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"EN LAS SOCIEDADES OCCIDENTALES, LA INFLUENCIA DE CAMBIOS SOCIOCULTURALES HA HECHO QUE LA TRANSICIÓN HACIA LA EDAD ADULTA SEA UN CAMINO CADA VEZ MÁS COMPLEJO, DIVERSO Y LARGO"
Puede que nos sea fácil identificar a un conocido con estas características, o puede que no. Lo que es innegable es que existe un cierto culto a la juventud en las culturas occidentales. Tendemos a elogiar lo que consideramos joven porque se asocia con algo mejor, atractivo y lleno de vida; mientras que ser adulto, madurar o envejecer se ve como un estado no muy deseable y aburrido. No obstante, debemos cuestionarnos si estamos interpretando adecuadamente lo que significa ser joven hoy en día. ¿Acaso nuestros jóvenes se encuentran en un estado de perfección deseable?
Debido a la crisis del 2008 y la crisis actual de la pandemia, el mercado de trabajo se ha visto afectado y la juventud es la generación que más lo resiente, siendo una de las que más tasas de desempleo y abandono escolar presenta. En 2020 el INE registraba un 40,1% de desempleo entre los menores de 25 años de ambos sexos. Alrededor de un 17% de jóvenes entre 15 y 29 años no encuentran trabajo, pero tampoco pueden permitirse estudiar (Encuesta de Población Activa, 2020).
La tasa de fracaso escolar en jóvenes de entre 18-24 años en España se sitúa por encima del 20%, la más alta de la Unión Europea (Mapa del Abandono Educativo Temprano en España, 2021). Casi un 40% cree “poco o nada probable” encontrar trabajo en el próximo año y ha caído la esperanza de poder emanciparse, siendo el país con la emancipación juvenil más tardía de Europa, con una media de 29,5 años.
Ante este panorama, cabe preguntarse: ¿es la juventud un mero colectivo “Peter Pan” que se niega a ser adulta, o estamos frente a un nuevo fenómeno social más complejo?
En las sociedades occidentales, la influencia de cambios socioculturales ha hecho que la transición hacia la edad adulta sea un camino cada vez más complejo, diverso y largo (Arnett 2004). Concretamente, en España, la transición democrática, la revolución digital, la crisis financiera del 2008, la cultura del bienestar, y la pandemia del COVID-19 son algunos hechos que han marcado a esta generación (Simón et al. 2020). Existe un consenso en que el modelo tradicional del paso de la adolescencia a la edad adulta ha cambiado. Incluso se ha mencionado que, más allá de la infancia, no existe ninguna otra etapa del curso de la vida que experimente cambios tan dinámicos y complejos a nivel personal, social y emocional (Wood et al. 2018).
¿Cómo construir una identidad adulta en un contexto tan arduo y cambiante? De acuerdo a la teoría del desarrollo psicosocial desarrollada por Erik Erikson, la formación de la identidad es el principal conflicto en la adolescencia, pero se extiende a lo largo de la transición a la edad adulta (Erikson 1985). El desarrollo de la identidad es crucial para la interacción individual, relacional y social del sujeto (Côté 2016).
Ante el panorama posmoderno, donde las estructuras normativas y los roles que antes dictaban un cambio hacia la madurez ya no están tan claros, se ha optado por enfatizar el desarrollo de cualidades y herramientas que fomenten adaptaciones positivas y de crecimiento entre los jóvenes. Ante las diversas respuestas que han surgido en la comunidad científica destaca la de James Coté y su teoría sobre el capital de identidad (Côté 2016). La propuesta del sociólogo canadiense se resume en un “portafolio” de habilidades que ayuden a la transición de los jóvenes en una sociedad carente de referentes establecidos.
El modelo de capital de identidad es solo un ejemplo de las diversas propuestas para mejorar la comprensión de la transición a la vida adulta desde una perspectiva psicológica, pero también sociológica y contextual. Hoy más que nunca se requiere que los jóvenes ejerzan una agencia activa en su propio desarrollo.