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El sueño de los páramos

Norely Sarmiento Traconis. Poema de Cumbres Borrascosas de Emily Bronte

Va perdiendo multitud mi pupila,
la que me deja ver adentro y afuera.
Ya solo veo los vértices negros de las ramas,
aunque pequeños matices alcanzo
de la neblina de lo invisible del ser que suspira.
Pero sí, llego, veo y logro ver,
lo esencial de las rosas,
ya agrietadas, que crujen al anochecer,
suenan con voces que están dentro de una,
donde mi espíritu espera ver la luz oportuna.

En tercer y cuarto puesto de este coro,
llegan dos presencias, unidas y ajenas,
vividas en una paradoja, en el ahora y en el oro,
en cualquier tiempo y espacio, también en lo que frena.
El eco inédito y la sombra de sangre no los deja tocarse.
Ellos no como individuos, sino como modelos,
vienen de la mano de un velo negro y verde,
trascendiendo el viento y los átomos que mueren,
transportándose en las palabras que se pierden.

Todos quieren con fuerzas los vértices mudos,
que crujen y callan, ese es su anhelo,
he ahí el dilema de susurros desnudos,
por un cielo incierto y una tierra en duelo.

Entre páramos como los de Juan Preciado,
en una verdad falsa, una mentira sincera,
donde se bendicen los sueños mezclados.

Todos se funden en el lazo danzante,
que baila en el viento, un lazo errante,
sin morfemas ni sintaxis que presentar,
solo ojos que arden y un fuego a cantar,
una idea sin predicar ni recitar.
Ahí todo se difumina, se evapora,
en los pliegues de las hojas secas,
y su canto que nunca implora.

Ahora estoy aquí, con ardor que ciega mi vista,
sin páramos, ni vértices que desvíen mi pista.

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