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¿Por qué un inglés siente orgullo pero un chino no?

Cristina Soriano, investigadora de la Universidad de Ginebra, participó en un workshop del Instituto Cultura y Sociedad sobre metáfora, emociones e identidad

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Cristina Soriano durante el workshop organizado por la línea MetaforUN del proyecto 'Discurso público' del Instituto Cultura y Sociedad
FOTO: Elena Beltrán
21/03/18 11:15 Elena Beltrán

Si un colombiano dice “estoy molesto”, a un español le puede confundir. Le dará la sensación de que está sobreactuando porque el enfado que mostrará su colega puede parecer más severo que sus palabras. Del mismo modo, cuando un vasco dice sentir ‘etsipena’ (desesperación) está desactivado, sin energía. Sin embargo, la ‘desesperación’ en español se vincula más a una frustración activa. Como muestran estos ejemplos, las emociones tienen distintos matices en cada idioma y dentro de una misma lengua, no solo por la traducción, sino también por la cultura que acompaña a cada lengua.

“En Colombia, estar molesto implica un gran enfado, mientras que en España equivale a decir que estás irritado o herido”, explica Cristina Soriano, investigadora senior en lenguaje y emoción en el Centro Suizo de Ciencias Afectivas de la Universidad de Ginebra. “La desesperación vasca es más parecida a la desesperanza y la española a la exasperación; por ejemplo, si uno dice en español que está “desesperado” es fácil pensar que le va a dar un golpe al ordenador y romperlo”.

Cristina Soriano apuntó estos ejemplos como muestra de la investigación que realiza para arrojar luz sobre qué significan los términos relacionados con las emociones en las distintas lenguas y culturas. Concretamente, participa en un proyecto internacional con lingüistas y psicólogos de 34 países. Ha hablado de estas cuestiones en el Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, en el marco del workshop internacional ‘Metáfora, emociones e identidad’. El evento se enmarca en la línea MetaforUN del proyecto ‘Discurso público’ del ICS.

Soriano apunta la diferencia entre culturas individualistas y colectivistas. Enumera una escala donde EE. UU. y Reino Unido son más individualistas que España, España lo es más que Rusia y Rusia es más individualista que China. Este tipo de culturas hacen que la emoción del orgullo varíe en cada una de ellas. “Un éxito personal en China, Rusia o incluso España -sostiene- tiene más posibilidades de ser definido como ‘satisfacción’ y no ‘orgullo’. Un inglés diría, sin lugar a dudas, que siente orgullo”.

Otra emoción digna de estudio, aparte del orgullo, es la ira. La investigadora explica que se especula como emoción universal; si hay una emoción que pueda existir en todos los idiomas, probablemente sea la ira. Pero esto no quiere decir que sea igual en todas partes. “Se conceptualiza de manera más negativa en español y en ruso que en inglés, y también hay más expresiones metafóricas sobre la necesidad de controlar la ira en español que en inglés”, señala. Esto tiene que ver con la distinción entre culturas individualistas y colectivistas. Indica que en las culturas más colectivistas, las emociones que rompen con la armonía social están peor vistas y es más importante regularlas.

La investigadora, además, relata una curiosidad del ruso: “Comparado con otros idiomas no tiene muchos nombres, las emociones se expresan sobre todo mediante verbos: sorprenderse, entristecerse, enfadarse. Pero no tienen un nombre para la frustración”.  Por eso, explica, hay estudios que señalan que los inmigrantes rusos al mudarse a EE. UU. se sienten liberados porque encuentran una palabra que captura una emoción que hasta entonces no habían podido nombrar. “Aprender una nueva lengua cambia la percepción de las emociones que tenías hasta ese momento y colorea las nuevas que puedas aprender”, reflexiona.

Cabe concluir que es más fácil que las culturas con más aspectos en común se comprendan entre sí. Cristina Soriano alude a varios estudios en los que a una serie de personas se les enseñan fotografías de caras de gente con una expresión, y cuanto más parecida es la cultura a la tuya, mejor se reconoce la emoción que están expresando. “En ese sentido, si no leemos bien las emociones de otra persona estamos más expuestos a los malentendidos y a los conflictos”, argumenta.

Otra manera de distinguir dos tipos de culturas es ver cómo alguien se siente cuando viola una norma social. Hay dos formas: vergüenza y culpa. “En las culturas de la vergüenza -explica Soriano- la persona se siente avergonzada, esa falta le toca su esencia y su moralidad. Mientras que en la otra cultura, aunque su esencia no se vea tocada se sienten culpables y responsables”. Un mismo tipo de acontecimiento se interpreta de dos formas diferentes dando lugar a dos emociones distintas, una en cada tipo de cultura.

Metáforas en los conflictos

Soriano cuenta que realizó una investigación sobre los tipos de metáforas que usamos para hablar de las negociaciones y cómo afecta su uso en la resolución de conflictos. El primer tipo de metáforas tiene que ver con la lucha, y consiste en decir que se tienen objetivos enfrentados, se defienden intereses, se buscan aliados… “Consiste en plantear la negociación como una guerra, con un ganador y un vencedor, sin confiar en el otro, y llama al no entendimiento”, apunta.

Otra forma de negociar es entender los conflictos como una construcción utilizando metáforas como sentar las bases de una negociación, construir un acuerdo, contribuir, etc. “Esta representación -dice- llama a que las dos partes contribuyan y colaboren”. Y por último están las metáforas neutras como son por ejemplo hablar de las negociaciones como un camino, un viaje. “Estas ni ayudan ni perjudican, son metáforas en las que la negociación se entiende como un proceso abierto que no sabemos dónde va a llegar”, concluye.

Basándose en esta distinción, su equipo propuso un experimento en el que a las personas se les hacía negociar. Para ello a través de un ordenador se les hacía seleccionar si colaborarían o no con otras personas, y dependiendo de la decisión conjunta ganarían los dos, o perderían los dos en distintas proporciones. Si los dos colaboraban ganaban dinero, si ninguno cooperaba ambos perdían mucho dinero. Y si uno decidía cooperar pero el otro no, el que no cooperaba se lo llevaba todo y el que cooperaba lo perdía todo. Para que cada persona tomara la decisión se les daba una pista sobre cómo entendía la otra persona la negociación: una batalla, una construcción o un viaje. “Observamos una gran influencia de las metáforas, especialmente que si la otra persona ve las negociaciones como una pelea tú no colaboras”, puntualiza.

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