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El principito

Esta semana contamos con la colaboración de Beren, estudiante del doble grado en Derecho y Filosofía. Este artículo es un ejercicio de literatura comparada, en el que se contrastarán dos obras importantes de Saint-Exupéry.

Se cuentan muchas historias acerca de cómo Antoine De Saint-Exupéry decidió escribir El principito y cuál fue su inspiración. Lo indudablemente cierto, es que el cuento es una nueva versión de su primera novela: Correo Sur. Antoine transformó lo que era una novela dirigida a un público adulto con una prosa un tanto recargada, que todavía no había encontrado su estilo, en un cuento infantil con personajes alegóricos, animales y flores parlantes, con una prosa sencilla, fácil de entender hasta para un niño, lo cual hizo que conservase la esencia de la novela y eliminase todos sus defectos de pomposidad, diálogos sobrecargados, etc.

Correo Sur cuenta la historia de un aviador, piloto comercial, que se enamora de una aristócrata y ella de él. Se fugan empedernidos. Sin embargo, pronto descubren que entre el amor romántico y la convivencia práctica hay una distancia sobremanera longincua. Ella lo abandona. Él empieza a vagabundear desahuciado por la ciudad de El Cairo. En un momento, ingresa en un prostíbulo de mala muerte y se pierde en una docena de cuerpos femeninos indiferentes para tratar de olvidar a la mujer de la que estaba enamorado (al leer esto comprendí por vez primera lo que era el rosedal del principito). El principito cuenta básicamente la misma historia, aunque elimina las mancebías y suaviza el suicidio final con una ambigüedad interpretativa. En Correo Sur, en cambio, el protagonista se suicida: esto no tiene ninguna lectura alternativa.

No obstante, en ambas historias, el protagonista es un explorador que conversa con un geógrafo. En Correo Sur se encuentra con su antiguo profesor de geografía; mientras que en El principito se encuentra con un senecto geógrafo que, al igual que el profesor, sirve de guía moral al protagonista. Asimismo, en Correo Sur, un sacerdote da un sermón sobre el hecho de que la ciencia moderna ha integrado en ecuaciones la marcha de la estrella, pero la estrella en sí le es totalmente desconocida: irónicamente, sabe menos de las estrellas que una adolecente rosa enamorada. Esta misma idea se refleja en El principito a través del hombre de negocios que registra las estrellas y declara que son propiedad suya sin siquiera preguntarse qué es una estrella.

Ahora bien, más allá de las sencillas interpretaciones de cuento infantil con intenciones moralizantes y educativas; allende la intención de divertir —como lo hace— mediante la ridícula falacia circular del borracho, El principito plantea un problema interesante: la vida no tiene esencialmente sentido, empero nosotros le damos un sentido creando lazos con algunos entes. La rosa del principito podía ser una más entre miles, pero él había creado un lazo, un lazo que era invisible, que lo unía a esa única flor y no a las otras miles. Este lazo invisible a los ojos existe. De hecho, no solo existe, sino que es todavía más real que la flor en su realidad concreta; la flor en su pétalo, en lo que puede decir un botánico acerca de ella. Este mundo de lazos invisibles que creamos es el que realmente hace que vivir tenga sentido, lo que hace que vivir valga la pena.

Realmente no sé si algún niño habrá entendido la moraleja alguna vez desde que se publicó este libro. Por motivo de estas alegorías de zorros antropomorfos y flores que hablan, mi sensación acerca del libro es que, en definitiva, es mucho más profundo de lo que podría parecer a primera vista.

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