Querida comadre:
Hoy te escribo con la mente hecha un revuelto de setas. No sé qué sentir, pensar o decidir. Me aconteció algo que, al menos en primera instancia, fue sobrenatural. Quiero creer que lo fue, aunque quizás sea equívoco usar esa palabra. Lo que intento decir es que se cumplió una profecía.
En mi habitación, propia de mujer, recibí la daga de una noticia: mi hermano llevaba más de cinco horas desaparecido. Recordé segmentos de la conversación de la llamada del día anterior, cuando dije: "Lo que mi hermano necesita es una lección".
No comprendí bien las palabras de mi madre; tartamudeaba entre agónicos susurros. Me colgó sin más información. Durante dos horas me quedé observando cada pedazo de mi pelo. Finalmente, una cachetada de realidad me sacudió.
Entonces, mi madre volvió a marcar: él había aparecido. Al joven hombre, a mi hermano, le pusieron unas gotitas en la bebida. Con la cabeza perdida y ahuecada, se subió a un taxi, no a un Uber. El conductor, entre atropellos y amenazas, intentó secuestrarlo. Ese hecho, pesadilla rutinaria de cada mexicano le tocó a mi otro hombro, a mi hermano, con quien aprendí a ser yo.
Él apenas recordaba lo sucedido, de esas crudas morales que no te dejan cerrar los ojos por la laguna negra de la memoria. Arrugué los ojos, llena de temor. Han pasado dos días y no puedo dejar de imaginar el escenario. Durante este tiempo encontré, entre mis escritos, un poema del día del secuestro.
Quedé tiesa al leerlo, escuchando mi propio sentir coloquial. Palabras que ni recordaba haber escrito. Como decía Cortázar, hay una fuerza superior que te posee cuando escribes. Yo soy una de esas personas; aunque claro, la diferencia es que hay quienes lo hacen bien. Él, sin duda, tenía una fuerza superior de pensamiento, de duda existencial, de deseos diferentes.
Pero bueno, esta carta no es para divagar sobre otro escritor. Este poema fue una creación impulsiva, nacida de la sensación de sentirme perseguida por una figura, por un ser que quería aplastarme con su gran pie.
El poema es el siguiente:
Huyendo
Hormigas por los pelos de mis tobillos,
Con cada paso los veo a ellos.
los que vienen y van por mí.
Son varios porque nunca es uno.
como para toda nena o mujer.
Un destino para ellos,
¡Para raros, inéditos!
Corre, que te alcanzan.
Despierta o diles que dejen de comer.
—A ellas, las hormigas.
Sacúdanse, pues, si no se levantan.
Me van a llevar con los pies grandes.
Solo llévenme a mi manta.
Llévenme a mi tapiz de elefantes.
Ahí donde no necesito los bichos.
Me llega a casa la voz chillona de una frase: "Nunca se entiende lo que escribes". No, en efecto, pero es porque la soledad ha consumido mi sintaxis, una soledad sin cohesión. Las imágenes que plasmo solo se comprenden desde la infancia, y aun así, ni siquiera quienes estuvieron en esa época logran descifrar los símbolos.
Pero tú, querida amiga, me lees con el grillo de la conciencia. Te hospedas en el hocico de la ballena de mis palabras. Por eso te escribo a ti.
Como sabes, el poema relata a una persona que está corriendo. No quiero decirle, mujer, porque en ese país a todos se les mata. No obstante, el poema sí habla de una mujer. Una chica que no puede moverse por lo pesado de sus piernas, siendo las hormigas las que cargan ese peso. Tan pequeñas, llevando tanto.
Y quizá te preguntes, ¿ahora con qué referencia o símbolo lo relacionaste? Pues con el de la música, mientras estaba escuchando la canción "Gracias" de Ed Maverick:
"Si un día muero, no quisiera que me extrañen si no me querían ayer".
No quisiera, pero pa' poder saber.
"No quisiera que lo hagan si no fue ayer".
Me vi, por un momento, impulsada a escribir con esa combinación de palabras como si mi muerte hubiera sido a causa de un secuestro. Y, como sabes, soy esa persona que crea realidades en su cabeza. Bueno, pues no quería que, si algo me pasaba en ese instante, me extrañaran si no me habían querido ayer.
Claro que tergiversé la situación hacia un atraco, pero quise ponerme en el lugar de una muerte fuera de mi control, como un secuestro. Imaginando mi propia muerte, sentí cómo sería estar corriendo, cómo sería imposible moverme. Algo en mí, o una fuerza externa, me detendría.
Y, mientras yo me sumergía en esa sensación, eso mismo le estaba ocurriendo a mi hermano. En otro continente, en la madrugada, mientras yo vivía de día. Una fuerza mayor lo había poseído; estaba frágil, despojado de su voluntad por las gotas que habían puesto en su bebida. No podía correr. No podía reaccionar. Dentro de ese taxi, luchaba con la poca conciencia que le quedaba, intentando calcular si debía lanzarse a la avenida, cómo sobrevivir, cómo decidir.
Es extraño, ¿no? Al menos en ese momento, todo se sintió como una predicción. Los acontecimientos no tenían relación, pero al mismo tiempo parecían estar conectados de una forma imposible de ignorar. Calculé el tiempo con mi hermano. Hice cuentas, intenté encontrar la coincidencia exacta.
Primero pensé que yo había manifestado que eso ocurriera. Esa idea me cacheteó con su incoherencia. Era mi ego hablando. Lo callé y empecé a investigar. Opté por una teoría: la de Jung sobre las sincronicidades. En su libro de Sincronicidad, relata eventos como la historia de Hopkins, el libro que regresó a sus manos, o la fotografía del niño que volvió a las manos de la chica. Coincidencias con objetos, circunstancias que parecen casi macabras e irreales.
Jung afirma que no existen las casualidades, pero sí las causalidades. En sus palabras:
“se trata más bien de un acontecer juntos en el tiempo, es decir, de una especie de simultaneidad. Debido a esta cualidad, he adoptado el término de «sincronicidad» para designar un factor hipotético con un rango semejante al de la causalidad como principio de explicación".
Esto qué quiere decir, pues Jung se basa en tres ramas principales:
Primero, la idea de Hipócrates, que sostiene que el principio universal está presente incluso en la partícula más pequeña.
Segundo, La teoría de Filón de Alejandría, que plantea al hombre como un microcosmos.
Y tercero, el I Ching, que utiliza métodos para comprender una situación en su totalidad, colocando los detalles sobre un fondo cósmico.
En el libro también se menciona su relación especial con Einstein y la teoría de la relatividad. Jung pensó sobre la posibilidad de una conciencia mayor y más completa, un "sueño" incognoscible para nosotros. Habla de conexiones o yuxtaposiciones significativas y de la concurrencia casual improbable, con números que alcanzan cifras astronómicas. A lo que Einstein, por su parte, le habló a Jung, de la relatividad del tiempo y el espacio, y de su condicionalidad psíquica. Ambos reflexionaban sobre la idea de que estas coincidencias, aparentemente inexplicables, apuntan hacia algo misterioso y trascendental.
Te preguntarás qué tienen que ver todos estos temas con lo que ocurrió en el poema. ¿Por qué tuve una obsesión maníaca con este tema? Pues porque la conexión entre lo que estaba escribiendo y lo que le estaba pasando a mi hermano no ocurrió con precisión en el tiempo, pero sí en la especie de profecía sensorial, de un acontecer, de esa sensación de ser perseguido. Utilicé símbolos, como las hormigas, que quizá sean un arquetipo que no quiero desentrañar. Jung enfatiza en estos símbolos en la explicación de los ejemplos de sincronicidad.
Repuestas no tengo, no sé qué me quiere decir este acontecimiento. Y temo buscar más información. Temo perder el tiempo en algo que podría no tener sentido. Esta sincronicidad, que debe cumplir el principio de un símbolo inconsciente que llega a la conciencia y coincide con una situación objetiva, ¿es realmente un fenómeno significativo o un mero sincronismo, como lo llama Jung? Una banalidad, un ojo donde no está.
Quizá sea solo una casualidad sin relevancia. Pero, como estos autores, intento explicar algo casi cósmico con un lenguaje que siempre se siente insuficiente.
Ahora espero tu respuesta, porque sé que responderás desde otra silla que no es la mía. Tal vez me ayudes a no desear ni pensar como lo hice en este otro poema.
Pies en todas direcciones
Hoy, entre la niebla de unos pies que yo creí conocidos,
entre el blanco velo que no me deja ver quién es.
En cada esquina me topo con el reflejo.
de lo que es y no es,
de lo que no es visto y es muy visto,
de lo que no se tocó y de lo que se tocó.
Hay una sombra en los pliegues del reflejo de ayer.