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"El confinamiento nos da la oportunidad de despejar nuestro desván afectivo y emocional"

Carlos Beltramo, investigador del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, anima a “hacer acopio de virtudes y pensamientos positivos, que nos ayudarán a reconstruir el mundo tras la pandemia”

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Carlos Beltramo, investigador del proyecto 'Educación de la afectividad y la sexualidad humana' del ICS.
FOTO: Manuel Castells
21/04/20 16:45 Isabel Solana

Carlos Beltramo, filósofo y doctor en Educación, es investigador del proyecto ‘Educación de la afectividad y de la sexualidad humana’ del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra. 

Según explica, el confinamiento por la pandemia de Covid-19 supone una oportunidad para descubrirnos a nosotros mismos, a nuestros familiares y amigos, y para desarrollar y poner en práctica virtudes como la resiliencia, la paciencia o el perdón

Cree que estas difíciles circunstancias pueden hacernos dar lo mejor de nosotros mismos “para que el día de mañana, que será un desafío histórico nada sencillo, construyamos una sociedad más comprensiva y humana, y menos acelerada y materialista”.

Los expertos coincidís en que la familia es escuela de virtudes. ¿Qué valores estamos viendo en primera línea?
El confinamiento puede ser un punto de encuentro, una oportunidad para desarrollar virtudes. En primer lugar se encuentran la resiliencia, la capacidad de sobreponernos a las adversidades, y la paciencia, para afrontar las diferencias y roces que surgen en una convivencia tan prolongada e intensa.

Para muchas familias el poco espacio del que disponen es una cuestión sin solución. Por eso es muy útil tratar de mantener un orden en la forma de vestir, de asearnos, de distribuir las actividades durante el día, de intentar hacer ejercicio… Personas que han vivido encierros mucho más duros que el nuestro -campos de concentración, cárceles o secuestros- coinciden en que mantener una cierta disciplina a lo largo de todo el proceso ayuda a no perder el norte. Como dice el almirante William McRaven, en un vídeo que ya era viral antes del confinamiento: “Hacer la cama por la mañana es el primer paso para cambiar el mundo”.

¿Cómo reforzar en los niños las actitudes positivas y corregir las negativas que detectamos estos días?
Nuestros hijos han pasado a tener un rol protagónico en nuestro día a día que tal vez antes no tenían. En otras circunstancias solíamos dedicar buena parte de nuestro tiempo al trabajo, pero ahora tenemos a nuestro cargo continuamente a nuestros niños. Desde luego que hay que verlo como una oportunidad: seguramente cuesta pero iremos viendo resultados de los que podremos sentirnos orgullosos por mucho tiempo.

En primer lugar, lo más importante es que los padres estén de acuerdo. Ahora tienen tiempo de sentarse y hablar: primero centrándose en el día a día de la cuarentena. Al final seguramente terminarán conversando del colegio, de la religión, de economía familiar, de las expectativas sobre esos hijos… 

Lo segundo es mantener una cierta disciplina: los padres deben cumplir el horario y el orden que esperan de sus hijos. Una vez se establezca una pequeña rutina en casa pueden venir las excepciones que ayuden a relajar el ambiente. Pero si todo son excepciones desde el inicio, rápidamente el tedio ganará nuestra casa y tendremos un problema más gordo.

¿Cuáles son los siguientes pasos?
Tercero, los padres tienen que acompañar a sus hijos en el descubrimiento y aceptación de sus emociones como algo natural. Es normal que tengan baches emocionales y afectivos, y es bueno que ellos lo sepan. Hay que involucrarse, tratar de averiguar con ellos por qué se sienten de una forma determinada y responderles con empatía. Los padres estamos llamados a ser la fuente de equilibrio emocional en nuestros hijos, con nuestras palabras, con un abrazo, con caricias.

Por último, hay que ayudarles a que sus actitudes estén movidas por virtudes, al margen de la situación en la que se encuentren. Se trata de vivir de forma positiva este tiempo y promover el orden, la tolerancia, el perdón, el diálogo, la superación y muchas más. Es un buen momento para recordar que ser virtuoso no es no equivocarse -¡ni siquiera no explotar de vez en cuando!- sino ser capaz de retomar la senda, pedir perdón si es el caso, y volver una y otra vez sobre los mejores objetivos.

Una de las cuestiones que más está costando a mucha gente es adaptarse a la transición entre la vida tan acelerada que llevábamos y el repliegue hacia el interior. ¿Qué aconseja para aprender a estar con uno mismo?
Salvo casos muy patológicos, la sensación de angustia por quedarse a solas con uno mismo es pasajera. Normalmente vivimos alejados de nuestro centro íntimo vital y no hacemos ejercicios de introspección porque nos aterra. Pero ahora muchos de los factores de distracción han desaparecido o disminuido mucho -hasta las series o los juego de video nos cansan rápido o pierden atractivo-. Tenemos una gran oportunidad para adentrarnos en ese túnel que somos nosotros mismo. Y si nos animamos, una vez superado el primer momento, podremos experimentar un gran bienestar.

Este es el momento de  despejar nuestro desván afectivo y emocional. Hablar con nosotros mismos, reflexionar sobre qué podemos mejorar y cómo hacerlo -ser más compasivos, más serviciales, más empáticos, juzgar menos a los demás-. Es una oportunidad magnífica para conocer los alcances nuestras fortalezas y limitaciones y descubrir nuestro yo más profundo. Veremos que somos mejores de lo que pensábamos y que tenemos más recursos de los que creíamos para superar nuestros defectos.

¿Y para aprender a estar con los demás?
En el libro La comunicación de las existencias, Ignas Leep plantea que una cosa es hablar y otra comunicarnos, poner en juego lo que somos como personas. En nuestras rutinas debemos encontrar espacios para comunicarnos en este nivel profundo y auténtico con los que están cerca: mirarnos a los ojos y empezar a darnos a conocer y conocer a los demás realmente. Las sobremesas se pueden extender sin apuro y allí pueden salir cosas asombrosas y muy gratificantes: el jugo de la vida. Y con los que están lejos utilizar los medios a nuestro alcance para iniciar diálogos con más fondo, aunque sigamos pasándonos memes sobre la pandemia, que todo cuenta. Curiosamente, durante el aislamiento estamos teniendo la posibilidad de recuperar una comunicación más personal, más gratificante. 

Y una cosa que es especialmente importante en este tiempo es aprender a pedir perdón y perdonar. Reconocer ante los demás ofensas pasadas, poner sobre la mesa temas pendientes, dialogar con calma y perdonar, liberar los canales interiores y exteriores para comunicarnos. Es un tiempo magnífico para valorar lo que realmente importa.

¿Qué cosas edificantes pueden ayudarnos a llenar nuestras horas?
Hay tiempo para retomar actividades que nos gustaban, como pintar, escribir, tocar un instrumento, y descubrir otras nuevas. Y también cuidar de nuestra casa, especialmente los detalles que teníamos pendientes: colgar el cuadro que teníamos guardado, arreglar la puerta que chirriaba, ordenar el trastero… Eso nos genera bienestar, una sensación de tener un poco más de control sobre la situación.

No está de más repetir lo que se ha dicho mucho: evitar la intoxicación informativa, sobre todo aquella que abunda sobre los aspectos más negativos de la situación. Hay que estar informados pero eligiendo bien la fuente, incluso comparando alguna posición con otra, pero mejor poniéndonos un límite de tiempo para consultar los periódicos on line o las redes sociales. Es un buen momento para elegir alguna lectura algo más profunda. Puede ser una novela o un ensayo, pero lo importante es que tenga valores espirituales y muestre la superación personal… Y, quienes tengan fe, pueden tomarlo como una ocasión para hacer oración y meditar. Se trata de llenar el “tanque” de aportes positivos, de paz, de fortaleza para el mundo que se viene.

¿Cómo repercutirá todo esto en la sociedad una vez salgamos de nuestras casas?
Una situación como esta deja al descubierto las virtudes y las carencias de la sociedad. La inmensa mayoría de la población ha entendido lo que nos jugamos en la pandemia y está respetando el confinamiento. Otros van más allá y arriesgan su vida: médicos, personal sanitario, todos los que apoyan la red de suministros alimenticios, el personal de limpieza, las fuerzas y cuerpos de seguridad. Claro que también hay malos ejemplos de gente que acosa a otros para que se vayan de su casa, por miedo al contagio. La epidemia muestra lo mejor y lo peor, hay que aprender a lidiar con ello.

El ritmo de vida que llevábamos nos había hecho centrarnos en nosotros mismos, como si pudiéramos “salvarnos solos”. Esta pandemia, aunque nos ha aislado en nuestras casas, nos ha vuelto más solidarios y nos ha hecho conscientes de lo importante que es la comunidad. La gente no se ha aislado únicamente porque tenga miedo de lo que le pueda pasar, sino también por lo que le puede ocurrir a los ancianos y a los enfermos, o a los profesionales sanitarios que cuidan de ellos. 

De ese modo, no solo hemos visto actos heroicos entre los sanitarios, los policías o los sacerdotes: los ciudadanos normales también están dando mucho y eso mantiene el ánimo elevado. 

¿Qué recomienda de cara a afrontar el “después”?
Estos días es importante hacer acopio de virtudes y pensamientos positivos. Nos ayudarán a reconstruir el mundo tras esta pandemia que va a marcar un antes y un después en la historia. El futuro inmediato será difícil. La gran crisis que ya empezamos a vivir nos va a obligar, como humanidad, a mirar de manera diferente muchas de las reglas del juego que hasta hace dos meses eran indiscutibles. Todos tendremos que participar, esto no será cuestión solo del Estado de uno u otro país, sino de todos los ciudadanos. Si ponemos en práctica las virtudes que desarrollemos en este tiempo de pausa en nuestras vida, podremos ayudar a crear una sociedad más comprensiva y humana, menos acelerada y materialista. El desafío es grande pero pienso que entre todos lo podemos hacer.

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