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El engaño del "bebé medicamento"

Natalia López Moratalla.
Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Navarra.
Artículo de opinión publicado en La Estafeta de Navarra, 30-V-04, p. 31.

Es muy, muy injusto crear falsas expectativas a los padres de un gravemente enfermo. Es muy fácil inducir la obligatoriedad de hacer todo lo que puedan, a unos padres que ven sufrir a un hijo con formas graves de leucemias

Hay una Medicina moderna y actual que es verdadero arte médico; busca siempre que el enfermo venza la enfermedad y para ello le ayuda a potenciar los propios recursos, que no son pocos; cuando hace falta le extrae algo que está haciendo un daño incorregible. A veces tiene que aportarle un órgano, sangre, o incluso unas células de un donante al que no hace daño. Si el donante es un cadáver se asegura que está muerto y no rehúye el lógico control del órgano competente (el Centro Nacional de Trasplantes), al tiempo que fomenta la donación libre, voluntaria y generosa. A la Medicina no le cabe el concepto de un «bebé medicamento».

Con los «bebé probeta» nació un sucedáneo de la Medicina: las Técnicas de Reproducción Humana Asistida El arte médico renunció a curar la esterilidad, a diagnosticarla y poner remedio y por ello pasó a ser un arte técnico que sólo es capaz de sustituir a un hombre y una mujer en la transmisión de la vida. EL éxito no consiste en curar sino en conseguir fecundar los gametos y ponerle a la madre al «bebé probeta» en el útero. En sus inicios se planteó como una solución extrema y temporal, mientras no se sabía curar la esterilidad, que rápidamente se convirtió en un buen negocio. Surgen clínicas (fundamentalmente privadas) que ofrecen a matrimonios y parejas hacerles hijos y a precios razonables. Se empezó la campaña publicitaria apoyada en el dolor de los matrimonios sin hijos, y continuó sin un pudor que respete ese dolor, porque no se respeta ni potencia ni busca una investigación que les cure. La competencia por el cliente mete de lleno la transmisión de la vida humana en la lógica de la producción: elección de condiciones (si es más fácil y cómodo, se hacen unos 10 ó 12 y se guardan congelados los que sobren por si acaso se necesitan más tarde), elección del número de hijos y del momento y de las condiciones de salud; y un control de calidad biológica que elimine a cualquier bebé que porte cualquier tipo de tara. Nace así el «bebé a la carta» y con él el «embrión congelado sobrante». Y si la edad de la madre, o alguna deficiencia genética de uno de los padres, hacen que los gametos de la pareja no sean aptos se les ofrece semen del banco o óvulos de universitarias jóvenes. El bebé a la carta se convierte también en «bebé adulterino». Nace la obligación de darle un hijo a la pareja, al precio que sea. La técnica hace posible todo; no hace falta curar.

Hace poco más de cinco años nace otro «boom»: las células madre van a curar todas las enfermedades degenerativas. Grandes expectativas, colectivos de enfermos en marcha, y empresas biotecnológicas al acecho. Con una competitividad acientífica la opinión pública y la investigación se divide. La Medicina regenerativa centra sus esfuerzos en curar al enfermo con sus propios recursos: sus propias células madre. Y consigue éxitos espectaculares que saltan demasiado poco a los medios de comunicación y con frecuencia bajo sospecha de «a saber qué están haciendo» para que, a pesar de todo, no se mueren los enfermos que tratan. Por otro lado, el sector médico íntimamente asociado a las clínicas de fecundación in vitro, se lanza a bombo y platillo en la dirección propia de su lógica de poder sobre la vida humana y su transmisión: usar los embriones que han almacenado en años para conseguir células madre. Los enfermos (insisten las campañas) se van a curar con las células que les preparemos a partir de las células madre que tienen los embriones de cinco días: tenemos cientos de miles sobrantes en los congeladores. Se trata por tanto de que, ya que no les vamos a permitir que se desarrollen y vivan, que vivan hasta su día cinco y tengan la noble utilidad de convertirse en «embrión medicamento»; se reconoce que «tal vez» nunca puedan servir como tal remedio a enfermedades, pero servirá seguro como material de investigación. Hay que cambiar las leyes para investigar legalmente destruyendo embriones humanos.

Pero los «embriones medicamento» no sirven para curar: tienen tal exceso de potencia vital que sus células son salvajemente descontroladas y en vez de curar producen tumores. La ineficacia para curar no se puede ocultar bajo la campaña de que la causa del retraso son los prejuicios de algunos; y cuando es obvio, y no ocultable por más tiempo, que la donación terapéutica es una trampa sin base científica y no sale bien; y cuando es evidente que la clonación reproductiva es ciencia ficción ... etc., sale el «bebé medicamento» compatible con el hermano enfermo, como un nuevo progreso de la fecundación in vitro. Es muy, muy, injusto crear falsas expectativas a los padres de un hijo gravemente enfermo. Es muy fácil inducir la obligatoriedad de hacer todo lo que puedan, a unos padres que ven sufrir a un hijo con formas graves de leucemias o anemias. Es muy posible que los padres no sepan exactamente lo que piden ni lo que se les está ofreciendo; hasta la jerga de tanto «apellido» de los embriones y los bebés crea eufemismos y confunde. Creo que por duro que resulte es necesario conocer qué significa seleccionar un embrión para que, cuando nazca, sea donante de la sangre de su cordón umbilical o de parte de su médula ósea a un hermano enfermo con quien es inmunológicamente compatible.

¿Qué le supone al hermano del niño enfermo venir al mundo como «bebé medicamento»? No voy a entrar ahora a los graves asuntos humanos de traerlo al mundo «para» succionarle sus tuétanos. Me limito sólo al ensañamiento a que ha de ser sometido en pro de terceros. La posibilidad de seleccionar exige múltiples hermanos y para ello partir de 10 ó 20 óvulos que serán necesariamente más inmaduros y peores que los que la madre produce, con sus consecuencias para el hijo. Cuando sea un embrión de 8 células le arrancaran dos para ver su calidad como potencial donante; si sobrevive arrastrará las posibles consecuencias de ese cierto déficit. Mientras hacen el análisis genético a sus dos células él estará en el laboratorio sin recibir de su madre lo que necesita para arrancar su vida con fuerza; por ello, con mayor probabilidad que los nacidos tras haber sido engendrados en su madre, podrá sufrir raras y graves enfermedades (las que llamamos ligadas a la impronta) que no tienen solución. Y si nace ¿podrá esperar el hermano enfermo a que crezca un poco antes de empezar a sacarle la médula de sus huesos? Si hay garantía de curación con células de un hermano donante compatible lo lógico es buscar donantes en la familia.

Hay que conocer que no hay garantía alguna de eficacia, ni siquiera en conseguir tal hermano compatible. Hay un solo estudio (publicado el 5 de mayo en JAMA volumen 291, página 2079) y es muy poco alentador. De 199 embriones de 13 parejas se seleccionaron 45 y sólo han nacido 5 niños. Pero, sobre todo, lo que no se debe seguir ocultando es que las células de la sangre del cordón umbilical no producen rechazo y tampoco al menos algunas de las células madre de la médula ósea de donante. Una vez más, ¡es preciso exigir a la ciencia médica soluciones para la enfermedad de un hijo, que no traiga a los padres sufrimientos aún mayores! Es un derecho de los enfermos y un deber de la Medicina y de la comunidad científica.

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