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Carta al Times

Walter Percy1.
Traducción: Antonio Pardo.

22 de enero de 1988
Sr. Director
The New York Times
229 West 43rd Street New York
N.Y. 10036

Muy Señor mío:

El decimoquinto aniversario de la decisión del Tribunal Supremo con respecto al caso Roe versus Wade2 me parece una ocasión mejor que ninguna para llamar la atención acerca de un aspecto del tema aborto que generalmente pasa desapercibido.

Los frentes de batalla entre los pro vida y los abortistas están tan claros y los argumentos son tan conocidos y han sido tan repetidos que no me parece arriesgado presentar la controversia como sigue. Aunque se puede argumentar que, según los valores judeocristianos, la vida humana es sagrada y no puede ser destruida, y aunque es verdad que la medicina moderna muestra la evidencia cada vez más clara de que no hay diferencias cualitativas entre un no nacido y un recién nacido, esta argumentación es persuasiva sólo para quienes aceptan esos valores o esa evidencia. Cuando faltan, sólo pueden comprenderse esos argumentos, que ya nos suenan familiares, acerca de "los derechos de la mujer sobre su propio cuerpo", derecho que incluye "los productos de la concepción".

La controversia parece actualmente atascada entre las posiciones "religiosa" y "secular", aunque aparentemente es esta última la que prevalece en las encuestas y en los medios de opinión pública.

Antes que entrar a desgañitarme con otro argumento que, sea verdadero o falso, me parece inútil, preferiría llamar la atención sobre algunas consecuencias sociales e históricas que pueden ser menos conocidas. Mi llamada de atención que se dirige a instituciones respetables y bien conocidas como The New York Times, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, la Unión Americana para las Libertades Civiles, el Instituto Nacional de la Mujer, y otras que, mientras que se distinguen por su defensa de los derechos humanos, no aceptan como premisa el valor sagrado de la vida humana.

En una palabra, si se acepta un principio que permita la destrucción de vidas humanas por las razones sociales que más admirables puedan parecer, se dan unas consecuencias, quizás imprevistas.

No hay que retroceder mucho para encontrar en la historia un ejemplo de tales consecuencias. Tomemos la Alemania democrática de los años 20. El libro quizá más influyente publicado en alemán en el primer cuarto de este siglo se titulaba Justificación de la destrucción de vidas sin valor. Eran sus coautores el distinguido jurista Karl Binding y el eminente psiquiatra Alfred Hoche. Ni Binding ni Hoche habían oído nada de Hitler ni de los nazis. Y lo más seguro es que tampoco Hitler lo hubiera leído nunca. No necesitaba leerlo.

Las ideas expresadas en ese libro y las medidas sugeridas para la política sanitaria no fueron producto de la ideología nazi sino, más bien, fruto de las mentes más preclaras de la república de Weimar prenazi: médicos, sociólogos, juristas y otros que, con las mejores intenciones seculares, intentaron mejorar el patrimonio social y genético del pueblo alemán, liquidando a los tarados y a los indeseables. Resulta completamente innecesario decir el uso que los nazis hicieron de tales ideas.

Desearía que no se entendieran mis palabras como un paralelismo entre las respetables instituciones americanas que acabo de nombrar y las instituciones prenazis correspondientes.

Lo que quiero hacer notar es que, cuando se cruza la línea, cuando el principio de posibilidad de destrucción vidas humanas inocentes, por las razones que sea, por las razones socioeconómicas, médicas o sociales más admirables, gana aceptación jurídica, médica, social, no hay que ser profeta para predecir lo que pasará a continuación o, si no a continuación, antes o después. Esto es una advertencia en toda regla. Dependiendo de la voluntad de la mayoría y de las encuestas de opinión actualmente a favor de permitir a la mujeres eliminar a los niños no nacidos indeseados no es difícil imaginar un electorado o un tribunal que, dentro de diez o quince años, esté a favor de la eliminación de ancianos inútiles, niños subnormales, negros de comportamiento antisocial, inmigrantes clandestinos, gitanos, judíos ... ¿Por qué no, si es lo que quiere la mayoría, las encuestas de opinión y la política de nuestro tiempo?

Atentamente,

Walter Percy

Notas


(1) Walter Percy es, según la opinión más extendida (incluida la nuestra), el principal novelista del país. Su último libro es The Thanatos Syndrome (Farrar, Straus & Giroux, New York, 1987).

(2) Se refiere a la sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos que, en 1973, declaró que la decisión del aborto es algo que pertenece a la intimidad de la mujer y que liberalizó de facto su práctica en ese país. (N. del T.)

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