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Deontología Biológica

Índice del Libro

Capítulo 24. Población y recursos naturales

M. Ferrer

a) Los modelos poblacionales

La Humanidad, según Malthus, aumenta en progresión geométrica, en tanto que la producción crece en progresión aritmética. La solución que propone para este supuesto desajuste es negar la asistencia a los pobres, para que así no tengan hijos. El modelo de Malthus es una interpretación elitista de la nueva situación que se presenta en la Europa de la Revolución industrial, durante el siglo XIX, con la proliferación del proletariado en las ciudades fabriles.

La crisis económica de los años treinta, que se acompaña de un acusado descenso de la natalidad en el mundo occidental, permite formular el enunciado del modelo de la transición demográfica. Según este modelo, la evolución de la población sigue distintas fases. La primera corresponde a una etapa de altas tasas de natalidad y mortalidad, que producen un lento crecimiento de la población. Le sigue una etapa intermedia, de alta fecundidad y baja mortalidad, con un crecimiento muy acentuado en algún momento. Y el ciclo terminaría con bajas pautas, tanto de natalidad como de mortalidad, y un crecimiento lento o estable.

El modelo de la explosión demográfica o solución neomalthusiana, se enuncia por primera vez a fines de los años cuarenta, en 1947, con el naturalista norteamericano Vogt, y se basa en una nueva situación, apenas prevista en el modelo anterior. La población experimenta un elevado crecimiento que, según este modelo, se prolongaría en el futuro, superando con creces el desarrollo económico e incluso comprometiéndolo. De no cortarse este crecimiento, la Humanidad caminaría hacia su autodestrucción. En tanto que Malthus indica la necesidad de que el hombre domine sus instintos para equilibrar su capacidad genética con su capacidad técnica, este modelo aboga por el establecimiento de políticas nacionales de control de la natalidad.

Durante los años setenta, la modelística añade a la relación demografía-desarrollo otras variables, como los recursos y la contaminación. Este sería el modelo de los límites del crecimiento, según el cual el crecimiento de la población acelera el agotamiento de los recursos y aumenta el deterioro ambiental. La naturaleza lleva camino de agotarse como fuente de recursos, siempre en el marco de los actuales parámetros técnicos. De no cambiar estos últimos, las materias primas y la energía básica de que se sirve la actual sociedad, tienen unos límites temporales, a un plazo más o menos largo según diversas prospectivas o escenarios, pero que son inexorables.

Como consecuencia de nuestras actividades, se añade el proceso de contaminación. Se acumulan en el ambiente elementos no reciclados por la técnica, los cuales producen efectos tóxicos sobre el hombre y los restantes seres vivos, comprometiendo, de cara al futuro, la habitabilidad del planeta.

Tanto el sistema político como buena parte del sistema científico han ignorado, rechazado o descartado otros modelos donde no se toma como negativa a la variable población y, en cambio, se atribuye a la dinámica técnica y social la capacidad de solucionar los problemas. Así, por ejemplo, está el modelo que considera el crecimiento de la población como un estímulo para el crecimiento económico o el cambio social. O el que relaciona positivamente el tamaño espacial de un país y su volumen de población con el desarrollo económico. O bien aquel otro que no admite que la riqueza sea un factor limitado, sino que, porque es producida por personas, puede ser potenciada por el trabajo humano, por las innovaciones tecnológicas y por la imaginación creativa. C. Clark, J. Matras, J.L. Simon o A. Kahn, son los autores más representativos de estos planteamientos.

Por último, el mundo de la sociedad de consumo y los efectos ocasionados en él por la revolución hedonista y contraceptiva, explica la formulación del modelo de la involución demográfica, según el cual los países ricos no aseguran el reemplazo de las generaciones, y por tanto, la de cerebros; y aunque cambien en la década de los noventa la conducta de la mujer blanca en cuanto a la maternidad, el bache a medio-largo plazo es inevitable, debido a la sobrecarga de las generaciones productivas adultas cercadas por las personas de la tercera edad y por las exiguas generaciones infantiles. Con esta perspectiva, la situación occidental en los inicios del siglo XXI será la de un yermo en la producción y en la transmisión de cultura.

b) Los hechos

El crecimiento de la población durante la segunda mitad del siglo XX

Durante los años cincuenta y hasta 1965, excepto en los países socialistas del Este europeo, se inicia una oleada de crecimiento de la población que afecta no sólo a los países avanzados sino fundamentalmente a los países subdesarrollados. En los países desarrollados hay una recuperación de la fecundidad que supera con creces la crisis de natalidad experimentada en los años 20 y 30 y durante la II Guerra Mundial. En los subdesarrollados, gracias al descenso de las tasas de mortalidad y el mantenimiento de las altas tasas de natalidad, la expansión demográfica alcanza la cota máxima en el quinquenio de 1965-70. La tasa de crecimiento anual, que entre los años 20 y 40 oscila alrededor del 1,10%, asciende en 1950 al 1,83%, y se sitúa en 1,91% en 1960 y en 1,96% en 1970. Estos porcentajes hicieron pensar que la población mundial se doblaría en un período de 38 años (según la tasa de 1950, 4.018 millones en 1988), o de 37 y 36 años (según las tasas de 1960 y 1970, 6.018 millones en 1977, y 7.270 en el año 2.006), en el caso de continuar las tendencias observadas.

Pero en la década de los 70 el crecimiento comienza a ralentizarse -la tasa en 1980 es de 1,64%-, y se moderan también las proyecciones. Las más recientes prevén para el año 2.000 una población de 6.127 millones (variante media). Como la tendencia a la baja se ha acelerado también en los países en vías de desarrollo, cabe suponer que el nivel descenderá por debajo de los 6.000 millones (la tasa actual en esos países es de 1,97%).

En el transcurso de los años 70 y más aún en los años 80, las proyecciones se amplían hasta el año 2.025 e incluso algunas se prolongan hasta el año 2.100. Estas proyecciones a largo y muy largo plazo se deben al nuevo tratamiento que el sistema político internacional, además de una parte del sistema científico, dan al crecimiento de la población. Así, ya no se suele considerar al desarrollo económico y social como principal variable para explicar el retroceso de la fecundidad -relación entre natalidad y desarrollo-, sino que se sustituye por la planificación familiar, e incluso por el control de la población, como agentes principales a utilizar para moderar la expansión y lograr una población estacionaria.

De acuerdo con el retroceso experimentado por la tasa de crecimiento, y los continuos reajustes a la baja que se han hecho en las proyecciones, puede afirmarse que todo el edificio catastrofista carece ahora de sentido. En la actualidad son escasos los autores que hablan de explosión demográfica, ya que tanto el proceso de urbanización como las políticas demográficas la han reducido a un escaso número de países. La doctrina neomalthusiana se centra hoy en la estabilización de la población mundial mediante la fijación del número de nacimientos permitidos o convenientes, tanto en las políticas internacionales como en las nacionales. De hecho, el control de la población es una realidad en la China de los 1.000 millones de habitantes (casi una cuarta parte de la población mundial en 1985), y en otros países asiáticos donde se han practicado o practican acciones de carácter más o menos totalitario. El trasvase de la involución desde los países desarrollados a los subdesarrollados, o bien la inserción lo más rápida posible de estos últimos países en la última fase de la transición demográfica, son los grandes objetivos con los que la cultura pesimista de nuestro tiempo encara el futuro.

Presente y futuro de la población occidental

Los estudios de Demografía histórica realizados sobre poblaciones occidentales demuestran que el modelo de la transición no es aplicable a Europa, aunque justamente se formuló analizando su propia evolución demográfica. Así, en algunos países de Europa occidental el estadio pretransicional no se inicia con altas tasas de natalidad, sino que existen regulaciones tradicionales, como el matrimonio tardío y la soltería, de efectos directos sobre la fecundidad. En los países en vías de desarrollo, y en consonancia con lo anterior, los niveles de natalidad y mortalidad son más elevados que en los desarrollados en el período previo a la transición, y, además, cuando ésta se inicia, el descenso de ambas tasas es mucho más fuerte en el tiempo que en los países desarrollados.

Después de la última Guerra Mundial se produce una recuperación de la fecundidad, de cuya importancia da una cabal idea el término "baby boom" con que se define a esta fase expansiva. Durante la década de los cincuenta la media de hijos por "pareja" en Estados Unidos llega a alcanzar hasta un 3,7, lo que significa la extensión de la familia numerosa. El fenómeno se produce también en Europa occidental, donde la media oscila alrededor de 3,0.

Desde mediados de los años sesenta desciende la fecundidad y aparece un cambio de tendencia. A fines de esta década en 35 países industriales no se consigue la renovación de las generaciones, que exige un mínimo de 2,1 o 2,2 hijos por "pareja". El camino hacia el crecimiento cero de la población se encuentra ya abierto. En Alemania Federal, en Austria, Inglaterra y Luxemburgo, la mortalidad supera a la natalidad entre los años 75-80. En resumidas cuentas, por primera vez en la historia de occidente, se produce un cambio radical de comportamientos respecto a la fecundidad. El hecho no deja de ser contemplado por algunos autores y medios científicos y políticos, ya sea como un fenómeno grave que amenaza la supervivencia del mundo blanco (Sauvy, Chaunu, Ferrer y Dumont), ya sea como un hecho de consecuencias políticas y sociales de difícil solución (Consejo de Europa, algunos Gobiernos), que prevén un porcentaje de la población activa cada vez menor, en contraste con la progresión de la población pasiva de niños, ancianos, jubilados y parados a los que debe sufragar el sostenimiento en progresión creciente.

Si continúan las tendencias actuales, en los inicios del siglo XXI nos encontraremos con una Europa en la que el 55% de la población tendrá más de 60 años; esto es, con una Europa convertida en un yermo demográfico. Asimismo, la población blanca del Hemisferio Norte tendría la población de hace 100 años, lo que supondría un declive de un 25% respecto al momento actual. A la expansión demográfica de Europa (entre 1800 y 1914 se pasa de 180 millones a 466, 17% y 34% de la población mundial) sucede la involución provocada por el control de la natalidad (16,50% de la población mundial en 1981 y 13% en el año 2.000, siempre si continúa la tendencia).

Los recursos alimenticios

Según numerosos autores y estudios de los años sesenta, las previsiones malthusianas estaban destinadas a cumplirse inexorablemente: la tierra no podría alimentar a una población en expansión acelerada. Durante los años setenta, la incidencia de la crisis del petróleo, con el consiguiente encarecimiento de los inputs agrarios, aumenta, todavía más si cabe, la visión derrotista sobre la relación entre población y alimentación.

A cierta distancia de los enunciados pesimistas, una evaluación de la producción agrícola, realizada en 1981 por la FAO, durante las dos pasadas décadas, da los siguientes resultados. En el período comprendido entre 1961-65 y 1974-75 se ha producido una modesta mejora de la producción alimenticia per cápita (1975), la producción de calorías per cápita ha sido constante. En el resto de los países subdesarrollados, sin embargo, la producción per cápita experimenta un crecimiento del 7%. La tasa de crecimiento del total de la producción alcanza un ritmo de un 8,89% anual en los países subdesarrollados frente a un 2,1% en los países de economía de mercado. El problema de inadecuación población-alimentos se localiza en África, que mantiene un nivel constante per cápita en los años 50 y 60, y decae en los años setenta.

Frente a las voces de alarma surgidas al comienzo de la crisis, que preveían su incidencia negativa en las agriculturas desarrolladas (la desaparición de reservas), los hechos muestran un progresivo crecimiento de las exportaciones de granos, que a finales de los 70 se multiplican por cuatro. En las economías de los países en desarrollo la producción agrícola ha aumentado sensiblemente (Corea del Sur, Formosa, Brasil, Filipinas). La India ha dejado de ser un país sistemáticamente importador de cereales y China asegura su alimentación. Recuérdese que entre estos dos países subcontinentales se encuentra un 38% de la población mundial.

Pero el hecho más significativo del cambio experimentado durante las últimas décadas es el retroceso de la agricultura de subsistencia y el consiguiente acceso de las familias a los alimentos según sus rentas, así como la capacidad del sistema para alimentar a toda la población del mundo (D. Gale Johnson). Las carencias alimenticias regionales se deben a problemas estructurales políticos y de organización. El problema real, enunciado de forma muy general, es el de excedentes en los países desarrollados y de déficit en los subdesarrollados.

No obstante, el aumento de la esperanza de vida en los países subdesarrollados sólo puede explicarse por la mejora de la situación alimenticia, y por un descenso del hambre y desnutrición, males endémicos de la Humanidad que han retrocedido notablemente en nuestra época. Las cifras de desnutridos y hambrientos, que tal como se enunciaron en los años cincuenta -primer estudio de la FAO- afectarían supuestamente a dos terceras partes de la Humanidad, son desde hace varios años insostenibles. Estimaciones ponderadas consideran que el drama del hambre afecta directamente a 400 millones de personas, en especial niños, en los países africanos, y estratos sociales marginados de los países subdesarrollados.

De cara al año 2.000, y según el escenario menos pesimista de la FAO (1981), el abastecimiento per cápita en 90 países en vías de desarrollo aumentaría en casi un 9%; se alcanzarían aumentos de hasta un 15 al 20% del consumo per cápita debido a las importaciones de cereales desde los países desarrollados a los países subdesarrollados que pasarían de un volumen actual de 90 millones de toneladas, a otro comprendido entre 146 y 220 millones de toneladas. Los países pobres podrían abonar estas cantidades, en parte, con las exportaciones de productos tropicales hacia los primeros países.

Otro escenario contempla un crecimiento del 2,7% con lo que, en el año 2.000, en los 41 países más pobres se cubrirían el 97% de las calorías requeridas. O bien, del 3,1%, en cuyo caso esos países pasarían de cubrir un 80% de las necesidades de calorías en el trienio 1974-75 a un 103% en el año 2.000.

Respecto al porcentaje de países que padecen problemas de desnutrición, el escenario "bajo" supone el paso de un porcentaje del 23% de la población que estaría en esa situación en 1975 a un 17% en el 2.000, el escenario medio al 11% y el alto al 7%.

Digamos finalmente que en estos tres últimos decenios ha tenido lugar un aumento no sólo de la productividad sino también de las tierras puestas en regadío. Entre 1970 y 1980 se ha pasado de 565 millones de Has. regadas a 598 millones, lo que significa un aumento de un 5%. En China e India, entre l965-70 y 1979 la superficie regada ha aumentado en 30 millones de Has. (de 70 a 100).

Recursos energéticos y materias primas

Es indudable que la utilización de las fuentes energéticas actuales o de los minerales, tiene unos límites mientras sigan vigentes los parámetros técnicos de que dispone el actual sistema.

Entre 1950 y 1981 la producción y el consumo de energía ha pasado a ser más del triple. Crecimiento económico, industrialización, aumento del consumo de fertilizantes por la agricultura, son factores que explican un salto de tal entidad.

Paralelamente se ha producido un cambio en la estructura del consumo. El carbón, que en los años cincuenta equivalía casi a un 50% del total de energía primaria, ha perdido peso en favor del petróleo, que se ha convertido en la fuente básica de la economía. Otras energías alternativas como el gas natural y, en menor medida, la energía hidroeléctrica y nuclear, comparten con el petróleo la tendencia porcentual al alza. Actualmente, los cinco sextos de la energía obtenida a partir de los diferentes sectores energéticos se consumen en los países desarrollados.

La producción carbonera en 1981 se concentra en EEUU, URSS y China, que aportan los dos tercios de la producción mundial (2.742 millones de toneladas). En el resto de los países productores es significativo el retroceso de la producción europea (excepto en Polonia) y japonesa, y el desarrollo experimentado por la producción en África del Sur, Australia e India; los intercambios mundiales sólo afectan al 10% de la producción, aunque la tendencia en los años ochenta parece dirigirse a un porcentaje mayor, debido a la sustitución progresiva del petróleo por el carbón, iniciada con la crisis en los países industriales, sobre todo en Europa y Japón, que son países productores y a la vez grandes importadores. La producción de fuel sintético y su posible abaratamiento por mejoras técnicas, así como la licuefacción y gasificación del carbón, en situación experimental, primarían todavía más al carbón. Su posible transporte por "pipelines" puede contribuir a que recobre el liderazgo perdido, y a que el ritmo de crecimiento de la producción en términos absolutos aumente respecto al de las últimas décadas. Aunque se estima que las reservas sirven para más de 1.000 años, el estadio actual de la tecnología y de los precios limitarían, quizás, la explotación, a un período de 200 años.

Con anterioridad a la crisis de precios del petróleo (2 dólares barril en 1970, 12 dólares en octubre de 1973, de 13 a fines del 78, a 40 a mediados de 1980 para luego iniciar un descenso que sitúa el precio actual en torno a los 25-30 dólares), la economía mundial se basaba en la importación y consumo de petróleo, tanto en los países desarrollados como en los subdesarrollados. La crisis ha ocasionado cierta redistribución geográfica de la producción. Así, a los países de la OPEP (países árabes: Qatar, Kuwait, Emiratos árabes y Arabia saudita; países africanos: Libia, Argelia, Nigeria y Gabón; países latinoamericanos: Venezuela y Ecuador) se añaden otros que han aumentado la producción (URSS, Gran Bretaña, Noruega y México). Los países de la OPEP han dejado de contribuir con un 80% de la producción mundial y en 1983 mandan al mercado sólo un 35,3%. Es muy difícil estimar las reservas de petróleo, dado el abultado número de errores sufridos por defecto, tanto por parte de los poderes públicos como de las compañías privadas. De todas formas, van a ser los países en vías de desarrollo los que van a determinar a medio y a largo plazo el ritmo de la producción y el consumo, relacionándolo también con la posible sustitución del petróleo por energías más baratas.

La utilización del gas, normalmente asociado al petróleo, y cuyas reservas son enormes, se halla limitada todavía por los obstáculos derivados del transporte. Las nuevas tecnologías -gasoductos, transporte de gas licuado en tanques, almacenamiento subterráneo- le confiere progresivamente un papel más importante, sobre todo en los países industriales. El gas representa actualmente un 22% del consumo energético.

Hulla, lignito, gas y fuel-oil constituyen la base de la termoelectricidad y se hallan muy ligados a la proximidad de los yacimientos, y, por tanto, están vinculados a unos pocos países productores y a unas importaciones estrechamente relacionadas con los países industriales. Por el contrario, la hidroelectricidad, que todavía tiene posibilidades en los países industriales, posee un gran potencial en los países subdesarrollados. África reúne más del 27% del potencial mundial, el SE asiático un 16%, Latinoamérica un 20%. Estos datos hacen prever que la hidroelectricidad será en un próximo futuro una fuente básica de modernización e industrialización.

Entre las energías convencionales, la nuclear parece destinada a desempeñar un gran papel en el futuro. Sus ventajas son diversas: es más barata que las energías fósiles, es fácilmente transportable por su alto grado de concentración, tiene un futuro ilimitado si se aplica la fusión, y su impacto ambiental es inferior al de otros combustibles. No obstante, la producción de radiaciones y el poder destructor, exigen un estricto control de su uso y ocasionan serias reservas por parte de la opinión pública en los países libres.

Quedan la energía solar y sus derivados, que constituyen la base energética de la mitad de la Humanidad, a la vez que será una de las fuentes energéticas del futuro. La biomasa o energía acumulada en las plantas, sirve para la fabricación de carbón de tipo térmico o físico -por presión o fermentación- y de lubricantes -alcohol, metano y fuel-. La extensión progresiva de la biomasa como energía para fabricar electricidad y como fuente de calor se extiende en el Tercer Mundo. China e India son países pioneros en este campo. Brasil, que ha basado su industrialización en las mismas fuentes que los países industriales -importación del 80% del petróleo consumido, central gigantesca de Itaipu en la frontera de Paraguay, carbón cuyas reservas se estiman en 4.000 millones de toneladas, energía nuclear-, comienza recientemente una política de bioconversión basada en la caña de azúcar, de la que es primer país productor del mundo, y con la que consigue etanol y alcohol. Desde 1979-80 Fiat y Volkswagen fabrican turismos cuyo motor funciona con alcohol puro. También se aprovecha la energía eólica y la de las mareas, y constituyen, sobre todo la primera, una excelente base de electrificación. En la India, se construye un modelo técnico de aprovechamiento eólico entre 1959 y 1964, que, a pesar de ser aceptado en el medio rural, no prospera por la competencia del petróleo, aunque después de la crisis se han vuelto a emprender los estudios para su mejora y difusión.

Por lo que se refiere a la explotación directa de la energía solar, no parece que hasta bien entrado el siglo XXI sea posible su difusión, al menos para usos industriales. Por ahora se utiliza casi únicamente en la vivienda.

Con vistas al futuro, no existe problema a muy largo plazo en el abastecimiento del hierro, ni del aluminio, titanio, cromo, magnesio, vanadio y platino. Las perspectivas no son tan buenas en lo que se refiere al cobre, plomo, estaño, cinc, molibdeno, tantalio y tungsteno. Y son preocupantes en minerales tales como la plata, el mercurio, bismuto y amianto, aunque todos pueden ser reemplazados por otros para su utilización industrial. La adición al mercado de los recursos mineros procedentes de los fondos submarinos, concretamente de los módulos polimetálicos, es un desafío técnico y económico, así como ambiental, en caso de no arbitrarse las tecnologías de explotación que no tengan efectos secundarios sobre las aguas marinas.

El problema del medio ambiente

Aunque planteado en los años sesenta por autores aislados, el tema del medio ambiente es formulado por primera vez en 1972 con el modelo Meadows y la publicación del libro "The limits to growth", que fue realizado en el Massachusetts Institute of Tecnology por encargo del Club de Roma. A éste le seguirán otros que mejoran la calidad y el tratamiento de la información. Basados en la metodología de simulación sistemática, que presenta distintos escenarios según el comportamiento de las diversas variables hasta el año 2.000, 2.025, etc., se inclinan por afirmar que habrá una catástrofe ambiental si no se actúa drásticamente sobre cada una de las variables elegidas; en especial, sobre la demográfica.

"Global 2.000" es el último de los modelos catastrofistas. Se trata de un encargo del Gobierno Carter publicado en 1981, que añade pocas novedades a los anteriores. Si las tendencias persisten, tendremos a principios del siglo XXI un mundo superpoblado, más contaminado, ecológicamente menos estable, y más vulnerable a las perturbaciones. En el modelo se hacen afirmaciones escasamente fiables sobre la evolución en las pasadas décadas de algunos factores degradantes (Pérdidas de tierras y de bosques, a las que no se contraponen las repoblaciones efectuadas y las nuevas tierras conquistadas); se estudia la incidencia de las combustiones del carbón, el tema de las lluvias ácidas, la contaminación del medio acuático, el deformismo urbano, etc. Al margen del catastrofismo, el Informe considera la tecnología como factor a tener en cuenta para el futuro, tanto como medio de corrección como de superación de problemas. La respuesta a "Global 2.000", que elaboró por encargo del Presidente Reagan un equipo coordinado por J. Simon en homenaje a A. Kahn, es el ejemplo de análisis crítico y tratamiento de la información más cualificado que hasta el momento se ha publicado.

Añádase que esta suerte de modelística ha tenido escasa vigencia como método válido, ya que el cambio de funcionamiento de una de las variables no previsto por los analistas ha invalidado los resultados. Tal sería el caso de la primera subida de los precios del petróleo no contemplada en el I Informe al Club de Roma, o la tendencia desde 1983 a la baja tampoco prevista en "Global 2.000".

Hoy puede afirmarse que son los problemas políticos, financieros y de gestión quienes limitan la aplicación de soluciones técnicas como el reciclado o transformación de desechos en recursos, el desarrollo de las energías alternativas, de la agricultura biológica, etc. En los países avanzados los objetivos y logros de las políticas ambientales son progresivamente más exigentes y cualificados, a la vez que aumentan los esfuerzos para optimizar el aprovechamiento de los recursos, el control y disminución de los niveles de contaminación en el medio rural y urbano, y en conjunto la calidad de vida y del respeto por la naturaleza.

c) Valoración ética

El progreso científico-técnico que el hombre acrecienta continuamente con su dominio de la naturaleza, desarrolla, junto a la esperanza de una vida humana mejor, una angustia, también, ante el futuro. El pánico derivado de los estudios de algunos ecólogos y futurólogos sobre la demografía, y la mentalidad consumista, cuya única preocupación es que se incrementen continuamente los bienes materiales, han contribuido al nacimiento de una mentalidad antinatalista. En todo caso -sea cual fuera el futuro- es necesario recordar que el tema del crecimiento de la población humana no es una simple cuestión técnica, económica, social y ambiental, sino que atañe directamente a los derechos fundamentales de la persona y a la ley natural; es decir se enmarca o debe enmarcarse en una visión global del hombre.

Los problemas de superpoblación de la tierra -en parte realmente existentes y en parte irracionalmente temidos como la gran catástrofe- tienen su origen en el egoísmo de los hombres, en la avaricia y falta de solidaridad. Es por ahí por donde se encuentran las soluciones reales y éticas: un reparto justo de los bienes y una investigación que busque el aumento de recursos y aspire a solucionar la crisis energética pero nunca imponga unas medidas que coaccionen -a veces violentamente- la libertad de un matrimonio para vivir responsablemente su paternidad ni lesione el derecho a la vida.

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