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"EN EL IMAGINARIO OCCIDENTAL LOS DESASTRES SE INTERPETABAN COMO CASTIGOS ENVIADOS POR DIOS, QUE SOLO PODÍAN SER EVITADOS, O PALIADOS, A TRAVÉS DE LA EXTIRPACIÓN DE PRÁCTICAS O COMPORTAMIENTOS PECAMINOSOS O LA INTERCESIÓN DE LOS SANTOS"
Nuestros antepasados no se limitaron a observar los fenómenos hidrometeorológicos, geológicos y biológicos, sino que pretendieron identificar sus causas directas, con el fin de preverlos y, por lo tanto, resistir frente a ellos.
Sin embargo, cuando esto no era posible, debido a los escasos conocimientos científicos, recurrían a lo sobrenatural para satisfacer su inquietud y explicar su entorno. Achacaban a las divinidades o seres mitológicos, antes, y a Dios, después, la causa de acontecimientos que de otra manera no se habrían podido explicar, y por lo tanto entender.
Encontramos un ejemplo en los mitos y leyendas que rodean a la ciudad de Mesina, su mar y su tierra. Esta urbe italiana es la primera que el viajero encuentra al llegar a Sicilia desde el continente. Según los antiguos mesineses, el estrecho estaba poblado por criaturas míticas y mortíferas e incluso creían que la ciudad misma había sido fundada por Poseidón, dios del mar, en persona. Era lógico que sus habitantes buscaran instaurar una relación privilegiada con la divinidad que lo contralaba e intentaran, al mismo tiempo, garantizarse su protección.
También hay que tener presente que los romanos estaban convencidos de que la prosperidad de la República podía garantizarse únicamente a través la conservación de la Pax Deurom: la alianza entre el pueblo romano y las divinidades, que era necesario renovar periódicamente a través de la celebración de cultos y ceremonias.
La relación entre el pueblo romano y sus divinidades y el control que se les reconocía sobre las fuerzas de la naturaleza y el planeta contribuye a explicar el tratamiento hostil que inicialmente el pueblo romano reservó a los seguidores de las enseñanzas de Cristo. Una de las razones que movió las autoridades a perseguirlos fue la creencia de que su ateísmo, así como la negación a participar en las ceremonias públicas dedicadas a las divinidades, era la principal causa de toda una serie de terremotos, epidemias, plagas, inundaciones y derrotas militares que por entonces estaban azotando al imperio romano.
La definitiva afirmación del cristianismo y la conversión de la población romana, antes, y de los barbaros, después, hizo que en el imaginario occidental los desastres se interpretaran como castigos enviados por Dios, que solo podían ser evitados, o paliados, a través la extirpación de prácticas o comportamientos pecaminosos o la intercesión de los santos.
Sin embargo, sería un error considerar que las creencias paganas y las divinidades que las protagonizaban fueron olvidadas por la población con el cristianismo. La cultura medieval y moderna, que tanto debía a la romana, nunca se liberó por completo de estos seres capaces de controlar las ondas del mar o los rayos. Únicamente se hicieron más pequeños y persistieron en el folclore mediterráneo.