“Debemos hacernos dignos de confianza, personas que saben de lo que hablan, que hacen las cosas bien y que hacen a los demás conscientes en la relación”
Más de 40 estudiantes y mentores reflexionan sobre la polarización de la sociedad en el marco del ciclo Re-conecta, organizado por Compass, la Unidad de Orientación y Bienestar
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FotoCedida/
21 | 02 | 2025
Compass, la Unidad de Orientación y Bienestar de la Universidad, en colaboración con el Instituto Core Curriculum, ha celebrado la tercera sesión de Re-conecta, un ciclo de 4 sesiones dirigido a estudiantes y mentores. El pasado miércoles 19 de febrero, Azucena Díez presentó la tercera sesión “¿Es posible vivir en un mundo polarizado?”, que se desarrolló con un coloquio entre Jordi Rodríguez Virgili y Francisco Javier Pérez Latre, ambos profesores de la Facultad de Comunicación.
La sesión comenzó situando el concepto de polarización y el por qué es importante hablar de ello ahora. La polarización no es nueva, y ha ido en aumento en el último siglo. Como comentó el profesor Rodríguez Virgili, existen tres tipos de polarización: la ideológica, la afectiva y la social o cotidiana. La primera, referida a la diferencia y la separación, no es mala en sí misma, señaló; sin embargo, la afectiva, que se traduce en la afinidad o el rechazo que nos produce algo, es negativa, “pues nos lleva a una separación emocional y complica llegar a acuerdos”. Según explicó, la polarización social se refiere a la diferencia social, demográfica, geográfica instaurada según a quién votas.
Como ejemplo, compartió algunos datos, entre otros, que en España, el 79% de la población no está dispuesta a compartir vecindario con personas que piensan completamente diferente a ellos; o que el 80% preferiría no compartir espacios de trabajo. El porcentaje decae mínimamente cuando hablamos de ayudar al que piensa completamente diferente a un 73%, según explicó.
Los discursos políticos dicotómicos, los medios de comunicación que solo buscan audiencia, la disrupción tecnológica que acelera nuestro tiempo y fragmenta la opinión pública, y la condición humana que nos lleva a crear mayores vínculos con las personas que se nos parecen, son causas de la polarización, tal y como afirmó el experto. Viendo la situación podríamos preguntarnos, ¿qué podemos hacer nosotros?
“Podemos empezar con la diferencia que existe entre tolerancia y respeto”, apuntaron los profesores. Hay que ser intolerantes, pues esto hace referencia a las ideas, pero ante todo, hay que ser respetuosos, porque el respeto se dirige directamente a las personas, subrayaron. Y es que, cuando la polarización pasa a la vida cotidiana, se convierte en una “megaidentidad” propia que va definiendo nuestros comportamientos y pensamientos, lo que es un problema.
Deshumanizamos así al otro, como comentaba el profesor Pérez Latre, dejamos de verlo como personas y, de alguna manera, lo simplificamos y categorizamos según las ideas. Cuando se confunden estos conceptos, pasamos a meter a las personas del saco de la vecindad, seres individuales únicos, al de la masa, personas anónimas caracterizadas por ideas.
Hay que despolitizar la mirada, además de tener presunción de racionalidad y sinceridad, rompiendo con los prejuicios previos. También cambiar la lógica con la que nos relacionamos, pasar de un constante vencer e imponer, a compartir e integrar, intentando comprender y hacernos comprender. Es útil, además, ampliar las relaciones sociales, dejando de hablar de lo que nos separa y encontrar lo que nos une. Esto puede llegar incluso a la amistad, ya que es comprender y querer.
Compartir espacios no es sencillo, buscar espacios comunes donde pueda darse esta amistad es complejo. Nuestra universidad busca, desde sus inicios, crear este espacio para nuestros alumnos. Decía San Josemaría, el fundador de esta universidad que: “La universidad es la casa común, lugar de estudio y amistad”.
¿Cómo me enfrento a este concepto de polarización, entonces? Para ello necesitamos formarnos, saber de qué tratan las ideas y de qué estamos hablando. Además, debemos hacernos dignos de confianza, solo confiamos en personas íntegras, competentes y benevolentes, es decir, personas que saben de lo que hablan, que hacen las cosas bien y que nos hacen conscientes en la relación. Esta construcción de la confianza implica directamente mejorar nuestra capacidad de escucha.
No consiste en llegar a los mínimos comunes para poder estar de acuerdo con el otro, sino en dejar que se vaya imponiendo la verdad con paz y respeto, concluyeron.