Ana Marta González, catedrática de Filosofía: “Asistimos a una crisis del trabajo: para muchas personas ha dejado de ser el lugar privilegiado desde el que articular su desarrollo personal y social”
La profesora de la Facultad de Filosofía y Letras e investigadora del ICS de la Universidad de Navarra, Ana Marta González, reflexiona en su última publicación, Trabajo, Sentido y Desarrollo, sobre el sentido del trabajo, que atraviesa un momento de crisis. Un momento en el que, según la académica, las personas vivimos el trabajo únicamente en clave de necesidad o de un modo narcisista, desconectado de la dimensión de servicio por la que el trabajo contribuye al desarrollo social. La publicación se enmarca en la línea de investigación Trabajo, cuidado, desarrollo que forma parte de la Estrategia 2025 de la Universidad de Navarra.
¿Cómo influye la tecnología en el trabajo? ¿Cuáles han sido las consecuencias de la pandemia? ¿Qué papel deben jugar las organizaciones y las empresas? ¿Ha dejado de ser el trabajo el eje fundamental para articular el desarrollo personal y social de la persona? Ana Marta Gonzalez analiza estas y otras cuestiones desde la óptica filosófica. “La falta de una visión humana y humanizadora del trabajo propicia que la gente busque la humanidad en otra parte -por ejemplo, en diversas actividades de ocio- y se produzcan fracturas en la vida de las personas”, expresa.
¿Cuál es el objetivo de este libro?
El objetivo de este libro es reflexionar sobre el sentido del trabajo en un momento en que está en crisis. Se trata de poner de relieve en qué medida el trabajo estructura la vida humana desde un punto de vista tanto individual como social.
¿Por qué dice que el sentido del trabajo está en crisis? ¿Cuáles son los signos de alarma?
La crisis viene de bastante atrás. Pero la precarización de las condiciones de trabajo, y más recientemente, la situación post-pandemia la ha agudizado. Después de la pandemia en EEUU se vivió un fenómeno al que se le ha llamado The great resignation (La gran dimisión) que se hizo extensivo a otros países europeos, un fenómeno por el cual las personas no muestran especial interés por trabajar. Como si se hubiera producido un desencanto, una desconexión, respecto a las posibilidades de desarrollo personal y social que ofrece el trabajo. Para muchas personas, el trabajo ha dejado de ser el lugar privilegiado desde el que articular su desarrollo personal y social.
La pandemia, ¿ha generado esa falta de motivación en el trabajo?
Sí, pero es algo más que una falta de motivación individual. Hoy vivimos el trabajo, bien en clave de necesidad -”no hay más remedio que trabajar para vivir”-, bien en clave de autorrealización, un tanto “narcisista”, porque aparece desconectado de la dimensión de servicio por la que el trabajo contribuye al desarrollo social. Ambas aproximaciones son parciales. Lo cierto es que el trabajo tiene un profundo sentido humano, que va más allá de las necesidades económicas, y en el que se dan cita no solo dimensiones individuales sino sociales. Ver el propio trabajo en clave de servicio es clave.
¿Cómo ha influido la tecnología en el trabajo de las personas? La línea que separa nuestra vida profesional y laboral cada vez es más difusa y estamos continuamente conectados: mail, whatsapp, etc.
Sí. En este aspecto parece que se ha dado un retroceso respecto a uno de los logros principales de la sociedad moderna: crear un espacio de “vida personal” diferenciado de la “vida de trabajo”. Pienso, sin embargo, que no solo por razones de salud, sino de integridad vital, es importante saber sustraerse a la dinámica del rendimiento y la producción y descubrir el sentido de lo gratuito y, como diría Hartmut Rosa, de lo “indisponible”. Para ello, me parece, no basta el empeño individual: precisamente porque somos sociales, debemos preservar socialmente algunos tiempos y espacios que no estén regidos por la lógica de la producción. Hoy todo el mundo va con la oficina en el bolsillo, y eso no ayuda. En esa línea, la experiencia del teletrabajo durante la pandemia ha sido muy ambivalente: todavía no se puede extraer una conclusión neta. El teletrabajo supuso flexibilidad, pero también un aumento de la productividad que invadía esferas.
El teletrabajo ¿ha contribuido a esa crisis del sentido del trabajo, a esa desconexión a la que hacía referencia?
No es casual que ‘la gran dimisión’ haya tenido lugar después de la pandemia. En el trabajo se ponen en juego muchas más dimensiones que la puramente económica. Cuando un ambiente de trabajo es grato y favorece el despliegue de las propias capacidades y la propia creatividad, se vive como algo que enriquece, no solo porque te dan un sueldo sino también te desarrollas como persona. El incremento del teletrabajo durante la pandemia ha puesto de relieve los costes humanos de una visión puramente productiva del trabajo. Por supuesto que en el trabajo tiene que haber productividad pero, ¿a cualquier precio?
Esa pérdida del sentido del trabajo entendido como un espacio de enriquecimiento personal y social ¿es causa de los problemas de salud mental que aquejan a cada vez más una mayor parte de la sociedad?
No soy psicóloga pero no me extrañaría nada. El trabajo estructura nuestras vidas de forma muy profunda. Más allá de lo económico, el trabajo, como realidad humana, sobre cuyo sentido reflexionamos, puede y debe experimentarse como una plataforma de crecimiento personal, como un modo determinado de contribuir a la sociedad de la que formamos parte; en este sentido, constituye un lugar natural de integración social, en el que el crecimiento personal no se puede desvincular de la dimensión de servicio. Del libro se desprende que si el trabajo está descolocado, la vida entera se resiente, porque el trabajo es el lugar natural donde en principio se dan cita el cultivo de las propias capacidades y la contribución a la vida social.
¿Es necesario un cambio de mentalidad en las organizaciones, en las empresas?
Es necesario que las empresas impulsen medidas que contribuyan a que cada uno pueda ver su propio trabajo como un lugar donde se dan cita desarrollo personal y social. A veces se habla de humanización del trabajo y nos limitamos a factores físicos, sin duda importantes, como el espacio, la luz, la ventilación…, etc, esas cuestiones hay que cuidarlas pero hay otro factor de humanización más importante si cabe, que es tener en cuenta la dimensión relacional de la persona: si las y los trabajadores pueden venir a trabajar cada día es porque tienen familias que cuidan de ellos y viceversa. Debemos apuntar a una especie de ecosistema entre familias y empresas que sea sostenible: si ese ecosistema funciona bien, la sociedad se beneficia.
Encima de la mesa está la reducción de la jornada laboral, que se aplica ya en algunos países europeos. ¿Cuál es su opinión al respecto?
La persona tiene que ser capaz de disfrutar de un auténtico “tiempo libre”, un tiempo de ocio, es decir, “libre de negocios”, “libre de cuidados”, pero tampoco se trata de poner el foco en reducir sin más el tiempo de trabajo: en teoría hoy tenemos más tiempo que en otras épocas y no siempre sabemos emplearlo con esa libertad. Por lo demás, la reducción de la jornada es un debate complejo que va a depender de muchas coyunturas: reemplazos generacionales, formación profesional, desaparición de unos trabajos, pero aparición de otros en el ámbito de los cuidados, etc. No se trata sencillamente de producir menos sino producir mejor, facilitando que las personas puedan llevar vidas humanamente sostenibles; para eso es preciso revisar todas las fases del proceso de producción y ver en qué medida responde cada una de ellas a una visión íntegramente humana del trabajo. No podemos definir el tiempo de trabajo solamente por cuestiones de productividad.
¿Cuáles son las tendencias en el mundo del trabajo hoy?
Hace tiempo que se habla de la crisis del “modelo de trabajo estándar”: un trabajo a tiempo completo, en el mismo lugar, durante mucho tiempo… eso ya no es así. Se habla de trabajo flexible, expresión que cambia de sentido según quien la use o quién lo demande -los empresarios o los trabajadores-; de hecho sigue habiendo mucho trabajo precario e informal. Desde hace algún tiempo, la sociología del trabajo trata de explorar esas formas que se sustraen al modelo estándar, formas de trabajo que han estado invisibilizadas porque no suponen un aumento directo de la productividad: no solo el trabajo en el hogar, sino distintas formas de trabajo cívico.
En su libro aborda el concepto de ‘capitalismo flexible’: el reemplazo de la carrera por el job. La flexibilidad inducida por los vaivenes de la economía arroja muchas ansiedades e incertidumbres en la vida de las personas, todo lo cual incide negativamente sobre el carácter, porque este se edifica en la capacidad de compromiso de metas a largo plazo, asegura. “¿Estamos en una sociedad con profesionales cada vez menos comprometidos, menos vocacionales?
En realidad, esa es una vieja idea de Sennett, apuntada ya en su libro “La corrosión del carácter”, y que no cabe suscribir sin matices. Sennett subraya mucho la conexión entre la estructura -o falta de estructura- del “capitalismo flexible”, donde uno va enlazando un trabajo con otro, y la dificultad para articular metas a largo plazo, de las que depende -dice- forjar un carácter. Pienso que ahí se atropellan distintos conceptos -el carácter no depende simplemente de estructuras favorables-; pero el cambio en las estructuras sí ha afectado al modo de entender el trabajo y su lugar en la vida humana. De hecho, desde que él formulara por primera vez esa tesis las personas se han ido “adaptando” a esa situación: en lugar de carreras planteadas a largo plazo, enlazan portfolios de proyectos, a menudo en condiciones precarias. Eso ha modificado las expectativas vitales que abrigamos respecto al trabajo, el modo de enlazar vida personal y vida laboral. De hecho, a muchos jóvenes ahora les entra vértigo solo con imaginar lo que supone una carrera profesional, por ejemplo, la carrera académica, en la que va implícita la idea de un esfuerzo sostenido en el tiempo… ¿Significa eso que carecen de vocación profesional o vocación académica? No necesariamente. Se debe distinguir la vocación profesional -por la que uno percibe cierta sintonía entre sus cualidades personales y necesidades sociales- con el hecho de que estas necesidades sociales adopten una forma definida, institucionalizada.
¿El trabajo ha perdido peso como un factor estructurador de la personalidad?
Ya solo por el tiempo de nuestra vida que empleamos en trabajar, es evidente que no. Pero cómo afrontamos ese tiempo de trabajo es otra cuestión: ¿lo afrontamos solo como un mal necesario y soñamos con que nos releven las máquinas? ¿Lo afrontamos como una ocasión de encumbramiento narcisista? ¿como una manera de desarrollar las propias capacidades y contribuir al desarrollo social? La falta de una visión humana y humanizadora del trabajo propicia que la gente busque la humanidad en otra parte -por ejemplo, en diversas actividades de ocio- y se produzcan fracturas en la vida de las personas.
Afirma también en su libro que el mundo del trabajo se halla en plena redefinición, ¿en qué sentido y qué factores han provocado esa redefinición?
En cierto sentido, eso es una obviedad: el mundo del trabajo siempre se está redefiniendo, al ritmo que marca la economía: tanto porque lo hacen las necesidades sociales como los medios con que contamos para satisfacerlas. En esa línea, los cambios vinculados a las innovaciones tecnológicas, especialmente la introducción de la inteligencia artificial, han llamado particularmente la atención de los estudiosos, no solo porque amenazan algunos tipos de trabajo, mientras crean otros nuevos, sino también porque afectan significativamente al modo de organizarlo.
Sin embargo, en medio de todo esto, a mí me interesan más los cambios culturales: cómo se han modificado las expectativas que albergamos acerca del trabajo y cómo consideramos su relación con la vida buena.