienden su territorio, la diferencia de fuerzas entre Rusia y Ucrania –a pesar de la ayuda militar occidental– es tan abultada, que no es muy arriesgado aventurar que, tarde o temprano, Putin doblegará a Zelenski, y que Rusia alcanzará los objetivos militares y políticos que se había marcado. Pero ya no puede pensar que lo va a lograr sin coste, o con un coste que sea inferior a la ganancia que la victoria conlleve.

Cuando la guerra está en su apogeo, no es posible, ni recomendable, extraer lecciones de ella. La acción militar, sin embargo, presenta algunos flecos interesantes que permiten avanzar algunas ideas preliminares. En primer lugar, y asumiendo, como hemos dicho, que Putin buscaba una campaña corta y resolutiva, la ofensiva sobre Kiev ha mostrado deficiencias en la capacidad de las fuerzas armadas rusas que, en algunos casos, han sido tachadas de incompetentes. Algo de incompetencia puede haber habido, aunque, probablemente, haya que buscarla, no tanto en las unidades ejecutantes, sino en unos estados mayores que han hecho unos juicios de inteligencia erróneos que han subestimado la capacidad de resistencia de su enemigo y que, en consecuencia, no han hecho una correcta asignación de medios y misiones a los diferentes esfuerzos ofensivos.

Consecuencia fatal de este cálculo ha sido el retraso en la consecución de los objetivos previstos. Putin ha debido recalibrar su despliegue para aplicar más medios y una mayor potencia de fuego de los que, seguramente, habría querido emplear para ocupar Kiev y acabar con Zelenski, y se encuentra aún combatiendo por la capital.

Si militarmente esta es una situación inconveniente, y hasta embarazosa, más lo es desde el punto de vista político y de comunicación estratégica. La escalada de violencia que ha necesitado para ajustar sus planes se traduce, inevitablemente, en más muertos –civiles y militares– y en una mayor destrucción material que daña su ya maltrecha reputación internacional para acercarle un poco más a la linde tras la cual se encuentran los criminales de guerra, convirtiéndole en un paria.

Además, su tardanza, y el temple que están mostrando los ucranianos, ha obrado el hasta hace poco casi imposible milagro de unificar a Europa en su contra, produciendo efectos tan señalados como el de las decisiones alemanas de suspender la entrada en servicio de Nord Strean 2, de aceptar –de forma parcial, la verdad sea dicha– la salida de Rusia del sistema de pagos SWIFT, o la inédita de enviar material militar ofensivo a Ucrania. Ha conseguido, incluso, que Suiza abandone su secular neutralidad para unirse a las sanciones económicas anunciadas.

Europa parece estar despertando –también gracias a Putin­– del letargo en el que ha estado viviendo durante mucho tiempo, para entender que debe invertir más en su defensa para hacerla más capaz de la mano del poder militar norteamericano. Aún está por ver qué efectos prácticos va a tener esta constatación en los presupuestos de defensa de los estados europeos, y si va a introducir un cambio profundo de mentalidad o va a ser, por el contrario, un sentimiento efímero.

El futuro de Ucrania está aún en juego. Es harto probable que Zelenski deba, finalmente, ceder ante el empuje ruso, y no es fácil adelantar qué puede pasar si llega ese momento. Puede que la resistencia cese, que los ucranianos acepten su destino, y que el interés por Ucrania decaiga en el resto del mundo, sacrificando el país a los designios geopolíticos rusos. También puede ser que Ucrania continúe resistiendo –espontáneamente o dirigida desde el exilio por el propio Zelenski– mediante el recurso a medios irregulares que obliguen a Rusia a una costosa y prolongada ocupación militar del país que puede terminar convirtiéndose en una úlcera que acabe con Putin si resulta en el crecimiento de la oposición doméstica. ¿Hasta cuándo podría Putin resistir un escenario como ese?

Sea cual sea el futuro de esta guerra, lo que ya ha mostrado es que su naturaleza sigue siendo la misma que definió Clausewitz a comienzos del siglo XIX: una trinidad en la que interactúan las fuerzas de la violencia, de la razón y del azar. Por mucho que se añadan calificativos al fenómeno de la guerra para hacerla híbrida, cibernética o asimétrica, o para situarla en la zona gris, la guerra convencional continúa siendo una realidad que no debe ser enterrada prematuramente. Cuando se piensa que, hace tan solo dos años, en Gran Bretaña se debatía sobre la conveniencia de eliminar los carros de combate del inventario del Army